viernes, 5 de octubre de 2018

“Mundos evolutivos sin fin”, 2009. Henry Plotkin

La diversidad y la complejidad son los elementos más distintivos de las formas de vida. Y sin embargo la ciencia busca explicaciones causales generales de sus observaciones. ¿Cómo pueden reconciliarse tales elementos [de diversidad y de explicación general]? ¿Es posible que la ciencia de la vida se adapte a los requerimientos de una teoría general?

  Este planteamiento del biólogo Henry Plotkin se asemeja a una disquisición filosófica, y casi inmediatamente pasa a cuestionar el concepto simplista de la ciencia que han propagado algunos físicos clásicos, como Rutherford, según los cuales es una necesidad científica alcanzar una total determinación de los fenómenos a partir de unas causas físicas elementales.

Ernest Rutherford aseguró, de forma celebrada, que “toda la ciencia es o bien física o bien coleccionismo de sellos de correos”

  Pero el mundo de los biólogos siempre será más complejo que una concepción newtoniana de la naturaleza y no por eso se convierte en una disciplina caprichosa por el estilo de la filatelia. Y por esa misma razón, el biólogo tampoco debe caer en la trampa de aceptar que el hecho humano pueda quedar subsumido, a su vez, en la determinación biológica general simplemente por el hecho de que Homo Sapiens es un mamífero entre muchos…

Este libro (…) trata de la biología y las ciencias sociales que están incluidas en ella

  Igual que la biología queda dentro del estudio general de la naturaleza (física), también la ciencia social queda dentro de la biología. E igual que los principios generales de la física no siempre pueden servirnos en la biología, tampoco las leyes generales de la biología han de condicionar nuestra concepción de las relaciones humanas. No se trata tanto de una incompatibilidad necesaria entre física-biología-ciencias sociales sino de una necesaria flexibilidad, porque las “reglas generales” incluyen excepciones y salvedades (no necesariamente contradictorias), y precisamente los principios generales de la biología o las ciencias sociales pueden basarse en tales salvedades. Esta precisión es fundamental para comprender el fenómeno humano desde la perspectiva de la evolución.

Una teoría general de las ciencias biológicas y sociales debe ser capaz de suministrar una explicación causal para los infinitos mundos evolutivos que englobe todas las formas de realidad social tanto como la emergencia de las formas de vida en la tierra firme o la aparición de la forma de andar bípeda.

  La visión de Henry Plotkin, al abarcar, con legítima ambición, la totalidad de las realidades física, biológica y social, nos permite llegar, si leemos su libro con atención, a una importante conclusión práctica que nos puede ayudar mucho a abordar la “cuestión humana”.

La hipótesis del “gran error” (…) es la idea de que, desde el punto de vista de los genes, mucho del actual comportamiento humano es una terrible equivocación que actúa contra la única cosa que importa a los genes, que es su perpetuación

  Quedémonos con este “gran error”. No se contradice con la biología, porque en la inagotable red de tendencias evolutivas de los seres vivos abundan los caminos sin salida. En realidad, son mayoría: extinciones masivas, formas de vida absurdas, unas muy breves, otras que se prolongan, con muy pequeñas modificaciones, durante cientos de millones de años…

  Por lo tanto, que “Homo Sapiens” acabe convirtiéndose en una especie que, a medida que prospera contradice la premisa de que una estirpe exitosa goza del éxito reproductivo, no se contradice con lo que sabemos de la evolución biológica en la práctica. Y aquí el ejemplo que más evidentemente está a la vista de todos.

 La gente más rica tiene, en proporción, menos hijos

  No se descarte tampoco la posibilidad de una autoextinción voluntaria de la especie humana (a pesar de su gran éxito en la Tierra). Ni que la humanidad acabe por extinguir toda la vida del planeta, ya que la mayor parte de los astros (en realidad, todos los que conocemos salvo la Tierra) están desprovistos de vida. Y es que la evolución, pese a que la conocemos como una forma narrativa, no resulta ser obra de autor alguno ni ha de llevar a una conclusión. Es solo un fenómeno natural, desprovisto de intención o significado.

  Ahora bien, la aceptación del “gran error” nos puede favorecer enormemente como proyecto social global, porque, dentro del "gran error" general, hay un “gran error” particular que supone la base de nuestras esperanzas de un mundo (humano) mejor: el hecho de que podemos manipular culturalmente nuestros instintos prosociales (en un principio, favorecedores de la reproducción de la especie y perpetuación evolutiva de nuestros genes) para crear una sociedad sin agresión, con abundantes gratificaciones afectivas y con altísimos niveles de cooperación tecnológica y económica. Porque de la misma forma que el objetivo de favorecer la reproducción del más apto es ilusorio, también puede ser errónea la perpetuación de los instintos agresivos y competitivos. Lo que es válido para todas las demás especies de seres vivos podría no serlo para Homo Sapiens. Esto supondría un gran error de la “Madre Naturaleza” y ésa es nuestra esperanza…

  ¿Cómo puede producirse un error tan grande, en contradicción con la regla básica evolutiva de que el individuo con más éxito transmite su carga genética a un mayor número de descendientes que el individuo menos exitoso?

La unidad de información que se transmite no es el comportamiento, como se transmite una canción o el uso de una herramienta, ni tampoco las consecuencias del comportamiento, como en una preferencia específica de dieta, sino más bien es el asombrosamente flexible sistema de símbolos, fundado en el lenguaje, sobre el cual se construye la cultura humana. (…) El poder de los símbolos, entidades que se constituyen para cada aspecto de la experiencia humana, permite no solo una comprensión del pasado y el planeamiento del futuro, o múltiples posibles futuros, sino la construcción de mundos sociales de una variedad virtualmente infinita

  La estrategia simbólica es la clave. El libro de Plotkin, al abordar la cuestión evolutiva en buena parte actúa desmitificándola. Evolucionismo no es determinismo ni mucho menos teleología. No hay un sentido de la evolución y el fenómeno del pensamiento simbólico no es más que un accidente probablemente originado porque Homo Sapiens es una especie cuya característica más peculiar, si se la compara con otras especies de mamíferos superiores, es su complicada vida social. Los mecanismos cognitivos de tipo simbólico que pueden transmitirse culturalmente son un rasgo único de nuestra especie, como pueda serlo el cuello tan largo para las girafas, y esta peculiaridad puede acabar por convertirse –aun no siendo ése su origen- en una herramienta imparable para la cooperación mutua (por supuesto, también económica), infinitamente superior a cualquier sistema de cooperación que la evolución haya producido para las hormigas o abejas.

Cultura es la capacidad para compartir creencias y valores, una especie de pegamento social que mantiene a los individuos humanos juntos como grupo.

  Se nos recuerda que, propiamente, las culturas ya existen en otros animales sociales, como los pájaros, con sus cantos que varían de grupo a grupo, y lo mismo sucede con los simios, con sus ingeniosos recursos para alimentarse más y mejor que se transmiten de unos a otros. Pero solo los seres humanos contamos con una cultura basada en mecanismos simbólicos, que nos permite transmitir de unas a otras generaciones concepciones únicas y cambiantes de fórmulas de cooperación social: ética, religiones, sistemas de parentesco, sistemas políticos, económicos, avances tecnológicos revolucionarios…

Hay una falta de analogía entre la evolución biológica y el cambio cultural, como la existencia de la transmisión horizontal [no solo de padres a hijos, también entre iguales] y la fragilidad que implica para la cultura la necesidad de una creencia común, los cuales son el resultado de mecanismos enteramente diferentes en los que se basan los procesos de selección

  Henry Plotkin no centra su libro en estas peculiaridades únicas de Homo Sapiens, ya que más bien traza un panorama general del fenómeno evolutivo dentro del cual nos encontramos nosotros como especie, pero es precisamente esa visión general la que nos aporta la perspectiva correcta del hecho humano, como “fruto” de la evolución que, como “accidente”, contradice algunos de sus principios básicos. Y es la visión correcta también porque nos desmitifica cualquier superstición cultural acerca de la “Madre naturaleza” (determinismo naturalista: lo que siempre así ha sido siempre ha de seguir siendo) y nos señala lo ventajoso que es para nuestras aspiraciones de un “mundo (humano) mejor” el formar parte de una gran anormalidad, de un “gran error” en la evolución.

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