El psicólogo Joseph Newirth aborda la cuestión de la simbolización a partir del punto de vista del psicoanálisis que, de hecho, en su tratamiento de los símbolos llegó hasta crear su propia mitología. Pero no debemos perder de vista que la interpretación del símbolo como herramienta de integración social es de interés central en todos los ámbitos. La perspectiva del psicoanálisis y la psicoterapia es una forma más de hacérnoslo visible.
Siguiendo los conceptos implícitos y explícitos en (…) múltiples áreas de psicología, neurociencia y psicoanálisis, un modelo contemporáneo de la mente está emergiendo que funciona como un sistema transformacional. La cuestión central que estos diferentes modelos transformacionales intentan responder es: “¿cómo las experiencias internas y externas, los datos, las experiencias sociales se transforman en pensamientos y símbolos significativos más que simples estímulos, signos, que exigen una inmediata respuesta del individuo?” Estos modelos transformacionales están centrados en cómo aprendemos a pensar, y en el desarrollo de estructuras que nos permiten pensar pensamientos. Estas visiones transformacionales reconocen que bajo diferentes condiciones somos incapaces de pensar y responder o reaccionar a la situación inmediata, incluyendo: el congelamiento en la respuesta a la sobreestimulación traumática, el experimentar con absoluta certeza que la otra persona es un objeto persecutorio, el verse afectado por el estado paranoide esquizoide (…), o el reaccionar impulsivamente a fin de descargar un afecto particular. (...) “¿Cuáles son las estructuras neuropsicológicas y de desarrollo que permiten la transformación de sencillas, inmediatas, sensibles y afectivas experiencias en información significativa? ¿Cómo pensamos simbólicamente y generamos narrativas significativas y sistemas procedimentales que organicen nuestro comportamiento en el mundo de las cosas, y en el mundo de las relaciones íntimas?” (p. 130)
La simbolización tiene, pues, una finalidad esencial: facilitar la asimilación de situaciones nuevas que crean incertidumbre. Simbolizamos para pensar, para interpretar el mundo, transformándolo en un conjunto de fenómenos inteligibles. El mecanismo simbólico es el sistema transformacional.
En el caso concreto del psicoanálisis, el proceso de simbolización es central a fin de que el paciente se libere de la enigmática opresión que le daña.
Desde el comienzo, el psicoanálisis implicaba la transformación de signos en símbolos, narrativas que daban significado a los misterios de una acción no deseada (p. xii)
Un símbolo es un signo que representa una idea. De la misma forma que una multiplicación nos ahorra muchas sumas sucesivas, una simbolización nos ahorra muchas evaluaciones por separado. Formular una idea en forma simbólica es un fenómeno del lenguaje y puede hacerse mediante una narrativa, una parábola, un mito, una teoría. Efectuada la simbolización, el nuevo paradigma se interioriza, y se reorganiza el pensamiento de forma que éste se ve transformado hasta el punto de ser asimilable y comprensible.
El pensamiento transformacional es un raro suceso en el cual una metáfora o construcción metafórica altera la organización fundamental del significado para un individuo, como cuando uno cambia la comprensión habitual del uno y el otro, de estructuras relacionales a una nueva comprensión más fluida en la cual las viejas categorías son reemplazadas por nuevas percepciones y expresiones simbólicas (…) El ejemplo de Cristo cambiando de una regla jurídica a un sentido de relación y responsabilidad personal, cuando dijo, a una multitud que iba a apedrear una mujer por cometer adulterio: “el que no haya pecado que tire la primera piedra”. Esta afirmación movió a los oyentes a identificar simétricamente con la mujer y no usar los pensamientos asimétricos de separación y juzgarla. (p. 136)
Psicoterapia y psicoanálisis son formas muy explícitas de utilizar la simbolización como forma de superar el conflicto humano. Recordemos que ocupan en buena parte el lugar de la antigua sabiduría moralista y que sus aplicaciones podrían ser de mayor alcance aún en el futuro. No conllevan el cambio cultural, pero crean las condiciones para éste.
Hacia el final el siglo XX aparecieron modelos transformacionales en el psicoanálisis, en la psicología del desarrollo y en la neuropsicología que se centraban en la capacidad individual para representar y simbolizar la experiencia, para hacer significado, más que en el descubrimiento de deseos rechazados y reprimidos, acciones inconscientes o intentos de reparar patrones de relaciones repetitivas y autodestructivas. Estas teorías presentaban modelos similares de la mente que describían el desarrollo de estructuras que permiten al individuo transformar experiencias concretas y orientadas a la acción en complejos símbolos y narrativas. (p. 10)
Nietzsche utilizaba el término “psicólogo” en lugar del de “filósofo” porque en el siglo XIX la sabiduría filosófica entraba ya en el terreno abandonado por la religión, impotente para hacer frente a la irrupción del conocimiento lógico y científico entronizado por la Ilustración. Y ya no se trataría del mero descubrimiento de los enigmas de la mente humana, sino de ofrecer a la persona sufriente estrategias de sanación.
La simbolización terapéutica implica una escuela de estrategias cognitivas directamente conectadas con la capacidad humana para afrontar la realidad más allá de lo inmediato. Esto implica acercarnos a la autonomía moral y a la asertividad racional.
[A partir del tratamiento,] el paciente comienza a desarrollar su propia capacidad para simbolizar, contener y afectivamente elaborar experiencias que previamente habían sido extremadamente limitadas debido a [una] historia de trauma (p. 95)
Por lo tanto, el terapeuta ya es solo un estratega de la capacidad individual de simbolización, y no es él quien elabora la transformación cognitiva del paciente, que por su parte se va haciendo cargo de su propia problemática. El paciente se capacita para un mayor ámbito de acciones.
La relación analítica facilita algo más que la simple resolución del conflicto y dificultad del paciente mediante la introspección o nuevas experiencias analíticas, puesto que es de mayor importancia el que también facilita el desarrollo de la capacidad para la mentalización y el pensamiento autorreflexivo (…) [así como] la capacidad para soñar (…) para reparar (…) o hasta para desarrollar la pantalla del sueño, que permite al paciente generar nuevos y subjetivos significados en sus vidas (p. 85)
Podemos entender este mecanismo de simbolización como extensivo a todo el proceso civilizatorio. La moralidad, la convivencia, la cooperación eficiente y el éxito social dependen de cómo se elaboren estos procesos mentales compartidos en los que emoción y razón se enlazan completando una existencia rica de subjetividad eficiente y productiva. Se crea significado y se crea cultura, estilo de vida y comunidad.
En el caso específico de la experiencia terapéutica, el analista y el paciente se hacen imprescindibles el uno para el otro porque conforman la comprensión mutua de la experiencia individual y el criterio científico. Una vida mejor.
Mi concepto de experiencia simbólica simétrica (…) implica otra mente o subjetividad, en relación a la experiencia interna de la persona; estos modelos son intersubjetivos y se centran en la necesidad de una profunda consciencia de lo que sucede dentro de la mente del otro. Este trabajo sugiere que no es simplemente la relación intersubjetiva lo que permite la transformación de las partes del yo del paciente concretas, externalizadas e independientes, sino que esta experiencia intersubjetiva y simbólica debe incluir experiencias de placer en el sistema de relaciones implícito del analista y el paciente (p. 85)
Así que la relación analista y paciente supone toda una promesa de armonía social.
Lectura de “From Sign to Symbol” en Lexington Books 2018; traducción de idea21
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