sábado, 25 de septiembre de 2021

“El perfil emocional de tu cerebro”, 2012. Davidson y Begley

Un estado emocional es la unidad más pequeña y más efímera de emoción. Con una duración que, en general, ronda sólo unos pocos segundos, suele desencadenarse por una experiencia (Introducción)

   La vida emocional determina nuestra subjetividad. El estado emocional nos activa para actuar y nos da pautas comunicables a nuestros semejantes al respecto. La vida moral, la base de la sociabilidad humana, está encauzada por la emoción: elegimos qué reglas de conducta para el bien común son deseables o no deseables en base a nuestra reacción emocional. 

  Los avances en la neurología han permitido averiguar mucho acerca de la localización y la función de los sistemas emocionales humanos dentro de nuestro cerebro, hasta el punto que los autores de este libro, el neurólogo Richard Davidson y la divulgadora científica Sharon Begley, consideran que es posible describir los rasgos de personalidad emocional humana en base a las estructuras corticales.

La personalidad consiste en un conjunto de cualidades superiores que abarcan los rasgos emocionales particulares y los perfiles emocionales. (Introducción)

El perfil emocional influye en la probabilidad de sentir determinados estados emocionales, rasgos emocionales y estados de ánimo. Como los perfiles emocionales están mucho más cerca de los sistemas cerebrales subyacentes que los estados emocionales o que los rasgos emocionales, los podemos considerar como los átomos de nuestra vida emocional, es decir, como sus elementos constitutivos fundamentales. (Introducción)

El perfil emocional está configurado por seis dimensiones. Estas (…) seis dimensiones reflejan los descubrimientos de la investigación neurocientífica contemporánea: 

• Resistencia: la rapidez o la lentitud con que uno se recupera de la adversidad.

• Actitud: el tiempo que somos capaces de hacer que dure una emoción positiva.

• Intuición social: la pericia a la hora de captar las señales sociales que emiten las personas que uno tiene a su alrededor.

• Autoconciencia (conciencia de sí): el modo en que percibimos los sentimientos corporales que reflejan las emociones. 

• Sensibilidad al contexto: cómo se nos da regular nuestras respuestas emocionales para tomar en cuenta el contexto en el que nos encontramos.

• Atención: lo clara y enfocada que es nuestra concentración. (Introducción)

  A primera vista, la resistencia, la actitud, la intuición social, la autoconciencia, la sensibilidad al contexto y la atención no parecen describir la totalidad de los rasgos emocionales humanos, pero los autores argumentan acerca de ello.

  Por ejemplo, la autoconciencia:

A algunas personas les resulta muy difícil «sentir» sus sentimientos, es decir, puede llevarles días reconocer que están enfadados, tristes, celosos o que se sienten asustados. En este extremo de la dimensión de la autoconciencia se hallan las personas que son opacas a sí mismas. En el otro extremo de esta dimensión se hallan las personas que son conscientes de sí mismas, que son sumamente conscientes de sus pensamientos y sentimientos, y receptivos a los mensajes que su cuerpo les envía. (Capítulo 3)

  Y, por ejemplo, la resistencia:

La resistencia a las cosas pequeñas es (…) un buen indicador de la resistencia ante las grandes. (…)  Si se recuperan rápidamente de una pequeña dificultad serán resistentes ante los grandes reveses  (Capítulo 3)

   Normalmente la personalidad la relacionamos con la actitud moral, es decir, con la acción, emocionalmente activada, del individuo en relación a los intereses de sus semejantes, que es la clave de la vida social, particularmente de la vida social humana, con su gran complejidad. A primera vista, no parece que las dimensiones de “actitud” y “resistencia” puedan interpretarse moralmente, pero en realidad, los humanos actuamos en base a nuestra capacidad de asumir estados psicológicos. Aunque una persona pueda intelectualmente aceptar una ideología muy prosocial, si se derrumba emocionalmente –falta de “resistencia”- o si duda en el momento crítico –falta de “actitud”- es incapaz de mantener una ideología moral asumida solo intelectualmente. Y los datos de la neurociencia parecen demostrar que tales dimensiones del comportamiento son una realidad mensurable.

A diferencia de la personalidad, el perfil emocional se puede remitir a una signatura cerebral específica y característica. (Introducción)

Cada una de estas seis dimensiones tiene una signatura neural identificable y específica, una buena indicación de que son reales y no sólo un constructo teórico  (Capítulo 1)

   Los rasgos de personalidad han llegado a ser descritos desde hace tiempo, pero los autores consideran arbitraria esta descripción en comparación con la que hacen ellos

Las seis dimensiones que configuran el perfil emocional [suponen] una mezcla característica que describe el modo en que percibimos el mundo y reaccionamos ante él, de qué modo nos relacionamos con los demás y cómo sorteamos la carrera de obstáculos que es la vida. (Capítulo 11)

  El descubrimiento más alentador es el que se refiere a que, de acuerdo con lo que sabemos de la neuroplasticidad, el perfil emocional humano es alterable y por lo tanto nos vemos en una situación menos determinista que la que establece el criterio anterior –más tradicionalmente psicológico, menos neurológico- de los rasgos de personalidad.

Si bien, por lo común, el perfil emocional permanece bastante estable a lo largo del tiempo, puede alterarse por experiencias casuales así como por un esfuerzo intencional y consciente en cualquier momento de la vida, a través del cultivo deliberado de cualidades mentales específicas o hábitos concretos.  (Capítulo 1)

El cerebro cambia como resultado de dos contribuciones diferentes. Cambia como resultado de las experiencias que vivimos en el mundo, esto es, el modo en que nos movemos y comportamos, y las señales sensoriales que lleguen a nuestra corteza. Pero el cerebro también puede cambiar como respuesta a la pura actividad mental, que va desde la meditación hasta la terapia cognitivo-conductual, con el resultado de que la actividad en circuitos específicos puede aumentar o disminuir (Capítulo 8)

  Por lo tanto, es mucho lo que puede mejorarse en el comportamiento humano. Davidson y Begley abogan en particular por la conveniencia de la terapia cognitivo-conductual, pero también por el uso de la milenaria tradición de la meditación.

La meta última es lo que llamo una «terapia conductual de inspiración neuronal». Que sea de inspiración neuronal significa que la terapia modificaría aquella actividad aberrante del cerebro vinculada a la enfermedad mental. La parte «conductual» se refiere a la esperanza de que eso puede lograrse, no a través de la medicación farmacológica, sino mediante el entrenamiento de la mente, la terapia cognitivo-conductual y otras intervenciones, que, en lo fundamental, enseñan a las personas a pensar sus pensamientos de una manera diferente y esperemos que provechosa.  (Capítulo 7)

La terapia cognitivo-conductual, que fue desarrollada en la década de 1960, es en definitiva una forma de entrenamiento de la mente. Se centra en enseñar a los pacientes el modo de responder de una manera sana a las emociones, pensamientos y conductas que tienen. La idea consiste en reevaluar el pensamiento disfuncional y ayudar a que las personas puedan escapar del patrón que marca su manera de pensar, como cuando consideran que el hecho de que una persona no quiera salir con ellas por segunda vez significa que son unos perdedores y que nunca los van a querer. Los pacientes aprenden a reconocer su costumbre a verlo todo como una «catástrofe», a convertir los reveses y contratiempos cotidianos en calamidades, y con estas habilidades cognitivas aprendidas, sienten la tristeza y sienten la decepción sin precipitarse por ello en el abismo de la depresión.  (Capítulo 8)

  Richard Davidson llamó la atención entre los científicos cuando contó con la colaboración de un maestro de las técnicas orientales de la meditación según la tradición budista, el muy cultivado monje Matthieu Ricard.

Lo que pudimos observar en los datos recogidos durante los ciclos de meditación de Matthieu eran las primeras impresiones de que practicar formas específicas de meditación suscita cambios dramáticos en la función cerebral que podíamos medir con nuestros instrumentos  (Capítulo 9)

La meditación en la compasión cambia el cerebro —al intensificar las oscilaciones gamma y al aumentar la actividad en un circuito importante para la empatía   (Capítulo 10)

  En conjunto, las conclusiones de los autores nos llevan a una visión optimista del futuro.

El entrenamiento mental puede modificar los patrones de actividad en el cerebro y fortalecer la empatía, la compasión, el optimismo y la sensación de bienestar  (Introducción)

Los ejercicios que hemos expuesto (…) actúan a través de la mente para cambiar el cerebro. Tanto si están inspirados en las tradiciones contemplativas, que tienen una antigüedad de milenios, o en técnicas psiquiátricas del siglo XXI, tienen la capacidad de modificar los sistemas neurales que subyacen a cada una de las seis dimensiones del perfil emocional.  (Capítulo 11)

  Que los mejor informados eruditos acepten hoy que podemos manipularnos a nosotros mismos para alcanzar el bien común no es muy diferente a cuando en otros tiempos los reyes y los poderosos decidían sustituir su religión tradicional por la que le aportaba un nuevo profeta o cuando favorecían a los filósofos –estoicos y confucianos, por ejemplo- con la esperanza de que educaran mejor a su pueblo o cuando gastaban dinero en fundar monasterios donde pudiera preservarse la vida en santidad. 

   La idea de la mejora sistemática del comportamiento humano no debió de ser de las primeras ni tampoco se ha logrado aún formularla de una manera concluyente, y sin embargo, el progreso de la civilización depende de ella.

Lectura de “El perfil emocional de tu cerebro” en Ediciones Destino, S.A. 2012; traducción de Ferran Meler Orti

miércoles, 15 de septiembre de 2021

“Envidia, desprecia”, 2011. Susan Fiske

  La envidia y el desprecio son dos rasgos del comportamiento que, al igual que la agresividad o el tribalismo (nacionalismo), son tan naturales en el ser humano como antisociales. Erradicarlos debe ser parte de la función del progreso civilizatorio. Lo primero de todo, por tanto, ha de ser llegar a conocerlos.

   La prestigiosa psicóloga social Susan Fiske nos ofrece una visión general tanto de la necesidad natural como de las lastimosas consecuencias igualmente naturales de este tipo de emociones irracionales, egoístas y agresivas. Pero antes de condenarlas y buscarles remedio, hemos de tener en cuenta que la envidia y el desprecio tienen su origen en la evolución humana y que, en las duras condiciones del “hombre en estado naturaleza”, sí tienen sentido.

Las emociones son adaptativas, son herramientas de la mente de uso diario, de modo que emociones tales como la envidia y el desprecio son perfectamente predecibles desde el punto de vista de su utilidad  (Capítulo 2)

Tanto la envidia como el desprecio identifican una distancia entre lo que tenemos y lo que algún otro tiene (Capítulo 2)

La envidia y el desprecio como emociones señalan la importancia de las metas de comparación social  (Capítulo 2)

Para ser nosotros mismos, debemos identificarnos con algunos grupos. Nuestra intensa necesidad de saber a dónde pertenecemos dentro de nuestros grupos pone el marco para la envidia y el desprecio que se ven mitigados al compartir las normas de pertenencia y de grupo  (Capítulo 6)

La envidia es persistente porque todos los sistemas sociales dan lugar a la desigualdad. La envidia persiste porque el sistema social persiste  (Capítulo 1)

Nuestros cerebros están alerta para hacer comparaciones hacia arriba, con el monitorizador de la discrepancia en el cortex cingulado anterior y el analizador personal del cortex prefrontal medio listos para reaccionar rápidamente. Nuestros cerebros responden a las comparaciones hacia abajo activando sistemas consistentes con el asco y otras alteraciones emocionales (ínsula). Y cuando nos sentimos superiores a aquellos por debajo de nosotros el sistema de recompensa del núcleo estriado del cerebro se enciende. Las comparaciones marcan el estatus mediante las emociones de envidia y desprecio que nos alertan (Capítulo 7)

  Y la comparación social se hace inevitable porque, como mamíferos superiores, estamos naturalmente predispuestos a integrarnos en jerarquías.

El estatus nos permite coordinarnos los unos con los otros en nuestros encuentros cotidianos sin conflicto (Capítulo 2)

La comparación –tanto individualmente, cara a cara el uno frente al otro, o en grupos- reduce la incertidumbre al conseguir información que podemos usar para protegernos a nosotros mismos y para permitir que nos unamos a otros que piensan como nosotros (Capítulo 7)

Aparentemente, incluso la vergüenza, la envidia, la inferioridad y la amenaza son mejores que la incertidumbre, el caos y el conflicto. Las interacciones son predecibles cuando un socio acuerda ser subordinado y el otro es dominante. (Capítulo 2)

  Cada uno en su sitio. Arriba los que mandan y abajo los que obedecen. De esa forma el cuerpo social ha podido desarrollarse y prosperar.

  Que esto sea algo a lo que los Homo sapiens nos vemos impulsados por la naturaleza parece claro si consideramos la dura jerarquización que también existe entre nuestros parientes simios. Pero que sea natural no lo hace precisamente feliz.

Los primates subordinados sufren mucho en las jerarquías de dominio estable. Deben estar pendientes de los de arriba y temer a los tipos importantes; los niveles altos de la hormona del estrés reflejan esta incertidumbre e incomodidad  (Capítulo 7)

  La felicidad no forma parte del plan de la naturaleza. La naturaleza lo que exige es la supervivencia de la especie, y la jerarquía, la envidia, la agresión, el desprecio, el estrés, el acoso y la intimidación forman parte del juego social de la vida natural.

  Por otra parte, este conocimiento nos ayuda a comprender por qué una idea racional de la justicia social no coincide con los hallazgos de la psicología social.

En los países ricos, los homicidios se incrementan con la desigualdad, no con la pobreza per se  (Capítulo 7)

Los psicólogos han comprendido hace mucho que la frustración dispara la agresión (Capítulo 7)

La ira originada por la inferioridad se centra en el afortunado porque afrontar nuestra propia vergüenza es intolerable (Capítulo 7)

La gente que está individualmente orientada a la comparación social carece de autoconfianza  (Capítulo 7)

  Conocer lo ilógico de tales reacciones debería ayudarnos a superar este estilo de vida ancestral. Resultará imprescindible si queremos vivir sin agresión y, sobre todo sin desconfianza ni amargura. Podrían incluso estudiarse los casos en que actitudes de resignación, humildad y benevolencia –que excluyen la envidia y el desprecio- han permitido poner en marcha actitudes más productivas en la comunidad. 

   En muchas ocasiones se hace evidente que el deseo de igualdad es más bien resentimiento y que la justicia encubre la venganza. Por otra parte, en muchas comunidades, las tradiciones conflictivas dificultan encontrar salidas amables y pacíficas.

  ¿Este estilo de vida infernal de desigualdad y conflicto, tan conectado con nuestros instintos ancestrales, tiene que perdurar?

  En realidad, no.

Sin cambiar el estatus relativo, podemos convertir el desprecio y el asco en simpatía y piedad cuando vemos desde la perspectiva de otra persona (Capítulo 7)

  Pues claro que sí. Pero ¿qué pasos han de darse en ese sentido?  

Reconocer la humanidad de los otros estigmatizados puede hacernos sentir más virtuosos, valiosos y seguros  (Capítulo 7)

  La propuesta, por lo tanto, es la empatía como solución. En realidad, cualquier camino por los diversos recursos de la benevolencia humana puede librarnos de las estresantes y antisociales emociones de la envidia y el desprecio.

  En muchas ocasiones las actitudes antisociales se inculcan desde la infancia, e incluso se estimula la desigualdad y la competitividad en las escuelas. 

   Hay quienes aseguran que la codicia y la sed de poder son la base del progreso económico, lo cual no es cierto. Más bien se ha producido progreso económico en aquellos entornos sociales donde los triunfadores han despertado menos resentimiento. Solo sociedades suficientemente pacificadas han permitido un desarrollo productivo de la desigualdad. No es que las naciones más exitosamente capitalistas como Inglaterra u Holanda llegaran a desarrollar el respeto a los derechos individuales universales a pesar de la codicia de sus emprendedores capitalistas, es que solo en una sociedad en la que se respeta a los individuos es tolerable el estímulo de la desigualdad.  La educación cívica basada en la tolerancia, la generosidad, la amabilidad, la comprensión y la simpatía, tenga o no origen cristiano, permitió flexibilizar e incluso domesticar los comportamientos de envidia y desprecio tan profundamente arraigados. Solo un cambio de comportamiento previo –que también puede interpretarse como cambio moral- permitió el posterior desarrollo económico y social hacia estilos de vida más apropiados para la confianza y la cooperación.

Lectura de “Envy Up, Scorn Down” en Russell Sage Foundation 2011; traducción de idea21

domingo, 5 de septiembre de 2021

“La conversión religiosa”, 1993. Lewis R. Rambo

  El libro del profesor de psicología Lewis R. Rambo sobre las conversiones religiosas puede estar un tanto limitado al contexto social anglosajón –con las múltiples congregaciones cristianas y algo de sectas orientales- pero es una aproximación valiosa del fenómeno implicado por mucho que éste sea más amplio.

Mediante la conversión un individuo puede ganar un sentido de los valores últimos y puede participar en una comunidad de fe que lo conecte tanto a un rico pasado como a un ordenado y emocionante presente que genera una visión del futuro capaz de mover energías e inspirar confianza. Afiliarse a un grupo y suscribir una filosofía puede ofrecer sostén, guía, un núcleo para la lealtad y un marco para la acción. Lleva a implicarse en sistemas míticos, rituales y simbólicos que dan a la vida orden y significado. Compartir estos sistemas con personas de la misma opinión hace posible conectar con otros seres humanos a niveles intelectuales y emocionales más profundos (p. 2)

  En realidad, la conversión religiosa podría verse como el fenómeno capital en cuanto al progreso humano, y no tan solo un aspecto aislado de la vida social: una conversión religiosa implica un cambio de afiliación al grupo y, puesto que el ser humano no puede existir fuera de un grupo, la conversión religiosa implica una comprensión racional del individuo acerca del significado y fin de la comunidad humana dentro de la que vive, lo que implica a su vez -al producirse el cambio voluntario- una particular visión innovadora de la sociedad. Una conversión religiosa, por tanto, puede verse como una potencialidad para el perfeccionamiento social, sobre todo porque las religiones modernas –las que aparecen a partir de la “Era Axial”- implican transformaciones morales siempre en el sentido de alcanzar una mayor prosocialidad –una sociedad más próspera, benévola e intelectualmente desarrollada.

Cuando el converso potencial descubre la relevancia de un sermón o historia para su propia vida, se alcanza una integración de modo que el sistema teológico tiene sentido en un nivel humano, individualmente peculiar. El simbolismo religioso parece entonces interpretar de forma paralela la experiencia vital del converso  (p. 83)

  Sin embargo, pese a su imprescindible contenido trascendente, el fenómeno de la conversión religiosa podemos verlo también desde la cotidianidad. Aunque las implicaciones son de largo alcance, muchas veces las motivaciones de los primeros conversos pueden parecer triviales y esto es vital que se tenga en cuenta.

Las principales cuestiones que motivaban a los (…) conversos (en comparación con el grupo de control [en un estudio de psicología social]) eran emocionales, implicando relaciones problemáticas con los padres, infancias infelices y una historia pasada de relaciones personales frustradas  (p. 53)

  Los movimientos religiosos evolucionan y a medida que lo hacen puede cambiar el carácter de los conversos. Los primeros pueden ser unos pobres infelices con problemas familiares, pero una vez el movimiento cobra fuerza, los elementos más sólidos de la sociedad pueden también sentirse atraídos. El cambio social es crítico en la evolución humana, pero precisamente porque el ser humano no puede vivir fuera de su marco social, el individuo siempre se resiste a salir de él. Por ello tienen que darse circunstancias muy especiales para que se produzcan los primeros “desplazamientos”. Ahí entra el fenómeno de la conversión, un fenómeno muy específico y psicológicamente complejo, y que, al principio, solo puede ser efectivo en casos muy particulares.

   Es probable que el cristianismo surgiera un poco así –dependiendo de individuos en situaciones de precariedad social por diversos motivos-, sobre todo si tenemos en cuenta los comentarios despectivos de los paganos romanos de su época acerca del bajo nivel social de los primeros creyentes. Ciertamente, una persona estable y cabal no suele necesitar cambiar.

  Por otra parte, el profesor Rambo es muy consciente de que las religiones han idealizado mucho el poder de la conversión como manifestación del poder sobrenatural. En ello es paradigmática la leyenda sobre la conversión de San Pablo. Los hechos, sin embargo, desmienten estos fenómenos de conversiones de apariencia milagrosa.

En contra de la mitología popular, la conversión es muy raramente una transformación de la noche a la mañana, completa e instantánea que se da ahora y por siempre. (p.  1)

      La conversión repentina puede darse de la misma forma excepcional en que pueden darse muchos otros cambios excepcionales del comportamiento, pero lo sorprendente es que no se aborde en este libro –y, por lo que parece, en ninguno hasta ahora- los fenómenos de transformación moral que no demasiado infrecuentemente se dan en individuos antisociales –durante la estancia en prisión, por ejemplo- una vez son captados por “agentes” proselitistas de alguna religión (y también de algunas causas políticas). Debería estudiarse a fondo este fenómeno porque las autoridades gastan muchos recursos tratando de mejorar la trayectoria cívica de los delincuentes habituales obteniendo pocos resultados… cuando los charlatanes religiosos consiguen, con sus métodos “artesanales”, resultados espectaculares a bajísimo costo.

  Entre los factores psicológicos que podrían estar detrás de estos y otros fenómenos de cambio se mencionan en este libro algunos bastante obvios:

Una opción religiosa puede (…) ofrecer un amplio ámbito de gratificaciones emocionales, como el sentido de pertenecer a una comunidad, alivio de la culpa y desarrollo de nuevas relaciones   (p. 83)

  Pero es fundamental señalar que ninguno de estos factores tiene nada que ver con los prodigios sobrenaturales que, supuestamente, son el núcleo de las doctrinas religiosas. Como señalaba agudamente Unamuno, lo importante de las creencias teístas no tiene que ver tanto con la Teología como con la “Religión”(fenómenos psicológicos de tipo emocional). Y una prueba de que esto es así y de los tortuosos caminos para el cambio de comportamiento que la religión puede llevar a cabo es que muchas conversiones “religiosas” se han dado también al adscribirse un sujeto a una ideología política, especialmente cuando esta ideología política tiene un contenido moral, tal como sucedía con el marxismo. Y si cada religión de contenido sobrenatural tiene sus propias características, ¿no sería el carecer de contenido de ese tipo una característica particular de una “religión” marxista?

  En conjunto, la conversión religiosa parece más bien tratarse de una especie de “adopción” del individuo dentro de un nuevo colectivo social generador de confianza que contiene un simbolismo cultural de alto valor emocional. Un individuo desarraigado de su colectivo originario es el mejor candidato para tal tipo de adopción. El momento clave viene bien definido por la crisis.

[Entendemos la] crisis como una discrepancia sentida entre un estado imaginario ideal de los asuntos y las circunstancias en las cuales estas personas se ven atrapadas  (p. 47)

  La religión es, por tanto, un fenómeno que implica la pertenencia a una comunidad

Pocas conversiones tienen lugar en áreas con religiones bien organizadas y con escrituras, sostenidas por los poderes económico, político y cultural de la región. El cristianismo ha ganado pocos conversos al islam  (p. 47)

  Y se podría añadir que, en tiempos recientes, el islam sí ha ganado algunos conversos al cristianismo. ¿Por qué? Evidentemente porque se trata de que la comunidad musulmana –como en otros tiempos la de los partidos de la Internacional Comunista- es, hoy por hoy, una comunidad más cerrada e intensa. Aquí entra el concepto de “encapsulamiento”

Cuando una esfera de influencia ha sido creada por encapsulamiento, se despliegan cuatro dimensiones de interacción: relaciones que crean y consolidan vínculos emocionales con el grupo y establecen la realidad cotidiana de la nueva perspectiva; rituales que proporcionan modos integrativos de identificación y conexión con la nueva forma de vida; una retórica que proporciona un sistema interpretativo, ofreciendo guía y significado al converso; y unos roles que consolidan la implicación de una persona al darle una misión especial a cumplir.  (p. 108)

  En cambio, las religiones primitivas (las que fueron propias de la muy prolongada prehistoria… la religión, por tanto, “natural”) carecen de rasgos semejantes y por tanto su capacidad para la conversión era muy inferior.

Las religiones populares [animistas] son menos resistentes frente a las religiones mundiales, especialmente cristianismo e islam. Los animistas raramente tienen organizaciones extensas e ideología vinculadas con nadie de fuera de su pueblo. Careciendo de estas estructuras internas y recursos externos, se desconectan más fácilmente de los modos indígenas de pensamiento y acción  (p. 47)

   Por otra parte, una religión consolidada, con gran poder social, ya no requiere una situación de crisis tan extrema para la conversión. El individuo puede entrar en la comunidad religiosa de forma incluso superficial… pero una vez dentro tal vez le cueste después salir.

[Algún autor] no acepta la interpretación psicológica tradicional de importantes cambios de personalidad implicados en la conversión, al menos no en las primeras etapas. La gente adopta el rol del converso y se comporta de acuerdo con éste, y los cambios internos pueden seguir después (p. 122)

Desde la primera experiencia de crisis y búsqueda o, en otros casos, desde el primer encuentro con una nueva opción, el converso está explorando, experimentando y en algún sentido negociando la nueva posibilidad. Después de un tiempo, ciertas consecuencias son más obvias que otras. Para alguna gente, la consecuencia es una vida radicalmente transformada. Sus acciones y patrones de creencia son significativamente diferentes de lo que lo eran antes. (p. 170)

  Supongamos, finalmente, que queremos “convertir” a individuos antisociales –e incluso a comunidades relativamente antisociales en su conjunto- a una conducta prosocial –lo más perfecta posible. La mejor forma de conseguirlo es sumando pacientemente a individuos “en crisis” a una comunidad “de tipo religioso” en la medida en que proporcione una comunidad humana de confianza con contenido afectivo y una ideología altamente prosocial. Un entorno “religioso” –recordemos el caso de la ideología comunista en el pasado- puede aportar tanto el sentimiento de comunidad, como el marco ideológico como el sentido simbólico trascendente que permiten un cambio cultural y moral sólido partiendo de unas circunstancias históricas dadas –que nunca serán las mismas del pasado-.

  Si este movimiento tiene éxito, aunque sea solo comenzando con la recolección de individuos en crisis –es decir, situaciones excepcionales-, ello puede dar lugar a una comunidad más consolidada y a partir de ahí las conversiones serían ya de otro carácter.

La conversión es, de forma habitual, fenomenológicamente diferente dependiendo de si se trata [de incorporarse a] un movimiento innovador o [a] un poderoso movimiento ya en marcha (p. 12)

  Un uso inteligente de estos mecanismos psicológicos podría utilizarse en un futuro próximo para llevar a cabo un cambio no político que nos lleve a un entorno mucho más prosocial.

Lectura de “Understanding Religious Conversion” en Yale University Press 1993; traducción de idea21