miércoles, 15 de febrero de 2023

“Posesión”, 2019. Bruce Hood

   Aunque no es el único factor de desigualdad entre los seres humanos, siempre se ha señalado la propiedad como el marcador más evidente de la diferencia entre personas dentro del mismo grupo social. “La propiedad es el robo”, escribió el célebre Proudhon.

La cuestión central de [este libro es]: ¿por qué queremos más de lo que necesitamos? (Capítulo 4)

  Según nos cuenta el psicólogo Bruce Hood, no parece que nuestro deseo de poseer tenga como motivación original el determinar nuestra superioridad sobre otros.

La urgencia de poseer procede de un impulso primitivo para controlar el mundo físico en torno a nosotros (Capítulo 3)

  Poseer es una forma de ser, y esto ya lo viven los niños más pequeños, guiados por los mismos instintos que luego los convertirán en sujetos racionales –y que también pueden llegar a ser prosociales, es decir, sujetos empáticos, altruistas y dignos de confianza-.

La propiedad representa una extensión del concepto del yo (…) Nuestra identidad es socialmente construida y eso incluye nuestra actitud hacia la propiedad (Capítulo 3)

  La Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce el derecho a la propiedad en su artículo 17. Necesitamos poseer como necesitamos ser libres y la afección de la familia. Además, entre los humanos, parece que el respeto a la propiedad ajena supone un instinto de solidaridad social, lo que también podemos interpretar como un respeto a la subjetividad del que se desarrolla como persona mediante, entre otras cualidades propias, el apego a la posesión. En su origen, el apego a la propiedad bien pudo estar relacionado con la misma subsistencia.

[A pesar de que la] oportunidad para el castigo a terceros sobre la propiedad de comida ha sido establecida, los chimpancés no ayudan a otros sino que solo defienden o toman represalias contra el robo de su propia comida. En contraste, desde una edad temprana, los niños humanos intervendrán para proteger la propiedad de otros (Capítulo 2)

  Respetamos la propiedad, también la ajena, porque carecer de ella puede simplemente hacernos imposible vivir. En el desarrollo humano propio de nuestra complejidad cognitiva, más allá de la mera subsistencia, la posesión da lugar a una valiosa forma de apego, de íntima socialización.

La propiedad psicológica (…) se origina de ver una conexión personal con tu propiedad (Capítulo 3)

  En el caso de los “objetos transicionales” de los niños, se trata de sostener de forma sustitutiva la mera proximidad física o la proximidad percibida con respecto a la madre.

Cuando los niños son separados de sus madres para dormir, tienen que establecer una rutina y estas posesiones se convierten en conexiones clave (Capítulo 3)

Muchos estiman el número de niños occidentales que forman apego emocional a juguetes blandos y mantas en alrededor del 60%   (Capítulo 3)

  En el despertar de la existencia, el “objeto transicional” se convierte en una especie de exclusa desde la privacidad cerrada del yo único a la feliz sociabilidad de la comunidad de confianza –familia y sus versiones extendidas posibles-. Poseer es la manifestación material de la existencia fuera de uno mismo y esta dimensión externa del “yo” se manifiesta como una fórmula de apego en cierto modo más manejable –una muñeca o una manta no va a dañarnos- pero que también implica una enseñanza útil para iniciarnos en la vida social. El apego a las posesiones se mantendrá en etapas vitales diferentes y con toda variedad de efectos.

Probablemente la forma más excesiva de apego emocional a los objetos se encuentra entre los coleccionistas. Los coleccionistas han invertido emocionalmente en sus colecciones (Capítulo 6)

  Una vez establecido esto, nos encontramos con el fenómeno de la propiedad privada como peligrosa perversión antisocial en la medida en que la acumulación de propiedades se enmarca en la competitividad por la supremacía.

A medida que hicimos la transición a las sociedades agrarias, los humanos comenzaron a producir excedentes de recursos que podían ser almacenados o robados. Es entonces cuando la propiedad se hizo crucialmente importante. (Capítulo 2)

El consumo y señalamiento conspicuo son formas de competir con otros. Compramos bienes lujosos para señalar nuestro estatus (Capítulo 5)

El consumismo por mero gusto de propiedad es una preocupación humana que deberíamos abandonar como innecesaria. De la misma forma que la demanda de pieles y marfil en Occidente fue restringida por preocupaciones conservacionistas (…), los humanos pueden cambiar su comportamiento cuando se trata de consumismo (Prólogo)

  Ahora bien, igual que el deseo del varón de tener esposa se origina a partir de un impulso sexual innato y en nada inmoral, el patriarcado pone al varón de la clase superior en la tesitura de afirmar su supremacía acaparando esposas y concubinas, y dejando al varón de clase inferior con menos posibilidades de encontrar pareja sexual.

  Con la propiedad de los bienes sucedería algo parecido. Podemos diferenciar entre la posesión como disponer de los medios mínimos para la subsistencia y el apego a ciertos bienes portadores de una carga emocional prosocial –por ejemplo, los recuerdos familiares-, y la posesión como marcador de desigualdad social –antisocial-.

  La posesión antisocial puede ser corregida.  

El Giving Pledge, establecido por Bill y Melinda Gates con Warren Buffett en 2010, el cual hasta ahora incluye a 187 milmillonarios que están dispuestos a renunciar a su riqueza, es un antídoto a la visión cínica de que los humanos son incapaces de cambiar su naturaleza posesiva. Muchos de estos individuos se dan cuenta no solo de que la riqueza heredada es injusta, sino también de que incluso puede ser una maldición para sus hijos despojarlos de la motivación para la autosatisfacción y el éxito individuales (Epílogo)

  Podemos entonces también señalar cuáles son los impulsos privados de autoafirmación personal que serían realmente valiosos en una cultura prosocial y que no explotarían el impulso innato de la posesión en el sentido de la desigualdad y la supremacía.

La contemplación, meditación, mindfulness o simple reflexión proporciona breves resquicios de felicidad, porque conseguimos saborear el momento antes de que la urgencia competitiva nos posea de nuevo. Lo que necesitamos no es más cosas sino más tiempo para apreciar lo que tenemos (Epílogo)

  Vivir en un mundo donde todo se comparta en un contexto de feliz apreciación de la existencia en común supone un estimable ideal, pero para compartir las posesiones primero hay que contar con ellas.

Buscamos posesiones incluso si no las necesitamos. Hay algo profundo en nuestras mentes como si estuviéramos emocionalmente obligados a poseer. Esta es la propiedad psicológica, una experiencia emocional generada por la satisfacción de propiedad que no siempre corresponde con la propiedad legal. (Capítulo 1)

  La valoración de los objetos poseídos, el apego que generan, es dependiente de diversos factores. 

Los individuos son dados a sobrevalorar ciertos bienes, tales como posesiones personales u objetos asociados con otros individuos significativos (Capítulo 4)

   En otras ocasiones la valoración no se genera ni por motivos sentimentales –relacionales, como con la maternidad- ni por motivos de afirmación de la superioridad, sino meramente por el costo que se ha invertido en ellos.

Tanto los primeros humanos como los Neandertales enterraban a sus muertos con artefactos. Algunos de estos artículos exigieron muchos cientos de horas de esfuerzo de manufactura (Capítulo 2)

  Esto implicaría cierta competitividad y muchas posibilidades de que la posesión devenga en un marcador de superioridad: evaluar de forma objetiva las posesiones por su costo (en dinero u horas de trabajo) no es lo mismo que valorar las cosas por ser posesiones personales u objetos asociados con otros individuos significativos.    

  Nada se dice en este libro acerca de la virtud del desapego que fue muy valorada por algunos moralistas –y por místicos-, a menos que la mención a The Giving Pledge la interpretemos en ese sentido, pero está claro que la posesión, en tanto que implica una extensión de la individualidad al mundo material, solo puede ser contrarrestada por otro tipo de expresiones subjetivas más completas. Es de suponer que se trataría de reemplazar la extensión del yo a los objetos bajo nuestro control por una extensión de tipo social, las relaciones de confianza, propiamente humanas y enriquecedoras… aunque arriesgadas, pues no podemos ejercer sobre nuestros semejantes el control que ejercemos sobre las posesiones de valor.

  Un indicio de que esto podría ser así es que el consumo que tiene que ver con las relaciones sociales –“experiencias”, como invitar a los amigos a cenar, por ejemplo- parece tener efectos más gratificantes.

Comparadas con el consumo material, que tiende a ser un asunto solitario, las experiencias, por su naturaleza, tienden a ser sucesos sociales que implican a otras personas (Capítulo 5)

  La educación al desapego también es posible. La tendencia a la posesión –con sus consecuencias de competitividad- puede ser corregida por el entorno cultural al ser, lógicamente, un obstáculo para una buena vida social.

Los bebés que ofrecen objetos con más frecuencia a sus pares tienen padres que les ofrecen cosas más frecuentemente a ellos (Capítulo 3)

[En la] primera infancia (…) las jerarquías de dominio tienden a ser lo primero que emerge, con las estructuras de amistad siguiendo y las estructuras altruistas desarrollándose más tarde (Capítulo 3)

  Los cambios en el comportamiento social relativo a la propiedad son detectables en la psicología innata, como se muestra en el caso siguiente:

El juego del dictador reveló un cambio en el comportamiento altruista. Los niños de seis años en la región [donde se había producido una catástrofe] se hicieron más egoístas, compartiendo menos que antes del terremoto, mientras los niños de nueve años hicieron lo opuesto: compartieron incluso más (Capítulo 4)

  Este caso en particular se refiere a niños que vivieron en una provincia china donde había tenido lugar un grave terremoto. A diferentes edades, el efecto de la repentina precariedad –despojo de posesiones- fue diferente según el nivel cognitivo de los niños de distintas edades.

  Quizá una humanidad futura desarrolle simultáneamente la expansión de la subjetividad mediante el apego a símbolos significativos aptos para la prosocialidad –pensemos, por ejemplo, en los anillos de compromiso que los novios poseen y comparten- tanto como el desapego general a las posesiones en el sentido de no utilizar el señalamiento conspicuo ni la privacidad excluyente.

Lectura de “Possessed” en Penguin Books 2019; traducción de idea21

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