viernes, 25 de agosto de 2023

“Construyendo la moralidad británica”, 2004. M J D Roberts

   El libro del profesor Roberts parte del estudio de un fenómeno de cambio cultural en Gran Bretaña muy específico: el desarrollo de la filantropía basada en el voluntariado civil en torno a la época victoriana. Si nos fijamos bien, se trata de un periodo crítico en una sociedad cuya búsqueda y hallazgo de soluciones morales influyó enormemente al resto del mundo.

Una historia del cambio moral es, en cierto sentido, una historia de todo. [Pero] este libro es de ámbito más limitado. Pretende explorar la historia de la reforma moral inglesa. Esto es, los esfuerzos organizados y autoconscientes de grupos de ciudadanos preocupados por cambiar los valores morales y por modificar los patrones de comportamiento asociados con ellos. Se ha sostenido que la “reforma moral” como categoría de acción social fue una preocupación particular del periodo entre la Revolución de 1689 y el cambio del siglo XX, y aún más definidamente, de los cien años entre 1780 y 1880. (p. 1)

Este es un libro impulsado a la existencia por la curiosidad acerca del cambio moral. ¿Quién decide que los valores morales contemporáneos, los estándares actuales de comportamiento, son repugnantes? ¿Qué experiencia promueve esta sensibilidad? ¿Qué experiencias y procesos mentales disparan los intentos de promover el cambio moral –intentos con frecuencia recibidos con indiferencia, hostilidad, ridículo y fracaso-? ¿Y bajo qué circunstancias, por qué métodos, la sensibilidad moral consigue persuadir al indiferente y superar al hostil, cuando finalmente sí alcanzan reconocimiento?  (p. vii)

   El punto de partida de estos movimientos de reforma moral británicos fue la gloriosa empresa de la abolición de la esclavitud. Algo que no obedecía a conveniencia política ni económica alguna. Algo que surgió sobre todo de la convicción moral de los activistas religiosos disidentes pero que sin duda estuvo asociado a otros condicionamientos de este período histórico específico.

La abolición del tráfico de esclavos proporcionó una meta nacional mediante la cual un sentido de propósito moral podía asentarse tras la vergonzosa experiencia de una guerra en la que hermanos habían combatido a hermanos, y protestantes contra protestantes (p. 36)

  Esta es una especulación que merece ser considerada: en 1783 Gran Bretaña vivió una de sus muy escasas derrotas militares y políticas al tener que reconocer la independencia de los Estados Unidos. Esta crisis pudo indirectamente ayudar al desenvolvimiento de un movimiento de reforma moral. De forma parecida, las guerras contra la Francia revolucionaria y napoleónica, que duraron casi veinte años (de 1794 a 1815, con ciertos intervalos), originarían trastornos económicos y sociales a los que la ciudadanía hubo de responder, y que también dieron lugar al emprendimiento de acciones altruistas impulsadas por asociaciones independientes por el estilo de las que promovieron con éxito la abolición de la esclavitud.

  Sin embargo, el trasfondo fue siempre menos coyuntural: se trataba del arraigo en Gran Bretaña de la Ilustración y de la rica y diversa disidencia religiosa de las congregaciones protestantes, todo lo cual tenía orígenes más alejados en el tiempo.  Y todo ello en el marco de una economía comercial e industrial de pujante libre mercado.

Las asociaciones voluntarias para la reforma moral se convirtieron en una importante red de organizaciones para alcanzar soluciones experimentales en las relaciones entre propietarios y desposeídos, dentro de una sociedad fundamentada en el mercado (…) Por primera vez, la agenda de reforma moral que se emprendió en 1780 dio lugar a organizaciones especializadas, cada una generando un tipo particular de actuación. En términos ideológicos el impacto de la reforma moral en las cuestiones relacionadas con la inestabilidad social fue igualmente impresionante (p. 141)

  El impulso de reforma moral iba unido a la evolución social de una entidad política –la monarquía parlamentaria británica- que, como todas las entidades políticas, no tenía un especial interés en hacer el bien o el mal, sino que trataba de mantener el éxito de una sociedad cohesionada y poderosa.

  Dada la experiencia de los conflictos religiosos de la época y dada la gran libertad que el parlamentarismo británico toleraba ¿cómo evitar que la pluralidad de congregaciones religiosas lleve a la violencia?, ¿qué puede unir a las diversas disidencias del cristianismo reformado por encima de las diferencias de doctrina?  

Una de las razones por las que la reforma moral y la evangelización cristiana se hicieron indistinguibles (…) durante este periodo fue que la reforma moral tenía el potencial de evitar disputas sectarias sobre el tipo o extensión de creencia en una particular forma de cristianismo (p. 2)

  Con lo cual se contesta a otra buena pregunta:

¿Por qué [los reformadores religiosos ingleses] eligieron un camino de salvación que llevaba al compromiso público en lugar de a la retirada de lo mundano?  (p. 46)

  A diferencia de otras creencias religiosas, el cristianismo reformado, sobre todo en su versión británica, se centraba en la realización práctica de la ética cristiana, en el cultivo de los valores de humildad, caridad y misericordia. Esto alejaba la posibilidad de conflicto por cuestiones teológicas, sacramentales o doctrinales…

La mayor seguridad que el individuo podía esperar conseguir en este mundo era una vida santificada, la evidencia de la cual se hallaba en la perseverancia en las buenas obras hasta el punto de que el compromiso se hiciera habitual y, en consecuencia, hasta cierto grado, arraigado (p. 47)

  Coincidiendo con la Ilustración, las diversas corrientes puritanas impulsan la virtud de acuerdo con el mensaje evangélico. Pero esta promoción de la virtud no solo recibe un apreciable respaldo social, sino que también influye directamente en la acción de las autoridades.

La esperanza era que, habiéndose ganado la confianza de las clases gobernantes, la sociedad podría esperar el cultivo de conexiones a una escala nacional usando la magistratura, el clero y otras redes menos formalizadas para alcanzar sus metas  (p. 34)

  Las autoridades no podían estar más interesadas en la promoción de ideales que favorecieran la paz social.

Los movimientos de reforma moral hicieron una significativa contribución a la emergencia de una sociedad capaz de debatir cuestiones de una forma que no llevaba ni a confrontaciones violentas ni a coerción y por métodos que permanecieron relativamente independientes del estado o de las fuerzas del mercado. (p. 295)

  El ideal de la filantropía como acción social no política definitiva no ha llegado a consolidarse, pero ha creado en todo caso un modelo que puede en el futuro dar lugar a movimientos sociales aún más ambiciosos –y coherentes- que superen los inconvenientes del marco político.

  Hasta que llegue ese momento, este estudio nos ofrece posibilidades de reflexionar acerca de una ideología del humanitarismo. Al converger todo tipo de creencias en la actividad humanitaria se da lugar a la posibilidad de una ideología altruista más allá del cliché conservadurismo-progresismo. Por una parte, los humanitarios de la Inglaterra victoriana procedían en su mayoría de las muy diversas confesiones religiosas, pero tenían su principal apoyo político en el Partido Liberal.

  El humanitarismo actual conserva muchos puntos de contacto con este reformismo moral victoriano: no se trata de una mera compasión condescendiente, sino de una interiorización ecuánime y sensible de la injusticia que otros padecen.

[El asociacionismo por la reforma moral] era un claro intento de restaurar la disciplina social. Sin embargo, era más que esto, ya que su definición de metas muestra que había un elemento modernizador en sus métodos y fines (…) Los reformadores pretendían adquirir dominio sobre la mente de los delincuentes lo suficiente para asegurar una reforma del carácter que, cuando se veía reforzado por un proceso de instrucción y adiestramiento, permitiría la eventual reintegración social del transgresor garantizando la paz y felicidad futura para todos (p. 104)

Era la visión convencional de las autoridades públicas durante generaciones el que los mayores delitos se nutrían de forma natural de los excesos menores incontrolados. Las leyes reguladoras de las costumbres y moralidad en consecuencia contaban por tanto con un propósito social ampliamente valorado   (p. 52)

 Se alcanzaron tales logros a partir de concepciones que hoy veríamos más anticuadas, como la prédica contra la lujuria, el respeto al descanso dominical o la exigencia de más educación religiosa, pero así es como funciona toda evolución: algunos antiguos elementos se conservan, otros nuevos se incorporan, la interacción entre todos a lo largo del tiempo hace la selección…

Temperancia, organización de la caridad, reforma de las prisiones, abolición de la pena capital, reclamación de las mujeres caídas, promoción de la pureza social, todo esto caía dentro de la categoría [de reforma moral] para algunos o todos los periodos explorados aquí  (p. 2)

  La temperancia y el rescate de las mujeres caídas no serían enfoques actuales, pero nos resultan muy ilustrativos de la evolución a la que nos referimos.

Los movimientos de reforma moral eran siempre el resultado de la tensión creativa entre asociaciones de [activistas] comprometidos y la sociedad más amplia  (p. 281)

La reforma moral fue reconocida como precursora de la reforma social y en consecuencia reconocida como un campo legítimo de actividad, pero fue evaluada negativamente por ser una conceptualización de cuestiones que eran acientíficas y premodernas (p. 5)

   Las ideas de “caridad” y “buenas costumbres” siempre han tenido que enfrentarse a un duro criticismo… si bien el voluntariado humanitario ha acabado contando con más crédito. Por otra parte, Marx ya escribió despectivamente sobre el humanitarismo en su Manifiesto Comunista de 1848

La primera meta-función de la reforma moral, según va el argumento [crítico], era actuar sobre la población preindustrial para [adaptarlo a] la forma metódica de la vida del capitalismo industrial (p. 4)

Las clases más bajas deben  sentirse seguras de que los privilegiados van a cuidar de ellos. Una vez suceda esto quedará abierto el camino para el desarrollo de un estilo de orden social modernizado y menos conflictivo  (p. 122)

 Para los socialistas, lo que los reformistas morales buscan en realidad solo es sacar mejor partido del trabajo de los obreros, y evitar que se emborrachen o se vuelvan inoperantes.

Siguiendo los pasos de Adam Smith (e incluso de Malthus en sus últimas versiones) [los agentes sociales] esperaban ver la salvación cultural emergiendo de un proceso de domesticación de los deseos de la clase trabajadora –el despilfarro y lujos inabarcables desplazados por un confort sobrio y asequible-  (p. 291)

  Claro que los mismos capitalistas no veían bien que los moralistas estuvieran en contra de que, según el mandato cristiano, no se trabajara ni consumiera los domingos y, desde luego, desaprobaran los gastos insanos de los obreros, tan productivos para muchos empresarios e industriales.

  El resultado, con todo, logró tener éxito en términos generales.

Generalmente se acepta que la cultura inglesa, incluyendo la cultura de la clase obrera, se hizo menos violenta y más autodisciplinada, como una sociedad madura organizada por el mercado que surgió durante el periodo entre finales del siglo XVIII y el final del XIX –el periodo durante el cual [también] floreció el voluntarismo de reforma moral  (p. 293)

La discusión entre las clases educadas sobre la capacidad de las clases obreras urbanas para sobrevivir a un periodo de incremento de salarios sin gastar el excedente en la bebida también parecen haber alcanzado su cima en la década de 1870  (p. 279)

En 1891 (…) la fundación de una liga humanitaria para la prevención de la crueldad con los presos, niños y animales por igual demostró que podía haber una base más “moderna” sobre la cual reclutar para las campañas de alivio del sufrimiento innecesario (p. 277)

Hacia la década de 1880, el voluntarismo de la reforma moral se había mostrado con éxito como un rasgo distintivo –quizá definitorio- de la imagen que el público inglés daba de sí mismo (p. 246)

  La sociedad anglosajona –británica y norteamericana- difundió una concepción plural, diversa, tolerante y práctica del humanitarismo y el servicio altruista al semejante. Con todos sus defectos, este impulso moral ha persistido asumiendo diversos cambios. Lo que sigue faltando es construir este tipo de iniciativas como una alternativa autosuficiente a la acción estatal de las naciones democráticas y a las fórmulas más bien desesperadas del socialismo residual. Aprender cómo evolucionó el humanitarismo a partir de las vaguedades de la caridad religiosa puede enseñarnos cómo pueden darse en el futuro nuevas y necesarias evoluciones morales.

Lectura de “Making English Morals” en Cambridge University Press 2004; traducción de idea21

martes, 15 de agosto de 2023

“Contagio emocional”, 1994. Hatfield, Cacioppo y Rapson

  Todos conocemos por referencias el fenómeno de “histeria colectiva”, una espectacular consecuencia de la capacidad de influirnos emocionalmente los unos a los otros. Pero la capacidad para transmitir emociones entre individuos no se limita a tales excepcionales casos, sino que es básico y cotidiano en el comportamiento humano a pequeña y gran escala. Forma parte de nuestra forma de relacionarnos.

En conversación, la gente tiende automática y continuamente a hacer mímica y sincronizar sus movimientos con las expresiones faciales, voces, posturas, movimientos y comportamientos instrumentales de los demás (…) Las experiencias emocionales subjetivas se ven afectadas, en cada momento, por la activación y el feedback de tal mímica (p. 10)

  En su libro, la psicóloga social Elaine Hatfield, el neurocientífico John T Cacioppo y el psicoterapeuta Richard L Rapson analizan el fenómeno como un elemento fundamental en las relaciones humanas, con sus puntos positivos y negativos para nuestro ideal de convivencia.

Este texto se centra en el contagio emocional rudimentario o primitivo –el cual es relativamente automático, no intencional, incontrolable y en gran parte inaccesible a la consciencia del actor-. Esto se define como la tendencia a sincronizar y hacer mímica automáticamente de las expresiones faciales, vocalizaciones, posturas y movimientos con los de otra persona y, consecuentemente, para  converger emocionalmente  (p. 5)

  Por una parte, todo lo que enriquezca las relaciones humanas podemos verlo como algo positivo.

Las relaciones interpersonales normalmente van mejor cuando la gente es sensible a los marcadores [emocionales] no verbales (p. 164)

  Pero el contagio emocional tiene muchos aspectos oscuros. Estas comunicaciones interpersonales pueden dar lugar a manipulaciones. En el libro se examina, entre otros, un caso relativamente célebre, cuando se analizó científicamente el comportamiento no verbal de un famoso presentador norteamericano de televisión durante un periodo de campaña electoral.

Diferencias sutiles en las expresiones faciales y vocales de Peter Jennings cuando hablaba sobre los candidatos presidenciales fueron aparentemente suficiente para influir las preferencias y el comportamiento electoral de los televidentes  (p. 129)

  Es decir, se analizó que había favorecido a uno de los candidatos presidenciales incluso de forma inconsciente.

Las emociones de una persona pueden ser socialmente perceptibles (a través de la voz, las expresiones faciales, los gestos o posturas) y transmisibles incluso cuando la persona no tiene tal intención  (p. 130)

  Otro caso estudiado consistió en analizar el tono de voz que un hombre utiliza al hablar con una mujer atractiva. Se reprodujo intencionadamente este tono de voz en varias conversaciones telefónicas entre hombres y mujeres.

Las mujeres a las que se les había hablado como si fueran bellas pronto habían comenzado a responder [en su dicción] como si lo fueran realmente, convirtiéndose en inusualmente animadas, confiadas y sociables (p. 114)

  Por mucho que parezca que el lenguaje –verbal y no verbal- tiene solo un uso informativo, la relación emocional mutuamente influyente es constante.

La gente intenta comunicar solidaridad e implicación cuando hacen mímica de las posturas de los demás  (p. 36)

  Esta implicación en la mímica se ha observado incluso en chimpancés: un chimpancé que observa cómo un compañero se esfuerza en agarrar un alimento en una posición difícil imita el gesto de extender el brazo. Y en este tipo de actos y reacciones están implicados también los mecanismos de aprendizaje.

La gente con frecuencia aprende nuevos comportamientos por observar el comportamiento de otros y sus consecuencias (p. 46)

Una importante consecuencia del contagio emocional es una sincronía conductual, atencional y emocional que tiene la misma utilidad (e inconvenientes) adaptativa para las entidades sociales (diadas, grupos) que tiene la emoción para el individuo  (p. 5)

  Por otra parte, al igual que numerosos experimentos denotan que la predisposición a vincularnos emocionalmente condiciona las relaciones sociales, también sucede al revés: los condicionamientos sociales previos determinan nuestras emociones con respecto a los demás. No solo en las relaciones de parentesco, sino en base a marcadores de todo tipo siempre y cuando los vinculemos a nuestra propia identidad.

Eran los sujetos que creían ser similares a sus confederados [en un experimento de psicología social] los que se sentían peor con respecto a su sufrimiento  (p. 172)

   Por "similar" podemos entender gustos sobre deportes, comida o hábitos de ocio. Marcadores que pueden parecer incluso banales disparan sentimientos de afinidad que a su vez disparan emociones y sus respectivos consecuencias de comportamiento. Todo esto se opone a nuestro ideal de juicio objetivo. Peor todavía es la situación en casos de culturas especialmente colectivistas, donde las personas están predispuestas a actuar en consonancia con otros.

Los individuos de culturas que enfatizan la interdependencia son especialmente vulnerables a la experiencia de las emociones y el contagio centrado en personas ajenas  (p. 152)

   El conocimiento de este aspecto de la naturaleza humana puede beneficiarnos (todo conocimiento acerca de nuestra propia naturaleza nos beneficia). Nosotros podríamos actuar directamente sobre nuestra predisposición a comunicar emociones a nuestros semejantes. Podemos educar nuestras propias emociones y ejercer la “inteligencia emocional” a partir de los recursos innatos con que todos contamos, pero ahora desde un punto de vista racional donde medios y fines queden claramente delimitados.

Una persona emocionalmente inteligente poseería un trío de habilidades: la habilidad de comprender y expresar sus propias emociones y reconocerlas en otros; la habilidad de regular sus propias emociones y las de los demás; y la habilidad de proveerse de sus propias emociones a fin de motivar comportamientos adaptativos (p. 186)

  Una sistematización inteligente del control de las emociones puede llegarnos de una fuente poco convencional: el trabajo de los actores profesionales para construir personajes.

Stanislavski propuso que podíamos revivir emociones en cualquier momento si nos implicábamos en una variedad de pequeñas acciones que en algún momento asociamos con esas emociones  (p. 78)

  No es muy diferente al trabajo de los psicoterapeutas que tratan de que ejerzamos un control lúcido sobre nuestras experiencias emocionales. El efecto sería aún mayor si, como los actores a los que enseñaba Stanislawski, tuviéramos presente un guión o argumento a seguir.  Podemos cultivar el personaje elegido dentro del argumento elegido y utilizar inteligentemente todos los recursos emocionales disponibles.

   Si lo que nos interesa es que tal organización de comportamiento emotivo dé lugar a relaciones humanas armoniosas, debemos elegir una pauta psicológica que desarrolle un entorno social acorde con tal ideal de conducta. Si tenemos presente la implicación emocional de todos nuestros actos y si vinculamos el comportamiento emocional al comportamiento moral y a un idealismo benevolente podríamos crear un entorno  mucho más esperanzador en lo que se refiere a la confianza y afección entre semejantes. Puesto que todos vivimos emocionalmente nuestras experiencias como seres sociales es en teoría factible elegir nuestras emociones favoritas y evaluar las posibilidades para desarrollarlas en un entorno acorde con nuestras aspiraciones de vida en armonía.

Lectura de “Emotional Contagion” en Cambridge University Press 1994; traducción de idea21

sábado, 5 de agosto de 2023

“La soberanía del bien”, 1967. Iris Murdoch

   La célebre novelista Iris Murdoch desarrolló a lo largo de su vida una brillante trayectoria como filósofa en ámbitos académicos. A mediados de los años 1960 impartió varias conferencias (en este libro se registran tres de ellas) mostrando su particular crítica a los posicionamientos en moralidad de su época, particularmente marcada por la popularidad del existencialismo. Sus planteamientos valen la pena por lo que rechazan y por lo que sugieren.

El punto de vista que sostengo ofrece un relato más satisfactorio de la libertad humana que el del existencialismo. (…)Característico de todos [los existencialistas] es la identificación de la verdadera persona con la voluntad de elección vacía; y el correspondiente énfasis en la idea de movimiento más que en la de visión. LA IDEA DE PERFECCIÓN

[En] el existencialismo (…) una forma de vida auténtica se presenta como alcanzable mediante la inteligencia y la fuerza de voluntad. La atmósfera es estimulante y suele producir autosatisfacción en el lector, que se siente de pronto un miembro de la élite, interpelado por otro. El desprecio por la vulgar condición humana y la seguridad de la salvación personal salvan al escritor de un pesimismo real. Su melancolía es superficial y encierra euforia. (…)Tales actitudes contrastan con las imágenes evanescentes de la teología cristiana que representaban el bien casi como una dificultad imposible y el pecado casi como insuperable, y ciertamente como una condición universal. DE DIOS Y DEL BIEN

  ¿Cuál es entonces la propuesta ética de Iris Murdoch y en qué medida puede ser hoy significativa? Para empezar, Murdoch desconfía del intelectualismo existencial y centra más el comportamiento moral en las emociones de benevolencia. Esta distinción vendría de muy atrás.

Kant (…) no reconoció oficialmente a las emociones como parte de la estructura de la moral. Cuando habla del amor distingue entre el amor práctico que es una acción racional y el amor patológico que es una mera cuestión de sentimiento. Quiere separar la cálida y turbulenta psique empírica de las limpias operaciones de la razón. De todos modos,  (…) concede un lugar subalterno a una emoción particular, la de Achtung o respeto por la ley moral. Esta emoción es un tipo de orgullo doliente que acompaña, aunque no motiva, el reconocimiento del deber. Se trata de una verdadera experiencia de libertad (parecida al Angst existencialista), la constatación de que, aunque nos veamos sacudidos por pasiones, somos también capaces de llevar una conducta racional. (…) Vivimos lo Sublime cuando nos enfrentamos a la espantosa contingencia de la naturaleza y del destino humano y volvemos a nosotros mismos con un orgulloso estremecimiento de poder racional. LA SOBERANÍA DEL BIEN SOBRE OTROS CONCEPTOS

   La concepción de la emotividad en el moralismo clásico siempre nos recuerda un poco a los estoicos, que a su vez fueron inspirados por el budismo: la buena vida es la del que contiene sus emociones. Pero contamos con la experiencia de que los grandes avances morales se produjeron cuando el cristianismo, altamente emocional, reemplazó al austero estoicismo

  Si buscamos una moralidad más entusiasta, más próxima a la acción benevolente que genere confianza, unión y armonía entre las personas (¿Amor?), entonces se hace oportuno el señalamiento de la necesidad de establecer un ideal de “Bien” equiparable a la antigua divinidad moral cristiana como inspiración motivadora.

Si alguien dijera, «¿Crees entonces que la idea del Bien existe?», contestaría, «No, no de la manera en que la gente creía que Dios existía». Lo único que uno puede hacer es apelar a algunas áreas de experiencia, señalando ciertos rasgos, utilizando metáforas adecuadas e inventando conceptos plausibles donde sea necesario con el fin de visibilizar esos rasgos. DE DIOS Y DEL BIEN

El Bien está relacionado con el esfuerzo por ver el no yo, por ver y responder al mundo real a la luz de una conciencia virtuosa. Este es el significado no metafísico de la idea de trascendencia al que los filósofos se han remitido sin cesar en sus explicaciones del bien. Que «el Bien es una realidad trascendente» significa que la virtud es un intento por rasgar el velo de la conciencia egoísta y unirse al mundo tal y como es. LA SOBERANÍA DEL BIEN SOBRE OTROS CONCEPTOS

  La lucidez de Murdoch se encuentra en que es capaz de comprender que la motivación emocional de la moralidad depende de la interiorización de simbolismos: visibilizar rasgos y crear conceptos plausibles –el Bien, el Amor- puede llegar a ser tan útil para el avance moral como la invención de un Dios justo y perfecto lo fue. La trascendencia implica un avance hacia la comunidad prosocial (donde el individuo no es disminuido, sino enriquecido por la acción de los otros) pero no es fácil que simbolismos abstractos originados en la especulación racional alcancen el efecto psicológico que para los cristianos tuvo la idea de Dios. Murdoch nos muestra la actitud generalizada al respecto de los intelectuales de su época.

El Bien, incluso como ficción, no es probable que inspire o que sea comprensible a más que un reducido número de gente con mentalidad mística que, reacios a descartar a Dios, camuflan su imagen con el «Bien» para mantener así algún tipo de esperanza. La imagen no es sólo puramente imaginaria, es que ni siquiera va a ser eficaz. Es mucho mejor confiar en ideas utilitarias y existencialistas, simples y populares, añadirles un poco de psicología empírica y quizá algo de marxismo docto, para tratar de que la raza humana vaya tirando. El sentido común empírico y cotidiano debe tener la última palabra. Todo vocabulario ético especializado es falso. Es mejor olvidarse de la vieja y seria búsqueda metafísica, igual que del concepto pasado de moda de Dios padre. DE DIOS Y DEL BIEN

  Pero si el “Bien” no puede sustituir a Dios, difícilmente podrá hacerlo el “sentido común” ni el marxismo ya que el ideal moral, para ser efectivo psicológicamente, debe implicar la idea de perfección y un cierto modelo de convivencia humana afectiva. Sin duda la metafísica merece ser olvidada, pero nos convendría un simbolismo moralista con fuerte valor emotivo que nos afirme en la benevolencia  y nos libre de la peligrosa arbitrariedad del intelectualismo (con su elitismo y sus ideologías totalitarias).

A Kant le impresionaban especialmente los peligros de la obediencia ciega a una persona o a una institución. Pero existen (como la historia del existencialismo demuestra) por lo menos los mismos peligros en la idea ambigua de encontrar lo ideal en el interior de uno mismo. LA IDEA DE PERFECCIÓN

  Se trata, en suma, de un problema práctico teniendo en cuenta cuál es la naturaleza psicológica de nuestras inclinaciones morales.

Uno de los principales problemas de la filosofía moral podría ser formulado así: ¿existen técnicas para la purificación y reorientación de una energía que es naturalmente egoísta, de tal manera que cuando lleguen los momentos de elección estemos seguros de actuar con corrección? DE DIOS Y DEL BIEN

   El amor, como simbolismo moral, no podrá existir hasta que se consolide culturalmente. Hasta entonces, no es más que un vago referente incapaz de ofrecer una alternativa vital al hombre común, que no es intelectual pero sí receptivo a la sabiduría humanista. Para que cada individuo pueda convertirse en agente racional autónomo sensible a las elecciones morales debe estar emocionalmente motivado en un sentido que sea compatible con la armonía. El amor y la perfección suponen ideales imprescindibles porque son capaces de conmovernos.

El amor es el nombre genérico de la calidad de la adhesión y es susceptible de una degradación infinita, al tiempo que es la fuente de nuestros más grandes errores, pero cuando está refinado, aunque sea parcialmente, constituye la energía y la pasión del alma en busca del Bien, la fuerza que nos vincula al Bien y que nos une al mundo a través del Bien. Su existencia es la señal inequívoca de que somos criaturas espirituales, atraídos por la excelencia y hechas para el Bien. LA SOBERANÍA DEL BIEN SOBRE OTROS CONCEPTOS

¿Qué ocurre con el mandamiento «Sed, pues, vosotros perfectos?» ¿No sería más delicado decir «mejorad, pues, vosotros ligeramente»? Algunos psicólogos nos advierten de que si tenemos el listón muy alto podemos volvernos neuróticos. Tengo para mí que la idea de amor surge sin remedio en este contexto. La idea de perfección nos conmueve y probablemente nos cambia (como artistas, trabajadores, agentes) porque inspira amor en nuestra parte más noble. Uno no puede sentir amor puro por un patrón moral mediocre, de la misma manera que no puede sentirlo tampoco por la obra de un artista mediocre. La idea de perfección es también un productor natural de orden. DE DIOS Y DEL BIEN

  Los ideales morales son los que determinan toda moral. La moral es un ”programa de máximos” pues de lo contrario carecería de fuerza emotiva. Una moralidad meramente instrumental y pragmática resulta ineficaz.

¿Qué significa, para alguien que no es creyente ni una especie de místico, aprehender alguna forma separada de bondad bajo los múltiples ejemplos de buena conducta?  DE DIOS Y DEL BIEN

Es (…) un hecho psicológico –relevante para la filosofía moral– que todos nosotros podamos recibir ayuda moral concentrando nuestra atención en cosas valiosas como la gente virtuosa, el gran arte e incluso (…) la idea del bien en sí misma. Los seres humanos están naturalmente apegados, y cuando un apego resulta doloroso o nocivo es desplazado casi de inmediato por otro que un esfuerzo de atención puede estimular. DE DIOS Y DEL BIEN

  La moralidad debe existir simbólicamente como el Dios y el Jesús cristiano llegaron a existir. Hoy por hoy, no es lo mismo creer en seres sobrenaturales que creer en el poder emotivo e intelectual de los símbolos morales, pero una concepción racional de la sociedad humana nos aporta muchas ventajas sobre la concepción de las viejas tradiciones religiosas. Lo que nos falta es un mecanismo psicológico asentado en una simbología emocional y cognitiva de impacto que tome una forma cultural capaz de incitarnos moralmente a actuar con benevolencia de forma racional y a gran escala. 

   Por ejemplo, ¿y si la “gente virtuosa” convirtiese su estilo de vida en algo así como una obra de arte, con el propósito explícito de dar una forma simbólica al Bien –amor y perfección- de modo que pudiera ser asimilada universalmente? Monjes y puritanos buscaron la perfección moral subordinándola –indebidamente- a tradiciones acerca de lo sobrenatural. Supongamos que nuevos monjes y puritanos, personalmente motivados para actuar en el sentido de la perfección moral y lo suficientemente honestos para rechazar las antiguas tradiciones de lo sobrenatural, tuvieran como objetivo no solo experimentar la perfección por su propio provecho –motivación personal- sino también por el bien común, conscientes de que el Bien solo puede llegar a existir como trascendencia si toma una forma real –simbólica, cultural- asequible a todo aquel que albergue inquietudes morales.

Lectura de “La soberanía del bien” en Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. 2019; traducción de Andreu Jaume