sábado, 15 de julio de 2023

“La utilidad de lo inútil”, 2013. Nuccio Ordine

   La idea de que, pese a su inutilidad práctica, el cultivo de las artes, el pensamiento y las ciencias abstractos merecen la mayor de las atenciones pues nos aportan una valiosísima utilidad en otro nivel no nos resultará nueva; se trata de una idea, ciertamente, muy antigua, como el mismo profesor Ordine nos documenta. Pero lo que sería más valioso es precisar en qué consiste concretamente esa utilidad de lo que parece poco útil. Por qué ciertas tipos de pensamiento compartido, de fuerte valor emocional y expresado en simbolismos, resultan imprescindibles para el ser humano y no cabe duda de que juegan un papel básico en el curso de la civilización.

  Porque de civilización se trata:

Aristóteles ha escrito páginas importantes sobre el valor intrínseco del saber en su Metafísica. Es mérito suyo haber formulado con claridad la idea de que el conocimiento en los grados más altos no constituye «una ciencia productiva». Y que los hombres «comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por la admiración». Precisamente el estupor ante aquellos «fenómenos sorprendentes más comunes» los estimuló a emprender la quête. Y por lo tanto si es cierto que los hombres «filosofaron para huir de la ignorancia, es claro que buscaban el saber en vista del conocimiento, y no por alguna utilidad» (Primera parte)

  Nadie ha podido mejorarlo. El decir de Aristóteles de que los hombres buscan “huir de la ignorancia” nos convence y al segundo nos mueve a protesta.

He querido poner en el centro de mis reflexiones la idea de utilidad de aquellos saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista. Existen saberes que son fines por sí mismos y que —precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial— pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores. (Introducción)

  Es decir, y esto es lo que el libro de Ordine indica –aunque no se diga explícitamente- que lo que realmente supone una utilidad más allá de la utilidad práctica para los intereses privados, es el desarrollo de la moralidad, es decir, de la sabiduría.

Arda el ánimo de los estudiosos de avidez, pero no de oro y de riqueza, sino de buenas costumbres y sabiduría [según Leon Battista Alberti]  (Tercera parte)

  Sin embargo, el avance moral no se limita a las especulaciones filosóficas en el ámbito académico. El avance moral lo que implica, por encima de todo, es el desarrollo de la diversidad de las experiencias subjetivas dentro de una comunidad, incluso celebrada por ésta al aceptarla como fuente de enriquecimiento. Si lo pensamos bien, solo gracias a tal diversidad de experiencias es posible hallar un desarrollo social en armonía: no basta con tolerar a los otros individuos, hemos de lograr un intercambio efectivo de las diversas perspectivas. Un buen ejemplo de esto es el sub-género literario de las utopías sociales, donde se aúnan el entretenimiento, la filosofía y la crítica social.

El mismo desprecio por el dinero, por el oro, por la plata y por toda actividad encaminada al lucro y el comercio se encuentra también en la literatura utópica del Renacimiento. En aquellas famosas islas, situadas en lugares misteriosos y lejanos respecto de la civilización occidental, se condena toda forma de propiedad individual en nombre del interés colectivo. A la rapacidad de los individuos se le contrapone un modelo fundado en el amor al bien común. (…)A través de la literatura utópica, en suma, los autores muestran los defectos y las contradicciones de una sociedad europea que ha perdido los valores esenciales de la vida y la solidaridad humana. (Primera parte)

  Aún es necesario precisar más: el mensaje siempre es moral, pero si el mensaje implica celebrar la subjetividad, pluralidad y diversidad de los individuos en social armonía, eso implica profundizar en tal riqueza. Poetas, matemáticos o escultores no expresaban ideas morales… pero se convertían en protagonistas del debate moral en tanto que mostraban la diversidad. Recordemos que, en sociedad, el objetivo primario es siempre evitar las disputas, de modo que el primer impulso de los agentes sociales es siempre reprimir la diversidad en tanto que puede ser causa de disensión. Por lo tanto, el cultivo de la diversidad en armonía supone un ejercicio arriesgado que se enfrenta a la desconfianza inevitable de quienes desean eludir el conflicto a toda costa.  

  El humanismo, la tolerancia y la racionalidad del juicio crítico no pueden existir sin una corriente general de interés por la diversidad en armonía.

Aceptar la falibilidad del conocimiento, confrontarse con la duda, convivir con el error no significa abrazar el irracionalismo y la arbitrariedad. Significa, por el contrario, en nombre del pluralismo, ejercitar el derecho a la crítica y sentir la necesidad de dialogar también con quien lucha por valores diferentes de los nuestros. (Tercera parte)

El Collège de France (…) nos recuerda que el estudio es en primer lugar adquisición de conocimientos que, sin vínculo utilitarista alguno, nos hacen crecer y nos vuelven más autónomos. Y la experiencia de lo que aparentemente es inútil y la adquisición de un bien no cuantificable de inmediato se revelan inversiones cuyos beneficios verán la luz en la longue durée. (Segunda parte)

  Solo hay que apuntar, sin embargo, a una cierta confusión: también hay comportamientos sin valor económico que tienen un fuerte valor social utilitario… y que de hecho se dan también en los animales. No es exactamente esa la cuestión de la inutilidad del arte y el conocimiento.

Kakuzo Okakura, al describir el ritual del té, había reconocido en el placer de un hombre cogiendo una flor para, regalarla a su amada el momento preciso en el que la especie humana se había elevado por encima de los animales: «Al percibir la sutil utilidad de lo inútil —refiere el escritor japonés en El libro del té—, [el hombre] entra en el reino del arte».  (Introducción)

  No, porque el ritual de cortejo entre los varones japoneses no deja de ser un ritual de cortejo como puede ser el canto de los pájaros o la exhibición de la afamada cola del pavo real macho. Y la gran importancia dada durante mucho tiempo a la educación en la literatura clásica cumpliría asimismo ambas funciones.

Los clásicos mismos no se leen porque deban servir para algo: se leen tan sólo por el gusto de leerlos, por el placer de viajar con ellos, animados únicamente por el deseo de conocer y conocernos. (Primera parte)

   Cierto, pero también el conocimiento de los clásicos (la poesía de Catulo, los arcanos de Hesíodo o las sentencias de Cicerón) proporcionaban prestigio y respetabilidad dentro de los círculos de poder y en muchas ocasiones implicaban marcadores de pertenencia a una clase social superior. 

  ¿Este tipo de conocimiento –simbólico, abstracto y también memorístico- se ve realzado y prestigiado porque implica un mayor desarrollo de la capacidad intelectual?, ¿o quizá porque denota el que se dispone de ocio suficiente para tal tipo de aprendizaje poco práctico? En cualquier caso, el intelectualismo se ve muy asociado al elitismo.

   El mismo Platón distingue claramente entre lo despreciable del que solo posee conocimientos prácticos y la respetabilidad del hombre culto o filósofo.

El primero, que ha sido educado realmente en la libertad y en el ocio es precisamente el que tú llamas filósofo. A éste no hay que censurarlo por parecer simple e incapaz, cuando se ocupa de menesteres serviles, si no sabe preparar el lecho, condimentar las comidas o prodigar lisonjas. El otro, por el contrario, puede ejercer todas estas labores con diligencia y agudeza, pero no sabe ponerse el manto con la elegancia de un hombre libre, ni dar a sus palabras la armonía que es preciso para entonar un himno a la verdadera vida de los dioses y de los hombres bienaventurados (Primera parte)

   Aquí, Sócrates (“Teeteto”) equipara al hombre práctico con el esclavo y muestra que solo el hombre libre puede buscar la sabiduría. Pero la aparente contradicción surge cuando comprendemos que la sabiduría de Platón es de tipo político.

En La república (…) Platón había analizado ya las dos actitudes, dejando entrever la posibilidad de un compromiso del filósofo en la vida pública.  (Primera parte)

   Quizá Sócrates mismo –y no tanto el Sócrates que refleja Platón en sus “Diálogos”- era un sabio de otro tipo, pero está claro que los eruditos, filósofos y académicos están implicados en un entorno social donde lo “inútil” es bastante materialmente útil.

   Por otra parte, entre el profesionalismo de los académicos y la posible manipulación política de los bienes culturales, tenemos el equilibrio del propósito educativo que tan bien expresan estos extractos de una intervención de Victor Hugo ante la asamblea nacional francesa, en 1848:

A la enseñanza pública le incumbe la delicada tarea de apartar al hombre de las miserias del utilitarismo y educarlo en el amor por el desinterés y por lo bello («hay que levantar el espíritu del hombre, volverlo hacia Dios, hacia la conciencia, hacia lo bello, lo justo, lo verdadero, hacia lo desinteresado y lo grande»).(…)  Habría que multiplicar las casas de estudio para los niños, las salas de lectura para los hombres, todos los establecimientos, todos los refugios donde se medita, donde se instruye, donde uno se recoge, donde uno aprende alguna cosa, donde uno se hace mejor; en una palabra, habría que hacer que penetre por todos lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas lo que lo pierden. (Segunda parte)

  Así pues, lo inútil resulta ser evidentemente muy útil. Basta con contemplar las estadísticas que demuestran que las sociedades económicamente más desarrolladas e igualitarias son aquellas donde más se consumen artículos culturales “inútiles”. De todos ellos, el más difundido es la literatura, que se aleja del elitismo erudito –solo para los más intelectualmente dotados- y puede incluso alcanzar grandes logros en el ámbito de la narrativa popular.

  El mundo del intelecto y las artes queda al alcance de todos, como muestra de la diversidad e inquietud propias de la búsqueda de la sabiduría… y como instrumento para hallar tal sabiduría.

Terrible paradoja: en nombre de la verdad absoluta se han infligido violencias presentadas como necesarias para el bien de la humanidad. Pero, una vez más, corresponde a la literatura proporcionar un antídoto contra el fanatismo y la intolerancia.  (Tercera parte)

   ¿Eso quiere decir que debemos renunciar a la verdad absoluta? Incluso tal afirmación debemos considerarla como sospechosa de fanatismo e intolerancia.

Lectura de “La utilidad de lo inútil” en edición digital Titivillus 2017 ; traducción de Jordi Bayod Brau   

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