domingo, 5 de julio de 2020

“La paradoja de la bondad”, 2019. Richard Wrangham

Comparados con otros primates, practicamos niveles excepcionalmente bajos de violencia en nuestras vidas cotidianas y sin embargo alcanzamos promedios de muertes violentas excepcionalmente altos en nuestras guerras. Esta discrepancia es la paradoja de la bondad (Capítulo 1)

Algunas especies animales son relativamente no competitivas, algunas relativamente agresivas, algunas las dos cosas y otras ninguna de ellas. La combinación que hace extraños a los humanos es que somos a la vez intensamente calmos en nuestras interacciones sociales cotidianas y sin embargo en algunas circunstancias somos tan agresivos que hasta podemos matar. (Introducción)

Tenemos una baja propensión a la agresión reactiva y una alta propensión a la agresión proactiva (Capítulo 13)

  Para el eminente primatólogo Richard Wrangham, al hacerse la distinción entre “agresión reactiva” –la que se hace como consecuencia de no reprimir la ira- y “agresión proactiva” –la que es fruto de una deliberación con un interés particular-, resulta que somos muy capaces de reprimir nuestra ira y a la vez muy capaces de urdir conspiraciones letales para nuestros semejantes.

   Somos hoy más pacíficos que en el pasado, y de hecho no tenemos aún límite a la vista en lo que se refiere a nuestra capacidad para ser pacíficos. Wrangham considera que esta peculiar naturaleza  propensa a la vida pacífica es consecuencia de un largo proceso de autodomesticación… que a su vez solo ha podido realizarse mediante acciones agresivas conspirativas –ejecuciones- contra los que llamaríamos “elementos antisociales”.

La hipótesis de la ejecución (…) propone que la selección contra la agresividad y a favor de una mayor docilidad llegó de la ejecución de los individuos más antisociales (Capítulo 7)

La ejecución de los machos alfa seleccionó en contra de la agresión reactiva (Capítulo 8)

Es la agresión proactiva en coalición lo que hace que nuestra especie y sociedad sea realmente inusual. Entre nuestros antepasados, la violencia proactiva en coalición dirigida a miembros de su propio grupo social nos permitió la autodomesticación y la evolución del sentido moral. (Capítulo 12)

  En este caso no es el entorno de la especie, según el típico modelo darwiniano, el que selecciona a los más o menos aptos –los mejores cazadores, las hembras que generan las crías más robustas…-, sino que es la misma iniciativa concertada del grupo –agresión proactiva- la que en nuestro remoto pasado como especie seleccionó –para eliminarlos- a los machos alfa. A diferencia de chimpancés o gorilas, en el Homo Sapiens no hay “macho alfa”. Este proceso de eliminación gradual, a lo largo de cientos y miles de generaciones, habría tenido nuestra autodomesticación como resultado y, con ello, una peculiar forma de vida en sociedad.

Los individuos simios y otros primates se hacen alfa al derrotar de forma concluyente al alfa previo en una lucha física. Entre los cazadores-recolectores nómadas que siguen normas sociales, por el contrario, no hay luchas y no hay equivalente de un varón alfa (Capítulo 8)

El igualitarismo, que es un rasgo tan especial de relación entre los hombres cazadores-recolectores, estaba centrado en los cinco a diez hombres casados dentro de una banda (Capítulo 8)

    Entre los gorilas, solo hay un macho alfa y su harén de hembras. Entre los chimpancés, hay un macho alfa en permanente conflicto con sus segundos y terceros. Y entre los peculiares bonobos

La psicología del bonobo ha evolucionado hasta el punto que los machos muestran menos interés en dominar a otros, sean machos o hembras, de lo que muestran los chimpancés. La cuestión entonces es por qué, a lo largo del tiempo evolutivo, los machos con proclividades más amables y menos agresivas tendían a tener un mayor éxito reproductivo (Capítulo 5)

  Y la respuesta es muy original:  son las hembras bonobo las que actúan en coalición para controlar –y a la larga eliminar-  a los machos alfa, cuando menos, seleccionando a los machos menos agresivos para la reproducción.

  Así pues, todo tiene cierta lógica: Homo sapiens eliminó, gracias a su capacidad conspirativa –facilitada por el lenguaje y una mayor inteligencia-, a los machos alfa y permitió así una vida comunitaria más pacífica. Generó una autodomesticación debido a que se heredaban las características individuales de una menor agresividad: los machos alfa no dejaron descendencia.  Por supuesto, la agresión en buena medida eliminada que caracteriza al macho alfa es la de tipo reactivo, la ira mostrada de forma inmediata.

La agresión proactiva, planeada, puede ser seleccionada positivamente incluso cuando la agresión reactiva, emocional, ha sido suprimida evolutivamente. Los humanos pueden en consecuencia usar un poder abrumador para matar a un oponente seleccionado. Esta habilidad única es transformadora. Ha llevado nuestras sociedades a desarrollar relaciones sociales jerárquicas que son mucho más despóticas que las de otras especies (Introducción)

   El despotismo de una jerarquía organizada es muy diferente a la tosca matonería del macho alfa. Se trata del despotismo político que permitió la puesta en marcha de las grandes civilizaciones: clases dirigentes muy especializadas, muy bien organizadas –también militarmente- y clases serviles poco conflictivas, laboriosas y complejas. Por supuesto, para que saliera adelante esta solución se requería una inteligencia que está más allá de la capacidad de los grandes simios. Así como debía de estar también más allá de la capacidad de nuestros ancestros “intermedios”, como el Homo erectus.

Tenemos formas características de sociedad. En ninguna parte las personas viven en tropa, como los babuinos, o en harenes aislados, como los gorilas, o en comunidades del todo promiscuas, como los chimpancés o bonobos. Las sociedades humanas consisten en familias dentro de grupos que son parte de comunidades mayores (Introducción)

   Las comunidades humanas también han dependido de su gran tamaño, consecuencia del éxito económico. Y en sociedades de gran tamaño, la “agresión proactiva en coalición” lleva inevitablemente a la guerra.

Una población [humana primitiva] (…) desarrolló una capacidad para recolectar y cazar tan buena que sus recursos de comida se hicieron más productivos. La población creció de forma natural hasta el punto en que hubo competición acerca del suministro de comida y pronto los grupos comenzaron a luchar por los mejores territorios. El éxito en la guerra se hizo imperativo. Los grupos se aliaron unos con otros, dando lugar a sociedades más grandes del tipo de las que forman los cazadores-recolectores de hoy.  (Capítulo 6)

  Este relato de constante disputa por recursos escasos parece un tanto truculento. De hecho, Richard Wrangham se declara totalmente “hobbesiano”: la civilización, mediante la violencia organizada, ha reprimido nuestra capacidad espontánea para una desastrosa y constante violencia desorganizada entre grupos.

Los grupos e individuos siempre estarán interesados en buscar el poder (Capítulo 13)

Destruye las antiguas instituciones sin reemplazarlas y la violencia aparecerá de forma predecible. Los hombres rápidamente usarán alianzas para competir por el dominio: aparecerán milicias que lucharán. Los grupos de varones pueden confiar en su fuerza física de agresión proactiva en coalición para dominar en la esfera pública. La historia y la antropología evolutiva cuentan la misma triste historia (Capítulo 13)

  El hobbesianismo además lleva a un estado de guerra constante de tipo "guerra preventiva" (atacar por temor a ser atacados). Sucede así también entre nuestros primos los chimpancés.

Cuando el territorio ocupado por una comunidad [de chimpancés] se incrementa en tamaño, los miembros de la comunidad se alimentan mejor, crecen más rápido y sobreviven mejor. Mata algunos vecinos, expande el territorio, consigue más comida, ten más bebés –y estarás más seguro, ya que hay menos vecinos que puedan atacarte- (Capítulo 11)

  El punto de vista opuesto era el rousseaunianismo, que básicamente es la visión del socialismo en todas sus versiones: nuestra naturaleza es pacífica (lo fue en el comienzo de los tiempos) pero la civilización la corrompe. En la prehistoria, no habría existido la guerra entre grupos.

La afirmación de que los grupos de cazadores-recolectores antes de la revolución agrícola tenían habitualmente relaciones pacíficas y podían moverse a tierras no ocupadas y ricas en recursos es implausible (Capítulo 11)

  Ahora bien, la visión de nuestra naturaleza violenta también tiene una lectura optimista. Para empezar, la pasada autodomesticación –posible solo mediante la violenta eliminación de los machos alfa dentro de cada grupo- nos permite desarrollar nuestras capacidades para una cooperación más pacífica –más eficiente- y no solo para hacer mejor la guerra al vecino. De hecho, las guerras las ganan las sociedades que internamente están mejor cohesionadas y son más cívicas (Roma, China, el Imperio Británico...).

  Además, podemos utilizar formas de coacción mucho más sutiles. Si liquidar al macho alfa implica liquidar determinadas características agresivas del individuo que son perjudiciales para el bien de la mayoría –es decir, tendencias antisociales- una consecuencia de ello es que en adelante los individuos buscarán labrarse una buena reputación de prosocialidad para minimizar la posibilidad de ser condenados. La búsqueda del estatus, la dependencia de la constante evaluación crítica del entorno –chismorreos y conspiraciones-, todo esto ha llevado a la interiorización psicológica del sentido moral: actuamos preocupados en todo momento por no cometer errores, por no ser juzgados como antisociales. El primer paso, evidentemente, es no mostrar un comportamiento airado, brutal; es decir, no mostrar “agresión reactiva”.

Nuestra tolerancia social viene de que tengamos una relativamente baja tendencia a la agresión reactiva (Prefacio)

  Pero también nos conviene mostrar un comportamiento inocuo y cooperativo.

La docilidad debería ser considerada como fundacional de la humanidad, no solo porque es inusual, sino porque parece probable que sea una precondición vital para una cooperación avanzada y para el aprendizaje social (Capítulo 6)

Tres rasgos del Homo sapiens nos capacitan para acumular (…) habilidades culturales: somos altamente inteligentes, somos altamente cooperativos y destacamos en aprender de otros –el llamado aprendizaje social (Capítulo 6)

  Wrangham parece que olvida señalar -aunque nada en su concepción lo contradice- que el control de la antisocialidad puede ser todavía más incruento que el chismorreo o corrección cotidiana por parte de quienes nos rodean. Supongamos que, en efecto, se comenzó liquidando a los machos alfa para atenuar la violencia dentro del grupo –la agresión reactiva, colérica, “en caliente”-; pero después se procedió a atenuar la violencia proactiva dentro del grupo –las intrigas por la lucha por el poder, no ya la mera reacción colérica-; más adelante, y siempre buscando una cooperación cada vez más productiva y eficaz, se trataría de evitar el uso de un control cruento… y ahí entraría la promoción de la reputación, el promover que cada cual se gane una “buena fama” por sus virtudes cívicas. Más allá están los mecanismos psicológicos de interiorización de pautas de conducta prosocial (“conciencia” o mera repugnancia a obrar mal): el hecho de que, en un entorno cada vez más pacífico, los individuos requieren menos del control represivo de los otros y más del propio autocontrol moral. La búsqueda de una buena reputación ya no es premeditada, sino automatizada por el hábito que hemos asimilado en nuestro inconsciente.

  De “comportarnos bien” pasamos a “ser buenos”… la mejor garantía de que vamos a comportarnos bien. Nuestra motivación ha cambiado. Ya no obramos prosocialmente solo para que los demás tengan buena opinión de nosotros; lo hacemos “porque sí”. El ejemplo más habitual es el del cliente de un restaurante que deja buenas propinas en una ciudad a la que sabe que jamás va a volver. Pero también el “amar a los enemigos”… porque si tu moralidad interiorizada te lleva hasta a amar a los enemigos… tanto más amarás a los amigos.

    Esto no es tan sorprendente, porque ya sucede en otros mamíferos que los comportamientos agresivos se disparan o se reprimen no dependiendo directamente de las motivaciones que juzgaríamos más lógicas.

Escasez de espacio, más que escasez de comida, predice la agresión entre manadas [de lobos] (Capítulo 11)

  Es decir, aunque la agresión evolutivamente obedece a disputar los recursos, en la vivencia de la conducta animal se reacciona en base a un estímulo indirecto. Si falta espacio es probable que falten recursos. Así que basta con que falte espacio para que se desate la agresión… aunque muy bien suceda que la falta de espacio no se corresponda con la falta de recursos. De forma parecida, las reacciones humanas pueden depender de estímulos que no son directamente los que promovieron el cambio evolutivo: el comportamiento prosocial, tan conveniente, puede ser aceptado incluso muy íntimamente por motivaciones emocionales que nada tienen que ver, a primera vista, con nuestra conveniencia material, como en el caso de las propinas en el restaurante de la ciudad a la que nunca volveremos.

  Un comportamiento humano antisocial es reprimido por el sujeto no porque el individuo tema directamente ser agredido, rechazado o denigrado, sino por una adaptación a un determinado estilo de vida. Ya no necesitamos matar al macho alfa porque la evolución ha acabado con tal estructura social, tal vez pronto no necesitaremos tampoco organizar guerras contra grupos que compitan con nosotros –porque los recursos ahora son en potencia inmensos- y tal vez algún día no necesitaremos conspirar, asignar reputaciones o denigrar.

  Un comportamiento altruista parece a primera vista muy poco práctico… pero sería el más productivo, pues una “comunidad de santos”, donde el comportamiento prosocial surgiría espontáneamente por haber interiorizado sus pautas cada individuo, nos dará siempre las mayores garantías de confianza y cooperación efectiva.

Lectura de “The Goodness Paradox” en Pantheon Books 2019; traducción de idea21

1 comentario:

  1. Idea de por demás revolucionaria, "tierra a la tierra seremos", el bien y el mal solo instintos de conservación, tala todo aquello de los mitos que solo somos títeres sumisos a extrañas fuerzas de otros dimensionales lugares, nuestro raciocinio a sido ofuscado por los hacedores de catequesis educativas en la violencia, el mejor extracto de las religiones con sus Dantes "Profetas de la esperanza" según lo infalible doctrinales de pontífices, Divina comedia dibujada en la fe obediente de los fieles en este caso el cristianismo, telón a los ritos de la sextina de los pontífices.

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