sábado, 24 de febrero de 2018

“Por qué cooperamos”, 2009. Michael Tomasello

  Michael Tomasello ha estudiado, entre otras cosas, a los llamados, "grandes simios", nuestros primos los chimpancés, gorilas y bonobos. Hay quien dice que no existe ninguna cualidad específica del Homo sapiens que no se de también en la mente y comportamiento de nuestros primos, y que toda diferencia entre nosotros y ellos se limita a ser cuantitativa: ellos son inteligentes, pero nosotros lo somos más; ellos construyen herramientas, pero las nuestras son mejores; ellos también se comunican entre sí, pero nosotros utilizamos el lenguaje hablado…

  Tomasello, tras investigar el comportamiento de los grandes simios y también el de los niños muy pequeños -cuyo comportamiento no puede estar aún influido por la educación y el entorno- concluye sin embargo que sí que existen diferencias cualitativas entre nuestro comportamiento y el de estos otros sujetos actuantes. Y que la diferencia más notable, la clave de nuestra especificidad, es nuestra aptitud para la cultura cooperativa dentro de una rica vida social.

Hay dos características de la cultura humana claramente observables que la marcan como cualitativamente única. La primera es lo que ha sido llamado la evolución cultural acumulativa. Los artefactos humanos y las prácticas de conducta con frecuencia se hacen cada vez más complejos a lo largo del tiempo.  (…) El segundo rasgo de la cultura humana claramente observable que lo marca como única es la creación de instituciones sociales. Las instituciones sociales son conjuntos de prácticas de conducta gobernadas por varias clases de normas mutuamente reconocidas.

Hemos elegido aproximarnos a estos problemas [el origen y base de la cooperación humana] mediante estudios comparativos de niños humanos y de sus parientes primates más próximos, especialmente los chimpancés (…) Nuestra investigación empírica sobre la cooperación en niños y chimpancés se centran en dos fenómenos básicos: a) Altruismo: un individuo que se sacrifica de alguna manera por otro, y b) Colaboración: múltiples individuos trabajan juntos para el beneficio mutuo

  Tomasello considera que los humanos conocemos un tipo especial de cooperación social que ni los chimpancés ni ningún otro tipo de animal social (ciervos, lobos u hormigas) puede conocer: la intencionalidad compartida

La intencionalidad compartida implica (…) la capacidad para crear con otros intenciones conjuntas y compromisos conjuntos en empeños cooperativos. Estas intenciones y compromisos conjuntos se estructuran en procesos de atención y mutuo conocimiento conjunto.

  Esto lo cambia todo. Y nacemos así.

La intencionalidad compartida [equivale a la] relación triádica del “yo” tanto con un socio como con los objetos de acciones dirigidas a una meta (…) Los niños pueden construir el triángulo de la intencionalidad compartida al final del primer año, al equiparse con el poder del lenguaje natural

  La intencionalidad compartida tendría un origen meramente práctico a la hora de obtener mayor fruto de la cooperación, pero sus consecuencias psicológicas habrían sido mucho mayores.

Los humanos, desde este punto de vista, están impulsados de forma natural a cooperar el uno con el otro y a compartir información, tareas y fines. De esta capacidad surgen todos los otros logros distintivos nuestros, del uso de herramientas a las matemáticas y los símbolos

  La intencionalidad compartida está relacionada con algunas otras características propias del ser humano. Aunque éstas sí son diferenciadas cuantitativamente y no cualitativamente. Los humanos somos altruistas, y los grandes simios también lo son (pero menos). Los humanos son inteligentes, y los grandes simios también lo son (pero menos).

Los chimpancés [sí] se implican en el mismo comportamiento [de ayuda que los niños muy pequeños en experimentos, pero] en los varios paradigmas de ayuda [en los que sí se ayuda a otros], los chimpancés no están en posición de conseguir comida para ellos, de modo que sus propias necesidades y estrategias competitivas no predominan

  Es decir, que el chimpancé no puede prestar atención a otros en caso de que él se halle en “modo de búsqueda de su propia necesidad”. Esto no quiere decir meramente que primero busque satisfacer su propia necesidad (lo que sucede, por lo general, con todo ser vivo), sino que, aunque la haya satisfecho, carece de iniciativa para extender su deseo de propia satisfacción al caso de un extraño. Es como si el impulso de satisfacer la propia necesidad desconectara durante un periodo prolongado su limitada capacidad de ayuda. Así se ha observado en experimentos.

  Y…

Cuando las madres [chimpancés] sí transfieren comida a sus hijos más activamente era siempre -100% de las ocasiones- la parte menos sabrosa del alimento que ellas comían. Esto es, las peladuras, las cáscaras. Eso es más de lo que harían por otros adultos o por hijos que no sean suyos, de modo que hay claramente algunos instintos maternales activos aquí. 

  Esto en cuanto a la limitación del altruismo (bondad) en los chimpancés. En lo que a la inteligencia se refiere, los humanos han podido desarrollar normas de control social, moralidad, algo que permite el alcanzar el bien común con más facilidad de lo que sucede con los grandes simios, limitados por el instinto.

Mediante procesos que no comprendemos muy bien, aumentaron las expectativas mutuas y quizá los individuos intentaron inducir a otros a comportarse de forma diferente (…) Si el equilibrio [en comportamiento prosocial] es gobernado por expectativas mutuamente reconocidas de comportamiento que todos los individuos tratan de hacer cumplir, podemos comenzar a hablar de normas o reglas sociales

    Inducir a otros a comportarse de forma diferente es costoso. Implica que cada miembro del grupo tiene que poner inteligencia y esfuerzo en controlar el comportamiento de los demás. y, además, eso exige cierta imaginación, cierta capacidad para predecir el futuro (expectativas).

  En resumen

Para ir de las actividades de grupo simias a la colaboración humana, necesitamos tres conjuntos básicos de procesos. El primero y más importante es que los primeros humanos habían de evolucionar algunas serias habilidades y motivaciones socio-cognitivas para coordinarse y comunicarse con otros en formas complejas que implicasen metas comunes y una coordinada división del trabajo entre varios roles –lo que yo llamaré habilidades y motivaciones para la intencionalidad compartida-. Segundo, para incluso comenzar con estas actividades colaborativas complejas, los primeros humanos habían primero de hacerse más tolerantes y confiados los unos en los otros que los simios modernos, quizá especialmente en el contexto de la comida. Y tercero, estos humanos más tolerantes y colaboradores habían de desarrollar algunas prácticas institucionales a nivel de grupo implicando normas sociales públicas y la asignación de un estatus deóntico a los roles institucionales

  Una reflexión que puede surgir de estas consideraciones sobre el origen y mecanismos de la cooperación humana es que el mero planteamiento del beneficio común (mutualismo) resulta insuficiente.

Los chimpancés son capaces de colaborar efectivamente en tareas conjuntas, pero los mismos chimpancés muestran poca preocupación por el bienestar de otros. Así que el mutualismo no necesariamente te hace bondadoso

  En teoría, no hace falta la bondad para desarrollar el beneficio común. Pensemos ya no solo en el liberalismo económico (donde “la mano invisible” del mercado hace que la búsqueda del beneficio egoísta de cada uno acabe beneficiando a todos) sino también en la teoría marxista, su puro “materialismo histórico” que para nada apelaba a los buenos sentimientos “burgueses”; la motivación para cooperar en el establecimiento de un sistema marxista podía ser asumida por un psicópata: yo voy a la huelga contra el patrono explotador o a la guerra contra los mercenarios de la burguesía por mi propio interés de no seguir siendo explotado; mientras que un sacerdote cristiano que predique la bondad es indiferente a que se cambie el sistema económico de explotación porque la práctica de la bondad por sí misma ya lo solucionaría todo.

  Sin embargo, el planteamiento del marxista está más próximo al comportamiento del chimpancé y el planteamiento del sacerdote cristiano es más propiamente humano… desde el punto de vista del materialismo de la psicología. Y esto es así porque el interés del individuo no puede ponerse en beneficios inciertos a muy largo plazo.

  Yendo a la huelga contra el patrono, las cosas pueden salirme mal y me quedo sin trabajo y en la miseria. Yendo a la guerra contra los mercenarios de la burguesía pueden matarme, y eso supone perderlo todo. Es más productivo arriesgarse menos. Las motivaciones del cambio social, por tanto, no pueden ser del tipo “mutualista” (yo doy a cambio de que me den), sino de tipo psicológico, emocional: en realidad, el militante marxista lo que busca obtener no es más beneficio material para sí mismo sino “dignidad”, un sentimiento del tipo del “amor propio” o “honor”; no quiere sentirse “humillado” aceptando ser objeto de una injusticia (y aunque ese tema no tiene que ver directamente con la cuestión del origen de la cooperación, está claro que tales motivaciones ni altruistas ni mutualistas tienen derivaciones en psicología social que explican la inusitada violencia y el fracaso social del marxismo, porque el amor propio, la dignidad y el honor suelen llevar a efectos conflictivos no deseados en la relación con otros semejantes en general; no solo con “los enemigos de clase”). En suma, que el mutualismo resulta poco práctico y no se adapta bien a la concepción de la vida humana, con su subjetivismo emocional y su visión del tiempo a largo plazo; por no hablar del mero inconveniente material de que si yo te doy una manzana a cambio de que tú me des una banana… ¿qué hacemos si tú no tienes ahora la banana disponible?, ¿o si tú ya has comido y no te interesa mi manzana?.

  Por lo tanto, es el altruismo el que resulta imprescindible para la cooperación humana efectiva. Puesto que el mutualismo es de corto recorrido, son los impulsos bondadosos, que permiten satisfacer la necesidad ajena en cualquier momento, sin condición alguna, los que resultan mucho más prácticos. Y nuestra inteligencia debería ponerse al servicio de su utilización y mejora. Cuando menos, parece que, en el Homo sapiens, tales impulsos altruistas son innatos…

En el estudio [con niños pequeños, estos] ayudaban a los adultos a resolver cuatro diferentes clases de problemas: traer objetos fuera de alcance, quitar obstáculos, corregir un error del adulto y elegir los medios de conducta correctos para una tarea

  Lo ideal para impulsar la cooperación sería un altruismo extremado, pero de momento aquello con lo que contamos es “un cierto altruismo” que puede conjuntarse con la racionalidad práctica de la cooperación por el beneficio mutuo.

  La solución para mejorar la cooperación sería entonces sacar el mejor partido del altruismo que tenemos mediante el proceso de socialización

El desarrollo de las tendencias altruistas en los niños pequeños es claramente moldeada por la socialización. Llegan al proceso con una predisposición para la ayuda y la cooperación. Pero después aprenden a ser selectivos sobre a quién ayudar, informar y con quién compartir, y también aprenden a gestionar la impresión que hacen en los otros –su reputación pública y para sí mismos- como una forma de influir las acciones de los demás hacia sí mismos

  Y aquí Tomasello nos da informaciones valiosas y muy prácticas. Por ejemplo, el interés en la exposición de la necesidad de otros (promover el altruismo activando la empatía).

El comportamiento de ayuda de los niños pequeños se ve mediado por la preocupación empática (…) Los niños que mostraron mayores miradas de preocupación hacia una víctima [de, por ejemplo, un acto de vandalismo] tuvieron una mayor tendencia a ayudarla

  Y la importancia de los comportamientos de imitación y emulación a la hora de mejorar el uso del altruismo.

Muchas investigaciones han mostrado que la así llamada “educación parental inductiva” – en la cual los adultos se comunican con los niños acerca de los efectos de sus acciones en los demás y sobre la racionalidad de la acción social cooperativa- es el estilo de educación parental más efectivo para alentar la interiorización de las normas y valores sociales. Tal educación parental inductiva funciona mejor debido a que correctamente asume que un niño ya está dispuesto a hacer una elección en sentido cooperativo.

  En conjunto, en este como en otros muchos buenos libros acerca de la “naturaleza humana”, se nos dan indicaciones que permiten cierto optimismo: el altruismo existe y puede ser desarrollado. Nuestra cooperación propiamente humana es así como ha llegado a existir. Y es así como puede llegar a mejorarse hasta límites que nos son aún desconocidos.

jueves, 15 de febrero de 2018

“El hombre y sus símbolos”, 1964. Carl G. Jung

   El doctor Jung falleció en 1961 y un poco antes de morir se le animó a escribir para el gran público, y con la ayuda de algunos de sus discípulos, un resumen de sus teorías sobre el simbolismo. El resultado es característico del universo junguiano, una colorida versión crítica del psicoanálisis y de sus implicaciones culturales que ya habían sido impulsados antes por el doctor Freud, del cual Jung fue considerado durante algún tiempo uno de sus más cercanos colaboradores.

  El pensamiento junguiano no goza hoy del prestigio que tuvo en su época, pero no cabe duda de que es extremadamente valioso tener en cuenta sus hallazgos. Así lo juzga uno de los expertos psicólogos que colaboraron en esta obra:

Términos tan conocidos como, por ejemplo, “extravertido”, “introvertido” y “arquetipo” son todos conceptos junguianos, tomados, y a veces mal usados, por otros. Pero su abrumadora contribución a la comprensión psicológica es su concepto de inconsciente; no (como el “subconsciente” de Freud) un mero tipo de desván de los deseos reprimidos, sino un mundo que es precisamente una parte tan vital y tan real de la vida de un individuo como la consciencia, el mundo cogitativo del ego e infinitamente más rico. El lenguaje y la gente del inconsciente son símbolos, y los medios de comunicación son los sueños.  

  Como todo psicólogo, Jung considera que la indagación psicológica erudita es también valiosa para el paciente que se somete a un tratamiento al sentirse acosado por una grave crisis mental.

Cuanto más influida esté la consciencia por prejuicios, errores, fantasías y deseos infantiles, más se ensanchará la brecha ya existente haciéndose una disociación neurótica que conduzca a una vida más o menos artificial, muy alejada de los instintos sanos, la naturaleza y la verdad. 

  Aquí hay que puntualizar que, pese a la sobrecogedora hondura, incluso dramática, incluso literaria, del pensamiento junguiano, el ideal vital buscado es todavía más conformista, todavía más “burgués”, que el del pensamiento de Freud. No fue difícil hacer una interpretación social rupturista del pensamiento de Freud. No sucede así en el caso de Jung. Él siempre tuvo muy claro cuál es la vida que el hombre ha de llevar: una vida en pos del logro social, del éxito, de la culminación de las capacidades humanas dentro del contexto social dado. Así se refieren en este libro al estado de un paciente tras la cura llevada a cabo, sobre todo, mediante la interpretación de los sueños:

Una maduración acelerada hacia una hombría independiente y responsable. (…) La iniciación en la realidad de la vida exterior, el fortalecimiento del ego y su masculinidad, y con ello, el completamiento de la primera mitad del proceso de individuación. La segunda mitad –que es el establecimiento de una relación adecuada entre el ego y el “sí-mismo”- todavía (…) espera (…) en la segunda mitad de [la] vida

  La “individuación” y el hallazgo del “sí-mismo” son elementos clave en este proceso de logros vitales.

  Aquí tenemos la realización del “sí-mismo” con la ayuda de la interpretación del simbolismo del inconsciente:

El sentido de perfección se consigue mediante una unión de la consciencia con los contenidos inconscientes de la mente. Fuera de esa unión, surge (…) “la función trascendente de la psique”, por la cual el hombre puede conseguir su más elevada finalidad: la plena realización del potencial de su “sí-mismo” individual. Así, lo que llamamos “símbolos de trascendencia” son los símbolos que representan la lucha del hombre por alcanzar esa finalidad. Proporcionan los medios por los cuales los contenidos del inconsciente pueden entrar en la mente consciente y también son una expresión activa de estos contenidos.

  Y aquí la “individuación”:

Se puede ver [en la persona] la actuación de una especie de regulación oculta o tendencia directa que crea un proceso lento, imperceptible, de desarrollo psíquico: el proceso de individuación (…) Parece que el ego no ha sido producido por la naturaleza para seguir ilimitadamente sus propios impulsos arbitrarios sino para ayudar a que se realice la totalidad: toda la psique. Es el ego el que proporciona luz a todo el sistema, permitiéndole convertirse en consciente y por tanto realizarse. Si, por ejemplo, tenemos un talento artístico del cual no es consciente el ego, nada le ocurrirá. (…) Estrictamente hablando, el proceso de individuación es real solo si el individuo se da cuenta de él 

  Una de las cosas que Jung asegura haber descubierto es cómo podemos usar los “arquetipos” del “inconsciente colectivo” –revelados sobre todo a través de los sueños- para realizarnos en estos logros.

El examen del hombre y sus símbolos es (…) el examen de la relación del hombre con su propio inconsciente. (…) El inconsciente es el gran guía, amigo y consejero de lo consciente 

Lo que propiamente llamamos instintos son necesidades fisiológicas y son percibidas por los sentidos. Pero al mismo tiempo también se manifiestan en fantasías y con frecuencia revelan su presencia solo por medio de imágenes simbólicas. Estas manifestaciones son las que yo llamo arquetipos. (…) Hay, por ejemplo, muchas representaciones del motivo de hostilidad entre hermanos, pero el motivo en sí sigue siendo el mismo. (…) Son una tendencia, tan marcada como el impulso de las aves a construir nidos. 

Se necesita algo más que razón como ayuda orientadora en los atolladeros de la vida; es necesario buscar la guía de fuerzas inconscientes que surgen, como símbolos, de las profundidades de la psique.

Mientras los complejos personales jamás producen más que una inclinación personal, los arquetipos crean mitos, religiones y filosofías que influyen y caracterizan a naciones enteras y a épocas de la historia. (…) Los mitos de naturaleza religiosa pueden interpretarse como una especie de terapia mental de los sufrimientos y angustias de la humanidad en general.

  La visión de los “arquetipos” dio lugar a la del “inconsciente colectivo”… lo cual llevó a ciertos equívocos. ¿Quería decir Jung que, al igual que las aves tienen el impulso de construir nidos, nosotros tenemos el impulso de seguir determinadas tendencias de conducta social e incluso a compartir pensamientos y emociones muy determinados por provenir de una herencia genética común?

  No hay duda, desde luego, de que los pueblos precolombinos, que no sabían nada de Egipto, también construyeron pirámides y enterraron a sus muertos tras momificarlos, pero no vale la pena polemizar mucho más allá. Los mitos y los símbolos religiosos guardan ciertas semejanzas aunque eso no quiere decir que nuestros sueños se hereden igual que el color de la piel o ciertas tendencias emocionales (la agresividad y la inteligencia, por ejemplo, se heredan: por eso es posible la domesticación en los animales… y en los humanos). Pero recordemos que una visión hereditaria de la psicología conllevaría también una visión hereditaria del comportamiento por estirpes. Llevaría al racismo. Una cosa es que todos compartamos ciertos patrones psicológicos en tanto que somos humanos. Otra cosa es que heredemos características psicológicas precisas de padres a hijos, por grupos raciales o de estirpe (incluso, especulaba Jung, podríamos heredar los recuerdos de nuestros antepasados...). A Jung se lo acusó de cercanía a los nazis, en tanto que supuestamente consideraba que los pueblos –los germanos, por ejemplo- heredaban sus sueños y mitología… y su destino.

  Y es que Jung a veces incluye aseveraciones sorprendentes…

Hay numerosas historias de probada autenticidad acerca de relojes que se paran en el momento de morir su dueño

  Y también habla del poder premonitorio de algunos sueños que por tanto serían milagrosos…

La experiencia demuestra que el desconocido acercamiento de la muerte arroja un adumbratio (una sombra premonitoria) sobre la vida y los sueños de la víctima. 

  Los sueños, en cualquier caso, tienen un valor para Jung muy diferente del que tenían para su antiguo maestro Freud.

“Es solamente psicológico” significa, con demasiada frecuencia, no es nada. ¿De dónde procede, exactamente, este inmenso prejuicio? (…) Las ideas de Sigmund Freud confirmaron a la mayoría de la gente el desdén que existía hacia la psique. Antes de él se la miraba y desdeñaba; ahora se ha convertido en vertedero de detritus morales

La función general de los sueños es intentar restablecer nuestro equilibrio psicológico produciendo material onírico que restablezca, de forma sutil, el total equilibrio psíquico. 

  Éste es el gran contraste: para Freud, la existencia es la de la vida consciente racional que lucha contra el instinto, para Jung, la existencia, la realización del sí-mismo, debe conjuntar la vida consciente con nuestros instintos que se revelan en nuestros sueños en forma de arquetipo: Jung reivindica nuestro pasado ancestral transmitido por nuestra mitología y su simbolismo. Es como si el ser humano formara parte de un gran plan que llega a nosotros a través de cómo se manifiesta –mediante los arquetipos- el inconsciente colectivo en nuestros sueños.

  Para Freud, la vida humana es rebeldía contra nuestros instintos animales: no tiene sentido, pero hemos de luchar para hacerla más soportable. Para Jung, la vida humana es armonía con nuestros instintos expresados simbólicamente.

  Para Freud, somos humanos que nos enfrentamos sufridamente a nuestra propia bestialidad. Para Jung, somos animales que cuentan con el privilegio de poder interpretar su destino.

  En el mundo glorioso, espiritual, trascendente de Jung, nuestro futuro se revela en nuestros sueños…

Una palabra o una imagen es simbólica cuando representa algo más que su significado inmediato y obvio (…) Cuando la mente explora el símbolo se ve llevada a ideas que yacen más allá del alcance de la razón (…) Usamos constantemente términos simbólicos para representar conceptos que no podemos definir o comprender del todo. Esta es una de las razones por las cuales todas las religiones emplean lenguaje simbólico o imágenes

  Muchos junguianos pueden derivar fácilmente al misticismo. Al fin y al cabo…

No se pueden dar normas generales para la interpretación de los sueños. 

  Aunque, sin embargo, Jung precisa bastante los contenidos a este respecto. Veamos algunos de los elementos o arquetipos simbólicos que estarían presentes en los sueños de toda persona:

El concepto de “sombra” (…) desempeña un papel de vital importancia en la psicología analítica. (…) Contiene los aspectos escondidos, reprimidos y desfavorables (o execrables) de la personalidad.

“Ánima” (…) elemento femenino de la psique masculina, que Goethe llamó “el Eterno Femenino” (…) [El] rescate [de la doncella amenazada por el monstruo] simboliza la liberación de la figura del ánima del aspecto devorador de la imagen de la madre.

Toda personificación del inconsciente –la sombra, el ánima, el ánimus y el sí-mismo-  tienen, a la vez, un aspecto claro y otro oscuro. (…) La sombra puede ser vil o mala, un impulso instintivo que hemos de vencer. Sin embargo, puede ser un impulso hacia el desarrollo que debemos cultivar y seguir. (…) El lado oscuro del sí-mismo es lo más peligroso de todo, precisamente porque el “sí-mismo” es la fuerza mayor de la psique. Puede hacer que las personas “tejan” megalomanías u otras fantasías engañosas que las captan y las “poseen”. (…) Así, el surgimiento del sí-mismo puede acarrear un gran peligro para el ego consciente de una persona

El círculo es un símbolo de la psique (…) El cuadrado (…) es un símbolo de materia terrenal, del cuerpo y de la realidad. 

El proceso de individuación se simboliza frecuentemente con un viaje de descubrimiento a tierras desconocidas

La (…) mujer vieja es conocida en los mitos y cuentos de hadas como símbolo de la sabiduría de la eterna naturaleza femenina. 

  Los ejemplos que se muestran en este libro, de análisis de pacientes a través de la simbología que aparece en sus sueños, pueden parecer un poco sospechosos, casi esotéricos. Sin duda, no debemos rechazar el valor de estos “mensajes” del inconsciente y tampoco debemos excedernos en la crítica del “análisis junguiano” que hoy no parece satisfacer a la mayoría de los profesionales de la psicología.

  Jung probablemente creó sus propios mitos y quizá más importante que la utilidad terapéutica de sus concepciones es el significado cultural de este tipo particular de interpretación psicológica. De la sordidez de las miserias sexuales de Sigmund Freud a la grandiosidad de Jung un tanto wagneriana (a Jung le gustaba mucho Wagner y sus dramas mitológicos) abarcamos muy contrapuestas actitudes ante la sociedad y el cambio psicológico que han marcado la modernidad. 

lunes, 5 de febrero de 2018

"La conspiración contra la especie humana”, 2010. Thomas Ligotti

Estar vivo no está bien: este simple "no" [es] mejor que cualquier lugar común sobre la trágica nobleza de una vida caracterizada por un hartazgo de sufrimiento, frustración y autoengaño. No hay ninguna naturaleza digna de ser reverenciada o de que volvamos a ella; no hay ningún yo que reentronizar como dueño de su propio destino; no hay ningún futuro por el que valga la pena trabajar o esperar. La vida (…) es MALIGNAMENTE INÚTIL.

   El antinatalismo no es un movimiento ideológico muy pujante, no cuenta con filósofos célebres entre sus partidarios (ni siquiera Schopenhauer, según este libro), pero su mensaje es clarísimo, explícito y tremendo: puesto que vivir no está bien, lo mejor es que no nazca nadie más. Aunque filósofos pesimistas hay bastantes, muy pocos llevan su visión maligna de la vida humana hasta el extremo de recomendar que, para prevenir el sufrimiento, hay que cesar con los nacimientos de individuos condenados al padecimiento y la muerte.

Para liberar a nuestra especie del imperativo paradójico de ser y no ser conscientes, mientras nuestros huesos se quiebran poco a poco sobre una rueda de mentiras, debemos dejar de reproducirnos. 

   Thomas Ligotti no es un filósofo, sino un escritor de ficción aficionado a la filosofía. Pero no hace falta ser filósofo para ver coherencia en el antinatalismo

Que alguien haya llegado a la conclusión de que la cantidad de sufrimiento en este mundo es suficiente para que cualquiera estuviera mejor si no hubiera nacido no significa que por fuerza de la lógica o la sinceridad deba matarse. Sólo significa que ha concluido que la cantidad de sufrimiento en este mundo es suficiente para que cualquiera estuviera mejor si no hubiera nacido. 

  De todos los padecimientos humanos, el capital es la conciencia de la proximidad de la propia muerte. 

Ninguna otra forma de vida sabe que está viva, ni sabe que morirá. Ésta es nuestra maldición exclusiva. 

  Hasta ahí, bien. Imaginemos el rostro feliz de los padres primerizos con su bebé en brazos… y entonces que alguien les recuerda que esa nueva vida, para la que se planean regocijos futuros probables o no, acabará en la extinción al cabo de unos pocos años. A primera vista, unos pocos años de dura lucha por la vida no compensan millones de años en la nada. Ya los antiguos escribieron sobre ello.
 
En alguna fase de nuestra evolución [los seres humanos] adquirimos un «excedente abrumador de consciencia».(…) Gracias a la consciencia, madre de todos los horrores, nos volvimos capaces de tener pensamientos que nos resultaban alarmantes y horrendos, pensamientos que nunca han sido compensados equitativamente por los que son serenos y tranquilizadores.

  Y no solo la llegada de la muerte es inevitable, sino que nuestra forma de vida social habría incorporado, como consecuencia de ello, algunas pautas malignas…

En sus estudios e investigaciones clínicas, la TMT [Terror Management Theory] indica que el resorte principal del comportamiento humano es la tanatofobia, y que ese miedo determina el paisaje entero de nuestras vidas. Para calmar nuestra ansiedad ante la muerte nos hemos inventado un mundo que nos permite engañarnos con la creencia de que perviviremos —aunque sólo sea simbólicamente— más allá del colapso de nuestros cuerpos. Conocemos este mundo inventado porque lo vemos a nuestro alrededor cada día, y para perpetuar nuestra cordura lo exaltamos como el mejor de los mundos posibles. (…) A cambio de la inmortalidad personal estamos dispuestos a aceptar la supervivencia de personas e instituciones que consideramos extensiones de nosotros: nuestras familias, nuestros héroes, nuestras religiones, nuestros países

  Esto es el sesgo endogrupal, una auténtica calamidad del Homo Sapiens que implica odio y violencia sistemáticos entre grupos, un instinto maligno heredado de la prehistoria que la cultura intenta controlar, equiparable a la agresividad instintiva y a los desaforados deseos sexuales de los varones.

  Ahora bien, si la muerte ya por sí sola justifica el antinatalismo, ¿por qué insiste Ligotti y sus compañeros de creencia en la infelicidad humana?

Como todos sabemos, la gente suele tener intereses y deseos seriamente discrepantes. Si no fuera así, todos nos llevaríamos bien unos con otros, lo que nunca ha ocurrido y nunca ocurrirá. Nada en nuestra historia ni en nuestra naturaleza sugiere siquiera que alguna vez eliminaremos nuestras diferencias, que pueden ir desde una amable divergencia de opinión hasta un conflicto sobre derechos de propiedad que provoca una guerra. 

  Supongamos que sí pudiéramos hacer  de la existencia humana –lamentablemente breve- algo amable, constructivo y armoniosamente placentero, ¿invalidaría esto el antinatalismo?

Todo el mundo quiere mantener la puerta abierta a la posibilidad de que nuestras vidas no sean MALIGNAMENTE INÚTILES

  Pero si ya estamos vivos, ¿por qué va a ser algo maligno el trabajar en hacer posible algo que deseamos tanto? Teniendo en cuenta los cambios sociales que han sucedido en los últimos siglos y los grandes avances de la tecnología ¿no valdría la pena seguir intentándolo?  Y si se tiene éxito ¿no estaríamos creando las bases de una vida social más feliz para todos, nacidos y por nacer?

  El error fundamental del antinatalismo se encuentra en que, al fin y al cabo, el hecho de la reproducción no tiene por causa el deseo de llenar el mundo con las nuevas criaturas. La realidad es que las traemos al mundo por nuestras propias motivaciones egoístas.

Los niños son sólo un medio para un fin, y ninguno de esos fines es digno de alabanza. Son los fines de la gente que ya existe

  Sí, y puesto que no hay mandato alguno ni para existir ni para dejar de existir, ¿por qué tendría que haber un mandato ético para negarnos a traer más vida a este mundo? Un mundo maligno condenado a la extinción no tiene por qué imponer mandatos éticos a nadie. ¿Qué ganaríamos siendo “éticos” en ese sentido? ¿Éticos con respecto a qué?, ¿en qué contexto? En un mundo sin sentido, ¿quién es el que hace algo “digno de alabanza”?
  
Nuestra autoerradicación de este planeta seguiría siendo un gesto magnífico, una hazaña tan luminosa que haría palidecer al sol. ¿Qué tenemos que perder? Ningún mal acompañaría nuestra partida de este mundo, y los muchos males que hemos conocido se extinguirían con nosotros. Entonces, ¿por qué aplazar lo que sería el golpe maestro más loable de nuestra existencia, y el único?

  ¿Una “hazaña luminosa”?, ¿“gesto magnífico”? Pero ¿ante quienes?, ¿quién juzgaría “loable” nuestro autoexterminio? 

  La única forma de que no fuese absurda la extinción como acto loable, desde este punto de vista que niega el valor de la vida humana, es que para el individuo, que al fin y al cabo es lo único que existe, el posicionamiento ético del autoexterminio fuese confortador. ¿Quizá en base a que la honestidad de nuestro altruismo sería síntoma de que, en el tiempo que nos queda, viviremos en un entorno más sincero y prosocial?

   El caso es que las emociones éticas son importantes y trascendentes. La ideología más liberal es la que permite que muchas naciones desarrolladas estén cambiando racial y culturalmente por su tolerancia a las oleadas de inmigrantes más bien ingratos. Este relativo “autoexterminio "nacional" parece consecuente del abandono parcial (¿progresivo?) del “sesgo endogrupal” en naciones como Francia, Holanda o Alemania, y es paralelo a un mayor desarrollo de la calidad de vida (no es casualidad que alguna crítica al antinatalismo vaya en el sentido de que implica la expectativa del dominio de las ideologías mucho menos desarrolladas de las naciones de las que proceden los inmigrantes)…

  Así que, si el antinatalismo es paralelo al desarrollo cultural propio del incremento de la calidad de vida, ¿no sería entonces un buen síntoma?, ¿no estaría siendo este mismo movimiento ideológico, por tanto, expresión de que la vida puede mejorarse?
 
    Por otra parte, si para algunas de nuestras pequeñas vidas –para algunos individuos-  el traer hijos al mundo es causa de cierta felicidad… ¿por qué no va a ser esto razón suficiente para que sigan llegando al mundo algunas nuevas vidas humanas?

  Incluso más: la idea de “autoexterminio” como especie, aunque ciertamente no tendría por qué afectarnos emocionalmente (todos nos extinguimos individualmente, con independencia de que la vida siga para otros), tal vez sea inevitable que nos cause cierto desasosiego psicológico: el fracaso de la humanidad… ¿cómo no interpretarlo en alguna medida como un fracaso propio? Este sentimiento de pérdida es cierto que se parece un poco al “sesgo endogrupal,” pero quizá sea algo más profundo y arraigado… (una visión global de la naturaleza humana y, por tanto, de nuestra propia naturaleza individual), difícil de compensar por los sentimientos confortadores derivados de la práctica de una ideología altruista antinatalista. ¿Esta emotividad altruista podrá compensar la tristeza por el fracaso de la humanidad (tal vez sí…)?, ¿y compensaría los muchos beneficios afectivos que supuestamente conlleva la existencia de los niños – de manera especial, para las madres…? 
     
  Y todavía existe una posibilidad que puede arruinar totalmente la visión de los antinatalistas. ¿Y si la muerte pudiese eludirse? Eso es lo que afirma el transhumanismo, que considera que la tecnología podría avanzar hasta la inmortalidad e incluso hasta la resurrección de los muertos

Los transhumanistas creen que podemos hacernos a nosotros mismos. Pero eso es imposible. Debido a la evolución, fuimos hechos. Nosotros no nos extrajimos del lodo primigenio. Y todo lo que hemos hecho desde que llegamos a ser una especie ha sido consecuencia de haber sido hechos. Hagamos lo que hagamos, será aquello para lo que fuimos hechos, y nada más. Podemos intentar hacer algo de nosotros, pero no podemos dirigir nuestra propia evolución.

  Observemos que ese “no podemos dirigir nuestra propia evolución”  y ese "aquello para lo que fuimos hechos [¡¿por quién?!]” supone una especie de creencia metafísica no muy diferente a la de los teístas.

  Y luego la refutación llega en base a informes escépticos externos

El salto profetizado arrancará impulsado por todo tipo de aparatos e implicará de algún modo a la inteligencia artificial, la nanotecnología, la ingeniería genética y otros ornamentos de la alta tecnología. Estos serán los instrumentos del Nuevo Génesis, el Logos del mañana. O eso dice un grupo desesperado de pensadores científicos. Para un grupo menos desesperado de pensadores científicos, el poshumanismo es una quimera y no ocurrirá

  Llamémoslos desesperados, pero ¿no es la situación de la mortalidad igualmente desesperada? ¿En qué es mejor la alternativa de la resignación que proponen los antinatalistas y los científicos “menos desesperados”? Ellos no proponen solución alguna, por muy improbable que sea…

  Entramos, en suma, en la “apuesta de Pascal”. Aunque Ligotti no la menciona en su libro, está claro que cualquier posibilidad de algo es mejor que la certeza de nada. Los ateos y escépticos en general consideran que la posibilidad sobrenatural es equivalente a cero, pues no hay prueba alguna de lo sobrenatural y bastantes de que los fenómenos que en la Antigüedad han permitido construir las tradiciones de lo sobrenatural han sido ilusiones y fantasías explicables desde el punto de vista de la psicología social. Pero la posibilidad transhumanista es otra cosa, ¿no es cierto acaso que la tecnología de hoy hubiera parecido magia a Aristóteles o Arquímedes?

  El problema del antinatalismo es que, si bien parte de una visión lógica (en efecto: la muerte niega la vida y la despoja de sentido, y la desaparición de la raza humana no tiene por qué ser lamentable), carece también de una justificación ética desde el momento en que parte del presupuesto del sin sentido. 

  Y nadie puede demostrar que la vida humana no pueda llegar a ser benévola e infinitamente cooperativa. De hecho, una vida social benévola, totalmente prosocial y por tanto totalmente cooperativa, conllevaría un desarrollo tecnológico en teoría ilimitado. Vemos entonces que, quizá por casualidad, el ideal de benevolencia puede ir unido al ideal transhumanista.

  Así que algunos podrían considerar el antinatalismo como una útil reducción al absurdo. Otros pensarán que lo que es absurdo es discutir la concepción del antinatalismo. En conclusión, parece evidente que no debe discutirse la necesidad de plantearlo.