martes, 25 de septiembre de 2018

“La edad de la penumbra”, 2017. Catherine Nixey

    Catherine Nixey, historiadora y periodista, ha escrito un libro con algunas inexactitudes acerca del proceso destructivo contra la cultura clásica que puso en marcha el primer cristianismo. En cualquier caso logra ilustrar esta formidable cuestión de modo que los puntuales yerros no estorban a la comprensión general de un apasionante episodio en la historia del proceso civilizatorio.

En un arrebato de destrucción nunca visto hasta entonces —y que dejó estupefactos a los muchos no cristianos que lo contemplaron—, durante los siglos IV y V la Iglesia cristiana demolió, destrozó y fundió una cantidad de obras de arte simplemente asombrosa. (…) Lo que quedaba de la mayor biblioteca del mundo antiguo, una biblioteca que había llegado a albergar alrededor de setecientos mil volúmenes, fue también destruido. Transcurrió más de un milenio antes de que cualquier otra biblioteca pudiera siquiera acercarse a esa cifra de ejemplares (…) Solo un uno por ciento de la literatura latina sobrevivió a los siglos. El noventa y nueve por ciento se perdió.

  Esto es lo más evidente, pero el cristianismo dio lugar a estos fenómenos por una motivación más censurable aún:

Las antiguas y permisivas costumbres romanas, con las que la devoción a un dios podía simplemente añadirse a la devoción a todos los demás, ya no eran aceptables, decían los pastores a sus congregaciones. Si adorabas a un dios distinto, explicaban, no estabas siendo distinto sin más. Eras demoníaco. Los demonios, decían los clérigos, moraban en las mentes de quienes practicaban las religiones antiguas. (…) Permitir que otra persona permaneciera fuera de la fe cristiana no era mostrar una encomiable tolerancia, era condenar a esa persona.

  Es decir, frente a la relativa tolerancia religiosa del mundo greco-romano, el cristianismo fomenta la intolerancia. Esto sin duda es algo terrible… pero hay que señalar que si tal cosa se manifestaba por primera vez en el mundo es también porque por primera vez en el mundo el compromiso religioso, la fe, se valoraba como un elemento esencial de la vida humana.

Antes del auge del cristianismo, pocas personas habrían pensado en describirse a sí mismas por su religión. Luego, el mundo se separó para siempre mediante líneas religiosas

  Por primera vez, el pensamiento ideológico (en forma religiosa) alcanzaba una conclusión, un resultado creíble que daba una respuesta completa a las inquietudes privadas de los integrantes de todo un grupo social (un grupo social que se constituía en torno a la creencia, y no al revés). Con anterioridad, los individuos solo se sometían, en tanto que miembros de un grupo (tribal o nacional, no de elección), al mensaje simbólico que les transmitía su cultura respectiva –costumbres, pensamiento mítico…- pero ahora se encontraban con una Doctrina Verdadera y universal que comprometía todo el comportamiento humano en base a una elección libre, como si cada uno de ellos pudiese ser un pequeño filósofo, profeta o iluminado. La creencia realzaba al individuo y le daba razón de ser. Semejante cambio era inevitable que tuviera tremendas consecuencias.

San Juan Crisóstomo alentó a los miembros de su congregación a espiarse mutuamente. Entrad en las casas de los demás, decía. Meteos en los asuntos ajenos. Rehuid a quienes no cumplan. Después informadme de todos los pecadores y los castigaré como merecen. (…) Fervientes cristianos iban a las casas de la gente y buscaban libros, estatuas y pinturas consideradas demoníacas.

  Aunque pudieran creer que vencer al pecador era valioso sobre todo porque se lo salvaba, en realidad, lo que los primeros creyentes buscaban era salvarse a sí mismos. Nada debilita más la fe que coexistir con los descreídos. Crear un entorno totalmente centrado en la sugestión colectiva de la fe es lo que permite retener una construcción tan frágil y a la vez tan valiosa como es una religión que aporta cohesión social, orientación moral e incluso la vida eterna.

  El cristianismo aparece en pleno apogeo del Imperio Romano. Es a finales del siglo II cuando los cristianos se hacen notar, y es entonces cuando Celso escribe su hoy famoso Discurso Verdadero contra los cristianos. En este momento, y desde el punto de vista ilustrado actual, la Antigüedad precristiana aparece como una época prometedora en la que se abre paso el racionalismo.

[La] teoría (…) epicúrea (…) afirmaba que en el mundo todo fue hecho no por un ser divino sino por la colisión y la combinación de átomos. Según esta escuela de pensamiento, dichas partículas eran invisibles a simple vista pero tenían su propia estructura y no podían dividirse (…) Los humanos, como resumió un autor (hostil), no habían sido creados por Dios, sino que no eran más que un «agregado espontáneo de elementos» (…) «No hay cosa que se engendre a partir de nada por obra divina», escribió Lucrecio

En el Renacimiento, Lucrecio y sus teorías atómicas fueron revolucionarias. En la época de Celso eran completamente ordinarias. A Celso no solo le irritaba el hecho de que los cristianos fueran unos ignorantes en materia filosófica, sino también que los cristianos, de hecho, disfrutasen de su ignorancia.


  Ignorancia imprescindible para asentar la fe. Y sin embargo,  una ignorancia a la que los cristianos más intelectualmente distinguidos, como Agustín, no eran en absoluto indiferentes.

Para los cristianos educados, era dolorosamente obvio que los logros intelectuales de los «locos» paganos eran inmensamente superiores a los suyos. Pese a todas las declaraciones sobre la perversidad del conocimiento pagano, pocos cristianos cultos se decidían a desdeñarlo por completo. (…)En todas partes, los intelectuales cristianos se esforzaban por fusionar lo clásico y lo cristiano.

  Ello explica que no toda la cultura clásica fuera destruida en contra de la lógica de quienes primaban por encima de todo la salvación. Al igual que sucedería más de mil años después con el marxismo soviético, la Doctrina Verdadera se encontraba en la terrible contradicción de que, por una parte, para hacerse realidad exigía que ningún pensamiento rival sobreviviese, pero, al mismo tiempo, era preciso que tal doctrina contara con el prestigio propio del razonamiento intelectual. ¿Y cómo razonar y hallar la verdad sin que ésta nunca entre en contradicción con una doctrina revelada inamovible?

Quizá se pudiera engañar a los viejos dioses romanos con una mera pose de obediencia a sus ritos —solo «toca» el incienso, como imploraban los gobernadores romanos a los cristianos—, pero este dios [cristiano] no se dejaba timar tan fácilmente. Él no quería que se cumplieran los ritos, no deseaba templos ni piedras. Quería almas. Quería —exigía— los corazones y las mentes de todas y cada una de las personas del imperio.

  Las innovaciones del cristianismo en términos de psicología social fueron, pues, inéditas. Una de ellas, desde luego, fue la intolerancia intelectual que ya hemos visto, pero hubo otras, como la figura del mártir.

El martirio (…), en una era social y sexualmente desigual, era una manera a través de la cual las mujeres e incluso los esclavos podían destacar. A diferencia de la mayoría de las posiciones de poder en el muy socialmente estratificado Imperio romano tardío, esta era una gloria abierta a todos, independientemente del rango, la educación, la riqueza o el sexo.

  Y el martirio (que la Antigüedad pagana ya se reconocía vagamente en algunas historias míticas relacionadas con mujeres, como Antígona e Ifigenia) añadía una gran innovación añadida: el héroe es inocuo, pacífico y contribuye al avance moral.

  Otro cambio fue la aparición del monasticismo. Aunque no fue inventado por los cristianos (los budistas, otros fervientes perfeccionistas morales, los precedieron), su carácter de subcultura psicológicamente influyente y socialmente activa sí fue algo único de la era cristiana.

En los siglos IV y V, la ahora antigua tradición del monacato estaba iniciándose y sus hábitos se estaban formando. En esta existencia rara y aún sin codificar, los monjes acudían a la sabiduría de sus famosos predecesores para saber cómo vivir. Proliferaban las colecciones de dichos de monjes. (…)El ascetismo había existido antes, pero en estos casos iba más lejos.

  Y también fue invención cristiana –con algunos precedentes en el budismo y el estoicismo- la utilización del lenguaje escrito para facilitar el control mental: el acomodamiento del alma a la única fe que da sentido a la vida. Los autores religiosos imitaban en cierto modo a los filósofos y se dirigían a las masas.

[El] libro [escrito por los frailes para luchar contra el demonio] ofrecía frases útiles, todas ellas de la Biblia, que se podían utilizar en caso de ataque demoníaco. Si uno se encontraba atormentado por un pensamiento que sugería que un vaso de vino podía sentarle bien, podía responder píamente: «Quien se deleita y entretiene con el vino dejará deshonra en sus fortalezas», y, con suerte, la tentación desaparecería. El libro es conciso y ofrece 498 pasajes que se pueden utilizar como y cuando la necesidad lo dictamine.

  Toda esta revolución no surgió de la nada, y en eso Nixey se queda muy corta en su relato porque el cristianismo no aparece como mera contradicción al libre pensamiento de los epicúreos y otros escépticos. No, el cristianismo surge en el siglo I y II en el contexto de la búsqueda de una verdad universal que exige la sociedad romana. Una sociedad en la cual epicúreos y escépticos ocupan solo un lugar de mediana importancia comparado con planteamientos más austeros.

Las viejas costumbres obscenas comenzaron a desvanecerse de las páginas de poesía. El sermón y la homilía —severos, sentenciosos y con frecuencia agresivos— florecieron en su lugar. Esta literatura alternativamente amenazaba e instruía a los lectores con minucioso detalle sobre cómo comportarse en casi todos los aspectos de la vida. El cristianismo no era la única causa de esto, puesto que ya se podía detectar en la literatura un tono cada vez más moralizante. De hecho, el auge del cristianismo pudo incluso haber sido en parte un síntoma de ese moralismo. Pero el cristianismo, en todo caso, abrazó, amplificó y promulgó ese hostigamiento en una medida nunca vista.

   El moralismo de los estoicos, sobre todo, exigía una fórmula popular. Recordemos que los pensadores estoicos en su mayoría pertenecían a las clases altas y a las clases altas se dirigía su mensaje mientras que para los pobres tal mensaje sería más accesible a través de fórmulas religiosas y moralizadoras apegadas a alguna tradición mítica. A cualquier tradición mítica. Isis y Mitra compitieron contra Jesús, pero, al final, la herejía judaica de los cristianos acabó siendo la elegida.

  Los cristianos descubrieron el alma. Ya hicieron algo extraordinario al descubrir ese espacio privado de vida consciente y centro de la percepción moral que se realza socialmente en los sacramentos, se percibe durante la oración (o en obras introspectivas como las “Confesiones” de San Agustín), se enaltece, vivifica y goza por el Espíritu Santo, e incluso puede existir eternamente. Al dejar expuesto este tesoro, lo hicieron objeto de todo tipo de ambiciones y agresiones. Si la verdad está en el alma y la verdad es poder, la caza del alma se convierte en el principal objetivo, lo que exige una férrea defensa.

 Todo esto parece incompatible con nuestra idea actual de individualidad que solo puede realizarse en libertad. Pero hemos de recordar que para tener libertad primero tenemos que cobrar existencia como individuos con libre albedrío. Ese primer paso lo dio el cristianismo, mientras que liberar el alma es un paso terriblemente arriesgado que no pudo llegar hasta la Ilustración, que estableció espacios comunes de coexistencia privada y moral, a la vez diversos y comunicables, en un entorno de mayor riqueza intelectual y de mayor prosperidad económica.

2 comentarios:

  1. Hola!
    Muchas gracias por esta recensión de “La edad de la penumbra” de Catherine Nixey.
    A veces siento que este tipo de autores leen la historia exclusivamente desde las prerrogativas de la modernidad, y por eso nos hacen pensar que todos esos humanos tenían una idea clara sobre conceptos fundamentales como libre albedrío, derechos humanos e individualidad (nociones hoy más que nunca discutibles).
    La historia es la que es y si leemos este pasaje histórico de la irrupción de la ideología cristiana en la historia como un fenómeno a observar, tal vez podamos hallar, más allá de tomar partido, la poliedricidad y contradictoriedad de ese evento: un poco de fenomenología es necesaria en la lectura de la historia.
    La civilización concibió los mitos y un ser supremo no simplemente porque no existía la "física". Tal vez el mito, las ideologías religiosas manifiestan una verdad ontológica de lo humano mucho más profunda que la concepción moderna de "religión como herramiemta de conservación ética y legal de la especie".
    Creo que un aspecto que deriva de este texto es que hoy la religión como la entiende Occidente (cristianismo), en especial el cristianismo del sur de Europa y de los terceros mundos (catolicismo), debe profundente revisar sus concepciones sobre el ser humano y laborar seriamente con la ayuda de la ciencia.
    Nuevamente gracias por tu blog y tus aportes!
    Saludos,
    Leandro.

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  2. "Tal vez el mito, las ideologías religiosas manifiestan una verdad ontológica de lo humano mucho más profunda que la concepción moderna de "religión como herramiemta de conservación ética y legal de la especie". "

    Estoy de acuerdo en que la religión no es solo una respuesta a un problema ético y social. Las religiones primitivas, las propias del "homo sapiens originario" (cazador-recolector), no suelen tener contenido moral y tampoco parece que cumplan una función social, dada la sencillez de una sociedad que es más bien una familia extendida. Aparentemente, la religión cumpliría entonces una función más de inquietud psicológica (¿ontología?), una forma de enfrentar la existencia dentro de la naturaleza.

    Las "religiones compasivas", con un fuerte contenido moral surgen a partir del budismo http://unpocodesabiduria21.blogspot.com/2013/07/la-gran-transformacion-2006-karen.html y hasta entonces el contenido de esas actitudes "poco prácticas" del pensamiento religioso se refería más bien a una mitología que en ocasiones podía ayudar -o ellos pensaban que ayudaba- a diversas actividades de brujería.

    En ese sentido, el Celso de su "discurso verdadero" y el cristianismo gnóstico son mucho más "religiosos" que los cristianos ortodoxos porque abordan la complejidad del mundo con complejísimas visiones medio míticas-medio racionales.

    Sin embargo, comprendo a la señora Nixey en sus alabanzas a los avances de los precursores racionalistas como Epicuro, Demócrito o Lucrecio. El camino es sin duda la razón, pero la sociedad romana reclamaba moralidad. La razón de los sabios grecolatinos no abordaba la cuestión moral por entonces.

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