miércoles, 25 de enero de 2023

“Los orígenes de la virtud”, 1996. Matt Ridley

   No tiene poca importancia definir la virtud. Una virtud bien entendida y mejor llevada a cabo es la clave de una sociedad feliz. Una sociedad feliz sería una conformada por individuos virtuosos.

Definimos la virtud casi exclusivamente como comportamiento prosocial, y el vicio como el comportamiento antisocial (p. 6)

  Siendo lo prosocial aquello que ayuda al bienestar común y lo antisocial lo opuesto. Los delincuentes son antisociales y los prosociales son lo opuesto a los delincuentes…

  El zoólogo, filósofo y divulgador científico Matt Ridley cuenta con la suficiente perspectiva para analizar la virtud de acuerdo con lo que sabemos hoy acerca de la naturaleza humana.

Los seres humanos tienen algunos instintos que promueven un bien mayor y otros que promueven un comportamiento egoísta y antisocial. Debemos diseñar una sociedad que aliente lo primero y desaliente lo segundo. (p. 260)

   ¿Y por qué la naturaleza nos ha dotado de instintos que promueven un comportamiento egoísta y antisocial? Pues porque, entre otras cosas, nacemos como primates evolucionados pero no como primates civilizados; la civilización nos llega después por el entorno cultural. Así, por ejemplo, los implacables babuinos son primates como nosotros y no están expuestos a cultura civilizatoria alguna…

No hay nada altruista en [que dos babuinos se alíen para quitarle la hembra a otro]. El babuino A espera tener sexo si une sus fuerzas con B para quitarle la hembra a C. Después espera conseguirla antes que B. Tanto A como B se benefician de la cooperación con una posibilidad al 50% de conseguir relaciones sexuales (p. 152)

  Al fin y al cabo, si no se alían los dos para expulsar al tercero, sus posibilidades son el 0%. Esto es clarísimo comportamiento “cortoplacista”. Se es agresivo contra otro para privarle de un bien que necesita… y a lo mejor ni siquiera me beneficio de ello. Y en cuanto al aliado que me he buscado… yo no le importo en absoluto, tan solo nos utilizamos el uno al otro pensando en el propio provecho y por lo tanto todos somos enemigos de todos. ¿No es la vida primate bastante parecida a la de los delincuentes? Piénsese no solo en lo antieconómico de tales esfuerzos con resultado incierto, sino también en el estrés que implica.

  En la sociedad humana, por tanto, necesitamos de la virtud…

La virtud es, casi por definición, el mayor bien para el grupo. Aquellas virtudes (como el ahorro y la abstinencia) que no son directamente altruistas en su motivación son escasas y oscuras. Las virtudes que todos alabamos –cooperación, altruismo, simpatía, amabilidad, desprendimiento- son todas por el bien de los otros sin ambigüedad. Esto no se refiere solo a la tradición occidental. Es un sesgo compartido por toda la especie. Solo algo como la gloria, que normalmente se gana por actos egoístas y a veces violentos, es una excepción a esta regla, y es una excepción que prueba la regla porque la gloria resulta ser una virtud tan ambigua que deriva fácilmente a la vanagloria. (p. 38)

  Importante dato: no todas las virtudes son realmente prosociales. Aparentemente lo son en la cultura dada –una cultura que promueva la “gloria”, por ejemplo- pero esto puede resultar engañoso. Por lo tanto, aunque toda virtud es estimada en su cultura como prosocial, en la realidad no sería así de acuerdo con los criterios de la cultura actual que presume de un extremo altruismo –recordemos que vivimos, en Occidente, en la cultura de la democracia social y los derechos humanos… la propia de las sociedades de mayor éxito económico-.

  Ahora bien, una ideología que tienda a diseñar una cultura por completo altruista puede caer en un tremendo error.

Karl Marx diseñó un sistema social que solo habría funcionado si fuésemos ángeles (p. 259)

  Y esto es por un motivo claro: Marx consideraba que no existe una tendencia antisocial innata en el individuo. Que las tendencias antisociales –ilógicas- han sido inculcadas por instituciones perversas –la religión, la propiedad privada, el patriarcado…- y que una vez erradicadas tales instituciones –incluso mediante el exterminio físico de sus partidarios- el paraíso terrenal sería la automática consecuencia de ello. El mismo error de Rousseau.

  Todo esto lleva a pensar que necesitamos un modelo de la virtud que esté ajustado a la verdadera naturaleza humana y que tenga en cuenta, por tanto, los obstáculos a la perfecta prosocialidad que implican nuestros propios instintos ancestrales.

[Adam] Smith señaló que la benevolencia es inadecuada para la tarea de construir una cooperación dentro de una sociedad extensa porque estamos irremediablemente sesgados a la benevolencia para nuestros parientes y amigos; una sociedad construida sobre la benevolencia podría quedar lastrada de nepotismo  (p. 46)

   Smith daba por sentado que las reglas del mercado –mano invisible- asegurarían que el egoísmo –o benevolencia nepotista, en todo caso- se equilibrase armoniosamente. Al igual que Marx más tarde, Smith se equivocaba acerca de la naturaleza humana porque creer en tal “mano invisible” es parecido a creer en el “buen salvaje” rousseauniano: si la meta del emprendedor egoísta es conseguir tantos bienes como le sea posible –para él y para su pequeño círculo nepotista- eventualmente asumirá para ello los riesgos precisos sin consideración al bienestar de nadie más: y entre estos riesgos no estará solo el de la ruina por incompetencia empresarial, también asumirá como un riesgo más el hacer trampas para beneficiarse él a costa de los empresarios honestos. Por lo tanto, lo que Smith planteaba –un mercado capitalista libre y feliz para todos- era una libre competencia entre ambiciosos honestos. Posible hasta cierto punto, ciertamente, en el entorno puritano –calvinista- del que procedía Smith, pero no tanto en otro tipo de sociedades más corruptas.

  En suma, la virtud es la base conductual de todo acuerdo mutuamente beneficioso dentro de una sociedad formada por extraños. Sea la virtud inexistente en un régimen marxista fallido o sea la virtud existente en un régimen capitalista eficiente.

  La virtud tiene una gran ventaja práctica: genera confianza.

Dar propinas a un camarero en un restaurante al que nunca volveremos, dar una donación anónima a la caridad (…) esto es ser presa de sentimientos que están diseñados para otro propósito: despertar confianza al demostrar capacidad para el altruismo (p. 137)

  Ahora bien: puesto que nunca volveremos al restaurante y puesto que nuestra donación a la caridad es anónima, ¿qué utilidad tiene el altruismo en tanto que su función es generar confianza? En realidad, no es tanto que este altruismo “innecesario” cumpla una función, sino que se trata de un subproducto inevitable de una programación emocional previa para el logro de la reputación de persona digna de confianza.

Las emociones alteran las recompensas de los problemas de compromiso, trayendo presentes los costes distantes  que no habrían aparecido en el cálculo racional. La ira detiene a los transgresores, la culpa hace doloroso el engaño, la envidia representa el propio interés, el desprecio gana respeto, la vergüenza castiga, la compasión da lugar a una compasión recíproca (p. 135)

  Es decir: el entorno nos guía a asumir determinadas emociones y luego, en cierto modo, somos prisioneros de ellas. Ira, culpa y envidia no son estados emocionales agradables. Los hemos asumido a nuestro pesar porque una sociedad más eficiente requiere el cultivo de tales estados emocionales como generadores de conducta prosocial. Por otra parte, la benevolencia –generosidad- sí es agradable y, además, es eficiente, en tanto que proporciona a quien la manifiesta una reputación de persona digna de confianza.

  Por eso un sistema de virtud requiere no tanto seguir reglas cívicas cuidadosamente calculadas –da propina solo en los restaurantes adonde vas a volver, para ahorrar dinero- sino interiorizar pautas emocionales de conducta prosocial –da siempre propina-. 

   Desde el punto de vista de una sociedad en su conjunto, la participación del individuo en esta trama para lograr buena reputación es en buena parte inconsciente –“interiorizas” la costumbre- pero el resultado se consolida porque, al fin y al cabo, estas culturas más prosociales acaban teniendo éxito frente a la que no lo son tanto (una sociedad donde todos pagan sus impuestos puede financiar los mejores ejércitos, por ejemplo). Esto es “selección de grupo”: el perjuicio relativo que supone tu actitud virtuosa acaba por beneficiar a toda tu sociedad y sitúa a ésta en una posición ventajosa con respecto a las otras sociedades –siempre en competencia las unas con las otras- donde tales virtudes no se cultivan en la misma medida.

La selección de grupo sucede cuando los individuos cooperan contra su propio interés y en interés del grupo (p. 188)

  Por eliminación, pues, las sociedades más emocionalmente prosociales –virtuosas- acaban siendo las más prósperas… como la Gran Bretaña de Adam Smith, donde era posible que el capitalismo evolucionara de forma relativamente eficiente y honesta hasta el punto de que se llegara a pensar que existía una “mano invisible” que guiaba todo el proceso.

  Ahora bien, las emociones interiorizadas hasta el momento no han podido surgir del mero artificio cultural –por ejemplo: del trabajo moralista y coercitivo de los comisarios políticos soviéticos establecidos por el Estado- sino que tienen su origen en tendencias innatas que la cultura solo modifica. Así, por ejemplo, si bien el altruismo moderno es algo nuevo, el recelo contra la desigualdad es ancestral.

La propiedad privada o la propiedad colectiva por un grupo pequeño es una respuesta lógica a una potencial tragedia de los comunes, pero no es instintivo. Al contrario, hay un instinto humano, claramente expresado en los cazadores-recolectores, y también presente en la sociedad moderna, que fuertemente protesta contra cualquier forma de acaparamiento. Acaparamiento es tabú, compartir es obligatorio (p. 243)

  El fracaso del igualitarismo primitivo, sin embargo, nos exige ser más sutiles. El igualitarismo primitivo –que se materializa en una vigilancia y cotilleo constantes- se basaba, en el fondo, en la mutua desconfianza que llevaba con frecuencia a reyertas. Por supuesto, las sociedades primitivas medraron durante miles de años gracias a esta desconfianza y vigilancia… aunque finalmente acabarían por ser derrotadas por las sociedades civilizadas no igualitarias.

  A pesar de que casi nadie querría volver a la sociedad primitiva igualitaria, en la sociedad civilizada el cultivo de la virtud requiere también de la mutua vigilancia que no necesariamente ha de ser siempre tan coercitiva, y en esto contamos con los mismos instintos de reconocimiento social que heredamos de nuestros antepasados. 

[Robert Frank] puso un grupo de extraños juntos en una habitación durante solo media hora y les pidió que predijeran privadamente cual de sus compañeros cooperaría y cual no en un juego del “dilema del prisionero”. El resultado fue mejor que por azar. Podría indicar que solo treinta minutos son bastante para que algunos predigan la capacidad de cooperación (p. 82)

  La capacidad de los individuos para interactuar con los semejantes a partir de nuestra capacidad para interpretar las pautas de conducta moral –para “reconocer la virtud”- revela que la moralidad puede ir mucho más allá del control de los actos antisociales. Esta capacidad puede dar lugar a relaciones humanas de virtud totalmente prosociales de armonía tanto a nivel privado –interactuación de cercanía, relaciones familiares- como a nivel de grupo –interactuación con desconocidos-.

  Los marcadores de confianza se hacen más ricos y sutiles. Cultivar la virtud implica controlar la fuente de la confianza o desconfianza que unos y otros merecen. El desarrollo de la civilización ha dado lugar a estrategias psicológicas a gran escala para mejorar la convivencia incluso al nivel más íntimo. Lo que sucede es que, hasta hoy, estas estrategias no han sido reconocidas de forma explícita y se han desarrollado por cauces indirectos e imprecisos. La educación cívica, la urbanidad, son creaciones recientes pero poco desarrolladas. La religión –el ámbito de lo sagrado, que afecta directamente a las emociones y que supone por tanto la "interiorización" más eficiente- permite más posibilidades para el desarrollo de la virtud, pero se halla –de momento- limitada por el habitual repertorio de creencias tradicionales y anacrónicas.

    Pensemos en prácticas religiosas como el ritual

Una forma de comprender el ritual es como un medio para reforzar la conformidad cultural  (p.175)

   Aparte del ritual, el adoctrinamiento ético, la socialización congregacional, los sacramentos y la literatura mítica moralizante son otros ejemplos de estrategias religiosas, pero el objetivo siempre es el mismo: la virtud. Puesto que la virtud se manifiesta en pautas emocionales de conducta interiorizadas, está claro que el condicionamiento de tipo religioso ha sido un instrumento inútil para mejorar nuestra prosocialidad (tal como nos muestra la historia de las culturas). La moderna ciencia social nos sugiere posibles estrategias futuras mejoradas en este sentido.

Lectura de “The Origins of Virtue” en Penguin Books 1998; traducción de idea21

domingo, 15 de enero de 2023

“El gen genial”, 2009. Joan Roughgarden

  La bióloga Joan Roughgarden asegura que la evidencia científica muestra que muchos presuntos hallazgos de Darwin hoy deben ser desechados, y particularmente ese es el caso de la llamada “selección sexual”.

He concluido que la teoría de Darwin de la selección sexual es completamente falsa y necesita ser reemplazada por un sistema teórico nuevo e igualmente expansivo. Denominé esta teoría de reemplazo la “selección social” (p. 2)

La visión tradicional que enfatiza la promiscuidad de los machos, la pasividad de las hembras y grandes costes diferenciados de la reproducción masculina y femenina no proporcionan el mejor marco para comprender la evolución del sistema de apareamiento y la selección sexual  (p. 45)

   Tradicionalmente, Darwin señaló cómo determinados ornamentos en los animales solo podían tener utilidad como marcadores o representaciones del atractivo sexual. Pero Roughgarden encuentra otra explicación para tales marcadores.

Según la selección social los ornamentos, tanto masculinos como femeninos, sirven como tickets de admisión para las coaliciones que mantienen el poder y que controlan la oportunidad para una cría exitosa de la descendencia. Los tickets de admisión son caros porque la ventaja de ser miembro de la coalición reside en el poder del monopolio que se diluye cuando la membresía se expande  (p. 242)

  Aunque esto es evidente para ella y sus colaboradores, hay que reconocer que son muchos los autores actuales que continúan aceptando la selección sexual. Roughgarden considera que detrás de la insistencia en mantener la teoría equivocada hay un sesgo ideológico de lo más nefasto, ya que la selección sexual formaría parte de una visión agresiva y competitiva de las relaciones sociales. Señala particularmente el punto de vista de autores populares como Richard Dawkins y su “gen egoísta”.

Según quienes abogan por la selección sexual, el conflicto está en todas partes y siempre aparece primero, mientras que la cooperación es poco común y viene después, pero según la selección social, el comportamiento social reproductivo comienza con la cooperación y solo secundariamente puede derivar en conflicto (p. 194)

  Los argumentos a favor de una extensa cooperación entre los diversos seres vivos –no solo humanos, por supuesto- son considerables, y uno siempre se verá tentado a pensar que quizá tenga su parte de razón. Resulta seductor tener una visión menos siniestra de la naturaleza de los seres vivos en general.

Este libro es sobre si el egoísmo y el individualismo, más que la amabilidad y la cooperación, están basados en la naturaleza biológica (p. 1)

  Muchas de las emociones sociales más valoradas por el hombre civilizado también tendrían paralelismo en la vida social de los animales, particularmente la de nuestros parientes más próximos, los antropoides, tal como se mostraría en conductas como el grooming mutuo (allogrooming).

Las amistades son reales e importantes –específicamente importantes como mecanismo para proporcionar un camino cooperativo para alcanzar soluciones cooperativas a los dilemas que enfrentan (p. 155)

  Habría, entonces, gran cantidad de ejemplos disponibles de comportamientos animales que no tendrían más utilidad que cimentar unas relaciones sociales afectivas. El mismo amor conyugal derivaría de una cooperación efectiva, emocionalmente motivada, entre machos y hembras. Esto forma un cierto “estilo de vida”, fuente constante de todo tipo de actos cooperativos útiles. Competir implica conflicto mientras que evaluar intereses comunes implica cooperación. Igualmente, los intereses reproductivos pueden ser comunes entre quienes participan en los mismos hechos biológicos, lo cual es una forma diferente de verlo con respecto a considerar que exista una oposición entre el macho que quiere inseminar a toda costa y la hembra que solo se preocupa por que su cría prospere. 

La selección social es inusual en la biología evolutiva porque enfatiza la negociación y la producción de descendencia más que la competición y el apareamiento (p. 159)

Según la selección social, machos y hembras se eligen unos a otros en términos de igualdad con el criterio de que ambos sean compatibles por circunstancias, temperamento e inclinación, todo lo cual subyace a la efectividad para criar la descendencia en el contexto de una infraestructura social humana (p. 245)

    La cooperación llegaría desde la defensa contra los predadores hasta la obtención y distribución de alimentos, pasando por la crianza conjunta de las crías. Todas estas circunstancias se dan en numerosos casos registrados de la vida diaria de mamíferos, peces y aves. 

   La cooperación es más efectiva que el enfrentamiento egoísta, eso está claro, pero tal cosa no quiere decir que nuestros instintos sean tan inteligentes como lo es nuestro razonamiento moderno al respecto. Eso no quiere decir tampoco que los instintos no abarquen un impulso cooperativo –que incluiría también los sentimientos amistosos-. Podría suceder que, simplemente, necesitemos de elaboración cultural para desarrollar mejor los instintos de cooperación –y los sentimientos afectivos que los alientan-.

El equipo de trabajo cooperativo es un principio diferenciado de las viejas ideas de selección por parentesco, altruismo recíproco y selección de grupo. (…) El equipo cooperativo no es una coincidencia independiente de intereses individuales, sino la aceptación de una meta de equipo para trabajar juntos y alcanzar tal meta.  (p. 13)

   O podría ser que el instinto fuese la cooperación, y la competitividad fuese la elaboración cultural. Sin embargo, para los humanos, históricamente, la cultura competitiva moderna ha resultado ser mucho más productiva que la cooperación primitiva. Cuando menos, durante milenios los Homo sapiens cazadores-recolectores fueron igualitarios y cooperativos… si bien parece que lograron pocos avances económicos y sociales.

Este libro invita a debatir sobre si Spencer y sus descendientes ideológicos hoy describen y explican correctamente la naturaleza biológica. Este libro se centra en la exactitud científica de afirmaciones de que la evolución descansa en la competición, el egoísmo y el conflicto. (p. 220)

  Tal actitud recuerda mucho al posicionamiento de Kropotkin frente a la concepción defendida por Huxley y Spencer, hace más de un siglo.

  La cuestión fundamental es que la cooperación no puede limitarse a una reciprocidad interesada: para ser eficiente tiene que basarse en impulsos instintivos de tipo emocional.

Si la fuerza de dos animales es necesaria para vencer una presa o los ojos de los dos son necesarios para vigilar a los predadores desde todos los ángulos, hay una ventaja funcional de la proximidad física que haría que el trabajo en equipo fuera el mejor mecanismo para conseguir un camino cooperativo para un resultado cooperativo. (…) Si la tarea implica rastrear grandes áreas para hallar alimento o para vigilar [la presencia de predadores] en ocasiones diferentes, entonces los pagos no compensados [altruismo] permitirán a los animales llevar a cabo sus tareas sin necesidad de proximidad física o contacto físico. En ambos casos, hay una meta de equipo pero diferentes caminos para alcanzarla.  (p. 161)

  La señora Roughgarden afirma que la evidencia de las pruebas está de su parte y esto solo puede cuestionarse mediante la aportación de otras evidencias, pero lo que sí podemos aprovechar ahora es la reflexión acerca de la naturaleza humana. 

   Se señala que nuestra condición de mamíferos, nuestra naturaleza específica como animales que requieren una cuidadosa crianza cooperativa, podría haber sido el origen de nuestras tendencias cooperativas instintivas, sea cual sea el alcance de éstas y conducentes a más aspectos de la vida colectiva, aparte de la crianza de los pequeños y frágiles mamíferos. Pero ¿no contamos con la evidencia de los impulsos poligínicos de los machos?, ¿no es el principal interés de los machos inseminar a tantas hembras como sea posible, y el cuidado parental de las crías un aspecto muy secundario para ellos?

Los que abogan por la selección sexual consideran la promiscuidad masculina como la condición original, básica o primitiva, y la monogamia como una especialización secundaria o derivada. Mi posición es exactamente la opuesta. Considero el cuidado parental masculino, incluyendo la monogamia que implica, como la condición básica y la promiscuidad en los mamíferos como una táctica de último recurso, una especialización derivada. Sostengo la hipótesis de que la promiscuidad masculina en los mamíferos aparece porque el control femenino de los jóvenes por la fertilización interna, gestación y subsecuente lactancia impide el acceso masculino a la descendencia, negándoles la oportunidad de asistirlos. (p. 190)

  También habrá quienes encuentren un mensaje feminista en este planteamiento que considera la promiscuidad masculina “un último recurso”: la naturaleza cooperativa implicaría, en el caso de los Homo sapiens, la monogamia, como la mejor garantía de un cuidado parental eficaz. La idea “spenceriana” sería la de un macho promiscuo porque su función es inseminar hembras sin tregua –y la de la hembra, la crianza-. La señora Roughgarden no puede negar que se da la promiscuidad pero la limita, como vemos, a las circunstancias en las que el cuidado exclusivo de la hembra –por necesidades biológicas, dada la fragilidad del recién nacido- sitúa al varón en un relativo extrañamiento. 

Lectura de “The Genial Gene” en University of California Press 2009; traducción de idea21

jueves, 5 de enero de 2023

“La condición posmoderna”, 1979. François Lyotard

   Con este famoso ensayo el profesor de filosofía François Lyotard inventó el “posmodernismo”, concepto de duradera existencia desde entonces y cuya comprensión resulta imprescindible para comprender también el periodo histórico correspondiente.

  El enfoque inicial parte del “conocimiento”: el ser humano existe en tanto que transmite en sociedad sus hallazgos acerca del entorno. Esta capacidad para conocer la realidad material a gran escala supone nuestro mayor orgullo… pero el conocimiento humano tiene sus imperfecciones.

Este estudio tiene por objeto la condición del saber en las sociedades más desarrolladas. (Introducción)

Simplificando al máximo, se tiene por «postmoderna» la incredulidad con respecto a los metarrelatos. (Introducción)

   La idea del “relato” o “metarrelato”, referente al entorno ideológico que condiciona el conocimiento, está muy arraigada ya en el lenguaje coloquial (¡como “constructo”!) y básicamente se refiere al obstáculo que representan los prejuicios o sesgos culturales.

Desde antes de su nacimiento, el ser humano está ya situado con referencia a la historia que cuenta su ambiente y con respecto a la cual tendrá posteriormente que conducirse. (Capítulo 5)

   Lyotard afirma que esta concepción tiene raíces clásicas

[En] los libros VI y VII de La República (…) [tenemos] un relato, la alegoría de la caverna, que cuenta por qué y cómo los hombres quieren relatos y no reconocen el saber. (Capítulo 8)

  Así que nada es verdad ni mentira, todo depende del contexto ideológico dentro del cual se exponga el supuesto “saber”, que es “saber social” antes que del individuo.

El saber no encuentra su validez en sí mismo, en un sujeto que se desarrolla al actualizar sus posibilidades de conocimiento, sino en un sujeto práctico que es la humanidad. (Capítulo 9)

El saber ya no es el sujeto, está a su servicio; su única legitimidad (que es considerable) es permitir que la moralidad se haga realidad. (Capítulo 9)

  La afirmación referente a la moralidad es notable porque se señala el objeto primordial de la sabiduría: el conocimiento humano que se espera que ayude al desarrollo social. De esa forma, se extrae la conclusión de que cada relato, en tanto que vinculado a una moralidad, no es solo un obstáculo al conocimiento, sino también un compromiso social. ¿El problema entonces sería la pertinencia de tal compromiso moral y social en el metarrelato en cuestión? Pero ¿cómo hallar la sabiduría –el contenido del compromiso pertinente- si primero no partimos de criterios objetivos de conocimiento, libres de prejuicios?

   El mismo Lyotard no puede quedar ausente de su propio relato. El suyo parece ser que es una renovación del marxismo, ya muy vapuleado por la evidencia del totalitarismo soviético en la época en que escribe su ensayo.

Sería fácil mostrar que el marxismo ha oscilado entre los dos modos de legitimación narrativa (…) El Partido puede ocupar el lugar de la Universidad, el proletariado el del pueblo o la humanidad, el materialismo dialéctico el del idealismo especulativo, etc.; de ello puede resultar el stalinismo y su relación específica con las ciencias, que entonces no son más que la cita del metarrelato de la marcha hacia el socialismo como equivalente a la vida del espíritu. Pero también puede, por el contrario, según la segunda versión, desarrollarse como saber crítico, planteando que el socialismo no es más que la constitución del sujeto autónomo y que toda la justificación de las ciencias consiste en dar al sujeto empírico (el proletariado) los medios para su emancipación con respecto a la alienación y a la representación: esa fue sumariamente la postura de la Escuela de Frankfurt. (Capítulo 9)

   Es decir, los dos modos de legitimidad narrativa son, o bien el marxismo totalitario que surge de la necesidad de la acción política estatal –el Partido-, o el supuesto saber crítico marxista que llevaría a la emancipación humana. Lógicamente, sería el marxismo liberador la apuesta más sensata…  ¿Esto sería así porque no depende de un contenido moral e ideológico previo, o más bien porque su propio relato está moralmente justificado?

   ¿El marxismo es, pues, el único conocimiento científico válido a nivel social?

La necesidad de administrar la prueba se hace notar más vivamente a medida que la pragmática del saber científico ocupa el puesto de los saberes tradicionales o revelados. Al final del Discurso, ya Descartes pide pruebas de laboratorio. (Capítulo 11)

El conocimiento sería el conjunto de los enunciados que denotan o describen objetos, con exclusión de todos los demás enunciados, y susceptibles de ser declarados verdaderos o falsos. La ciencia sería un subconjunto de conocimientos. (Capítulo 6)

  Sin necesidad de que el profesor Lyotard inventase nada, ya los filósofos que buscaban la sabiduría trataron de alcanzar criterios objetivos y duraderos, lo que culminaría felizmente en el hallazgo de la idea del método científico. Pero la ejecución de este método no iba a estar a la altura de las expectativas.

El derecho a decidir lo que es verdadero no es independiente del derecho a decidir lo que es justo, incluso si los enunciados sometidos respectivamente a una u otra autoridad son de naturaleza diferente. Hay un hermanamiento entre el tipo de lenguaje que se llama ciencia y ese otro que se llama ética y política: uno y otro proceden de una misma perspectiva o si se prefiere de una misma «elección», y ésta se llama Occidente. (…)¿Quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que conviene decidir? (Capítulo 2)

Aristóteles, Descartes, Stuart Mill, entre otros, han intentado fijar las reglas por medio de las cuales un enunciado con valor denotativo puede conseguir la adhesión del destinatario. La investigación científica no tiene demasiado en cuenta esos métodos. Puede usar, y de hecho usa, lenguajes (…) cuyas propiedades demostrativas parecen desafíos a la razón de los clásicos. (…) El uso de esos lenguajes no es, sin embargo, indiscriminado. Está sometido a una condición que se puede llamar pragmática, la de formular sus propias reglas y pedir al destinatario que las acepte. Al satisfacer esta condición, se define una axiomática, la que comprende la definición de los símbolos que serán empleados en el lenguaje propuesto, la forma que deberán respetar las expresiones de ese lenguaje para poder ser aceptadas (expresiones bien formadas), y las operaciones que se permitirán con esas expresiones, y que definen los axiomas propiamente dichos. Pero, ¿cómo se sabe lo que debe contener o lo que contiene una axiomática? Las condiciones que se acaban de enumerar son formales. Debe existir un metalenguaje determinante si un lenguaje satisface las condiciones formales de una axiomática: este metalenguaje es el de la lógica. (Capítulo 11)

   Y la lógica de la concepción científica, en el capitalismo, tampoco es de fiar…

El saber es y será producido para ser vendido, y es y será consumido para ser valorado en una nueva producción: en los dos casos, para ser cambiado. (Capítulo 1)

La pregunta, explícita o no, planteada por el estudiante profesionalista, por el Estado o por la institución de enseñanza superior, ya no es: ¿es eso verdad?, sino ¿para qué sirve? En el contexto de la mercantilización del saber, esta última pregunta, las más de las veces, significa: ¿se puede vender? Y, en el contexto de argumentación del poder ¿es eficaz? (Capítulo 12)

   Lyotard no llega a alcanzar ninguna conclusión –más allá de la esperanza en el marxismo crítico- pero nos expone una opinión y una realidad, quizá centrada en su época y en su propio metarrelato de intelectual profesional en un entorno sociopolítico dado. De todas formas, cualquier crítica, incluso si parece exagerada, trabaja en el sentido del esclarecimiento.

El saber científico no puede saber y hacer saber lo que es el verdadero saber sin recurrir al otro saber, el relato, que para él es el no-saber, a falta del cual está obligado a presuponer por sí mismo y cae así en lo que condena, la petición de principio, el prejuicio. (Capítulo 8)

Lectura de “La condición postmoderna” en Edición digital Titivillus 2018; traducción de Mariano Antolín Rato