domingo, 25 de diciembre de 2022

“Diez puntos acerca de la guerra”, 2008. R. Brian Ferguson

  Los diez puntos sobre la guerra del antropólogo R. Brian Ferguson suponen la conclusión de sus investigaciones acerca del origen de la guerra.

1- Nuestra especie no está biológicamente destinada a la guerra

2- La guerra no es parte inevitable de nuestra existencia

3- Comprender la guerra implica considerar una jerarquía de condicionamientos encadenados

4- La guerra expresa tanto prácticas pan-humanas como valores culturalmente específicos

5- La guerra modela la sociedad para sus propios fines

6- La guerra existe en múltiples contextos

7- Los oponentes son construidos a lo largo del conflicto

8- La guerra es una continuación de la problemática doméstica por otros medios

9- Los líderes favorecen la guerra porque la guerra favorece a los líderes

10- La paz es más que la ausencia de la guerra 

(Ten Points on War)

  El breve tratado de Ferguson en torno a sus diez puntos se complementa con escritos anteriores en los cuales fue exponiendo sus descubrimientos.

Si nos atenemos a la evidencia más que a la suposición, la guerra estuvo ausente en muchos lugares y periodos, se hizo mucho más común a lo largo del tiempo (si bien no se dio un incremento lineal) y en la mayor parte de los hallazgos arqueológicos más tempranos no hay signos de ella en absoluto. Hubo un tiempo antes de la guerra. (Archeology, Cultural Anthopology and the Origins and Intensifications of War)

  Buena parte del argumentario se construye polemizando con autores que opinan que, por el contrario, la guerra forma parte del estado natural de la sociedad humana y que, por lo tanto, ha existido en todas las épocas.

El registro arqueológico local contradice la idea de que la guerra siempre ha sido un rasgo de la existencia humana; más bien, el registro muestra que la guerra ha sido en gran parte un desarrollo de los pasados 10.000 años (The Birth of War)

  Esto querría decir que los humanos prehistóricos pudieron ser muy diferentes a los humanos que conocemos del Neolítico en adelante. Porque no hay ninguna duda de que todas las civilizaciones han sido guerreras. Es más: las sociedades primitivas de cazadores-recolectores documentadas por la antropología, todas sin excepción, en mayor o menor medida, han conocido la guerra.

  Por supuesto, si en la lejana prehistoria no hubo guerra, tenemos que dudar entonces de que más adelante las guerras posteriores se produjeran de forma sistemática. Éstas tendrían lugar por causas de tipo civilizatorio y no tanto, por ejemplo, por algo tan biológicamente necesario como el éxito reproductivo.

Encontramos que los Yanomami no comienzan las guerras para capturar mujeres (Ten Points on War)

  Concluir la presunta inexistencia de la guerra en la sociedad humana originaria lleva incluso a cuestionar las afirmaciones de muchos primatólogos acerca de la guerra que parece también darse entre los chimpancés.

El número de las muertes intergrupales entre chimpancés ha sido exagerado (…) Cuando suceden encuentros letales, ello plausiblemente puede atribuirse a circunstancias creadas por actividades humanas recientes (Archeology, Cultural Anthopology and the Origins and Intensifications of War)

  Con esto, Ferguson hace referencia a la terrible y muy documentada historia de la guerra de exterminio entre dos bandas de chimpancés de la reserva de Gombe, que muchos atribuyen a un exceso de obsequios de alimentos valiosos por parte de los naturalistas que los observaban. Paralelamente, Ferguson y otros autores consideran que la extrema ferocidad en las guerras yanomamis que documentó el antropólogo Chagnon pudieran tener un origen parecido: los obsequios de los antropólogos –sobre todo las armas de hierro, como los machetes- para ganarse la confianza de los nativos habrían creado un exceso de riqueza que desató la codicia.

Las guerras yanomami se ven como una sobredimensión de los antagonismos relacionados con el acceso desigual y explotativo a los bienes occidentales de intercambio (Ten Points on War)

  Pero ¿podemos estar de verdad seguros de que en el Paleolítico –hace, digamos, 20000 o 30000 años- la guerra era desconocida? Al fin y al cabo, ¿la aparición de unos pocos bienes de valor relativo –unos machetes y unos plátanos- es suficiente para motivar un fenómeno tan terrible como la guerra?

  Aquí nos encontramos con un debate que solo puede resolverse a partir de la evidencia arqueológica. Ferguson está seguro de que la evidencia acerca de una prehistoria pacífica es abrumadora.

Se han encontrado restos extensos de los cazadores-recolectores de Natufia, que vivieron entre hace 12800 y 10500 años en lo que hoy es [Próximo Oriente]. Un análisis cuidadoso de 370 esqueletos solo ha revelado dos que muestran algún signo de trauma, y nada que revele una acción militar. (The Birth of War)

  Y dedica una nota extensa a rechazar las presuntas evidencias en contra que expone su antagonista Lawrence H Keeley, particularmente lo que se refiere a los notables yacimientos arqueológicos de Predmosti, Pavlov y Dolni Vestonice.

  Estamos en manos, de momento, de la demostrabilidad de las correspondientes evidencias.

  Pero supongamos que Ferguson tiene razón y la “Prehistoria profunda” fue pacífica, ¿qué nos demostraría esto?

La antropología puede efectuar una contribución positiva al establecer claramente que no hay base científica para creer que un futuro sin guerra es imposible (Ten Points on War)

Un paso que podemos dar es que la guerra como práctica regular, la guerra como institución social, tuvo un comienzo. Si tuvo un comienzo, entonces la guerra no es una expresión inevitable de la naturaleza humana o de la existencia social (Archeology, Cultural Anthopology and the Origins and Intensifications of War)

  Lo más importante de todo es que

La cuestión no es si hubo guerra antes de la civilización. Ningún estudioso serio duda de que existió. La cuestión es cómo explicar la guerra, tanto guerras específicas y guerra en general como parte de la condición humana, y cómo la etnología y la arqueología pueden unir sus fuerzas en esta indagación (Archeology, Cultural Anthopology and the Origins and Intensifications of War)

  ¿Podemos calificar a Ferguson de rousseauniano, en el sentido de que considera la guerra el resultado de una intromisión nefasta de unos elementos culturales –propiedad privada, por ejemplo- tan novedosos como prescindibles (parasitismo)?

La guerra es el resultado de preocupaciones materiales básicas, filtradas a través de sistemas políticos internos/externos, impulsados por valores que alientan el militarismo (Archeology, Cultural Anthopology and the Origins and Intensifications of War)

Los comentaristas con frecuencia han comparado la guerra con una enfermedad, pero una analogía más apta es compararla con una adicción (Ten Points on War)

  El peligro del “rousseaunianismo” es que podría trivializar la gravedad de los impulsos agresivos y con ello alentar “salidas fáciles” a las situaciones antisociales. El rousseaunianismo tuvo su más negativa expresión en el socialismo de lucha de clases en general y en el marxismo en particular: bastaría con liquidar la propiedad privada y la religión, o exterminar a la clase opresora para que, automáticamente, las tendencias prosociales y antiagresivas predominen de nuevo… como supuestamente ya sucedía en la prehistoria. Tal promesa de un “radiante porvenir” resulta inevitablemente atractiva como mensaje político… para beneficio de los líderes que la proponen.

  Los “hobbesianos”, que creen en la naturaleza agresiva del ser humano –Hobbes hace su propuesta en pleno auge del puritanismo que considera al hombre tiranizado internamente por su naturaleza pecadora-, aunque puede parecer muy pesimista –y que considera que solo un poder político tiránico puede reprimir las tendencias antisociales y caóticas-, también puede interpretarse como que, al presentar una idea más realista de la agresividad innata, está alentando que se desarrollen estrategias antiagresivas más profundas, de tipo psicológico y cultural, y no tanto soluciones políticas.

  Por otra parte, se ha llegado a escribir que el progreso de la civilización hubiera sido imposible sin la guerra, pues solo la guerra pudo impulsar a las sociedades a crecer y con ello desarrollar nuevas formas sociales.

Es poco común, si no raro, que la guerra implique grupos preexistentes. En la práctica real, es el conflicto es que establece los grupos opuestos. (Ten Points on War)

  Es decir: la guerra sí parece tener cierto poder como aglutinador social. O tal vez lo tuvo en el principio y hoy ya resulta contraproducente (un planteamiento parecido se hace a veces con la religión: su evolución posibilitó la llegada al racionalismo y el consecuente ateísmo). 

   Considerar que la guerra pudo no haber existido durante miles de años siempre puede ayudarnos a crear un mundo mejor, interpretación rousseauniana aparte. 

  Por otra parte, resulta poco creíble que desconocieran la guerra simplemente por circunstancias del entorno como que, por ejemplo, disponían de mucho espacio a lo largo del cual desplazarse, lo que les habría impedido entrar en conflicto con otros grupos. En realidad, era vital que estuvieran en contacto con otros grupos para evitar la endogamia –intercambio de parejas sexuales- y hoy, de hecho, conocemos pueblos cazadores-recolectores muy aislados y que han subsistido en medio de grandes espacios –los esquimales del ártico-…  todos los cuales practican la violencia intergrupal en mayor o menor medida. Y de los pueblos que habitaron islas alejadas, cada uno pudo haber elegido vivir en paz, y en realidad todos han conocido la guerra; en comparación, los tahitianos –y los taínos de la Española que encontró Colón- eran relativamente pacíficos en comparación con los feroces hawaianos o los maoríes de Nueva Zelanda pero incluso tahitianos y taínos conocían la guerra.

  ¿Quizá ningún pueblo primitivo de los conocidos por los etnólogos modernos pudo evitar la guerra porque ésta ya era conocida –y recordada- del pasado? ¿Quizá se trataba de que la guerra había de ser “inventada”, y una vez se inventó –en algún momento hace veinte mil años- ya nadie pudo librarse de ella -¿una “adicción”?-, un poco como cuando se inventó la propiedad privada o al mismo Dios? En tal caso, la solución a la guerra –que Ferguson señala acertadamente como dependiente también de la agresividad interna del grupo y no solo dependiente de circunstancias externas al grupo- implicaría nuevas invenciones de tipo social. 

   Si tuvo lugar una maligna “revolución cultural” en algún momento de la prehistoria que llevó a que el concepto de guerra quedase, en apariencia, irreversiblemente unido a la condición humana, no es imposible una nueva “revolución cultural” en el futuro –¿“poshistoria”?- que desactive el mecanismo de agresividad humana que opera tanto a nivel intragrupal como extragrupal.

Lectura de “Ten Points on War” en “Social Analysis” (Berghahn Journals) June 2008  (artículo); lectura de “The Birth of War” en “Natural History” July-August 2003 (artículo); lectura de “Archeology, Cultural Anthropology and the Origins and Intensifications of War” en “The Archaeology of War: Prehistories of Raiding and Conquest” (Capítulo 13) editado por Arkush y Allen; University Press of Florida, 2006. Traducción de idea21.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario