martes, 15 de febrero de 2022

“El buen libro de la naturaleza humana”, 2016. Schaik y Michel

La creencia en Dios, según piensan muchos psicólogos evolutivos, promueve la cooperación, y los rituales religiosos potencian nuestro sentido de comunidad (Capítulo 1)

    Hay unos cuantos “libros sagrados” de los que se tiene noticia en la historia de la humanidad, libros que se refieren a los designios de la divinidad y que son objeto de culto por los seguidores de las religiones respectivas. Por diversos motivos, la Biblia no solo es el más conocido y el más difundido, también es el más valioso como documento de la historia evolutiva de la humanidad.  Entre otras cosas porque fue escrito a lo largo de casi ochocientos años (desde el siglo VII antes de Cristo al II después de Cristo).

[La Biblia] es el libro más importante de toda la Humanidad. Ninguna otra obra ha revelado tanto sobre nosotros. La Biblia es “el buen libro de la naturaleza humana”   (Introducción)

  El primatólogo y antropólogo Carel van Schaik  y el historiador y filólogo Kai Michel se atreven a resumir el sentido de todo este relato desde el punto de vista de la evolución de la cultura y la civilización.

Vivir en un mundo para el cual no hemos sido hechos: este es el auténtico asunto de la Biblia. (…) La gente hizo lo que pudo para sobrevivir a catástrofes como sequías, epidemias, opresión y guerras. Los hermanos se hicieron enemigos, las mujeres perdieron su libertad y los poderosos se dejaron llevar por su egoísmo y se enriquecieron más allá de toda medida (Epílogo)

  Cuestionarse el sentido de esta disfunción y proponer soluciones es el motivo por el cual la sabiduría se ha elaborado, conservado y utilizado. Y en los primeros tiempos, la sabiduría siempre se ha difundido como religión. Todos los humanos son religiosos intuitivamente. Otros dirían “supersticiosos”: sí, pero la religión suma, a la superstición, el sentido social. La superstición existencial sumada a las necesidades sociales. La religión da un sentido comprensible a la existencia en sociedad.

Cualquier explicación es mejor que ninguna. Esta asombrosa conclusión se ha establecido en la moderna psicología  (Capítulo 4)

  Pero en el desarrollo civilizatorio, a la religión intuitiva, innata –dioses de la naturaleza, espíritus de los antepasados…-, se suma una nueva forma de religión, la religión intelectual (una religión que “adoctrina” con “sabiduría” acerca del sentido de las cosas, la moralidad correcta y las instituciones políticas). La religión intuitiva resultará insuficiente para afrontar los retos del cambio radical que supone pasar de la vida en estado de naturaleza –la caza y la recolección en grandes familias extendidas- a la vida sedentaria.

La Torá es muy probablemente el intento más ambicioso nunca emprendido para afrontar los problemas masivos originados por el mayor error de la humanidad: la sedentarización (Capítulo 7)

Los problemas existenciales que aparecen en el amanecer de la sedentarización eran tan graves que (…) se hizo esencial el emprender rápidas elaboraciones culturales. Estas soluciones llevaron a su vez a nuevas costumbres, convenciones y formas de pensar. (Capítulo 1)

Vemos cómo un producto cultural (la religión intelectual) se superpone a un fenómeno mucho más próximo a nuestro fundamento biológico (la religión intuitiva) (Capítulo 9)

  La Biblia, precisamente al elaborarse durante ochocientos años, permite hacernos una idea de la evolución moral de los mandatos divinos.

  Para empezar, el mundo religioso de la Biblia no surge de la nada. El pueblo judío tal como lo conocemos –el pueblo elegido por Yahveh, Dios único moralista que castiga a los injustos y premia a los justos- es relativamente reciente: siglo VII ac (posterior a Homero, por tanto…), y los contenidos mitológicos de la Biblia pertenecen, en origen, a una Antigüedad más remota, propiamente la de Mesopotamia (Asiria y Babilonia).

Durante el cautiverio de Babilonia, los cuentos individuales fueron fundidos para crear la historia épica que conocemos hoy (Capítulo 7)

  El “cautiverio de Babilonia” nos da la clave del origen de la peculiar religión judía.  El poderoso rey babilonio Nabucodonossor destruye el reino de Judá y se lleva cautivos a Mesopotamia a buena parte de los vencidos (entre ellos, sin duda, las élites ilustradas). Para mantener la fe en su propia religión, los vencidos crean la fórmula de que han sido castigados por sus pecados y que los babilonios son instrumento de la justicia divina –parece un caso típico de “reducción de disonancia cognitiva”-. Algo similar pudiera haberse dado en otros casos de pueblos oprimidos. Pero lo que lo cambia todo es que, al final, los nuevos amos persas liberan a los judíos y los devuelven a su tierra. ¡Sin duda han redimido sus culpas! : queda justificada la fe en el Dios moralista.

¿No era el fin de la cautividad una prueba adicional de que Dios lo dirigía todo? Esta vez había usado a los persas para recompensar la obediencia de su pueblo al retornarles la tierra prometida (Capítulo 9)

  Ha surgido un nuevo tipo de religión. Las consecuencias las vivimos aún hoy.

El Dios de la Torá es predecible (…) Todo estará bien en el mundo –en el aquí y el ahora de la Tierra- si la gente sigue las leyes de Dios (…) La noción de un mundo racional en el cual las causas predeciblemente producen consecuencias pavimentó el camino para posteriores formas de racionalización  (Capítulo 10)

  Los dioses antes no eran así. Desde luego no eran así ni los de Babilonia ni los de la antigua Grecia: había un caos de divinidades cuyos caprichos fatales –hambrunas, epidemias, todo tipo de catástrofes- había que intentar aplacar mediante sacrificios y adivinaciones. Pero con el Dios único y justiciero, ahora todo cobra un sentido moral.

  El planteamiento moralista implica un planteamiento racionalista. Incluso en las partes más primitivas de la Biblia –el Génesis- encontramos marcadas diferencias con los mitos de la Antigüedad de Próximo Oriente.

Mientras que el Sol y la Luna eran poderosos dioses en las culturas vecinas, el Dios de la Biblia los degrada a meras “luces”. El océano primordial, una vez la formidable diosa Tiamat, es ahora nada más que agua. Y mientras los dioses orientales habían de matar a uno de ellos a fin de obtener la sangre necesaria para despertar a la gente que ellos formaron con arcilla, en la Biblia solo es necesario el aliento divino de la vida. Es fácil ver aquí lo que Max Weber quiso decir cuando habló del “desencantamiento del mundo” (Capítulo 1)

 Ese es el cosmos, y el hombre aparece en el Paraíso terrenal. ¿Qué implica el “paraíso perdido”? Que en un principio, el estilo de vida humano era más acorde con nuestra naturaleza.

La historia del Jardín del Edén cuenta la historia de una existencia que empeora. Trata sobre un cambio cultural: en el comienzo vivíamos en un mundo de abundancia (…) La vida del cazador-recolector poseía algunos rasgos “paradisiacos” –al menos, comparada con las condiciones de vida que llegaron después-  (Capítulo 1)

[El árbol del bien y del mal en el Paraíso terrenal] era propiedad de Dios y porque Adán y Eva no siguieron la simple regla [de respetar la propiedad] fueron expulsados del Paraíso. De hecho, la invención de la propiedad privada es el resultado más consecuente de la adopción del sedentarismo, y respetar la propiedad de otros es el primer mandamiento del mundo sedentario (Capítulo 1)

  Siguiendo este planteamiento, observamos cómo también aparecen en el libro sagrado las cuestiones en conflicto relativas al parentesco y las relaciones sexuales.

La poliginia podría explicar porqué los hijos más jóvenes son favorecidos en la Biblia. Las mujeres jóvenes [las esposas más tardías] embrujaban a los hombres con sus encantos (Capítulo 2)

  De ahí que, en la Biblia, los primogénitos muchas veces resulten perjudicados.

  La poliginia crea muchos más conflictos.

Los perdedores creados por la forma de vida poligínica formaron los primeros tumultos urbanos (Capítulo 6)

  Los sodomitas, muy probablemente, lo eran por causa del acaparamiento de mujeres por los varones de clase alta.

  Al hacer evidente la conflictividad de la poliginia, las historias bíblicas señalan hacia un cambio futuro en la vida familiar. De forma semejante se aborda el fatalismo de las creencias arcaicas acerca de la responsabilidad social por estirpes:

En los tiempos bíblicos (…) la venganza de sangre, las reyertas tribales e incluso las guerras habían cultivado la creencia de que la gente sería responsable de las faltas de sus antepasados remotos (Capítulo 15)

  El rey Josías era justo, pero moría en batalla para expiar la culpa de su abuelo Manasés (“Reyes”). Esto corresponde a un determinado periodo evolutivo. Más adelante, nadie habrá de pagar por las deudas de sus antepasados: solo la conciencia moral individual nos hace responsables.

  “Reyes”, aparte de reflejar el mundo arcaico de las primeras aristocracias, supone también innovaciones, sobre todo en la perspectiva racional del juicio histórico

Los libros de los Reyes (…) operan como una conferencia histórica y filosófica que busca persuadir a los lectores de que, en tanto los líderes de Israel se mantengan en la letra de la ley, como hizo Josué, todo irá bien para ellos. A largo plazo, sin embargo, los reyes son simplemente incapaces de hacerlo y la Biblia no alienta ilusiones.  (Capítulo 11)

Mientras en otros lugares del mundo los reyes mantenían el derecho a hacer leyes, los sacerdotes de la Torá se aseguraron del que el mismo rey hubiera de seguir sus preceptos  (Capítulo 7)

El proyecto inacabado de la construcción de la torre de Babel es el arquetipo de los espejismos de grandeza humana  (Capítulo 5)

  Seguimos avanzando:

José (…) representa un nuevo tipo de actor en la Biblia: el genio social capaz de generar solidaridad con nada más que el poder de la palabra. No es coincidencia que José haya hecho una carrera en el muy desarrollado estado de Egipto, que valoraba la competencia mucho más que los vínculos familiares. José no es patriarca ni déspota. Parece promover un modelo de familia como el de la gente convencional de la época: solo tiene una esposa (Capítulo 6)

La monogamia (…) reduce la competición por las mujeres entre los hombres. También reduce la competición entre mujeres y entre sus hijos. Además, hay menos hombres solteros en las sociedades monógamas, lo que alimenta menos conflictos violentos. (Capítulo 6)

  Pero la gran innovación de la Biblia es la concepción espiritual de la moralidad. Por una parte, el dios moralista es legislador, impone sus mandamientos y también reglamenta meticulosamente –y casi maniáticamente- cuestiones como la pureza física, la alimentación y mil minucias de la vida cotidiana: nada escapa a su poder. Su naturaleza profunda llegará a su apogeo cuando entre en contacto con la filosofía griega, el ideal platónico de Dios moralista que habita en la conciencia racional humana y que, además, da la vida eterna a los justos.

El libro de Daniel (…) no solo nos narra el conocido cuento de la guarida de los leones, sino que también menciona, por primera vez en la Biblia, las ideas de resurrección y juicio final (preámbulo Parte IV)

  Más importante aún es la vinculación emocional de Dios con el individuo, con la propia conciencia.

Los Salmos nos presentan un Dios al que cualquiera en desasosiego existencial puede dirigirse directamente (…) Ofrece seguridad y nos aleja del miedo. ¿Es el mismo Dios que envió el diluvio? (Capítulo 14)

Dios expresamente pone a los pobres bajo su protección (…) Lo mismo es cierto sobre los extranjeros (Capítulo 7)

  Y la aparición de los profetas, que humanizan una religión que podría llegar a ser demasiado intelectual y legalista.

En términos teológicos, profetizar debería haber estado prohibido, dado que la revelación de Dios ya era completa. Pero precisamente porque Dios se había convertido en abstracto, [la] presencia [de las profecías] se hacía necesaria (…) [El libro de los profetas] de la Biblia nos ofrece evidencia de nuestra dificultad en entender una religión intelectual. Los profetas muestran que todavía necesitamos gente de carne y hueso (…) ¿Cómo se convence mejor a la gente? Con personas que se dedican a una causa que habla de nuestros ideales igualitarios como [los remotos] cazadores-recolectores –y si hacen milagros para convencernos de su misión, entonces mucho mejor-. Este es el fundamento de la “autoridad carismática” (Capítulo 12)

  Estos profetas, errabundos, carismáticos, milagreros y que se mezclan con el pueblo humilde para reprochar a los poderosos, profetizan sobre todo el siguiente paso en esta evolución: la conclusión de la Biblia es, para la mayor parte de la humanidad (es decir, no para los judíos), el Nuevo Testamento y la aparición de otro personaje que, como José, como Daniel o como Isaías, implica un cambio de paradigma: Jesucristo.

Dios no estuvo vinculado a la idea del Bien absoluto hasta que la filosofía griega se filtró a la religión judeo-cristiana (Capítulo 15)

El Dios judío y los niveles de moralidad sin precedentes que él esperaba de los individuos se fundían con la idea de la absoluta bondad tal como era propagada por los filósofos griegos como Platón y los estoicos (Capítulo 18)

  Hay que puntualizar que Platón no predicaba la “absoluta bondad”, sino el gobierno justo de los guerreros-filósofos, encarnación de las virtudes masculinas, y que los autores de este libro parecen confundir al Jesús histórico con el personaje evangélico que es el realmente relevante para la humanidad posterior.

Por una parte [el cristianismo] era una religión de amor que defendía a los pobres, a los débiles y los enfermos. Por otra parte era una religión de odio que demonizaba a sus enemigos.  (Capítulo 17)

  Difícilmente iban Pablo y los primeros predicadores cristianos a predicar el odio y la demonización de sus enemigos en el contexto del Imperio Romano en el que vivieron, ya que ello les habría aportado la inmediata destrucción, dada la debilidad de las primeras comunidades cristianas. Todo eso –el odio y demonización del enemigo-  tuvo lugar después, una vez los cristianos alcanzaron el poder político.  El gran milagro del cristianismo fue precisamente que se expandió como una religión pacifista y apolítica –al César lo que es del César- con independencia de que el Jesús histórico, del que casi nada sabemos, podía haber sido un agitador político en la línea de los Macabeos

  Todos los profetas, predicadores y legisladores de la Biblia actuaban en base a intereses políticos. Todo es, en origen, político en la Biblia y precisamente por eso el cristianismo originario supone la originalidad del apoliticismo. Apoliticismo forzado por las circunstancias… igual que fueron las circunstancias –el cautiverio de Babilonia- las que dieron lugar a la extraordinaria invención del Yahveh justiciero de la Biblia: para que las grandes invenciones sociales tengan lugar siempre es preciso que primero se produzcan circunstancias excepcionales que las desencadenen…

El Logos, o razón, se convertiría en un rasgo personal del Dios cristiano (Capítulo 18)

  Esta afirmación evangélica no es realmente de origen cristiano, pues ya se predicaba algo muy similar en los años previos a Jesús por parte de los filósofos judíos helenizados, como Filón de Alejandría, pero es el cristianismo el que une la razón a una religión de masas que, además, es profundamente emotiva y compasiva. Una combinación única.

  El siguiente paso, consecuencia de haber aceptado una religión “de la razón” –Logos-, será el desarrollo del racionalismo espiritual… que acabará llevando al materialismo que, a su vez y necesariamente, ha de excluir a una religión –la última- que, afrontando finalmente sus contradicciones, se extinguirá también como las demás…

Sin los monasterios, las escuelas de las catedrales, las escuelas dirigidas por órdenes religiosas y, más tarde, las universidades, Europa nunca habría experimentado el florecimiento de literatura, filosofía y artes –por no contar la ciencia-. Las ciencias son las hijas de la religión. O, para ponerlo con más precisión, son las herederas legítimas de la religión intelectual (Capítulo 19)

 Lectura de “The Good Book of Human Nature” en Basic Books 2016; traducción de idea21

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