jueves, 5 de diciembre de 2019

“El significado del asco”, 2011. Colin McGinn

  El asco forma parte de las emociones humanas como el miedo, el deseo o la ira, pero tiene una peculiaridad de la que no solemos ser conscientes: de entre todo el reino animal, solo los humanos sentimos asco.

Las reacciones de asco en los humanos no sirven para ninguna función biológica aparente; la emoción refleja una forma de entender el mundo, nuestro sitio en él y qué tipo de persona somos. Es, en este sentido, una emoción filosófica: es el resultado de una conceptualización de alto nivel. (…) El asco es una emoción avanzada (capítulo 3)

Los animales no experimentan asco porque sus apetitos son más sensatos, finitos y prácticos. Pero los de los humanos pueden ser estúpidos, infinitos e imprudentes (…)Si no pusiéramos restricciones a nuestros apetitos, nos conducirían a la locura, al colapso nervioso y a la anarquía social (…)  El deseo humano es salvaje y cuenta con una amplitud infinita; nunca está contento y siempre busca la novedad y el desafío (capítulo 6)

  A primera vista, éstas nos parecen reflexiones sorprendentes, porque el asco resulta natural si lo vemos como un medio de evitar infecciones. Pero a poco que se estudie el asunto, vemos que no es tan sencillo.

  El trabajo del filósofo Colin McGinn no es el primero sobre el asco, incluso hay estudios clásicos, al menos, sobre la evolución cultural con respecto a la limpieza (aunque centrados en Occidente), pero esta obra más reciente supone un buen resumen (y una buena contribución particular) de las visiones más profundas acerca de tan humanísima cuestión

Este es un trabajo sincrético, que aúna lo filosófico, lo psicológico, lo biológico y lo literario. (…) Considero que las ideas aquí presentadas se sitúan en el mismo territorio que el existencialismo y el psicoanálisis, y, aunque incorporan algunas de sus reflexiones, compiten con ellos. (Prefacio)

  El asco (¿y tal vez su contrario?) es también la base de muchas reacciones emocionales de tipo moral que resultan ser esenciales para la constitución y evolución de las culturas.

La facultad moral ha reclutado al sistema perceptivo-afectivo, aunque la base original de este sea enteramente no-moral. No nos sentiríamos asqueados moralmente por algo si no fuésemos ya capaces de experimentar asco físicamente. (…) El sentido moral ha adoptado la preexistente sensibilidad al asco (capítulo 2)

   Pero volvamos al principio. ¿Qué es el asco, en concreto?

La pregunta es, en esencia, la siguiente: ¿por qué deberíamos sentir tanta repugnancia por aquello que no es intrínsecamente dañino para nosotros? (capítulo 1)

Presumiblemente, el paradigma del objeto asqueroso es el cuerpo en descomposición, humano o animal (especialmente humano). No tanto, o en absoluto, el cuerpo de un fallecido reciente, pero más bien un cuerpo ya adentrado en el proceso de putrefacción o en deterioro (capítulo 2)

El asco es «dependiente del contexto». Si nos preguntamos contra qué nos predispone el asco, la respuesta más sencilla sería el contacto. No nos hace oponernos al peligro, como hace el miedo, sino a lo que podríamos llamar contaminación (capítulo 3)

El núcleo duro de los ejemplos de asco lo componen: (i) la carne putrefacta, (ii) las heces y (iii) las heridas; los procesos que les corresponden son la descomposición, la excreción y el daño corporal, respectivamente. (…) Considero que el resto de casos surge a partir de estas tres áreas principales (capítulo 4)

  Tiene interés especular sobre el origen evolutivo del asco. Darwin pensaba –como muchos- que tiene que ver con evitar ingerir sustancias tóxicas como alimento.

Incluso aunque el asco haya nacido como una repuesta protectora contra la comida dañina, hace mucho que perdió esa relación exclusiva con este imperativo biológico primitivo (capítulo 4)

   El hecho es que hay muchos alimentos tóxicos que no producen asco, y otros bien buenos que sí lo producen. Por otra parte, los animales evitan los alimentos tóxicos sin necesidad de experimentar asco, simplemente, no les gustan…

El objeto paradigmático del asco es el cadáver en deterioro. (…)  La teoría de la muerte parece ser susceptible de tratar nuestras tres categorías básicas de objetos asquerosos: cuerpos putrefactos, heces y heridas corporales (capítulo 4)

  La conclusión del autor –a la que no resulta fácil de llegar- es, por tanto, que el asco tiene como origen el miedo a la muerte. Eso explicaría por qué no se da ni en los animales ni en los niños pequeños.

Esquivar el contacto con los objetos que producen asco es una de nuestras estratagemas para negar la muerte y poner distancia entre ella y nosotros (capítulo 4)

   Podría ser, aunque se recuerda que el típico rechazo a ciertas viscosidades no da lugar, evidentemente, a que se sienta asco de los huesos de los esqueletos (sí pueden producir miedo, e incluso despertar sobrecogimiento).

   Y hay otra cuestión importante acerca de la psicología del asco y su evolución en las culturas:

Los ángeles y los dioses, las hadas y los espíritus: todos se nos presentan como seres libres de asco. (…) La tendencia a sublimar ciertos individuos humanos —reyes y reinas, supermodelos, estrellas de cine— muestra la misma dinámica: los transformamos en nuestra imaginación en seres prístinos, exentos de cualquier interior asqueroso. (capítulo 10)

   Existe una cierta tendencia al “angelismo”, una idealización de la humanidad que se va elaborando culturalmente con el avance de la civilización. Y observamos que esta idealización ha evolucionado al mismo tiempo que lo ha hecho el asco. Aunque partamos de la básica repulsión de la viscosidad maloliente de origen biológico, el hecho es que las cosas que nos dan asco han cambiado mucho a lo largo de la civilización.

La reacción de repulsa varía notablemente de cultura en cultura, de época en época e incluso de individuo en individuo. (capítulo 2)

  Uno se sorprende, por ejemplo, leyendo textos eróticos de hace cien años, en los que se destaca la condición atractiva y excitante del vello femenino en las axilas…

   Podemos relacionar esta evolución con lo que podría ser una importante función psicosocial del asco.

El asco se originó como un método para controlar nuestros excesos. El asco es la poderosa fuerza necesaria para equilibrar nuestras desmesuradas tendencias: nos mantiene a raya cuando sentimos la compulsión de romper las cadenas de todo control decoroso. El asco, por tanto, existe debido a una tendencia previa en nuestra propia constitución —en otras palabras, el exceso sin límites—. (…)El asco nació en nuestra especie porque el deseo excesivo ya existía con anterioridad y nos había conducido a unos resultados indeseables; la fuerza de voluntad no es suficiente para contenernos, por lo que nuestros genes (o la cultura) crearon un mecanismo emocional para ayudarnos a contenernos.(…) Encontramos pruebas para esta hipótesis en un hecho sencillo y directo: podemos sentir asco por cosas que normalmente deseamos una vez que hemos consumido suficiente para sentirnos satisfechos. (capítulo 6)

   Al educarnos para el asco, para derivar nuestras emociones de asco en un sentido determinado, estamos desarrollando nuestra capacidad para el autocontrol de nuestras emociones en general y, también, al progresar en el “angelismo”, estamos desarrollando una voluntad de benevolencia universal: en lugar de ceder al deseo biológico que puede hundirnos en el desenfreno y la consiguiente repugnancia, la civilización crea, para contrarrestarlo, un deseo “sublimado”, angélico, un artificio que niega nuestra naturaleza originaria y la hace trascender gracias a nuestra imaginación y nuestra capacidad para la abstracción.

Con la actitud del asco medimos el alcance de la disyunción entre cómo funciona el mundo realmente y cómo nos gustaría que fuese. Nos rebelamos contra la desnuda perversidad de todo ello. (capítulo 9)

Dos aspectos de nuestra naturaleza: la exigencia de estar juntos y nuestra revulsión por lo que somos. Nuestras mentes quieren unirse a las otras, pero nuestros cuerpos son un obstáculo para ello. (…) Otros animales sociales no se enfrentan a esta dificultad simplemente porque no sienten asco por sus congéneres. (capítulo 10)

Existe una incómoda desconexión entre la anatomía humana y la psicología humana (capítulo 10)

Freud (por influencia de Nietzsche) habría dado en el clavo cuando describió a los humanos como una especie reprimida: somos agentes cognitivos y racionales que voluntariamente ansían la ignorancia (en algunos respectos) (capítulo 8)

   Con todo, hay gente que cree que debemos enfrentarnos a nuestra propia naturaleza, y no disfrazarla ni tampoco resignarnos a la tragedia.

  Hay algo emocionante en el asco, algo que escapa de lo rutinario: el asco es vital, nos mueve. El asco se pega a nuestra memoria e intensifica los sentidos (…) El asco no es aburrido, es una clase de glamour negativo; la psique humana se deja seducir por el interés, la excepcionalidad y la potencia mágica del objeto que repugna. (…) Todo esto es compatible con un profundo sentimiento de rechazo. (capítulo 3)

  Hoy en día, algunos artistas, ciertos movimientos contraculturales, pretenden desafiar el asco y desarrollan en un sentido asertivo la reacción de rechazo. Pero tales heroísmos quizá no valgan mucho la pena.

Nunca podremos convencernos de que las heces son fabulosas o de que un cadáver en descomposición es delicioso. No considero que sea un tipo de progreso el modo en que la locura —en la forma de la coprofilia y la necrofilia— lo desmiente. El núcleo del asco es algo fijo e invariable y no hay nada admirable o iluminado en rechazar su cualidad aversiva. (capítulo 8)

  Pero, por otra parte, negar nuestra corporeidad ¿no nos aleja de la búsqueda de la verdad, que debería ser la esencia del humanismo? El autor simpatiza con la visión resignada y a la vez vehemente de “La negación de la muerte”, de Ernest Becker. Habríamos de asumir el sentido trágico de nuestra naturaleza biológica.

  Pero quizá el auténtico humanismo surge en la elaboración de un concepto que el autor (así como Becker) ignoran en sus libros: la humildad. Aunque parece estar cerca de descubrirlo pues escribe que

Jesús es literalmente un «dios que defeca». (capítulo 7)

La capacidad para controlar las reacciones de asco es esencial para doctores, enfermeras, trabajadores sanitarios y demás profesionales (capítulo 3)

   La existencia del asco nos señala nuestra voluntad de superación, y ahí puede encontrar sentido la posibilidad doble de, por un lado, sostener el angelismo como ideal sobrehumano -¿transhumano?- y, por el otro, afrontar nuestra triste realidad con humildad (que no con trágico desafío). Esta concepción -la humildad- que el autor no menciona implica una comprensión afectiva de nuestra debilidad, la base más práctica para actuar conjuntamente con una fuerza mayor, pero ya no en el sentido de alimentar el amor propio –que, ciertamente, nuestra materialidad contradice- sino para alimentar un amor mutuo mucho más prometedor a la hora de compensar nuestras flaquezas como seres sociales que somos, en lugar de solitarios héroes trágicos…

Lectura de “El significado del asco” en Ediciones Cátedra, 2016; traducción de José Manuel Annacondia López

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