sábado, 15 de enero de 2022

“Irracionalidad”, 2019. Justin E. H. Smith

  La racionalidad supone la gran esperanza de la humanidad: un criterio común que nos permitiría unirnos en la acción para beneficio de todos.

Esta es la historia de la racionalidad, y en consecuencia también de la irracionalidad: exaltación de la razón y un deseo de erradicar su opuesto; la inevitable resistencia de la irracionalidad en la vida humana y quizá especialmente –o, al menos, especialmente problemática- en los movimientos que se crearon para eliminar la irracionalidad (Preámbulo)

  En su libro, el filósofo Justin E H Smith nos muestra, por una parte, que persiste la irracionalidad, pero, además, que lo que muchas veces vemos como racionalidad resulta un disfraz de la misma irracionalidad, porque muchos planteamientos irracionales utilizan argumentaciones que pretenden ser lógicas.

La lógica ha sido concebida durante gran parte de su historia como, por decirlo así, la ciencia de la razón (Capítulo 1)

Se acepta (…) que si quieres que tus afirmaciones sean tomadas como ciertas, debes probar que son ciertas por una combinación de datos empíricos e inferencias válidas. Los creacionistas [por ejemplo,] han aceptado las reglas del juego tal como son definidas por los evolucionistas. Han acordado jugar su juego en el terreno de la ciencia (Capítulo 5)

  Estamos lejos, por tanto, de las primeras esperanzas del racionalismo.

  Leibniz (…) creía, evidentemente con sinceridad, que si simplemente lográramos diseñar un lenguaje artificial adecuado, con todos nuestros términos rigurosamente definidos, no habría más conflictos, desde las pequeñas riñas familiares a las guerras entre imperios. Simplemente podríamos, en cualquier momento en que aparecieran los primeros signos del conflicto, declarar: “¡calculémoslo!” (…) [Pero] más bien queremos sacar adelante nuestro caso con la ayuda de nuestras pasiones, nuestra imaginación y cualquier otra pantalla de humo que tengamos a nuestra disposición contra nuestros enemigos, para desconcertarlos y confundirlos (Capítulo 1)

  El ideal de la razón puede o no ser adecuado, pero algo cierto es que hoy por hoy el mundo no se rige por la razón, que la irracionalidad es propia del comportamiento humano y podemos encontrar ejemplos de ello en todas partes. La irracionalidad es, en muchos aspectos, mucho más humana, más propia de nuestras inclinaciones.

Sueños, ficciones y creación artística en general son variedades del mismo género que implican sumisión a la clase de fantasías a las cuales la mente se inclina de forma natural y que la razón exige que mantengamos a raya. Nos llevan a otros mundos, a otras posibilidades, mientras que la razón nos dice que solo hay un mundo. Vivir según la razón es vivir en ese mundo que es común y compartido, mientras que entregarnos a la sinrazón, tanto despiertos como dormidos, es derivar a un mundo privado y no compartido (Capítulo 4)

  Smith hace referencia a irracionalismos de nuestro tiempo. Por supuesto, la elección de Trump como Presidente de Estados Unidos en 2016… y se anticipa a lo que luego sería, durante la pandemia covid, el negacionismo de las vacunas.

La irracionalidad estructural que ha permitido a Trump acabar donde nunca debía haber acabado es del tipo que en parte canaliza la irracionalidad de los miembros individuales de la sociedad, reunidos por ideología irracional, por fantasías que tienen sentido solo en tanto que no están sometidas a un escrutinio racional (Capítulo 8)

Es más plausible afirmar que las vacunas causan autismo que afirmar que la tierra es plana, pero ambas posiciones parecen estar motivadas no tanto por el contenido de sus afirmaciones relevantes y la evidencia en la que se basan estas teorías como porque desconfían de la autoridad de la élite (…) La gente en general no aprecia tener fluidos biológicos extraños inyectados en su sistema sanguíneo y con buena razón: normalmente aceptar tales mezclas es arriesgar la enfermedad y la muerte. y nuestra revulsión y evitación han evolucionado sin duda como mecanismos de supervivencia, racionales a su manera, como  adaptaciones. El miedo a las vacunas a este respecto es comparable al miedo a los murciélagos insectívoros o a los extraños que por la noche se acercan a nosotros en la noche (Capítulo 5)

  La conclusión más útil de esta reflexión sobre la irracionalidad tiene que ver con la moralidad.

La irracionalidad es tanto un asunto moral como cognitivo (Capítulo 8)

  El criterio de uso de la lógica en la racionalidad humana busca un punto de encuentro entre todas las sensibilidades y es por lo tanto de contenido moral. La empatía y el altruismo son posicionamientos lógicos y racionales puesto que satisfacen necesidades afectivas humanas y en tanto que es evidente que cada individuo es equiparable al semejante y no es posible vivir una vida realmente humana si no es en armonía con nuestros iguales... por no hablar de los enormes beneficios materiales que se obtendrían dentro de una sociedad altruista.

Hay una larga tradición en la filosofía, asociada sobre todo con Sócrates, de que todo error intelectual es un error moral, y viceversa: actuar inmoralmente es actuar desde un juicio intelectualmente insustancial y, correspondientemente, equivocarse es haber fallado, de una forma moralmente culpable, en buscar el conocimiento que nos habría permitido evitar el error (Capítulo 9)

   Contamos con el esclarecimiento guiado por la razón que nos lleva a conocer mejor nuestro entorno en la medida en que poseemos los medios materiales para ello. En la civilización contemporánea, en teoría, hemos dado nuestra confianza a la comunidad científica.

La electricidad puede (…) pasar de un momento de la historia a otro, por la línea de demarcación entre lo sobrenatural y lo natural (Capítulo 4)

  Pero la irracionalidad siempre tendrá su espacio en las relaciones sociales. Ceder a la irracionalidad es “mucho más humano” que confiar en la estadística y el consenso de los técnicos guiados por la lógica de la evidencia.

¿Por qué los aerófobos normalmente aceptan el hecho de que están siendo irracionales, mientras los racistas construyen un caparazón tan espeso con sus pseudohechos protectores? Parece que la diferencia está en que sufrimos nuestra turbulencia aérea solos, muy solos, mientras que los racistas convierten su sufrimiento ante el pensamiento de la existencia igual de otros que no son como ellos, en alegría y solidaridad dentro de una comunidad de personas. (Capítulo 2)

  Es decir, los prejuicios irracionales se desarrollan en un entorno social: las creencias en lo sobrenatural o las creencias raciales o del radicalismo político se viven en comunidad. El que sube a un avión confortado por la lectura de las estadísticas acerca de los escasos accidentes aéreos y el que sube inquieto porque se deja llevar por sus miedos irracionales están equiparados en tanto que afrontan estas circunstancias en soledad, pero quienes se agrupan en Iglesias que sostienen la existencia de milagros y el poder de la oración cuentan con una enorme fuerza que les permite expandir sus creencias mucho más allá de donde pueden hacerlo la “superstición” o la “aprensión” que se viven en solitario.

  Las creencias políticas disponen de ese poder tanto como las religiones. El autor se refiere, por supuesto, al populismo de Trump en Estados Unidos.

[Se trata de] un movimiento que alegremente rechaza hechos y argumentos a favor de sentimientos, de la identificación apasionada de grupo y de la prospectiva titilante de una lucha: en una palabra, de la irracionalidad (Capítulo 6)

  Pero en Europa está también el caso del disparatado movimiento independentista catalán que, contra toda evidencia, equipara su movimiento a la lucha por los derechos humanos, que asegura que verá reconocido -¡algún día!- su “derecho a la autodeterminación” por la comunidad internacional y que afirma que su intento de secesión unilateral en el año 2017 fue un ejemplo de democracia. 

  Y todo esto sucede en una época en la cual se ha alcanzado un altísimo nivel educativo y contamos con redes de comunicación e información de una amplitud hasta hace poco desconocida. Pero ¿es quizá tal abundancia de redes sociales necesariamente una ventaja para la racionalidad?

En el discurso online (…) el discurso moderado se castiga no siendo apoyado; los algoritmos invisibles de Facebook y Google te dirigen al contenido con el que estás de acuerdo, y las voces inconformistas se callan por miedo a ser atacadas o recibir enemistad (Capítulo 7)

    El autor, por lo demás, no se olvida del irracionalismo de otros tiempos. Nos recuerda cuando el apasionamiento no buscaba encubrirse en coartadas. Cuando Tertuliano afirma lo de "Credo quia absurdum", y siglos después, en un sentido semejante, el romanticismo existencial de Kierkegaard.

Para estos pensadores [irracionalistas religiosos] uno no defiende la fe religiosa contra la razón científica argumentando que no es absurdo o que sus hechos están mejor fundados que los hechos defendidos por la ciencia, sino más bien abrazando su absurdidad como prueba de su mucho mayor importancia que lo que pueda ser comprendido por la razón humana (Capítulo 5)

  Hasta cierto punto, este tipo de irracionalidad es lógica: si creemos en lo sobrenatural, no debemos esperar que tal tipo de fenómenos -de existir...- se desarrollen de la misma forma que los de tipo natural… Pero, por encima de todo, no es tanto la coherencia de creer en lo sobrenatural lo que nos aleja de la lógica, sino la necesidad de mantener el ardor apasionado de las creencias que nos vinculan poderosamente. Porque, una vez comprometidos en una creencia ¿cómo hacer depender nuestro compromiso de los fríos datos objetivos de la evidencia lógica observable?, ¿y si una sola evidencia lo echa todo abajo?

Es el misterio, la imposibilidad de que lo que se afirma sea cierto lo que mantiene a los creyentes volviendo una y otra vez, creyendo. (Capítulo 5)

     A este respecto, no viene mal recordar fenómenos como la “reducción de la disonancia cognitiva”… y que aún hay algunos filósofos actuales no muy lejos de estos planteamientos. 

    Finalmente, hay que aclarar qué hay de cierto en lo que parece existir de “inhumano” en el racionalismo. Por ejemplo, parece evidente que cierto racionalismo, el propio del “Homo economicus”, está relacionado con el comportamiento animal. Y, lejos de Dios ¿no resultamos ser nosotros simples animales también, de impulsos primarios y groseros (así lo vio la pobre humanidad de Occidente a mediados del siglo XIX, con las revelaciones de Darwin)?

La racionalidad implica determinaciones hechas por actores individuales con el fin de mejorar su propia situación individual: la idea de que es racional, por ejemplo, buscar a largo plazo el propio bienestar económico y la propia salud. Este ha sido el modelo por defecto de racionalidad en la mayor parte de la investigación económica y el puntal de la teoría llamada de la elección racional (Capítulo 9)

    Pero esto es un juicio precipitado. En realidad, no hay “Homo economicus”. La idea del individuo como mero actor egoísta y rapaz en la búsqueda de bienes y prestaciones en constante conflicto con la totalidad de sus semejantes que se los disputan no corresponde a lo que sabemos del comportamiento social del “Homo sapiens”, cuya existencia plena está más bien en las relaciones afectivas y empáticas que establece con sus allegados (que pueden ser muchos). No hay racionalidad en el estilo de vida del psicópata, que es más bien víctima de un trastorno.

   La conclusión es que no hemos de rendirnos a nuestros impulsos irracionales por su efecto inmediato o so pretexto de que la irracionalidad es más plenamente humana.

La racionalidad [de Ulises en el episodio de las sirenas] implica el desarrollo de medios efectivos para controlar la irracionalidad (Capítulo 9)

  El viejo Homero nos dio una lección, y la disciplina –si no “ciencia exacta”- de la psicología nos da un método y una visión lúcida de nuestra naturaleza. Conocer racionalmente nuestra racionalidad y nuestra irracionalidad es algo que queda al alcance de los seres sociales civilizados.

 Lectura de “Irrationality” en Princeton University Press 2019; traducción de idea21

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