lunes, 15 de agosto de 2022

“Jerarquía en la selva”, 1999. Christopher Boehm

  Tras contrastar todas las fuentes posibles, el antropólogo Christopher Boehm obtuvo una conclusión  del debate acerca de si, en un principio, el Homo sapiens es autoritario o igualitario:

Los humanos fueron igualitarios durante miles de generaciones antes de que comenzaran a aparecer las sociedades jerárquicas (p. 5)

  Ahora bien, eran igualitarios pero este igualitarismo no procede del instinto, sino de una constante elaboración cultural. Por naturaleza, sí somos autoritarios, igual que otros mamíferos sociales, como los chimpancés o los lobos.

Todos los hombres quieren dominar, pero si no pueden dominar prefieren ser iguales (p. 105)

[Acerca de si existe una disposición humana a la igualdad] la disposición en cuestión no es que nos oriente específicamente a la igualdad, sino que nos hace resentidos de ser indebidamente subordinados (p. 170)

La tendencia innata a dominar subyace como un universal (…) tanto como la tendencia innata a resentirse de ser dominado  (p. 251)

Mi teoría es que el igualitarismo no puede durar mucho sin una guía y manipulación profundas (p. 12)

  Esto implica el origen de la moralidad: una cultura de control colectivo de las conductas juzgadas como antisociales; en este caso, control de las actitudes autoritarias para dar lugar a una sociedad igualitaria.

La sociedad igualitaria nunca habría aparecido en ausencia de comunidades morales, y es posible que en la prehistoria emergieran al mismo tiempo (p. viii)

  El gran logro del Homo sapiens es que, prácticamente desde el momento en que comenzó a desarrollar sus mejores peculiaridades cooperativas, optó por controlar su autoritarismo innato.

Creo que para igualar definitivamente una sociedad política es necesario que la masa forme una comunidad moral, desarrolle un ethos igualitario y que deliberadamente tome el control de su propio destino (…) El igualitarismo es el producto de la intencionalidad humana  (p. 12)

  Esto equivale al surgimiento de una cultura política de base moralista. Una tendencia a controlar el poder de forma que beneficie en lo más posible a la comunidad. ¿Hubo una revolución prehistórica?

La sociedad igualitaria fue una invención cultural, una que sometió una naturaleza humana distintivamente competitiva y etológicamente despótica a nuevos usos políticos radicalmente nuevos (p. 173)

  Usos políticos desconocidos por nuestros antepasados grandes simios… ¿Cómo pudieron llegar a surgir?

Las preadaptaciones adicionales a ser consideradas [como previas al cambio de sociedad jerárquica humana a sociedad igualitaria] son la invención de las armas de caza, la caza de grandes piezas y –más básicamente- el desarrollo de un gran cerebro y las capacidades lingüísticas, cognitivas y culturales que le acompañaron (p. 173)

  El resultado igualitario implica una tensión social constante. De la misma forma que en la sociedad neolítica autoritaria las rebeliones de los sometidos nunca podían dejar de producirse, en la sociedad igualitaria los elementos ambiciosos siempre tendrían que ser mantenidos a raya.

Incluso cuando el hábito de la igualdad y la autonomía está bien establecido, un orden igualitario se enfrenta con desafíos periódicos por parte de los emprendedores (p. 10)

  Y esto implica también que nadie puede esperar ver una realidad en las utopías acerca de pueblos primitivos e inocentes que desconocen la ambición personal. Esta la encontramos en todas partes, se manifiesta desde la infancia, en la vida familiar y las relaciones privadas, tanto como también tiene un origen íntimo el natural resentimiento de los perjudicados por la ambición personal de los más agresivos.

El igualitarismo no es simplemente la ausencia de un jefe u otras figures de autoridad, sino una positiva insistencia en la igualdad esencial de todos (p. 61)

El poder colectivo de los subordinados resentidos está en la base de la sociedad igualitaria humana (p. 238)

  Con todo, también debe tenerse en cuenta que, en cierta medida, hubiera sido muy difícil controlar la agresividad de cada aspirante a alfa de no existir asimismo en el ser humano –en unos más que en otros- alguna tendencia compensatoria en sentido altruista.

Sostengo que existe una base evolutiva robusta para un altruismo genuino en nuestra especie, y sugiero que cuando los cazadores-recolectores prehistóricos se hicieron igualitarios esta condición modificó sostenidamente el “equilibrio de poder” dentro de la selección natural. El resultado fue una selección que tuvo lugar a nivel intergrupal, un cambio que eventualmente dio lugar a profundos efectos en la naturaleza humana (p. 14)

  Esto es la autodomesticación, pero tendría solo un valor relativo. Está claro que si eventualmente se eliminaba a los egoístas, tramposos y matones estos ya no abundarían tanto y no podrían propagar sus peculiaridades de temperamento al no contar con descendientes, pero esta selección por eliminación no habría llegado al punto de que desaparecieran los rasgos dominantes por completo. Si tal autodomesticación de la especie ha existido solo habría funcionado lo justo para hacer viable el control constante contra los individuos que fuesen aún demasiado conflictivos. El resultado sería lo que Boehm llama la “jerarquía de dominio inverso”.

[Designamos] las sociedades humanas igualitarias como jerarquías de dominio inverso (p. 128)

Es la base del grupo lo que está arriba y los posibles alfas son los que quedan por debajo de ellos (p. 123)

  Finalmente, consideremos que la agresividad del macho alfa no es un fenómeno meramente político –búsqueda del poder sobre los demás individuos del grupo- sino que entronca con otros comportamientos agresivos que buscan el beneficio personal.

  Por una parte, dentro del grupo, los individuos disputan por el predominio sexual.

La competición por las mujeres es la principal causa del homicidio entre cazadores-recolectores (p. 7)

   Sin duda, el macho alfa aspira a obtener privilegios sexuales (es ley evolutiva que el material genético busque su propia propagación utilizando el comportamiento humano como vehículo) y la pequeña sociedad de cazadores-recolectores cuenta con pocos medios para controlar los abusos. De hecho, es más fácil eliminar físicamente al alfa que controlar sus ambiciones pasionales: no hay un desarrollo moral suficiente.

En realidad, la resolución de vivas controversias puede ser bastante eficiente; son los conflictos pasionales los que los forrajeros manejan con torpeza (…) Una razón para ello es la ausencia de cualquier autoridad formal, tal como un jefe fuerte o un consejo de ancianos igualitarios que esté por cultura capacitado para tratar con conflictos serios. Como resultado, una vez se enciende el conflicto, no hay medio efectivo de intervención (p. 80)

En los homicidios intragrupales, causados por situaciones de celos o venganza, normalmente no se da lugar a sanciones moralistas dentro del grupo –incluso si el matar se desaprueba enérgicamente-. El agresor tan solo abandona la banda (p. 81)

  Y por otra parte, la existencia de armas más letales lleva ineludiblemente a utilizarlas, lo que implica un cierto determinismo tecnológico.

A pesar de una ética que fuertemente condena el homicidio dentro del grupo, las disputas se pueden convertir en letales porque los cazadores están adaptados para matar mamíferos de gran tamaño (p. 138)

  Más adelante, en las épocas más próximas al periodo histórico, la sociedad igualitaria acabará de manera necesaria por causa de otro determinismo, este económico.

A medida que los forrajeros se van volviendo sedentarios y se reúnen en grandes grupos (…), a veces aparecerá un estilo de vida jerárquico, con un liderazgo relativamente fuerte. Con tales cambios viene también un importante ajuste del ethos: los miembros de la banda comienzan a aceptar la competición, la estratificación social y la autoridad a nivel de grupo (p. 88)

  Y esto es algo que no siempre se ha comprendido

Marx y Engels fueron altruistas y reformadores políticos sinceros, pero como demócratas visionarios resultaron poco realistas. Desgraciadamente para el mundo moderno, suscribieron una posición fuerte “rousseauniana” de la naturaleza humana: haz desaparecer el cáncer del capitalismo explotador y los sistemas sociales humanos se harán automáticamente igualitarios, no competitivos y no coercitivos. (p. 256)

  Todavía hay hoy quienes creen que una sociedad igualitaria puede fundamentarse sobre principios políticos armoniosos –no originándose en un entorno de tensión competitiva constante, como presenta Christopher Boehm- y que tales principios pueden aplicarse fácilmente a grandes organizaciones sociales –el sueño marxista de la sociedad mundial sin Estado-. Incluso aseguran que en el Neolítico llegaron a darse grandes sociedades de este tipo. Pero los que argumentan acerca de esta posibilidad de armonía natural no logran ser convincentes.

  Sin embargo, la visión de una lucha constante para reprimir los impulsos antisociales innatos también nos ofrece esperanza: si desde el principio parecen haberse hecho progresos en limitar la agresividad y la ambición personales, es de esperar que en el futuro podamos encontrar técnicas de control social aún mejores. La armonía –no un igualitarismo tenso y conflictivo- puede llegar a existir en una cultura más avanzada, pero eso implicará cambios éticos muy arraigados (costumbres, ethos) y no meros cambios políticos por obra de la autoridad de los gobernantes.

[Existe] la hipótesis de que los genes basados en la selección por parentesco podrían (…) derivar a un comportamiento altruista en el cual se asiste a los no parientes. Por ejemplo, un comportamiento individualmente costoso que es extremadamente beneficioso para la adaptación inclusiva [inclusive fitness] (tal como intervenir en las luchas de la propia prole) se extendería a no parientes con los cuales existieran similares vínculos sociales (p. 220)

  Es decir, podemos hacer uso de nuestros instintos más cooperativos manipulándolos culturalmente  -interiorización- si extendemos el comportamiento altruista para con los parientes a la comunidad universal de los no-parientes. Ya se ha hecho parcialmente hasta el nivel de naciones o comunidades geográficas más extensas. En teoría, nada impide llevarlo a escala planetaria y que afecte a la totalidad del comportamiento humano, tanto a nivel privado como de grupo.

Lectura de “Hierarchy in the Forest” en Harvard University Press 2001; traducción de idea21

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