lunes, 25 de diciembre de 2023

“Pensando sobre las emociones”, 2017. Cohen y Stern (Editores)

    Los filósofos Alix Cohen y Robert Stern reúnen a diversos autores que analizan con profunda erudición la obra de famosos autores clásicos de diversas épocas acerca del valor de las emociones. Hoy las emociones son estudiadas por la psicología e incluso la neurología, pero en el pasado se abría todo tipo de cuestionamientos desde el punto de vista filosófico. Las emociones son la expresión humana más notable en nuestra vida cotidiana… aunque es verdad que los filósofos, ávidos de la sabiduría surgida de la razón, no simpatizaban siempre con la naturaleza emocional humana, demasiado próxima a la de las bestias irracionales.

Este volumen propone investigar la historia filosófica de las emociones reuniendo a importantes historiadores de filosofía y cubriendo un amplio espectro de escuelas de pensamiento y época, desde la antigua filosofía hasta el siglo veinte (p. 1)

  Un buen inicio de la exploración sería Kant, el gran racionalista.

Kant parece sugerir que el sentimiento de simpatía es una notable excepción a su supuesto ideal sin emociones (p. 172)

    Kant, racional y moralista, tiene que enfrentarse a la realidad de que hay emociones benévolas que incluso marcan un ideal. Los antiguos (Aristóteles o Aquino) pensaban que las emociones eran consecuencias perturbadoras de nuestra naturaleza que afectaban la actitud filosófica propia del hombre sabio. 

Las emociones están sujetas al mando de la razón y voluntad. No siempre serían controlables, ya que con frecuencia resisten el mando, pero en principio obedecen a la razón y pueden ser reguladas. Es por eso que somos responsables de ellas (p. 61)

  Éste era Aquino. La emoción, claramente, es enemiga de la virtud racional (y del orden supremo que Dios ofrece al hombre). Pero el hombre no debe perder la esperanza de ejercer un control suficiente sobre ellas.

  La emoción tiene tal poder perturbador porque no solo la experimenta el sujeto sino que además es intencional y por tanto agente directo en la sociedad humana. La perturbación, por tanto, llega a nivel comunitario.

Las emociones son característicamente intencionales en el sentido de que tienen un objeto (p. 12)

  Cuando, para el filósofo, todo lo intencional tendría que depender de la razón. La intención emocional fuera de control puede llevar al arrebato pasional y a otras muchas flaquezas humanas. En la lucha por la virtud, el hombre debe enfrentarse a las pasiones y a todo estímulo externo sensorial.

Los seres humanos (a diferencia de los animales) son en algunos casos incluso responsables de las emociones  sensoriales (p. 72)

  Según Ockham, yo no puedo evitar sentir placer al cometer sexo adúltero, pero puedo evitar cometer adulterio y con ello evito el placer que es una emoción puramente sensorial.

  La lucha contra la pasión es un principio de intentar racionalizar la fuente de toda emoción.

Somos incapaces de eliminar las causas de una pasión, digamos de la tristeza, afectada por fuerzas que sobrepasan las nuestras, sin embargo podemos cambiar de un estado pasivo de confusión a una emoción activa de alegría meramente comprendiendo sus causas. Esto despierta cuestiones sobre la identidad tanto de la mente que lucha para liberarse de las pasiones  como de en particular de las pasiones mismas que son definidas como confusas e inadecuadas, ideas parciales, y cuya misma forma parece depender de su confusión y inadecuación si se les considera como ideas. (p. 83)

  Todo esto empieza a cambiar en la época moderna:

Las emociones son estados complejos con rico contenido intencional, y el comportamiento emocional mantiene cierta relación inteligible con este contenido (…) Estas razones pueden, de hecho, ser centrales para la moralidad, y (…) debido a que estas razones son específicas para el ámbito de las emociones, las emociones serían nuestro medio para descubrir tales razones. (p. 185)

  Por lo tanto, no parece existir tanta contradicción entre razón y emoción. Más adelante la psicología cognitivo-conductual hará evidentes muchos mecanismos mediante los cuales el pensamiento razonado puede no solo controlar las emociones sino hasta cierto punto programarlas. Pero eso lo descubrirán los psicólogos, no los filósofos, por mucho que algunos ya lo presintieran.

Para Kant, desde el punto de vista práctico, el ejercicio de nuestras capacidades racionales y morales se experimenta como “encarnado empíricamente” (…) más que sucediendo en un mundo inaccesible atemporal. Ya que debemos vernos a nosotros mismos como seres empíricos que actúan libremente, nuestras capacidades emocionales pueden ser moralmente relevantes sin amenazar nuestra autonomía o nuestra capacidad para la agencia. (p. 180)

[Debemos] usar los sentimientos de simpatía como un medio para promover la benevolencia racional (p. 173)

Lo que parece dar la preeminencia emocional al mundo, es que la situación presenta al agente con exigencias que no puede cumplir –y su respuesta emocional (sea alegre, airada o triste) consiste en un patrón de cambios cognitivos y fisiológicos que reducen la urgencia, baja la intensidad o neutraliza la fuerza de estas exigencias-. Esta es, básicamente, el borrador de Sartre de su teoría de las emociones (p. 274)

  La naturaleza empírica del ser humano nos aleja no solo de la espiritualidad religiosa, sino también de los planteamientos esquemáticos acerca de la dicotomía racionalidad/emotividad.

El deber es cultivar la capacidad para tener sentimientos de simpatía y fortalecer los sentimientos que uno ya tiene. Este deber puede tomar un número de formas que son relativas a nuestra naturaleza y nuestras circunstancias. Algunas de ellas son negativas (refrenarse) y otros son positivos (cultivar). Por ejemplo, algunas actividades están prohibías porque dañan nuestra capacidad para la simpatía –en particular el maltrato de animales- (p. 174)

   Cultivar las emociones, educarlas, ha de ser nuestra principal tarea. Misión en buena parte cumplida en los últimos siglos por la educación religiosa, hoy ya no recibe la atención debida. El ser humano libre en la sociedad competitiva y materialista no se haya de forma alguna instigado a cultivar la simpatía y racionalizar las emociones prosociales (altruismo, amabilidad, benevolencia). Ésta es una tarea que queda para el futuro.

Lectura de “Thinking about the Emotions” en Oxford University Press 2017; traducción de idea21

viernes, 15 de diciembre de 2023

“El animal social”, 2017. Elliot Aronson

   El libro del psicólogo Elliot Aronson es ya un clásico de la divulgación cultural que comprende la mayor parte de las teorías de la psicología social, con jugosos ejemplos que han sido contrastados y a veces corregidos a lo largo de los años.

El propósito de este libro fue y sigue siendo aclarar la relevancia que la investigación psicosocial puede tener para ayudarnos a comprender y tal vez comenzar a resolver algunos de los problemas más importantes que aquejan a la sociedad contemporánea. (La historia de este libro, 2017)

Psicología Social [es] el estudio científico de las formas en que los pensamientos, sentimientos y comportamientos de las personas son influenciados por la presencia real o implícita de otros (Capítulo 1)

  Básicamente, lo que la psicología social nos enseña es que en las relaciones humanas las cosas no son siempre lo que parecen y que no siempre obedecen a la lógica más deseable para alcanzar los fines sociales a los que la mayoría aspiramos. Este libro está lleno de ejemplos de ello.

Un método que supuestamente detecta sesgos que la gente no sabe que tiene ha atraído la atención mundial. El Test de asociación implícita (TAI), (…)Mide la velocidad de las asociaciones positivas y negativas de las personas con un grupo objetivo (Capítulo 7)

  El bombazo que supuso la aparición del Test de Asociación Implícita es comparable al que produjo el Test de Coeficiente Intelectual. Ambos son ejemplos empíricos de nuestras capacidades intelectuales y sociales, quizá por eso son tan odiados y se trata de buscarles la vuelta centrándose en detalles insignificantes que probarían su inexactitud. Pero eso nunca ocultará que el ser humano social es una realidad empírica, y que esto puede aplicarse a todo tipo de fenómenos del comportamiento.

  Por ejemplo, a la división arbitraria en grupos enfrentados, tan contraria a la armonía.

Los seres humanos tienen una inclinación tan natural a dividir el mundo en nosotros y ellos que el prejuicio dentro del grupo surge incluso cuando la pertenencia al grupo se basa en diferencias que son triviales, incluso sin sentido. (Capítulo 2)

   O la tacañería cognitiva, que nos frena en el avance hacia nuevos logros.

La tendencia hacia la tacañería cognitiva significa que las primeras impresiones se forman rápidamente y perduran. (Capítulo 2)

  La heurística muchas veces sostiene los prejuicios, pero, al menos, tiene un fundamento de utilidad.

Si algo es caro, inferimos que es mejor que algo más barato. (Capítulo 2)

   Otras tendencias sociales ni siquiera tienen esa utilidad.

Si una persona pasa por una experiencia difícil o dolorosa para alcanzar alguna meta u objeto, esa meta u objeto se vuelve más atractivo, un proceso llamado Justificación del esfuerzo. (Capítulo 3)

  Fenómenos como la “reducción de la disonancia cognitiva”, la “teoría del mundo justo” o la ilógica del razonamiento social que demuestra la tarea de Wason, son más ejemplos de los problemas sociales a los que nos enfrentamos.

  ¿Por qué el ser humano social está mal hecho, albergando tales tendencias contraproducentes y aun antisociales? Pues porque no hemos sido biológicamente diseñados para vivir en civilización. Hemos sido evolutivamente diseñados para ser hombres prehistóricos, cazadores-recolectores en la sabana, viviendo en grupos de menos de ciento cincuenta individuos –número de Dunbar- y en un estado de permanente hostilidad contra los grupos extraños.

Tratar a los extraños como atacantes potenciales es una mejor manera de sobrevivir en un mundo peligroso que tratarlos como amigos. (Capítulo 7)

  Para vivir en civilización hemos necesitado de progreso moral, experiencia, sabiduría, ciencia y, finalmente, necesitamos de la psicología. Nos hace mucha falta porque los hallazgos de estos sabios profesores acaban siempre influyendo en las costumbres.

   Como dijo William James en 1890:

"No hay nada tan absurdo que no se pueda creer que es verdad si se repite con suficiente frecuencia". (Capítulo 2)

  Pongamos como ejemplo de la necesidad de la psicología social incluso más allá de la primera psicología –centrada en el individuo- a uno de los varios errores cometidos por el genial doctor Freud. El buen doctor pensaba que los impulsos instintivos operan como un sistema hidráulico. Si uno siente agresividad, debe desahogarla derivando tal flujo a otra canalización que tenga consecuencias inocuas. Por ejemplo, el deporte de competición o el agresivo ajedrez.

   Pero la psicología social, a diferencia de las ideas que Freud sacaba de sus propias experiencias o las de sus pacientes, trabaja de forma experimental, con método científico, con tablas de datos, modificaciones y variables, siempre tratando de alcanzar certezas conformes a la lógica. Y los resultados en el caso de la agresividad no son los mismos que obtenía Freud. No parece existir tal “sistema hidráulico”.

Si la actividad física intensa y el comportamiento agresivo que es parte del fútbol reduce la tensión causada por la agresión reprimida, esperaríamos que los jugadores mostraran una disminución en la hostilidad durante la temporada. En cambio, hubo un aumento significativo en la hostilidad entre los jugadores a medida que avanzaba la temporada de fútbol. (…) La actividad física, como golpear un saco de boxeo o practicar un deporte agresivo, no disipa la ira ni reduce la agresión posterior hacia la persona que la provocó. De hecho, los datos nos llevan exactamente en la dirección opuesta: cuantas más personas expresan enojo comportándose agresivamente, más enojadas permanecen y más agresivas se vuelven. Dar rienda suelta a la ira, directa o indirectamente, verbal o físicamente, no reduce la hostilidad; aumenta (Capítulo 6)

La mera presencia de un objeto asociado con la agresión (escopeta, rifle u otra arma) sirve como señal para una respuesta agresiva. (…) Evidencia que contradice el eslogan que a menudo se ve en las calcomanías de los parachoques: "Las armas no matan a la gente, la gente sí". (Capítulo 6)

   Igualmente hay muchos otros tópicos que la psicología social nos desmiente.

Cientos de experimentos (…) han demostrado que cuanto más similar te parece una persona en actitudes, opiniones e intereses, más te gusta. Los opuestos pueden atraerse, pero no pegan. (Capítulo 8)

  Pero todos estos descubrimientos que parecen negativos nos abren por otra parte formidables caminos a la esperanza. Si sabemos lo que hacemos mal, también podemos llegar a averiguar lo que hacemos bien… o lo que podríamos llegar a hacer bien.

De todos los motivos que rigen la vida social, el más importante es la pertenencia: nuestro deseo de conexiones estables y significativas con otras personas (Capítulo 2)

   Esto nos dificulta alcanzar la lógica de la abstracción a la hora de juzgar y evaluar todos los fenómenos que no son asociados a la vida social cotidiana. No es un problema en absoluto que la armonía entre individuos interrelacionados suponga nuestra más alta aspiración, todo lo contrario… pero sí es un problema las reacciones ilógicas que con frecuencia derivan de tal meta común.

Cuando se nos pregunta qué sucedió, inventamos historias fácil y automáticamente. Vamos más allá de la información proporcionada para atribuir intenciones, motivos y personalidades humanas, incluso a figuras geométricas, objetos inanimados y, cada vez más en el mundo actual, robots. (…) Pensar en "términos personales" mejora la memoria porque cuando una tarea se estructura en torno a personas, la red de modo predeterminado está involucrada, lo que a su vez ayuda a almacenar recuerdos. (Capítulo 2)

  Debemos separar, por tanto, la lógica de las relaciones personales de la lógica abstracta que necesitamos para procesar otras situaciones.

  Igualmente, la psicología social nos enseña otro error por el estilo del de Freud y la agresividad: la inadecuación de una mera actuación represiva –estilo “Ley del Talión”- cuando se producen actos antisociales.

Cuanto menos grave es la amenaza, menos justificación externa; a menor justificación externa, mayor necesidad de justificación interna. Permitir que las personas tengan la oportunidad de construir su propia justificación interna puede ayudarlos a desarrollar un conjunto duradero de valores. (Capítulo 3)

  El auténtico objetivo de la prosocialidad es despertar la propia capacidad para controlar la agresión y fomentar la cooperación. Las justificaciones internas –a diferencia de la mera coacción punitiva- arraigan en la actitud y dan una oportunidad a los impulsos prosociales.

Una opinión que incluye tanto un componente emocional como evaluativo se llama actitud. En comparación con las opiniones, las actitudes son extremadamente difíciles de cambiar (Capítulo 5)

   Los cambios de actitud son el auténtico objetivo y estos no se obtienen de la forma en que la mayoría podríamos pensar. 

Asustar a los fumadores sobre los peligros de la nicotina aumentaba su intención de dejar de fumar. Pero a menos que ese mensaje estuviera acompañado de consejos sobre cómo dejar de fumar, no cambió el comportamiento de los fumadores. (…)La combinación de estimulación del miedo e instrucciones específicas produjo los mejores resultados (Capítulo 5)

   Otras veces se obtienen evidencias de los factores que llevan a la agresión. Por ejemplo, el soportar sufrimiento.

Los estudiantes que sufrieron el dolor de tener las manos sumergidas en agua muy fría mostraron un marcado aumento en los actos agresivos hacia otros estudiantes. (Capítulo 6)

   O erróneas formas de comunicación.

Formas de comunicación destructivas (…) Críticas hostiles (…) Actitud defensiva (…) El desprecio (…) Obstrucción, donde el oyente simplemente se retira, negándose a hablar o incluso a estar en la misma habitación (Capítulo 8)

  O por no poderse superar el conformismo, que nos incapacita para juzgar en base a las evidencias.

La conformidad prevalece más en sociedades colectivistas, que valoran explícitamente la armonía grupal (como Japón y China), que en sociedades individualistas (como Estados Unidos y Francia). (Capítulo 4)

   Nuestros propios juicios a la hora de evaluar actos antisociales son muchas veces contraproducentes al estar sometidos a impulsos –actitudes- que no contribuyen a la mejora de los demás.

Error fundamental de atribución: La tendencia a sobreestimar la importancia general de la personalidad o los factores de disposición sobre las influencias situacionales o ambientales al describir o explicar la causa del comportamiento social. (Capítulo 2)

  En el error fundamental de atribución se suele hacer uso de actitudes agresivas y mal instrumentadas para evaluar las conductas ajenas. Por ejemplo: si fulano tuvo un accidente de automóvil sin duda es porque conduce como un loco.

  Todos estos descubrimientos de la psicología social y muchos más han tenido éxito a pequeña escala y podrían tenerlos a gran escala si se encauzaran en movimientos sociales cuyo fin fuese generar mejores actitudes. El caso es que sabemos cómo hemos de comportarnos, otras cosa es que podamos resistir las presiones en contra de la mejor conducta posible o que no estemos estimulados por el entorno para seguir el camino menos fácil (por ejemplo, resistir al conformismo) o dejarnos llevar por un sesgo de negatividad y agresividad.

Cuando las personas aprenden a expresar sus sentimientos sin juzgar a la otra persona como equivocada, insensible o indiferente, rara vez se produce una escalada [de agresividad]. (Capítulo 8)

Teoría del aprendizaje cognitivo social: La teoría de que las personas aprenden a comportarse a través de sus procesos cognitivos, como sus percepciones de los eventos y observando e imitando a otros (…) La teoría del aprendizaje cognitivo social nos recuerda que entre la provocación y la respuesta se encuentra el cerebro humano: nuestra capacidad para considerar las intenciones de los demás (Capítulo 6)

Conversación directa: Una declaración clara de los sentimientos y preocupaciones de una persona sin acusar, culpar, juzgar o ridiculizar a la otra persona. (Capítulo 8)

Si los niños forman vínculos seguros y de confianza con sus padres, confían más en los demás, con la esperanza de formar vínculos más seguros con amigos y amantes en la edad adulta (Capítulo 8)

Las personas que actúan de una manera que beneficia a los demás luego se sienten más favorables hacia ellos: "Si estoy ayudando, debe ser porque se lo merecen". (Capítulo 7)

Solo se necesita una disidencia para disminuir seriamente el poder del grupo para inducir la conformidad (Capítulo 4)

El comportamiento altruista produce mayores sentimientos de felicidad. (Capítulo 6)

Hacer que los participantes se comprometieran a tomar perspectiva, contemplando activamente las experiencias de los demás, también conocida como empatía, redujo en gran medida las expresiones automáticas de prejuicio racial. (Capítulo 7)

  Este breve catálogo tendría que ser convincente para quienes se cuestionan qué cosas pueden hacerse para mejorar nuestra sociedad. Hay mucho que se puede hacer, solo hay que ordenarlo y organizarlo como una pauta moral con capacidad para influir socialmente. Y, sobre todo, debemos tener en cuenta que lo que de verdad importa para mejorar una sociedad son este tipo de “pequeños detalles” pues son los que conforman una actitud. Una actitud puede generalizarse y formar una cultura, y a estas alturas no podemos dudar de que hay culturas mucho más avanzadas socialmente que otras, y que las más avanzadas son las más capaces de generar mayor confianza mutua, lo que da lugar a la más eficiente cooperación. No parece que haya límites para la mejora social en este sentido.

Lectura de “El animal social” en Alianza Editorial 2018; traducción de Victoria Tomaselli

martes, 5 de diciembre de 2023

“Civilización”, 1969. Kenneth Clark

   En 1969, el erudito Kenneth Clark se atrevió a dirigir y presentar una magnífica serie documental televisiva en la BBC llamada “Civilización”. Centrada sobre todo en las artes plásticas, a lo largo de ella dio su punto de vista sobre el desarrollo civilizatorio en un marco temporal sagazmente limitado. 

Esto no es una historia del arte, sino de las creencias vitales e ideales que se hicieron visibles y audibles por medio del arte (p. A)

   Ese punto de vista sigue siendo válido más de medio siglo después, pero mantiene peculiaridades extraordinariamente significativas.

No pienso que haya ninguna duda de que Apolo encarna un estado de civilización más alto que [una notable] máscara [africana]. Ambos representan espíritus, mensajeros de otro mundo –es decir, de un mundo de nuestra propia imaginación-. Para la imaginación negra es un mundo de temor y oscuridad, dispuesta a infligir horribles castigos por la menor ofensa a un tabú. Para la imaginación helenística es un mundo de luz y confianza en el que los dioses son como nosotros, solo que más bellos, y descienden a la tierra a fin de enseñar a los hombres la razón y las leyes de armonía (p. 2)

  Señalar civilizaciones como superiores e inferiores implica tener un concepto muy determinado de lo que “civilización” significa.

Cuando uno considera las sagas islandesas, que están entre los grandes libros del mundo, uno debe admitir que los nórdicos produjeron una cultura. Pero ¿era una civilización? (…) La civilización quiere decir algo más que energía, voluntad y poder creativo, algo que los primeros nórdicos no tenían, pero que, incluso en su época, estaba comenzando a reaparecer en Europa Occidental. ¿Cómo lo definimos? Bien, en breve: un sentido de permanencia. Los errantes y los invasores estaban [por el contrario] en un continuo estado de flujo.  (p. 14)

  Es probable que este punto de vista no sería tan fácilmente aceptado hoy. Clark, desde luego, desdeña el romanticismo de la barbarie, algo que hoy se vería quizá como supremacismo eurocentrista.

Toda la evidencia sugiere que el aburrimiento del barbarismo es infinitamente mayor [que el de la civilización]. (p. 7)

Mahoma, el profeta del Islam, predicó la doctrina más simple que haya jamás tenido aceptación, y dio a sus seguidores la solidaridad invencible que una vez dirigió las legiones romanas (p. 7)

En ciertas épocas el hombre ha sentido la consciencia de algo sobre él mismo –cuerpo y espíritu- que estaba fuera de la lucha diaria por la existencia y la lucha nocturna con el miedo; y ha sentido la necesidad de desarrollar estas cualidades de pensamiento y sentimiento a fin de poder aproximarse tanto como sea posible al ideal de perfección –razón, justicia, belleza física, todo ello en equilibrio-. Ha conseguido satisfacer esta necesidad de varias formas –mediante mitos, mediante baile y canción, mediante sistemas de filosofía y a través del orden que ha impuesto al mundo visible-. Los hijos de su imaginación son también la expresión de un ideal  (p. 3)

El hombre civilizado, o así me parece, debe sentirse que pertenece a algún lugar en el espacio y el tiempo, que continuamente mira hacia delante y hacia atrás. Y para este propósito es una gran conveniencia ser capaz de leer y escribir (p. 17)

    (Mahoma era analfabeto… mientras que Jesús tenía un amplio conocimiento de las escrituras de la antigua religión judía… que a su vez, en tiempos de Jesús, estaba ya ampliamente influenciada por el pensamiento moral helenístico).

  Clark se salta la Antigüedad clásica y comienza su itinerario con la Edad Media, que fue mucho más diversa y rica de lo que parece a primera vista.

Nuestro entero conocimiento de la antigua literatura se debe a la recolección y copia que comenzó bajo Carlomagno, y casi todos los textos clásicos que sobrevivieron hasta el siglo VIII han sobrevivido hasta hoy (p. 18)

  Antes de este afortunado periodo, muchos escritos de la Antigüedad fueron deliberadamente destruidos por oponerse o ser extraños a la doctrina cristiana.

   En todo caso, la civilización que comienza a partir de Carlomagno y el año 1000 es también básicamente cristiana… aunque el cristianismo evoluciona constantemente.

En el año 800 el Papa coronó [a Carlomagno] como la cabeza de un nuevo Santo Imperio Romano, obviando el hecho de que el emperador nominal gobernaba en Constantinopla. A Carlomagno después se le dijo que este famoso episodio fue un error; y quizá era así: dio al Papa una supremacía sobre el emperador que fue la causa o pretexto para guerras durante tres siglos. Pero los juicios históricos son dudosos. Quizá la tensión entre los poderes espirituales y mundanos a lo largo de la Edad Media fue precisamente lo que mantuvo viva la civilización europea. Si se hubiera alcanzado un poder absoluto, la sociedad podría haber evolucionado tan estática como las civilizaciones de Egipto y Bizancio. (p. 20)

Podría argumentarse que la civilización occidental fue básicamente la creación de la Iglesia.  (p. 35)

    Los cambios comienzan a dar lugar a hitos fácilmente identificables.

El primer arte cristiano estaba interesado en los Milagros, curaciones y aspectos esperanzadores de la fe como la Ascensión y la Resurrección (…) Fue en el siglo X, esa época despreciada y rechazada de la historia Europea, que se hizo de la crucifixión un símbolo emotivo de la fe cristiana  (p. 29)

   Es también la misma época en que comienza a imponerse la castidad de los sacerdotes.

La iglesia (…) era poderosa por razones positivas. Hombres inteligentes tomaban de forma natural y normalizada las sagradas órdenes y podían elevarse de la oscuridad a posiciones de enorme influencia. A pesar del número de obispos y abades de familias reales o principescas, la Iglesia era básicamente una institución democrática cuya habilidad –administrativa, diplomática y de pura capacidad intelectual- se abría camino. Y la Iglesia era internacional. Era, en gran extensión, una institución monástica que seguía la regla Benedictina y que no debía lealtad territorial (p. 35)

  Las consecuencias no son solo teológicas y administrativas.

El amor cortés (…) era enteramente desconocido en la Antigüedad. La pasión, sí, el deseo por supuesto, el afecto constante, sí. Pero ese estado de extrema sujeción a la voluntad de una mujer casi inaccesible; esta creencia de que ningún sacrificio sería lo suficientemente grande, que toda una vida podía gastarse en cortejar a una dama en particular o sufrir por ella –esto habría parecido a los romanos o a los vikingos no solo absurdo, sino increíble, y sin embargo durante cientos de años fue incuestionable- inspiró una vasta literatura-. (p. 64)

   Para cuando llega el Renacimiento, la civilización eclesiástica ha llevado a cabo numerosos avances culturales que Clark no nos puede relatar en su totalidad. Por ejemplo, no nos habla de la psicología mística aunque sí de los debates teológicos en las primeras universidades, que dan lugar a polémicas y herejías… pero que la Iglesia no interrumpe, como podía haber hecho, simplemente, cerrando las Universidades.

A mi mente lo extraordinario es el enorme seguimiento que tuvo y cómo próximo fue Erasmo, o el punto de vista erasmista, a tener éxito. Muestra que muchas personas, incluso en tiempos de crisis, desean la tolerancia, la razón y la simplicidad de la vida –de hecho, la civilización-. Pero en la corriente de los feroces impulsos emocionales y biológicos ellos son impotentes (p. 157)

  Aquí Clark, con el caso de Erasmo, señala una importante tipología intelectual: el héroe pensador solitario, apenas tolerado y que existe en el limitado entorno de una intelectualidad muy poco numerosa pero extraordinariamente activa y lúcida. Tras él vendrán otros… y tardarán más de dos siglos en que los humanistas salgan a la luz y se conviertan en el motor del cambio civilizatorio.

  Mientras tanto, el Renacimiento dará lugar a la Reforma protestante, de la que, por cierto, Clark, británico, no tiene una imagen positiva.

Cualquiera que fuesen los efectos a largo plazo del Protestantismo, los resultados inmediatos fueron muy malos, no solo malos para el arte, sino malos para la vida (p. 160)

  Pero Erasmo no viene solo. No todo es Lutero y Calvino, y la Contrarreforma: la civilización se infiltra con discreción durante el duro siglo XVI y sus guerras religiosas.

¿Qué podía hacer un hombre inteligente, de mente abierta en la Europa de mediados del siglo XVI? Mantenerse en silencio, trabajar en soledad, exteriormente conforme, permaneciendo interiormente libre. Las guerras de religión evocan una figura nueva para la civilización europea, si bien familiar en las grandes épocas de China: el intelectual recluso (p. 161)

   Montaigne tiene su equivalente dramático en el sorprendente Shakespeare, empresario teatral.

Shakespeare debe ser el primero y quizá el último supremo gran poeta sin una creencia religiosa, incluso sin una creencia humanista en el hombre (p. 164)

  El siglo XVII supone un tímido avance: los intelectuales se pueden seguir desenvolviendo, pero ahora tienen un medio nuevo, que son la ciencia y las matemáticas. Pensadores como Descartes y Spinoza logran salir indemnes del escrutinio inquisitorial. Todo está listo para el siglo XVIII y su Ilustración.

Cuando uno comienza a preguntarse “¿esto funciona?” o incluso “¿esto vale la pena?” en lugar de “¿es la voluntad de Dios?” se consigue un nuevo conjunto de respuestas y una de las primeras es que intentar suprimir las opiniones que uno no comparte es mucho menos valioso que tolerarlas.  (p. 195)

El siglo XVIII se enfrentaba con la compleja tarea de construir una nueva moralidad sin la revelación o las sanciones cristianas. Esta moralidad se construye sobre dos fundamentos: uno de ellos era la doctrina de la ley natural; el otro, la moralidad estoica de la antigua Roma republicana  (p. 262)

   La tolerancia hacia los Rousseau y Voltaire –que son criticados y perseguidos, pero elaboran y difunden sus obras durante sus largas vidas- abre todas las puertas.

  Pero Clark no ve la auténtica civilización en los avances políticos sino en el avance moral. Los ideales humanistas pasan de las palabras a los hechos:

El movimiento antiesclavitud se convirtió en la primera expresión comunitaria del despertar de la conciencia (p. 323)

   El cambio será imparable, hasta implantarse en la estructura moral íntima e la sociedad.

Pregúntese a cualquier persona decente en Inglaterra o América qué piensa que importa más en la conducta humana. Cinco a uno la respuesta será “bondad”. No es una palabra que hubiera aparecido en la boca de cualquiera de los héroes de este libro. Si hubiera preguntado a San Francisco lo que importaba en la vida habría contestado “castidad, obediencia y pobreza”; si hubiera preguntado a Dante o Miguel Ángel podrían haber respondido “desprecio a la vulgaridad y a la injusticia”; si hubiera preguntado a Goethe, habría dicho “vivir plenamente y la belleza”. Pero la bondad, nunca.  (p. 329)

La bondad, en alguna medida, es la extensión del materialismo, y esto ha hecho que los antimaterialistas la miren con cierto desprecio, como un producto de lo que Nietzsche llamaba la moralidad del esclavo (p. 330)

  El arte, la literatura, logran esforzadamente el milagro de la racionalización de los sentimientos prosociales.

Todo el mundo leyó a Dickens. Ningún autor vivo ha sido tan histéricamente amado por una sección tan amplia de la comunidad. Sus novelas produjeron reformas en las leyes, en los tribunales, en la desaparición de los ahorcamientos públicos, en una docena de direcciones. (p. 327)

  Más o menos aquí acaba la relación de Kenneth Clark, bellamente ilustrada por las creaciones artísticas que son objeto de cuidadosas observaciones, como la de que la reacción de la Contrarreforma implicó a su vez una brillante creación en las artes plásticas que los protestantes ni siquiera intentaron emular… pero que, en cambio, estos desarrollaron una revolución en la música. 

   Por otra parte, en el siglo XIX las artes plásticas entran en el mundo de la crítica independiente (aparecen autores como William Morris, Walter Pater o John Ruskin) y es la literatura la que cimenta, a través sobre todo de la novela (y en la dramaturgia, que incluye las impactantes óperas), los cambios civilizatorios finales… hasta el ideal prosocial de la bondad que muy atinadamente Clark señala como ideal materialista.

Lectura de “Civilisation” en   British Broadcasting Corporation  1969; traducción de idea21