domingo, 15 de enero de 2023

“El gen genial”, 2009. Joan Roughgarden

  La bióloga Joan Roughgarden asegura que la evidencia científica muestra que muchos presuntos hallazgos de Darwin hoy deben ser desechados, y particularmente ese es el caso de la llamada “selección sexual”.

He concluido que la teoría de Darwin de la selección sexual es completamente falsa y necesita ser reemplazada por un sistema teórico nuevo e igualmente expansivo. Denominé esta teoría de reemplazo la “selección social” (p. 2)

La visión tradicional que enfatiza la promiscuidad de los machos, la pasividad de las hembras y grandes costes diferenciados de la reproducción masculina y femenina no proporcionan el mejor marco para comprender la evolución del sistema de apareamiento y la selección sexual  (p. 45)

   Tradicionalmente, Darwin señaló cómo determinados ornamentos en los animales solo podían tener utilidad como marcadores o representaciones del atractivo sexual. Pero Roughgarden encuentra otra explicación para tales marcadores.

Según la selección social los ornamentos, tanto masculinos como femeninos, sirven como tickets de admisión para las coaliciones que mantienen el poder y que controlan la oportunidad para una cría exitosa de la descendencia. Los tickets de admisión son caros porque la ventaja de ser miembro de la coalición reside en el poder del monopolio que se diluye cuando la membresía se expande  (p. 242)

  Aunque esto es evidente para ella y sus colaboradores, hay que reconocer que son muchos los autores actuales que continúan aceptando la selección sexual. Roughgarden considera que detrás de la insistencia en mantener la teoría equivocada hay un sesgo ideológico de lo más nefasto, ya que la selección sexual formaría parte de una visión agresiva y competitiva de las relaciones sociales. Señala particularmente el punto de vista de autores populares como Richard Dawkins y su “gen egoísta”.

Según quienes abogan por la selección sexual, el conflicto está en todas partes y siempre aparece primero, mientras que la cooperación es poco común y viene después, pero según la selección social, el comportamiento social reproductivo comienza con la cooperación y solo secundariamente puede derivar en conflicto (p. 194)

  Los argumentos a favor de una extensa cooperación entre los diversos seres vivos –no solo humanos, por supuesto- son considerables, y uno siempre se verá tentado a pensar que quizá tenga su parte de razón. Resulta seductor tener una visión menos siniestra de la naturaleza de los seres vivos en general.

Este libro es sobre si el egoísmo y el individualismo, más que la amabilidad y la cooperación, están basados en la naturaleza biológica (p. 1)

  Muchas de las emociones sociales más valoradas por el hombre civilizado también tendrían paralelismo en la vida social de los animales, particularmente la de nuestros parientes más próximos, los antropoides, tal como se mostraría en conductas como el grooming mutuo (allogrooming).

Las amistades son reales e importantes –específicamente importantes como mecanismo para proporcionar un camino cooperativo para alcanzar soluciones cooperativas a los dilemas que enfrentan (p. 155)

  Habría, entonces, gran cantidad de ejemplos disponibles de comportamientos animales que no tendrían más utilidad que cimentar unas relaciones sociales afectivas. El mismo amor conyugal derivaría de una cooperación efectiva, emocionalmente motivada, entre machos y hembras. Esto forma un cierto “estilo de vida”, fuente constante de todo tipo de actos cooperativos útiles. Competir implica conflicto mientras que evaluar intereses comunes implica cooperación. Igualmente, los intereses reproductivos pueden ser comunes entre quienes participan en los mismos hechos biológicos, lo cual es una forma diferente de verlo con respecto a considerar que exista una oposición entre el macho que quiere inseminar a toda costa y la hembra que solo se preocupa por que su cría prospere. 

La selección social es inusual en la biología evolutiva porque enfatiza la negociación y la producción de descendencia más que la competición y el apareamiento (p. 159)

Según la selección social, machos y hembras se eligen unos a otros en términos de igualdad con el criterio de que ambos sean compatibles por circunstancias, temperamento e inclinación, todo lo cual subyace a la efectividad para criar la descendencia en el contexto de una infraestructura social humana (p. 245)

    La cooperación llegaría desde la defensa contra los predadores hasta la obtención y distribución de alimentos, pasando por la crianza conjunta de las crías. Todas estas circunstancias se dan en numerosos casos registrados de la vida diaria de mamíferos, peces y aves. 

   La cooperación es más efectiva que el enfrentamiento egoísta, eso está claro, pero tal cosa no quiere decir que nuestros instintos sean tan inteligentes como lo es nuestro razonamiento moderno al respecto. Eso no quiere decir tampoco que los instintos no abarquen un impulso cooperativo –que incluiría también los sentimientos amistosos-. Podría suceder que, simplemente, necesitemos de elaboración cultural para desarrollar mejor los instintos de cooperación –y los sentimientos afectivos que los alientan-.

El equipo de trabajo cooperativo es un principio diferenciado de las viejas ideas de selección por parentesco, altruismo recíproco y selección de grupo. (…) El equipo cooperativo no es una coincidencia independiente de intereses individuales, sino la aceptación de una meta de equipo para trabajar juntos y alcanzar tal meta.  (p. 13)

   O podría ser que el instinto fuese la cooperación, y la competitividad fuese la elaboración cultural. Sin embargo, para los humanos, históricamente, la cultura competitiva moderna ha resultado ser mucho más productiva que la cooperación primitiva. Cuando menos, durante milenios los Homo sapiens cazadores-recolectores fueron igualitarios y cooperativos… si bien parece que lograron pocos avances económicos y sociales.

Este libro invita a debatir sobre si Spencer y sus descendientes ideológicos hoy describen y explican correctamente la naturaleza biológica. Este libro se centra en la exactitud científica de afirmaciones de que la evolución descansa en la competición, el egoísmo y el conflicto. (p. 220)

  Tal actitud recuerda mucho al posicionamiento de Kropotkin frente a la concepción defendida por Huxley y Spencer, hace más de un siglo.

  La cuestión fundamental es que la cooperación no puede limitarse a una reciprocidad interesada: para ser eficiente tiene que basarse en impulsos instintivos de tipo emocional.

Si la fuerza de dos animales es necesaria para vencer una presa o los ojos de los dos son necesarios para vigilar a los predadores desde todos los ángulos, hay una ventaja funcional de la proximidad física que haría que el trabajo en equipo fuera el mejor mecanismo para conseguir un camino cooperativo para un resultado cooperativo. (…) Si la tarea implica rastrear grandes áreas para hallar alimento o para vigilar [la presencia de predadores] en ocasiones diferentes, entonces los pagos no compensados [altruismo] permitirán a los animales llevar a cabo sus tareas sin necesidad de proximidad física o contacto físico. En ambos casos, hay una meta de equipo pero diferentes caminos para alcanzarla.  (p. 161)

  La señora Roughgarden afirma que la evidencia de las pruebas está de su parte y esto solo puede cuestionarse mediante la aportación de otras evidencias, pero lo que sí podemos aprovechar ahora es la reflexión acerca de la naturaleza humana. 

   Se señala que nuestra condición de mamíferos, nuestra naturaleza específica como animales que requieren una cuidadosa crianza cooperativa, podría haber sido el origen de nuestras tendencias cooperativas instintivas, sea cual sea el alcance de éstas y conducentes a más aspectos de la vida colectiva, aparte de la crianza de los pequeños y frágiles mamíferos. Pero ¿no contamos con la evidencia de los impulsos poligínicos de los machos?, ¿no es el principal interés de los machos inseminar a tantas hembras como sea posible, y el cuidado parental de las crías un aspecto muy secundario para ellos?

Los que abogan por la selección sexual consideran la promiscuidad masculina como la condición original, básica o primitiva, y la monogamia como una especialización secundaria o derivada. Mi posición es exactamente la opuesta. Considero el cuidado parental masculino, incluyendo la monogamia que implica, como la condición básica y la promiscuidad en los mamíferos como una táctica de último recurso, una especialización derivada. Sostengo la hipótesis de que la promiscuidad masculina en los mamíferos aparece porque el control femenino de los jóvenes por la fertilización interna, gestación y subsecuente lactancia impide el acceso masculino a la descendencia, negándoles la oportunidad de asistirlos. (p. 190)

  También habrá quienes encuentren un mensaje feminista en este planteamiento que considera la promiscuidad masculina “un último recurso”: la naturaleza cooperativa implicaría, en el caso de los Homo sapiens, la monogamia, como la mejor garantía de un cuidado parental eficaz. La idea “spenceriana” sería la de un macho promiscuo porque su función es inseminar hembras sin tregua –y la de la hembra, la crianza-. La señora Roughgarden no puede negar que se da la promiscuidad pero la limita, como vemos, a las circunstancias en las que el cuidado exclusivo de la hembra –por necesidades biológicas, dada la fragilidad del recién nacido- sitúa al varón en un relativo extrañamiento. 

Lectura de “The Genial Gene” en University of California Press 2009; traducción de idea21

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