viernes, 25 de octubre de 2019

“Los que guerrean y las que se preocupan”, 2014. Joyce Benenson

   Se ha hecho ya casi inevitable que cualquier moderno estudio sobre diferencias innatas entre el comportamiento masculino y femenino lo firme una mujer. Éste de la profesora de psicología Joyce Benenson, en concreto, especula acerca de las posibles adaptaciones diferenciadas para hombres y mujeres seleccionadas a lo largo del proceso evolutivo a fin de asegurar la supervivencia humana, es decir: un reparto psicológico de roles entre hombres y mujeres para la supervivencia del grupo.

Mi meta es mostrar que muy pronto en el desarrollo, en diversas culturas, chicas y chicos difieren en sus intereses y en sus comportamientos consecuentes. Esto proporciona una notoria evidencia de una base innata para algunas diferencias sexuales. Una base innata sugiere que si casi cada miembro de un sexo en una especie muestra este comportamiento, entonces es que tal conducta debe resolver algún problema muy importante. Este problema habría influenciado la supervivencia de nuestros genes, de modo que aquellos individuos que no exhibían tales rasgos no sobrevivieron para permitir el paso a generaciones siguientes de su material genético, la fuente de sus sesgos innatos (p. ix)

  Lo que parece establecerse a partir de tal planteamiento es que, en la sociedad prehistórica, el rol masculino tenía que ver sobre todo con la guerra entre grupos, mientras que el rol femenino tenía que ver con la supervivencia inmediata de los individuos de la especie. Los hombres guerreaban –con el riesgo que esto implica- y las mujeres cuidaban de mantener con vida a todos, lo que implicaba alejarlos de los riesgos. Por supuesto, la guerra en sí, en tanto que disputa por unos recursos naturales limitados, formaría parte también de la lucha del grupo por la supervivencia.

Los varones están programados para desarrollar rasgos de carácter que les facilitan convertirse en guerreros, y las mujeres están programadas para desarrollar características que les facilitan convertirse en cuidadoras. (p.13)

   La diferencia sexual entre hombres y mujeres es una de tipo esencial, forma parte de un instinto integrado en la naturaleza de cada individuo. A nivel práctico, nunca podremos calificar a un ser humano indistintamente como “persona”, sin consideración de su sexo. Las personalidades “femenina” o “masculina” existen, y tenemos un conocimiento instintivo de ello.

Ningún investigador ha conseguido persuadir a un niño de más de 5 o 6 años de que simplemente cambiar la longitud de su pelo o sus ropas transformará a un niño de un sexo en uno de otro sexo (p. 85)

   Y recordemos los casos, cada vez más divulgados, de niños o niñas que desarrollan a muy temprana edad una identidad de género distinta de la que les es asignada convencionalmente por su morfología aparente (“niños atrapados en el cuerpo de niñas”).

   Por otra parte, la profesora Benenson no considera la posibilidad de que las mujeres de hoy sean el resultado de un largo proceso de domesticación a lo largo de la etapa civilizada al haber sido seleccionadas como esposas por los varones durante cientos de generaciones (de forma parecida a como los animales domésticos han desarrollado, como consecuencia de la constante selección, pautas de conducta diferentes de sus ancestros en “estado de naturaleza”), pero es también cierto, en cualquier caso, que la evidencia de las mujeres de los pueblos no civilizados muestra ya características diferenciadoras semejantes o iguales a las de las mujeres de los pueblos civilizados.

Sugiero que los genes de las mujeres las han programado para mantenerse a sí mismas, a sus hijos y a sus parientes más próximos, con vida y saludables. Los hombres aman los riesgos. Las mujeres los evitan siempre que es posible. La razón es sencilla: la supervivencia y la buena salud de una mujer en concreto son mucho más importantes que la de un hombre. Una contribución básica del hombre a la procreación requiere apenas unos minutos de actividad. Más adelante, si ya no está disponible, otro hombre puede fácilmente reemplazarlo. No sucede así con una mujer.(p. 130)

   Porque la mujer no solo ha de llevar a cabo su embarazo, sino que después ha de dedicar años a la crianza del niño y todo ello supone una costosa inversión para el grupo humano. La pérdida de una madre y su hijo supone una desastrosa pérdida para el grupo.

   En lo que se refiere a las características varoniles, éstas son más o menos las que siempre se han considerado: agresividad, impulsividad, intrepidez, fuerte deseo sexual, búsqueda de la supremacía… Más algunas otras no tan conocidas

La competición no interfiere con la amistad [en los varones] de la misma forma que lo hace con las mujeres (p. 51)

El amor de los varones por las reglas sugiere que los chicos y los hombres no están simplemente interesados en vencer a sus competidores individuales, como en la mayor parte de especies de primates. Quieren vencerlos según las reglas (p. 81)

Ser un chico requiere encajar en un marco [muy] estrecho (…) No es la homosexualidad per se lo que amenaza a los hombres y muchachos [en su temor a mostrar falta de virilidad]; más bien es una profunda preocupación acerca de la falta de compromiso de algunos hombres para la acción cooperativa de combatir a los enemigos (p. 85)

  Es decir, los varones serían en cierto modo menos individualistas que las mujeres: estarían programados para funcionar en equipo, siguiendo las reglas y con una solidaridad mutua a prueba de riñas. Su identidad va siempre referida al grupo –grupo de potenciales combatientes- y de ahí el celo por ganarse un estatus no solo de viriles individuos, sino también de miembros solidarios de grupos varoniles estructurados.

   Las mujeres nunca funcionarían tan bien en equipo como los varones. No tan lejos del mundo prehistórico, las bandas juveniles de los barrios marginales –un mundo ciertamente primitivo- muestran buenos ejemplos. Hoy en día hay bandas integradas por chicas pero…

Casi cada testimonio acentúa que la pertenencia a una banda de chicas en comparación con una de chicos refleja un mayor porcentaje de renuncias, una vida más breve, una falta de liderazgo y organización, y persistentemente un sentido de falta de propósito. Las jóvenes no demuestran un buen comportamiento como miembros de bandas (p. 120)

   A primera vista, las características femeninas se parecen mucho más a las virtudes de prosocialidad que hoy son más alabadas:

Tener rasgos de cuidadora es útil en contextos diferentes del cuidado de niños. Los rasgos que acompañan el cuidar de individuos vulnerables a largo plazo (…) pueden usarse en otras profesiones de ayuda también. (p. 14)

A los 14 meses de edad, cuando los bebes ven que un adulto tiene un accidente, los bebés varones muestran menos preocupación que las niñas. (p. 73)

La ira es la única emoción que las niñas y mujeres ocultan mejor que los niños y hombres (p. 74)

Las mujeres tienen un sentido moral que no depende de seguir reglas (p. 79)

Incluso cuando las mujeres sí se meten en peleas, se autocontrolan mucho más que los hombres (…) Los bebés masculinos golpean, pegan puñetazos, muerden, tiran, empujan, patean a otros mucho más que los bebés femeninos (p. 145)

Las chicas sonríen más que los chicos desde el nacimiento. Las chicas y mujeres sonríen más que los chicos y hombres en las culturas más diversas. Debido a que incluso las niñas recién nacidas sonríen más que los niños, es probable que los genes hayan preparado a las mujeres para sonreír más.  (p. 154)

[En un experimento con juegos infantiles] las chicas jugaban igual de duro para ganar, pero perjudicar las probabilidades de otras era una pérdida de tiempo. Solo los chicos competían de esta forma [buscando arruinar al competidor] –solo por diversión (p. 198)

En torno a los tres años, si no antes, las niñas cumplen las órdenes y peticiones de las figuras de autoridad más que los niños (p. 246)

    Estas conclusiones en general coinciden con las que ya observó Carol Gilligan. Las mujeres, en tanto que cuidadoras, son menos conflictivas, más cooperativas y mucho más altruistas.

   Pero según Benenson, este paraíso oculta algunos aspectos siniestros.

Por debajo de su “dulce” fachada, las mujeres siempre están compitiendo (…) Y así debe ser. De lo contrario, su propia supervivencia y bienestar y el de sus hijos no sería maximizado. Solo porque la mente de una niña o mujer  sea inconsciente de que compite no quiere decir que no lo haga (p. 184)

A cualquier edad, las chicas relacionaban más amistades que habían terminado que los chicos (…) Dos veces más las chicas que los chicos informaron de que su actual mejor amiga había hecho algo que las había hecho sentir mal (…) Para una chica, el que te hagan sentir inferior ya es una razón crítica para acabar una amistad (p. 200)

Las parejas de niñas [de seis años en un experimento] era más probable que excluyeran a una recién llegada que los varones (p. 187)

Las amigas femeninas no es solo que sean fuentes de asistencia no muy buenas, es que son competidoras (…) La amistad entre mujeres se caracteriza por una serie de estrategias calculadas para asegurar que una amiga quede fuertemente vinculada, sin signos de competición. La amistad de chicas y mujeres es intensa y exclusiva y estrictamente igualitaria, de modo que ninguna tome ventaja (…) Por debajo de estos comportamientos está el miedo y la competencia. Lo que pasa por intimidad en realidad es aseguramiento [o mutua vigilancia] (p. 252)

   Es decir, la aparente prosocialidad femenina oculta una fuerte agresividad encubierta en las relaciones entre mujeres: la mujer lucha contra otras mujeres en la disputa por el hombre y en la disputa por los recursos necesarios para la crianza de su hijo. De ahí que, supuestamente, las mujeres no cooperen fácilmente entre ellas, que cultiven el disimulo y la constante desconfianza mutua. Así le parece a la profesora Benenson en base a sus estudios.

  Otro aspecto negativo sería, además, que las mujeres son más miedosas

El miedo asegura que una niña o mujer preste una mayor atención a su salud, y a su seguridad y a la de sus hijos. Las mujeres exhiben más y más fuertes temores que los hombres en todo tipo de cosas: miedos sociales, miedo a los grandes espacios, miedo de sufrir daño y a la muerte, y miedo de animales inofensivos (p. 137)

Los chicos es más probable que, a diferencia de las chicas, reaccionen violentamente [en una situación de conflicto] mientras que las chicas sienten más ansiedad y depresión y se retiran antes. (p. 13)

   Naturalmente, la señora Benenson puede haber errado un poco en sus estimaciones, pero en términos generales sus observaciones parecen correctas, sobre todo porque coinciden con el comportamiento de los animales más próximos a los humanos (mamíferos) y porque su estudio se ha realizado en buena parte con niños demasiado pequeños como para haber sido predeterminados por la cultura en su comportamiento

Estudio a los niños porque los niños me permiten observar la naturaleza humana antes de que la sociedad ejerza demasiada influencia (p. 3)

   Pero ya no vivimos en la prehistoria. Ahora, por primera vez, las mujeres son libres, entre otras cosas, para asegurar su supervivencia y elegir las condiciones de su maternidad –o no maternidad. Por lo tanto, ya no tiene mucho sentido que, por ejemplo, se disputen entre sí el conseguir el imprescindible apoyo del varón. Sin embargo, ¿en qué medida pueden seguir siendo influidas por las tendencias instintivas heredadas?

   Se trataría de instintos útiles para seguir un estilo de vida por completo diferente al actual… mientras que la diferencia no sería tan grande en el caso de los varones. Porque la mujer ahora puede prescindir del hombre para su sustento, para realizar su maternidad y probablemente también para vivir su afectividad y su sexualidad; no tiene por qué competir con otras mujeres. Mientras que el varón, integrado en una sociedad aún competitiva y agresiva, sigue luchando por su estatus dentro de la jerarquía de guerreros.

Lectura de “Warriors and Worriers” en Oxford University Press, 2014; traducción de idea21

martes, 15 de octubre de 2019

“Los hombres malos hacen lo que los hombres buenos sueñan”, 2008. Robert Simon

Hombres malos como los asesinos sexuales en serie tienen elaboradas, compulsivas e intensas fantasías sádicas que pocos hombres buenos tienen, pero todos albergamos en alguna medida esa hostilidad, agresión y sadismo. Cualquiera puede convertirse en violento, incluso asesino, bajo ciertas circunstancias (p. 3)

  Fantasías diferentes, desarrollos diferentes de los mismos impulsos

¿Ha usted manipulado a otros para obtener una ventaja personal?, cuando usted desacelera el coche para curiosear un accidente, ¿qué estaba usted intentando ver?, ¿estaba su lado oscuro buscando sangre y muerte? No debemos permitirnos dudar de que los “hombres malos” hacen los que los “hombres buenos” sueñan (p. 26)

   Robert Simon hace un estudio basado en su experiencia psiquiátrica para llegar a unas conclusiones discutibles, sobre todo, por lo imprecisas.

Es altamente improbable que las “buenas” personas que albergan fantasías e impulsos conscientes sexualmente sádicas muy variadas se deslizarán alguna vez por la pendiente resbaladiza hasta convertirse en asesinos en serie (…) La mayor parte de la gente no puede derivar una intensa excitación sexual al herir a otra persona. Tampoco son psicópatas, desprovistos de conciencia o empatía por los demás. Las fantasías sexuales del asesino en serie comienzan donde las fantasías conscientes de la mayor parte de la gente terminan (p. 291)

  Por lo tanto no es exacto decir que las personas buenas “sueñen” con cometer las mismas maldades que los temibles psicópatas violentos, en el sentido de que lo desean. Y también es dudoso que sea acertado considerar que

los hombres buenos canalizan las fuerzas psíquicas potencialmente destructivas en acción constructiva (p. 26)

  No tenemos garantía de que esto sea así, y podría resultar problemático que estas “fuerzas psíquicas”, mal identificadas, resultaran beneficiadas indebidamente por el intento de sacarles provecho, una vez bien “canalizadas”.

  ¿Practicar deportes competitivos de equipo, por ejemplo, sirve para canalizar esas energías destructivas en quienes tienden a hacer mal uso de ellas, o más bien promueven tales fuerzas incluso a quienes hasta entonces no corrían riesgo de ejercerlas? En realidad, mientras mantengamos que existe una “acción constructiva” que puede beneficiarse de las “fuerzas psíquicas potencialmente destructivas” estaremos corriendo el riesgo de alentar actitudes de conflicto. ¿Qué es una “acción constructiva”, al fin y al cabo? Se trata de algo muy indeterminado: ¿hacer “grandes cosas”?, ¿desarrollar nuestra inteligencia?, ¿fomentar nuestra capacidad cooperativa?

  Lo que está claro es el peligro que supone lo destructivo.

Mi propósito es aislar y centrarme en los mecanismos psicológicos internos que juegan roles esenciales cuando los humanos se dañan unos a otros (p. 21)

   Sin embargo, no es mucho lo que puede averiguarse en concreto de esto. Y en este libro no se aborda la cuestión de la agresividad interiorizada en una sociedad en la que todos los individuos luchan por el estatus. Esta lucha, por otra parte, no es una novedad: todos los mamíferos sociales compiten entre sí, entre grupos y dentro del propio grupo.

  Otra cuestión es la de la psicopatía. ¿Es una excepción o es la manifestación más destacable de las tendencias agresivas de la mayoría?

La sociedad está comenzando a reconocer que los psicópatas, más que la gente con cualquier otro desorden mental, amenazan la seguridad y la serenidad de nuestro mundo. La historia de la humanidad abunda en la increíble destrucción infligida por las naciones, unas a otras, [pero] lo que es menos visible es el daño hecho a los individuos, a las familias y a la sociedad por el comportamiento antisocial. Y es importante comprender que las tendencias antisociales que emergen en los psicópatas son albergadas por todos los seres humanos (p. 42)

El 5.8 % de los varones y el 1.2% de las mujeres mostraron evidencia de riesgo de psicopatía a lo largo de la trayectoria vital (p. 43)

Aproximadamente el 20% de los presos son psicópatas y son responsables del 50% de los crímenes violentos (p. 43)

  Obsérvese que el cálculo sobre el número de psicópatas implica que estos son muchos (¡todos hemos de conocer personalmente a más de uno!) y que la mayoría vive entre nosotros sin ser, en apariencia, antisociales. Esto debería implicar que se establecieran controles para detectarlos a fin de tomar las medidas preventivas adecuadas. Una sociedad mejor tal vez lo haría. Pero es probable que esta sociedad no sea mucho mejor hasta que alguien comience a cuestionarse si realmente necesitamos “canalizar” los impulsos agresivos. Muy al contrario, los comportamientos psicopáticos son exacerbados en una sociedad competitiva donde se promueven la asertividad, el “carácter fuerte” y el amor propio.

   Esa misma mejor sociedad que detectara pronto los casos de psicopatía probablemente pondría también mucho mayor interés en promover los mecanismos sociales inofensivos y cooperativos que en reprimir los comportamientos antisociales. Si hiciéramos lo primero probablemente nos ahorraríamos lo segundo. Podemos definir a la prosocialidad de muchas maneras, como control de la agresión y fomento de la cooperación, pero su raíz es psicológica, emotiva, y tiene que ver con el fomento de la benevolencia y la empatía, experiencias emotivas tan naturales como la agresión y el egoísmo.

Para derrotar a la envidia, por ejemplo, podemos trabajar en identificarnos y empatizar con la buena fortuna de los demás (p. 25)

  Esto tiene mucho que ver con “educar las emociones”. Algo que algunos consideran la característica fundamental del fenómeno de psicología social llamado “religión”.

Cuando los hombres malos hacen lo que los hombres buenos sueñan, los psiquiatras son llamados a explicar por qué (…) La ley (…) castiga los actos criminales, no los pensamientos antisociales. Si los pensamientos y sueños asesinos fueran un crimen capital, todos estaríamos en el corredor de la muerte (p. 27)

   Si el planteamiento no se basara tanto en el castigo de los actos antisociales, sino en la prevención de los comportamientos antisociales previos que dan lugar a los actos criminales, es probable que una mejor sociedad se desarrollara de forma paralela a cómo los pensamientos y sueños asesinos irían haciéndose menos frecuentes.  Es perfectamente posible enseñar a pensar (e incluso a soñar) al promover nuevos esquemas culturales que abarquen la educación infantil, el conocimiento de las habilidades sociales y una cosmovisión coherente con la prosocialidad. Esta es una realidad que los estudiosos aceptan, pero a partir de la cual no surgen aún iniciativas eficaces. O muy pocas. O parciales. E insuficientes.

Es críticamente importante que se trate de eliminar la violación mediante el desafío de las creencias y valores culturales de la sociedad que promueven y condonan la violencia sexual. (p. 81)

   Todavía hoy se pretende negar que buena parte de las agresiones sexuales a mujeres forman parte de una cultura de dominio masculino. Sin embargo, los avances en el control de la agresión sexual no pueden desvincularse de los cambios culturales en este sentido. Lo mismo debe decirse de todo tipo de agresión, ya que ésta se nutre de impulsos que también son cultivados en la cultura convencional.

  En cualquier caso, una vez creado el marco cultural adecuado para la prosocialidad y la erradicación de la tolerancia a la agresión, el principal objetivo será desarrollar las pautas de comportamiento de “salud mental”.  En ese sentido, ha de considerarse que la “salud mental” debe ser objetivamente determinada de acuerdo con las potencialidades de la naturaleza social del hombre, y no tanto del seguimiento de la cultura convencional.

Las personas psicológicamente sanas se gustan y se aceptan a sí mismas. No dependen en exceso de la aprobación de otros, ni tampoco se sienten severamente heridas por el criticismo de otros (…) Además, un sentido del yo sólido e integrado existe con recuerdos del pasado relativamente continuos y relativamente agradables (…) Una persona saludable no tiene que disminuir a otras personas para mantener una visión de sí misma positiva. Esta persona reconoce y acepta las limitaciones personales y busca ayuda de los demás cuando lo necesita. La persona psicológicamente sana sabe que uno no tiene que ser perfecto para encontrar autoaceptación. La persona sana ha interiorizado figuras parentales amantes y cuidadoras que proporcionan apoyo durante tiempos de crisis y momentos negativos. (p. 301)

La habilidad para posponer la gratificación y tolerar la frustración, cuando es apropiada, es un paso crítico en el desarrollo que lleva a cabo la persona psicológicamente sana (…) Es fundamental para la salud la capacidad para pensar antes de actuar y modular los impulsos de la misma forma en que uno ajusta el control del volumen de un televisor (p. 304)

La prevención efectiva [del comportamiento antisocial] sucederá solo cuando la sociedad emprenda el proporcionar y proteger aquellos elementos que promueven el desarrollo y continuidad de familias estables y que proporcionan cuidados (p. 310)

  Todo esto sigue siendo tan valioso hoy como siempre lo ha sido: la “base segura” en la infancia (fundamentos del apego), el desarrollo del autocontrol emocional y la autonomía moral a partir de la racionalidad. Pero recordemos que estas condiciones para la salud mental no dependen únicamente de nosotros mismos. Ni siquiera dependen solo de la educación que hemos recibido. El individuo no puede, por ejemplo, aceptar las limitaciones personales y [buscar] ayuda de los demás cuando lo necesita sin tener una descripción comprensible de cuáles son esas limitaciones (dependen de las exigencias sociales) y, desde luego, no vale la pena buscar ayuda si sabemos que no nos la van a dar.

  En el libro del profesor Simon nos encontramos con descripciones de casos atroces de agresión (en buena parte a cargo de enfermos mentales), y es cierto que tales siniestras revelaciones de nuestro “lado oscuro” no debemos verlas como excepciones. Al fin y al cabo, si bien hay una línea que delimita la diferencia entre asistir a tales atrocidades en espectáculos (hoy, en filmes recreativos; en otros tiempos había ejecuciones públicas) y participar personalmente en actos violentos, ambos fenómenos humanos parten de la misma base, y las enormes diferencias entre hombres y mujeres tanto en actos violentos como en preferencia por espectáculos violentos nos muestran esta conexión.

  Ni debemos resignarnos a coexistir con nuestra violencia ni debemos tranquilizarnos porque ese mundo siniestro queda muy alejado de nuestra vida cotidiana. Se trata de una evidencia de lo serios que son estos impulsos agresivos. Afrontarlos exige asumir nuestra propia naturaleza y la necesidad de más cambios e incluso “revoluciones” culturales.

   Por una parte, casi todos los agresores más brutales proceden de determinados entornos excepcionales (malas experiencias infantiles o sub-culturas depredadoras, como el hampa) y los otros pocos son enfermos mentales… que desgraciadamente, por indiferencia, no han sido detectados a tiempo por sus semejantes. Y por otra parte, nosotros nos integramos en una sociedad que sustenta tales entornos excepcionales y que fracasa en la detección y desactivación de esos casos.

Lectura de “Bad Men Do What Good Men Dream” en American Psychiatric Publishing, Inc. 2008; traducción de idea21 

sábado, 5 de octubre de 2019

“Por qué vivimos”, 2003. Marc Augé

   Marc Augé es un antropólogo que, después de trabajar durante muchos años con sociedades tradicionales africanas, aplicó buena parte de sus criterios de observación y estudio a la sociedad contemporánea europea. Esto dio lugar a una serie de consideraciones novedosas.

  Por ejemplo, si todas las sociedades tradicionales tienen una cosmovisión, él encontró en las sociedades contemporáneas una “cosmotecnología”

¿Qué entiendo por cosmotecnología? Todos los grupos humanos tienen cosmologías, representaciones del universo, del mundo y de la sociedad que aportan a sus miembros puntos de referencia para conocer su lugar, saber lo que les resulta posible e imposible, autorizado y prohibido. (…) Los mitos desarrollan estas cosmologías y los ritos las aplican. Las vidas individuales se ordenan en principio sobre el modelo así definido. Cuanto más fuerte es la adhesión a estos modelos, menor es la libertad, pero mayor el sentido; (…) [En la sociedad contemporánea] la ciencia es la última aventura; no nos reconforta, sino que nos enfrenta constantemente a la evidencia de nuestros límites, a los misterios combinados de lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. En cambio, las aplicaciones de la ciencia, las tecnologías, sin duda porque su desarrollo depende de programas y decisiones políticas o económicas, pretenden facilitar la gestión de la vida cotidiana, rodearnos de evidencias fáciles y artefactos que funcionan como una segunda naturaleza: la cosmología tecnológica, la «cosmotecnología», a la inversa de las cosmologías tradicionales, es inducida —más que expresada— por los instrumentos, en la medida en que los mensajes que éstos transmiten y las imágenes que difunden no cesan de reforzarla. (Prólogo)

  Y esta novedad es limitadora, al contrario que la ciencia, que debería abrirnos a todo tipo de nuevos horizontes. Si la sociedad tradicional estaba limitada por el mito, al menos, el mito evolucionaba. Pero la tecnología, en tanto que se circunscribe a una sociedad de superficial consumo, no parece que nos ofrezca evolución alguna.

  ¿Por qué vivimos? Vivimos, evidentemente, por las razones que nos han dado para ello en el entorno cultural, pero ¿sobrevive a esta imposición exterior algo propio, algo que podemos redirigir con nuestra libre razón?

La necesaria relación con los demás, la imposible conciencia del yo y la legítima aspiración a conocer el mundo constituyen los tres vértices del triángulo entre los cuales se ha desarrollado la historia del hombre (…). La sociedad, el individuo y el conocimiento son tres finalidades que definen la condición humana. (…) Todas nuestras prácticas, todas nuestras ciencias, todos nuestras conciencias son históricas. Y lejos de disipar la historia, sus enfrentamientos y violencias, la globalización actual multiplica sus efectos. Como nos ofrece una imagen falaz de lo universal, lo global parece haber matado los fines fingiendo alcanzarlos. Sin embargo, nunca hemos estado tan cerca de percibirlos como lo que son: invitaciones a la fraternidad, al pensamiento y al saber. (Capítulo III)

   Cada sociedad habría entonces creado sus limitaciones a la hora de aspirar a estas tres finalidades que definen la condición humana (que serían la sociedad, el individuo y el conocimiento). Quizá entonces lo que tenemos que aprender es cómo funcionan estos sistemas de limitación a la libertad humana. Y cómo se manifiestan en la sociedad contemporánea.

Lo que presenciamos en la actualidad es una dislocación y una descomposición general del lenguaje de los fines en la vida económica, social y política del mundo, sobre todo en las grandes democracias occidentales. (Capítulo III)

   La desventaja de la sociedad contemporánea se encontraría en su falsa libertad material. A la determinación exacta de los fines y limitaciones de la sociedad tradicional, con su cosmología, con su definición del espacio, del tiempo y de las relaciones sociales y económicas, le sigue ahora una especie de descomposición

Si bien es cierto que el capitalismo ha desarrollado un formidable instrumento de producción y el mercado está inundado de instrumentos nuevos (sobre todo en materia de tecnología de la comunicación), cada vez se alude menos a la finalidad social mundial de esta creación de riqueza. En la era de la globalización, somos incapaces de responder a preguntas que nos apresuramos a calificar de ingenuas: ¿Para qué sirve el conocimiento? ¿Para qué sirve el desarrollo económico? ¿Para qué sirve el poder? (Capítulo III)

   ¿Para qué sirve nuestra libertad?, ¿y hasta qué punto somos libres?

Una de las paradojas de la globalización es que desaparezcan las utopías en el momento en que la humanidad esté técnicamente en condiciones de definirse como cuerpo social unificado. La utopía ha tomado diversas formas a lo largo de la historia, centrándose en el tema de la guerra («la paz perpetua»), la desigualdad (la sociedad sin clases) o la lengua (el esperanto). (Capítulo III)

   Una utopía es una oferta de certeza. Por ejemplo, el marxismo prometía no solo un paraíso material, sino un cosmos donde toda acción y todo concepto estarían definidos. Ahora no contamos con nada de eso… de momento.

Las cosmologías son reconfortantes, nos tranquilizan en la vida. Para ello, intentan aniquilar el acontecimiento. Claro está, no pueden evitar que de cuando en cuando haya muertes, epidemias, sequías, guerras. Pero en este caso aportan los medios de interpretación que integrarán estos accidentes en el orden común: si la muerte se debe a un hechizo, es preciso identificarlo y reestablecer las relaciones familiares; si la sequía se debe a un adulterio, lo mismo. (Prólogo)

   Una cosmología en contraste con el “acontecimiento” implica el rechazo instintivo del hombre social a su propia realidad material que, en tanto que única, no permite una coordinación tranquilizadora con el resto de agentes sociales.

El concepto de acontecimiento, tratándose del cuerpo, es ambivalente, o incluso ambiguo, porque si bien el cuerpo es soporte y objeto de acontecimientos (o acontecimiento en sí, en cierto modo), puede también provocar acontecimientos: se desplaza, copula, ataca, se defiende. (…) La diferencia entre el cuerpo acontecimiento y el cuerpo objeto es mínima.(…) ¿Qué ha sido hoy del cuerpo acontecimiento y del cuerpo objeto? Todos los avances de la medicina y de las técnicas tienden a la desaparición del cuerpo acontecimiento. Son incontables las técnicas disponibles para conjurar la aparición de la vejez y ayudar al cuerpo a disimular sus enfermedades o su decrepitud. (…) El ideal de las sociedades contemporáneas parece ser, por tanto, conjurar el acontecimiento, controlarlo, controlar el cuerpo para controlar el acontecimiento. (Capítulo I)

Sólo será concebible una utopía planetaria el día en que logremos convertir estos acontecimientos en objeto primordial de nuestras preocupaciones. Estas preocupaciones se inician vagamente en la actualidad, pero sólo adquirirán mayor amplitud si, renunciando a los fantasmas contradictorios del cuerpo glorioso, teniendo presente que las imágenes son imágenes y los medios sólo son medios, recordamos que la relación con el otro —el vínculo social, el vínculo simbólico— pasa ante todo, lejos de las imágenes y los simulacros, por la relación entre los cuerpos. (Capítulo I)

  Cuerpos y espacios que han adquirido ahora una autonomía nunca conocida, mientras que la libertad del laicismo la ocupan tan solo trivialidades

En este mundo de índices y medidas, el único deber es el deber del consumo. Es preciso consumir para continuar consumiendo. Los consumidores son, en cierto modo, índices en sí mismos. ¿Hay alguna otra finalidad en el sistema económico, aparte de su propia reproducción? Aparentemente no. (Capítulo III)

   Con una mirada más práctica –pero vinculada por supuesto a la visión sistemática de la antropología- nos vemos en nuestro mundo más amable que ya no es utopía
 
Los socialdemócratas, que se empeñan en humanizar la ley del mercado, ya no se plantean como prioridad absoluta la transformación de la sociedad y la finalidad social. La sociedad se transforma pese a ellos. (Capítulo III)

   ¿Y qué sentido tiene esa transformación que nos viene dada? La cultura antes otorgaba un sentido a través de la religión, los mitos… la ya mencionada cosmología. Los individuos participaban en el sentido a través del ritual. Hoy eso ya no es posible. Y nada parece haberlo sustituido.

Construir rituales laicos puede parecer difícil para quien confunde rito y religión o se fascina con el arte religioso de hacer rituales. En materia de ritos laicos, tenemos en mente algunos malos ejemplos: las copias; por ejemplo, ciertos ritos demasiado inspirados en el ritual religioso o militar, aunque se desarrollasen en sociedades comunistas.(…) Quienes se sitúan fuera de toda religión se definen a menudo negativamente como no creyentes o ateos. Es difícil construir el rito sobre lo negativo. (Capítulo I)

   Finalmente, llegamos a nuestra vida económica (el materialismo de las relaciones sociales). Ahora, que gracias a la ciencia –la tecnología- podemos tenerlo todo, encontramos que la abundancia no nos hace más libres…

El sistema económico sólo es un aspecto más del Sistema en su conjunto, pero deja traslucir su funcionamiento ideológico. El liberalismo, siempre proclamado como prioritario, no es la única clave de la economía en su funcionamiento real. La demanda puede controlarse o modificarse de diversas maneras, y los precios de las materias primas no evolucionan en un medio vacío y aséptico. Con sus subvenciones los países ricos sostienen producciones que, si el librecambio fuera la única ley auténtica, no serían competitivos. (…) Se habla esporádicamente de las hambrunas que amenazan a alguna parte de África, pero este continente podría ser exportador de productos alimentarios diversos y de ganado si Europa no protegiese a sus propios productores. (Capítulo III)

   Para el estudioso del pasado, donde pueden leerse una serie de constantes que aportan solidez a la visión de la comunidad social, la etapa contemporánea puede parecer, a la vez, decepcionante y peligrosa. El individuo, alejado del acontecimiento más que nunca puesto que es un consumidor o un mero objeto publicitario, ya no tiene el consuelo de la religión. No puede crear ninguna en el laicismo, tan escéptico. Supuestamente, ha ganado la razón y un liberalismo democrático y generoso, pero constatamos que vivimos en un sistema que sigue sin justicia social y el orden humanitario más asequible, la socialdemocracia, carece de empuje ideológico.

  Marc Augé es uno más de los que señalan este absurdo vacío, esta carencia. Otros quizá puedan aportar posibles soluciones.

Lectura de "Por qué vivimos" en Editorial Gedisa, 2004. Traducción de Marta Pino Moreno