lunes, 25 de enero de 2021

“Rígidos contra flexibles”, 2018. Michele Gelfand

  La psicóloga Michele Gelfand elabora en su libro una distinción de pautas de comportamientos que se aplica a colectivos, incluso a culturas nacionales. Encuentra cierta similitud con una anterior distinción realizada por la antropóloga Ruth Benedict 

En la década de 1930, la antropóloga estadounidense Ruth Benedict  contrastó culturas según si eran «apolíneas» o «dionisiacas», en relación con los hijos de Zeus. Al igual que Apolo, dios de la razón y la racionalidad, las culturas «apolíneas» rígidas, como los nativos americanos zuñis, valoraban los límites y el orden. Y al igual que Dionisio, dios del vino, que hacía hincapié en el desenfreno, el dejarse llevar y el exceso, las culturas «dionisiacas» flexibles, como las tribus indias de las llanuras americanas, eran propensas al salvajismo y a la falta de inhibición. (Capítulo 2)

    La distinción de la señora Gelfand se hace, pues, entre “rígidos” y “flexibles”

La conducta depende en gran medida de si vivimos en una cultura rígida o flexible. El lado en que se sitúe una cultura se reflejará en la solidez de sus normas sociales y la severidad con la que las aplique.  (Introducción)

Las culturas rígidas cuentan con severas normas sociales y poca tolerancia a la desviación, mientras que las culturas flexibles adoptan normas sociales débiles y son muy permisivas. Las primeras son las que imponen las normas y las segundas, las que las rompen. (Introducción)

   Naturalmente, esta distinción es solo vagamente indicativa y al aplicarse a los estados-nación actuales suena un poco como a las páginas de los philosophes del siglo XVIII

Según nuestros hallazgos, algunos de los países más rígidos de la muestra eran Pakistán, Malasia, la India, Singapur, Corea del Sur, Noruega, Turquía, Japón, China, Portugal y Alemania (la antigua parte oriental). Los países más flexibles eran España, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Grecia, Venezuela, Brasil, los Países Bajos, Israel, Hungría, Estonia y Ucrania. El binomio rigidez-flexibilidad es un continuo, con casos extremos a cada lado y diversos grados en medio. (Capítulo 2)

  ¿Portugal es rígido como Singapur, y España es flexible como Australia? Por poco razonables que nos parezcan estas generalizaciones, el estudio es bastante minucioso al abordar diversas cuestiones de psicología social.

En general, las culturas flexibles tienden a ser abiertas, pero también mucho más desordenadas. Por otra parte, las culturas rígidas cuentan con un orden y una previsibilidad reconfortantes, pero son menos tolerantes. En eso consiste el equilibrio entre rigidez y flexibilidad: las ventajas coexisten con los inconvenientes. (Capítulo 3)

    Flexibilidad como apertura y tolerancia supone una posibilidad de progreso, y puesto que nuestra civilización se caracteriza por el progreso constante, en hacer posible la flexibilidad estaría la base del éxito social…

Las culturas flexibles juegan con una notable ventaja cuando se trata de ser abiertas —a nuevas ideas, a personas distintas y al cambio—, cualidad que brilla por su ausencia en las culturas rígidas. (Capítulo 3)

  El hecho es que el progreso social se ha dado, ciertamente, a partir de las culturas donde la Ilustración mejor arraigó: las naciones inglesa y holandesa, donde el cristianismo reformado se unió al desarrollo económico del comercio y la industria, dando lugar a una cultura de tolerancia y expectativas de novedad. El progreso económico, sin embargo, no puede existir sin el respaldo de un cuerpo político y judicial que garantíce los tratos privados. La seguridad jurídica implica cierta rigidez…

En las culturas rígidas suele haber poca delincuencia, una gran sincronía y un elevado grado de autocontrol. Las culturas flexibles, en cambio, pueden ser muy desorganizadas y tienen multitud de fallas en su autorregulación. (Capítulo 3)

   Por lo cual estas afirmaciones no son muy comprensibles: sin orden ni regulación ¿quién defiende a los humildes de los abusos?, ¿quién supervisa la limpieza de los acuerdos económicos? Para Benjamin Franklyn estaba claro que solo la honestidad mutua permitía el éxito de los tratos económicos y negocios. Podemos considerar quizá un contraste entre la honestidad que surge del propio autocontrol y la honestidad que la ley exige. Pero en realidad, no pueden existir el uno sin la otra.

Se necesitan normas fuertes para instaurar el orden social necesario para sobrevivir a las circunstancias más difíciles.  (Capítulo 4)

Los ambientes demasiado restrictivos o muy rígidos limitan gravemente la elección individual y requieren un autocontrol constante. Por otro lado, los entornos excesivamente permisivos pueden promover la falta de normas y el caos  (Capítulo 9)

   Se ha detectado que existe una tendencia a las normas que parece hereditaria. Los niños pequeños tienden a respetar las normas. Y hay diferencias entre niñas y niños en cómo organizan sus juegos. Esto no implica que tales tendencias impliquen progreso en las acciones comunes o industriosidad. Da la impresión de que se trata de uno de esos “módulos” de comportamiento social hereditarios

Varios estudios demuestran que los niños pequeños siguen normas y están dispuestos a castigar a los infractores incluso antes de dominar el lenguaje formal. (Capítulo 1)

Somos una especie supernormativa: sin darnos cuenta, invertimos una parte enorme de nuestra vida en seguir reglas y convenciones sociales, incluso cuando no tienen sentido. (Capítulo 1)

Las normas son el secreto del éxito, pero también son fuente de enormes conflictos en todo el mundo. (Capítulo 1)

  Si el respeto –o la mera “manía”- de las normas no implica necesariamente un orden en el sentido de armonía y fomento de la acción prosocial, entonces nos encontraríamos con un comportamiento de sistematización irreflexiva que, en conjunto, debió de ser adaptativo en la lejana prehistoria. Las normas establecen jerarquías, equilibrios y tensiones de poder, y en muchas ocasiones agravan los conflictos –guerras de bandas. Quizá este sea el sentido propio de la “rigidez”: no tanto un medio para un fin, sino una tendencia compulsiva de comportamiento que a veces puede ser beneficiosa para el orden social civilizado y otras veces no tanto. Habría que trabajar, entonces, en la elaboración de sistemas de orden que no impliquen una normatividad “rígida”.

   Gelfand considera –muy oportunamente- la cuestión de la rigidez que aparece tras la experiencia de la amenaza constante. Ésta no es una rigidez que permite el establecimiento de normas estables. Se trata de una rigidez en cierto modo neurótica, incluso traumática, que en cierto modo recuerda la sistematización propia de las conductas autistas.

La clase baja ve el mundo a través del prisma de la amenaza: están más preocupados por pagar el alquiler o la hipoteca, no perder su casa y su trabajo (Capítulo 6)

Los niños de distintas clases sociales están expuestos a tipos de socialización radicalmente diferentes. La clase trabajadora experimenta lo que los psicólogos llaman una socialización «estricta» o «reducida», mientras que en la clase alta es «indulgente» o «amplia». (Capítulo 6)

Los adultos de clase baja eran más propensos a afirmar que vivieron con reglas más estrictas, castigos más duros, más control y menos opciones en su hogar durante la infancia, su trabajo y en su vida en general. También declararon que las situaciones a las que se enfrentaban a diario eran mucho más rígidas, con menos conductas consideradas aceptables. Es más, los participantes de clase baja tendían más a desear una sociedad más rígida, tal y como demuestra su firme acuerdo con frases del tipo «Para que una sociedad funcione deben castigarse de forma severa las infracciones». (Capítulo 6)

   El “populismo” es una palabra puesta de moda en los últimos tiempos y que hace referencia a una concepción política “vulgar” de la necesidad del mantenimiento del orden que permite la vida de los humildes; este orden no podría existir sin unas normas fuertemente coactivas y una estructura autoritaria simple y abrumadora –encarnada, por ejemplo, en un caudillo carismático o en una ideología sagrada. Populismo puede ser la extrema derecha xenófoba que percibe solo superficialmente el inevitable caos que producen las minorías inmigrantes mal integradas y que solo opta por la represión; pero populismo puede ser también el fundamentalismo islámico, que a cientos de millones de personas pobres del Tercer Mundo ofrece la rigidez inapelable de la sharia como garantía de cierta concepción primitiva –y represiva- de orden, paz y justicia. Las ideologías comunistas semirreligiosas también guardaron cierto parecido con tales estructuras autoritarias.

Los países con un historial de conflictos externos evolucionaron hacia la rigidez por necesidad. (Capítulo 4)

  Por lo tanto, no cabe decir que todo se soluciona con un aristotélico “justo medio” entre rigidez y flexibilidad. No es lo mismo la “rigidez” de las normas impuestas mediante la violencia que la “rigidez” que surge del establecimiento de un cuerpo legal coherente y práctico que a la vez se origina a partir de un consenso ciudadano de cívico autocontrol –lo que aconteció, por fortuna, en las naciones del cristianismo Reformado a partir del siglo XVII.

   Por otra parte, se han hecho estudios neurológicos acerca del autocontrol y el respeto a las normas cívicas. Estos parecen confirmar la promesa de prosperidad de las naciones de Extremo Oriente. Se trataba de observar la reacción ante episodios que se describían acerca de infracciones a las normas cívicas.

Las neuronas de los sujetos chinos se dispararon con mucha fuerza en la zona frontal del cerebro, que nos ayuda a pensar sobre las intenciones de los demás y a tomar decisiones sobre castigos. Los estadounidenses, en cambio, apenas mostraron reacción alguna en la zona frontal a las infracciones. Por lo visto, las diferencias en el radar normativo acaban firmemente arraigadas en el cerebro. (Capítulo 8)

  Esto no tiene por qué ser genético, sino más probablemente es fruto de la educación. La civilización china es controvertida, pero a primeros del siglo XXI su extraordinario desarrollo económico no puede ser fruto meramente de la imposición de las autoridades y la imitación del capitalismo europeo, se trata más bien de una concepción cultural ancestral que incluso despierta la envidia de Occidente. La china es la única civilización del mundo con una tradición milenaria de reverencia por el estudio, el trabajo y el ahorro.

    Una cuestión que en este libro no se aclara mucho es la naturaleza del “autocontrol” y la “normatividad”. En realidad, las personas que se autocontrolan son las que menos necesitan de las normas.

    El autocontrol no está realmente basado en el respeto de normas arbitrarias. El experimento de Mischel es, según algunos, la mejor pauta para detectar el futuro desarrollo cívico de los individuos. Este experimento se hace con niños a los que se expone una situación lógica y fácilmente comprensible: elegir entre un pequeño beneficio a corto plazo y uno sensiblemente mayor a medio plazo. No se muestra tanto la predisposición a mimetizar rigideces conflictivas, sino una flexibilidad consecuente con los propios intereses que se hacen evidentes mediante la lógica. El autocontrol no puede, por tanto, tener su origen en las leyes políticas de las civilizaciones, sino en la primera socialización durante la infancia, cuando los niños –unos más y otros menos- asimilan las reglas lógicas de la convivencia cívica.

Igual que ocurre con otros aspectos de la mentalidad rígida o flexible, los individuos y las culturas difieren en su capacidad de autocontrol. (Capítulo 8)

   Autocontrol y flexibilidad son perfectamente compatibles. Pero hay disrupciones culturales que perturban esta expectativa de armonía social. Entre ellas puede estar la manipulación cultural de la predisposición a la rigidez normativa. Quienes, por ejemplo, se incorporan a una secta fundamentalista o a una banda callejera no lo hacen porque realmente piensen que esta rigidez jerarquizada vaya a beneficiar a la comunidad, sino para integrarse en un grupo poderoso, en un cuerpo social opresivo y agresivo del cual pueden obtener ventajas primarias. No hemos de perder de vista que nuestro origen prehistórico es el de pequeños grupos humanos dominados por aún más pequeños grupos de guerreros –con un macho alfa o una coalición de “alfas”. No debemos confundir la normatividad racional y el autocontrol reflexivo con tales impulsos gregarios.

Lectura de “Rígidos y flexibles” en Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. 2019; traducción de Ana Guelbenzu de San Eustaquio

No hay comentarios:

Publicar un comentario