sábado, 25 de noviembre de 2023

“La masa enfurecida”, 2019. Douglas Murray

  El escritor y periodista Douglas Murray escribe un libro combativo contra lo que parece una moda peligrosa en las costumbres -¿o ideología?- que podría haber surgido a mediados de la década del 2000, extendiéndose desde los medios universitarios anglosajones. Una ola de intolerancia a favor de una determinada visión de la justicia social.

La interpretación del mundo a través de las lentes de la “justicia social”, “política de identidad de grupo” e “interseccionalismo” es probablemente el esfuerzo más audaz y comprensivo desde el fin de la guerra fría en crear una nueva ideología (Introducción)

Este libro se ha centrado en cuatro de las cuestiones más consistentemente aparecidas en nuestras sociedades: cuestiones que no se han convertido solo en tema de noticia diaria, sino en la base de un movimiento completo de moralidad societaria. Defender la situación de las mujeres, los gais, gente de diferentes entornos raciales y la de los trans se ha convertido no solo en una forma de demostrar compasión sino una demostración de una forma de moralidad. Se trata de cómo practicamos esta nueva religión. Luchar por estas cuestiones y ensalzar su causa se ha convertido en una forma de mostrar que eres una buena persona (Conclusión)

  Un movimiento completo de moralidad societaria. Centrado en la denuncia de una ideología supremacista que sería la de las clases superiores blancas y masculinas opuestas a la diversidad racial y las reivindicaciones de género sexual diverso. Todo esto tendría su origen en la evolución del pensamiento izquierdista a finales del siglo XX, y con tal origen, su movimiento sucesorio no puede sino resultar de lo más sospechoso.

En público y en privado, online u offline, la gente se está comportando de forma que es cada vez más irracional, enfebrecida, borreguil y simplemente desagradable (…) El origen de esta condición raramente se reconoce. Se trata del simple hecho de que hemos estado viviendo a través de un periodo de más de un cuarto de siglo en el cual todas nuestras grandes narrativas han colapsado. Una por una, las narrativas han sido refutadas, se han hecho impopulares de defender o imposibles de sostener. Las explicaciones para nuestra existencia que solían ser proporcionadas por la religión desaparecieron primero, del siglo XIX en adelante. Entonces, a lo largo del siglo pasado las esperanzas seculares mantenidas por las ideologías políticas comenzaron a seguir el destino de la religión. Al final del siglo XX hemos entrado en la era posmoderna. Una era que se define por su desconfianza contra todas las grandes narrativas. Sin embargo (…) la naturaleza aborrece el vacío y en el vacío posmoderno han comenzado a deslizarse nuevas ideas con la intención de proporcionar explicaciones y significados por su cuenta. (Introducción)

[La] interseccionalidad (…) es una invitación a pasar el resto de nuestras vidas intentando solucionar cada afirmación de identidad y vulnerabilidad en nosotros mismos y los demás, y organizarlos mediante cualquier sistema de justicia emergente de la perpetuamente móvil jerarquía que denunciamos. Es un sistema que no solo es inviable sino demencial, que hace exigencias que son imposibles hacia fines inalcanzables (Introducción)

  Ciertamente, esta forma de ir contra todas las grandes narrativas en particular nos muestra una nueva narrativa bastante precisa pero intolerante ante sus oponentes. Intolerancia que, según Murray, se demuestra por su voluntario oscurantismo que ayuda a cerrar toda discusión.

Los que sustentan las ideologías de justicia social e interseccionalidad tienen en común que su trabajo es ilegible. Sus escritos tiene un estilo deliberadamente obstructivo empleado cuando alguien o bien no tiene nada que decir o necesita ocultar el hecho de que lo que dice es incierto (Capítulo 1)

   Para Murray es evidente que muchas de las aserciones de la nueva narrativa que va contra todas las narrativas son bastante inasumibles.

Nuestras sociedades se han hundido en el espejismo de que las diferencias biológicas –incluidas las diferencias de aptitud- pueden ser desplazadas, negadas o ignoradas. Un proceso similar ha sucedido en las diferencias sociales (Capítulo 2)

  El antirracismo se vuelve entonces en una especie de racismo al revés, donde el origen racial determina un rechazo social parecido a como sucedía en países marxistas como Rusia o China con los orígenes de clase.

Ya que todo ha sido establecido por una estructura de hegemonía blanca cada cosa en esa estructura está creada con implícito o explícito racismo, y en consecuencia cada aspecto separado de ello debe ser excluido (Capítulo 3)

   La intolerancia lleva incluso a dictaminar que

[La] diversidad de pensamiento es solo un eufemismo por “supremacía blanca” (Capítulo 3)

   Lo que nos comunica una intolerancia total por parte del nuevo estilo ideológico de pensamiento: no se admite diversidad fuera del nuevo relato “que va contra todos los relatos”.

   De la cuestión racial se pasa a la del género.

El problema en el presente no es la disparidad, sino la certeza –la certeza espuria con la cual una cuestión increíblemente compleja [la cuestión trans] se presenta como si fuera la cosa más clara y mejor comprendía imaginable (Capítulo 4)

El objetivo de los que hacen campaña por la justicia social ha sido consistentemente tomar a cada uno –gais, mujeres, razas, trans- que puedan presentar como una agresión a los derechos y presentar su caso de la forma más incendiaria. Su deseo no es curar sino dividir, no aplacar sino inflamar, no apagar el fuego sino iniciarlo. En esto puede ser vista la subestructura marxista. Si no puedes dominar una sociedad –o pretender regirla, o intentar regirla y hacer colapsar todo- entonces puedes hacer algo diferente: en una sociedad que está pendiente de sus errores y que sin embargo, como imperfecta, queda como una mejor opción que cualquier otra cosa que se ofrezca, debes sembrar duda, división, animosidad y miedo. Más efectivamente, puedes intentar hacer que la gente dude de absolutamente todo. Hacerles dudar de si la sociedad en la que viven es buena en absoluto. Hacerles dudar de si la gente realmente recibe un buen trato. Hacerles dudar sobre si existen agrupaciones como hombres o mujeres. Hacerles dudar sobre casi cualquier cosa. Y entonces te presentas como el que tiene las respuestas: el grandioso y amplio conjunto de respuestas que te lleva a algún lugar perfecto (Conclusión)

  Con todo, como siempre, las críticas de Murray y otros autores por el estilo se exceden al negar una determinada ideología que, con sus errores, también tiene cosas que aportar a un mundo que lucha por el avance moral y que, inevitablemente, necesita nuevas ideologías, a la vista de que las anteriores (el socialismo, el liberalismo) no han aportado el resultado esperado.

¿Cómo se puede reconciliar la información de que las mujeres deben ser siempre creídas con el hecho de que hay industrias enteras cuyo objetivo es ayudar a las mujeres a engañar a los hombres? (Capítulo 2)

  ¡Aquí está refiriéndose a la cosmética y a la moda!

A una mujer debe permitírsele ser tan sexy y sexual como desee, pero esto no quiere decir que pueda ser sexualizada. Sexy pero no sexualizada. Es una exigencia imposible (Capítulo 2)

  Esto son opiniones necias, no menos necias que anécdotas como las que relata Murray de un vendedor de comida mexicana que es denigrado por no ser mexicano y estar por tanto robando la identidad racial ajena.

  Tampoco es exacta esta defensa de los personajes del pasado hoy discutidos:

La gente solo piensa que ellos habrían actuado mejor en la historia porque saben cómo acabó la historia. La gente que ha participado en la historia no tenía y no tiene ese lujo. Ellos tomaron buenas o malas elecciones en sus tiempos y lugares en los que estaban, dadas las situaciones en las que ellos se encontraron (Capítulo 3)

  No podemos aceptar como modelos morales individuos que no defendían los ideales morales alcanzados hoy, por mucho que sus elecciones correspondiesen a las situaciones en las que ellos se encontraron. Deben ser evaluados justamente desde la perspectiva histórica, pero eso no niega que sea correcto que hoy se retiren en Estados Unidos, por ejemplo, las estatuas del general Lee, o que cualquier presentación de la obra de Kipling recuerde su imperialismo.

  Ahora bien, y esto no lo menciona Murray, muchos influyentes autores de izquierda merecerían ser igualmente reprobados. En las novelas de García Márquez hay numerosas incitaciones a la pederastia (niñas que gozan siendo violadas por adultos), Pasolini abusó de niños cuando fue maestro rural y en novelas de Julio Cortázar se exalta la violación. Es rarísimo que alguien de los que promueven el relato de justicia social recuerde tales cosas. O que denuncie la dictadura de Cuba.

  Esto contrasta con el trato que se da en medios intelectuales a aquellos que reconocen haber cometido errores de juicio moral en el pasado –es decir, no haber estado en su momento lo suficientemente avanzados moralmente-.

Hemos creado un mundo en el cual el perdón se ha convertido en algo casi imposible (…) Hoy parecemos vivir en un mundo donde las acciones pueden tener consecuencias que nunca podríamos haber imaginado, donde la culpa y la vergüenza están más a mano que nunca, y donde no tenemos medio alguno de redención (Capítulo 3)

  Según algunas sensibilidades, los nuevos moralistas de la justicia social están constantemente escarbando en el pasado de las personalidades públicas para detectar sus errores pasados y así clasificarlos como enemigos. Un señalamiento que parece inevitablemente vinculado a una agresividad bastante pronunciada y poco prometedora para una sociedad mejor.

Lectura de “The Madness of Crowds” en Bloomsbury Publishing   2019; traducción de idea21

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