miércoles, 5 de junio de 2024

“Verdad, belleza y bondad reformuladas”, 2011. Howard Gardner

   El interés del prestigioso psicólogo Howard Gardner parece estar en cómo la sociedad actual aborda las grandes cuestiones de la vida, las virtudes capitales.

[Hay] tres virtudes humanas esenciales: la verdad, la belleza y la bondad. (capítulo 1)

  Y siendo estas virtudes constantes y prácticamente eternas, lo que cambia en la sociedad actual es el “enfoque posmoderno”, por una parte, y las nuevas estructuras de conocimiento popular en las llamadas redes digitales.

A pesar de las complejidades posmodernas y digitales, se advierte una sólida tendencia hacia el establecimiento de verdades más firmes. En cambio, los conceptos tradicionales de los objetos y experiencias bellos ya no bastan. La experiencia de la belleza es cada vez más dependiente de la creación de objetos y experiencias que, independientemente de su origen, generan interés, son memorables y proponen una exploración posterior. (Capítulo 3)

  La verdad avanza –pese a todo-, la belleza es puesta en cuestión y la moralidad trata de atenerse a criterios universales.

La historia de la verdad es convergente y confirmatoria. La historia de la belleza es divergente, pues refleja una infinita variación impredecible, con la posibilidad de diversas experiencias personales significativas. La historia de la bondad avanza en dos planos diferentes: el primero (la moralidad vecinal) está mucho más arraigado que el segundo (la ética de las funciones). (Conclusión)

  Todo un tanto vago, pero, al menos, se combate el relativismo propio de la “crítica posmoderna” tanto a nivel moral como estético o epistémico.

La crítica posmoderna surgida de las humanidades ha cuestionado la legitimidad de este trío de conceptos (…). Según este planteamiento escéptico, la valoración de lo que es verdadero o bello o bueno sólo refleja las preferencias de quien ejerce el poder en un determinado momento; en un mundo relativista y multicultural, lo máximo a lo que podemos aspirar son conversaciones cívicas a través de líneas divisorias a menudo irreconciliables. (capítulo 1)

  El caso de la belleza…

Aceptemos que la belleza —antaño definida por la idealización, la regularidad, la armonía, el equilibrio, la fidelidad al aspecto externo del mundo— ya no es una cualidad exclusiva de las artes, ni siquiera la fundamental. ¿Cómo podemos caracterizar la situación que ha sustituido a esa singular virtud? Propongo tres rasgos antecedentes: el objeto es interesante; su forma es memorable; estimula nuevos encuentros. Cuando, como consecuencia de estos rasgos, de forma aislada o conjunta, el individuo obtiene una experiencia placentera, es apropiado (aunque obviamente no obligatorio) para él, para ella, para nosotros, hablar de belleza.  (Capítulo 3)

  En cuanto a la verdad, hoy resulta ofensivo proclamar la búsqueda de la verdad. La verdad que unos tienen y otros ignoran. La verdad que ha de imponerse. La verdad que no puede ser refutada pues si lo fuese ya no sería tal.

Es importante rescatar y valorar la idea esencial de la verdad. Creo que los seres humanos, mediante una acción meticulosa, reflexiva y cooperativa prolongada en el tiempo, podemos converger cada vez más hacia la determinación de la situación real, hacia la esencia verdadera de las cosas. (Capítulo 2)

La verdad consiste en un conjunto de conclusiones bien fundamentadas a partir del análisis coherente de los datos. (Capítulo 5)

  ¿Y podemos determinar también “la situación real” en lo que se refiere a las relaciones humanas, la moralidad?

Me haría mucha ilusión que surgiera un sistema de creencias nuevo, verdaderamente universal, de carácter espiritual o religioso, que ayudase a los individuos a desempeñar diversos roles de una manera más ética. (Capítulo 4)

  Porque lo que hoy tenemos es insuficiente ya que el origen de la moralidad se halla en buena parte en el pasado de la educación religiosa, algo que ya ha cesado de manifestarse debido al inevitable descrédito de las creencias en lo sobrenatural.

Cabe afirmar que la religión en sí surgió como medio para fomentar la moralidad vecinal y, posteriormente, como medio para promover la conducta ética en diversas funciones; y que, a falta de religión, muchos individuos no tendrían motivos para llevar una vida ética o moral (Capítulo 4)

   La ya mencionada necesidad de un nuevo sistema de creencias –algo posible- está relacionada con la constatable importancia de la religión como guía moral en nuestro pasado reciente. A diferencia del didactismo superficial de la ética laica –plagada, además, de convenciones y prejuicios propios de cada periodo histórico-, la ética religiosa –que aborda el ámbito psíquico de “lo sagrado”- se expresa de forma emocional y con referentes profundos con respecto a la naturaleza humana y sus posibilidades de mejora de la conducta.

   Por otra parte, la distinción entre moralidad vecinal y ética del trabajo queda como una peculiaridad de esta visión que requiere ser explicada.

Como seres humanos que vivimos en comunidades vecinales, se espera de nosotros (y de los demás) que nos comportemos de una manera moral. Eso es lo que significa ser buena persona. Como profesionales, se espera de nosotros (y de los demás) que desempeñemos nuestro trabajo de un modo ético. (Capítulo 4)

[Se han de] tratar las cuestiones morales en relación con las personas [del] entorno. Esta «moralidad vecinal» —con todos sus escollos culturales— forma parte de la condición humana (…) A las obligaciones evidentes de cada individuo para con su vecino, o para con su primo, se añade ahora la «ética de las funciones», las conductas y creencias que el trabajador y el ciudadano responsable debe adoptar para que nuestro mundo sea viable. (Capítulo 5)

   No es ésta una visión religiosa, y quizá retrata mejor que cualquier otra cosa las limitaciones del enfoque. Cuando menos, se señala la necesidad de que surjan nuevos sistemas morales y la importancia en el pasado de la religión. 

  La solución no debería ser tan difícil de encontrar: la religión –al menos, en su concepción moderna- implica una comunidad moral emocionalmente expresada; el nuevo sistema moral habrá de fijar el cambio en una estructura emotiva de mejora de la conducta que solo podría sostenerse en base a compensaciones afectivas directamente relacionadas con una cultura basada en la benevolencia. Necesitamos sistemas morales de “santidad” basados en principios racionales y alejados de todo prejuicio que se fundamenten emocionalmente y que nos vinculen afectivamente en una comunidad cooperativa y no agresiva.

Lectura de “Verdad, belleza y bondad reformuladas” en Editor digital: Mowgli 2013; traducción de Marta Pino Moreno

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