miércoles, 15 de abril de 2020

“Terror invencible”, 2008. Robert Dentan

   ¿Es el “hombre en estado de naturaleza” esencialmente pacífico? ¿O hemos heredado genes guerreros de nuestros antepasados? ¿Éramos originariamente pacíficos, pero la civilización nos corrompió?

  A quienes aceptan la naturaleza pacífica del Homo Sapiens originario, pre-civilizado, se les llama a veces “rousseaunianos”, porque ésa era la certeza del philosophe Jean-Jacques Rousseau. Los marxistas, por ejemplo, aceptaban esta concepción y además se basaban para ello no tanto en la pura especulación racional del philosophe del siglo XVIII, sino en informaciones que ellos juzgaban fiables acerca del pacifismo de los hombres primitivos que aún quedaban en algunos lugares remotos. Engels, particularmente, se basó en las observaciones de uno de los primeros antropólogos del siglo XIX, Lewis Henry Morgan.

    En la segunda mitad del siglo XX, Robert Dentan estudió a los semai de Malasia durante cuarenta años. A los semai siempre se les ha señalado como uno de los más claros ejemplos del pacifismo e igualitarismo primitivos.

Los Semai se retrajeron, elaborando una ideología en la que amar a los amigos y vecinos se convirtió en cuestión de supervivencia y disputar en algo potencialmente letal. Emergieron formas de minimizar la violencia y maximizar la cooperación dentro de grupos locales. Normalmente, los semai describen la violencia como ridícula y estúpida. Si bien la gente puede ser violenta cuando la violencia es segura y necesaria o apropiada, prefieren la paz. Merecen su reputación como el pueblo menos violento conocido en la antropología. (p. 3)

Los cazadores-recolectores y algunos agricultores nómadas como los semai aún promueven (…) la igualdad [originaria del Homo Sapiens] (…) El igualitarismo de los semai parece provenir de un rechazo a ser avasallados, un sentimiento que la mayoría de la gente comparte (p. 115)

  Los semai son pacíficos e igualitarios… pero no son propiamente primitivos en el sentido de “originarios”. Eso es lo primero que hay que decir sobre ellos. Los semai, un pueblo seminómada y semiagrícola, adoptaron su peculiar conducta de apaciguamiento en tiempos relativamente modernos. Recordemos, de paso, que Malasia no es Borneo ni el Amazonas, sino un territorio no muy grande, entre países bastante civilizados y colonizados que, eso sí, cuenta con algunas áreas montañosas del interior muy despobladas y selváticas… y es allí donde han vivido los semai. Pero su hábitat no es “selva virgen”.

  En realidad, los semai son los supervivientes de una población aborigen previa a la aparición de los sultanatos musulmanes en esta región del mundo.

La temerosidad de los semai era una respuesta razonable a su brutal entorno político que, especialmente cuando el gobierno colonial británico buscó desarrollar el país después de 1874, implicó un creciente desplazamiento y esclavización por los inmigrantes indonesios “malayos” que no tenían vínculos con los semai y que exterminaron a otros grupos de Orang Asli [etnia a la que pertenecen los semai]. Los esclavistas estaban especialmente interesados en los niños semai, que eran fáciles de raptar y domesticar como esclavos, sobre todo para el trabajo doméstico y el abuso sexual. Como resultado de esto, los semai se hicieron muy temerosos de los forasteros. (p. 2)

Dispersándose en las agrestes montañas selváticas del centro de Malasia, los semai pudieron protegerse del despojo y la ocupación ya que la tierra carecía de valor para los invasores. Breves y esporádicos ataques para robar mujeres y niños, contra los cuales no había protección, mantuvieron la amenaza de la violencia viva en las mentes (…) Los ataques esclavistas, impredecibles y brutales, crearon una visión del mundo en la que todo el cosmos es impredecible y brutal. Como en el caso de los semai, esta situación puede dar lugar a actitudes emocionales en las que el amor y la paz dentro del grupo local son la única seguridad que la gente puede tener (p. 7)

  Los semai sobrevivieron por una suma de motivos. Pero entre ellos estaba la estrategia social de un extremo pacifismo.

Ellos no gustan mucho de esa reputación. Saben que la mayor parte de los otros malayos ven su carácter apacible como cobardía, no como un gran logro. (p. 3)

Hay unos pocos [observadores] que los ven con los ojos del movimiento ecologista, como buenos salvajes rousseaunianos, una ilusión que una relación estrecha con ellos hará desaparecer. De su apacibilidad, todos los forasteros lo que ven es la timidez y la debilidad (p. 249)

   Cobardes que sobrevivieron. Y que, acosados por un terror invencible, lograron enseñar a sus hijos a rehuir el combate, escapar, mostrarse inofensivos y cultivar la mayor armonía posible dentro de su propio grupo. Los esclavistas musulmanes pudieron haberlos destruido por completo, pero de alguna forma sobrevivieron –lo cual no sucedió con otros pueblos Orang Asli-, quizá por indiferencia y desprecio, o porque el dominio británico cada vez más presente los salvase en el último momento o por cualquier otra causa. De lo que no hay duda es de que se trata de un pacifismo muy triste. Dentan lo relaciona con el fenómeno psicológico de la “indefensión aprendida”

La frase de la jerga psicológica “indefensión aprendida” se refiere al sentido de generalizada impotencia que sigue a sufrir traumas incontrolables. Las esposas y niños maltratados manifiestan con frecuencia “indefensión aprendida”  (p. 65)

  Podemos también pensar en los típicos documentales de fauna africana: los pacíficos herbívoros que viven continuamente acosados por los carnívoros. Bastante deprimente e incluso horrible, y sin embargo, se trata de un fenotipo que ha perdurado por millones y millones de años.

Los semai pueden ser particularmente sensibles al estrés. La indefensión aprendida puede ser estresante. Es difícil imaginar una experiencia más estresante que ser incapaz de proteger a tus hijos de los abusadores y raptores de niños que son impredecibles e irresistibles  (p. 139)

Pensar en la paz y aprender sobre los semai me hizo idear una teoría de “apacibilidad negativa”, el estilo de vida pacífico que emerge del miedo a la violencia y promueve una “apacibilidad positiva”, una forma de vida pacífica basada en el amor y el mutuo respeto (p. 6)

  ¿El miedo lleva al amor? ¿Y por qué no? Hay neurólogos que lo juzgan probable. Reconocer la propia impotencia ante las catástrofes que llegan es realista y puede incitarnos a actuaciones de consuelo que hagan la vida más llevadera. Paz, afección e igualdad dentro del grupo de desdichados parece una estrategia compensatoria coherente. Muchos romanos, por ejemplo, consideraban el cristianismo una “religión de esclavos”... aunque, desde luego, ni a Gandhi ni a Luther King semejante concepción les hubiera gustado. Y es que ellos eran políticos. No antropólogos, ni filósofos, ni sabios…

  Para el “sabio”, los temerosos semai tienen mucho que enseñar. Por ejemplo, que el pacifismo y el igualitarismo no pueden imponerse por decreto. Mucho menos en una sociedad tan desorganizada como el pobre pueblo semai, una sociedad de agricultura de subsistencia dispersa en las montañas selváticas, el más pobre y despreciado de todos los pueblos de Malasia. Los semai son, por supuesto, analfabetos y carecen de canon doctrinal alguno. Solo cuentan con mitología y costumbres, pero son éstas el vehículo de sus enseñanzas.

La mayor parte del tiempo, las divinidades semai son feas, malvadas y terribles, y causan enfermedades. [Si bien durante la otra] parte del tiempo, también son buenos y bellos; así como seres temerosos que ayudan a curar a la gente enferma.  (p. 109)

Los semai cuentan historias de horror a sus hijos, historias sobre gente que roba niños para esclavizarlos o sacarles los ojos para vendérselos a los ricos (p. 183)

La noción de que Dios es un estafador estúpido, incontinente y violento es (sospecho que inadvertidamente) un contrapeso a la noción malaya de un Alá omnisciente, misericordioso y amante que legitima la hegemonía malaya, el Estado y sus agentes que roban niños (p. 84)

Los sofisticados esquemas conceptuales [de los semai] para impedir la violencia elaboran unos pocos temas básicos: una amplia definición de violencia; la importancia de compartir y el autocontrol; el peligro de los deseos no satisfechos; la importancia de intentar tener las cosas en orden frente a la omnipresente amenaza del caos  (p. 117)

La tacañería [al no compartir los bienes entre todos] puede llevar a una reunión del poblado, si bien normalmente la única consecuencia sería una avalancha de escandaloso y malicioso chismorreo (p. 123)

   Nadie espere noticias de una comunidad de filósofos del paleolítico, de la sabiduría ancestral del paraíso perdido preservada en una selva remota. No, para los semai el mundo es más bien horrible, con sus dioses malvados y sus cuentos de horror para los niños, pero la supervivencia les permite cierto espacio para la cotidianidad universal, en la que cada individuo busca en comunidad un poco de respeto, amor, alegría y felicidad. En una vida mortal, ellos no tienen mucho menos que la mayoría de hombres y mujeres.

   Incluso su pacifismo es relativo. A veces se dan “crímenes pasionales” entre ellos y hace más de medio siglo los colonizadores británicos enrolaron a algunos varones semai en su ejército, donde no fueron peores soldados que otros. Algunos etnógrafos han considerado que, teniendo en cuenta su escaso número, la criminalidad que se da en sus poblados no es menor que la que se da en las urbes de Occidente. Pero eso no cambia el hecho fundamental de que son los más pacíficos de entre los pueblos primitivos, y que son un ejemplo de que controlar la violencia y la desigualdad es posible, incluso para una cultura tan pobre como la de los semai.

Nadie tiene derecho a coaccionar a otro. Cuando un niño se niega a seguir la orden de su padre, el padre debe aceptarlo. Intentar coaccionar niños los dañaría espiritualmente, incluso los mataría, dicen los adultos (p. 4)

Los semai no pretenden educar niños no violentos de forma consciente; solo quieren que los niños sepan que están seguros con sus parientes y vecinos –con nadie más (p. 192)

El éxito [de la asamblea semai para resolver disputas] depende de la vergüenza, el sentimiento que acompaña la desconexión emocional, o el miedo a sufrir tal rechazo (p. 144)

Es cortés no ser explícito sobre tus demandas porque las demandas son presión social  (p. 124)

   La conclusión, pues, es sensata y, sobre todo, muy capaz de hacernos pensar. El pacifismo político fracasó igual que el socialismo, pero los mecanismos de psicología social de los pueblos primitivos son efectivos por la claridad de sus propósitos.

Cualquiera que sea el origen de la apacibilidad de los semai, su mantenimiento dependía de un continuado igualitarismo que era posible solo en el grado en que los semai podían mantenerse alejados de los extraños y los extraños estaban dispuestos a permitírselo. La gente puede –y probablemente debería- crear enclaves apacibles automarginados en los cuales el igualitarismo pudiese florecer en la medida en que no amenazara los intereses del Estado o financieros. (p. 246)

Lectura de “Overwhelming Terror” en Rowman & Littlefield Publishers, Inc. 2008; traducción de idea21

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