martes, 25 de mayo de 2021

“Cómportate”, 2017. Robert Sapolsky

  Robert Sapolsky es propiamente “un sabio”: científico eminente, biólogo, médico, neurocientífico, primatólogo y muy documentado en ciencias sociales. Su libro “Compórtate” es su intento de contribuir a que conozcamos más acerca de cómo mejorar las relaciones humanas.

Este libro [trata] sobre la biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos (Capítulo 1)

  El problema capital, como siempre, es el de la agresión.

Un punto esencial (…) : no odiamos la violencia. Odiamos y tememos la clase errónea de violencia, la violencia en el contexto equivocado. Porque su presencia en el contexto correcto es diferente. Pagamos una buena suma de dinero para contemplarla en un estadio, enseñamos a nuestros niños a defenderse utilizándola (…) Lo que convierte a la agresión en un tema tan desafiante es precisamente esta ambigüedad (Introducción)

  Ciertamente, la civilización tiene mucho que progresar todavía a fin de eliminar la agresión –en todos los contextos-. La agresión es indeseable y a la vez es innata. Como biólogo y neurocientífico, Sapolsky nos da una visión muy documentada acerca de lo que pueda haber de determinista en nuestra biología, particularmente en nuestros cerebros. ¿Podemos hacernos cargo de nuestro destino o estamos condicionados por nuestros genes?

Un neurocientífico hegemónico podría llegar a la conclusión de que su campo lo explica absolutamente todo.(Capítulo 2)

  Pero no es realmente así…

Los cerebros dan forma a las culturas, que es lo que da forma a los cerebros, que da forma a… Esa es la razón por la que recibe el nombre de coevolución. (Capítulo 9)

El retrazado axonal en los individuos ciegos o sordos es algo extraordinario, excitante y conmovedor. Es genial que su hipocampo se expanda si usted conduce un taxi en Londres. Lo mismo se puede decir sobre el tamaño y especialización de la corteza auditiva si toca el triángulo en una orquesta. Pero, en el otro extremo, resulta desastroso que un trauma agrande la amígdala y atrofie el hipocampo, e incapacite a aquellos que tienen un trastorno de estrés postraumático. (Capítulo 5)

La neuroplasticidad hace que la maleabilidad funcional del cerebro sea tangible, «demuestra científicamente» que el cerebro cambia. Que la gente cambia.(Capítulo 5)

  En conjunto, la conclusión es que sí podemos más o menos disponer de nuestro propio destino y librarnos de los inconvenientes de la agresión. Especialmente si estamos al tanto de cuáles son y cómo funcionan nuestros impulsos innatos.

El incremento de la inteligencia y el respeto por el razonamiento logran mejorar la teoría de la mente y la toma de perspectiva y un incremento de la habilidad para apreciar las ventajas a largo plazo de la paz. (Capítulo 17)

  Primero tenemos que aceptar nuestra tendencia natural a la agresión y después señalar los impulsos humanos que pueden controlarla. Y uno de ellos, indudablemente, es el incremento de la inteligencia y el respeto por el razonamiento Y hay otros. 

Exponer a los niños a las imágenes violentas que aparecen en la televisión o en alguna película hace que aumenten las probabilidades de que se comporten de forma agresiva poco después (Capítulo 7)

  Y sin embargo, los niños tienden mucho más a la violencia si coexisten con ella no tanto en los productos audiovisuales, sino en su vida cotidiana (en la cual la violencia se expresa de forma menos espectacular, pero mucho más constante que en la ficción). Eso no quita que sea cierta la acusación contra tales novísimos productos culturales, lo cual durante mucho tiempo se ha puesto en duda precisamente por la abundancia de tales espectáculos en las sociedades menos violentas. Para cosas por el estilo necesitamos a la ciencia: para verificar las supuestas relaciones de causalidad. 

  Pongamos por caso las acusaciones dirigidas contra la testosterona…

En nuestro mundo acribillado de violencia machista, el problema no es que la testosterona incremente los niveles de agresividad. El problema es la frecuencia con la que recompensamos la agresividad.  (Capítulo 4)

  Porque resulta que la experimentación acerca de la conducta humana demuestra que la testosterona no estimula la agresividad, sino el éxito social…

La testosterona hace que la gente sea arrogante, egocéntrica y narcisista. La testosterona aumenta la impulsividad y la asunción de riesgos (Capítulo 4)

  Una persona egocéntrica puede colmar sus ambiciones si se convierte, por ejemplo, en un líder por la paz…

La testosterona fomenta la prosocialidad en el ambiente adecuado. (Capítulo 4)

  Otro ejemplo de aparente determinismo biológico en la conducta humana es el efecto de otra hormona neurotransmisora: la oxitocina.

La oxitocina, la hormona del amor, nos hace ser más prosociales con los nuestros y peores con todos los demás. (Capítulo 4)

  Hay que señalar que la oxitocina tiene su origen en necesidades biológicas de parto y lactancia, pero que, al no estar la biología humana programada propiamente para la vida social, la evolución –por “exaptación”- ha hecho uso de este recurso para fomentar la prosocialidad… aunque sea dentro del grupo al que pertenecemos - los nuestros.

La evolución es un manitas, no un inventor. (Capítulo 10)

  Si no estamos necesariamente determinados por la genética de nuestro cerebro ni por la de las sustancias neurotransmisoras, cabe decir que corremos el riesgo de estarlo por la manipulación del comportamiento humano dentro del contexto social.

Podemos ser manipulados para pensar que algunos individuos son más cercanos a nosotros, y otros menos de lo que realmente son —el pseudoparentesco y la pseudoespeciación—. Hay numerosas formas de hacer que alguien piense que un miembro de los Otros es tan diferente que apenas cuenta como humano.  (Capítulo 15)

  Ahora bien, los instintos prosociales también pueden promoverse. Para empezar, no todo el comportamiento innato es antisocial.

El estado predeterminado es confiar (Capítulo 2)

  De modo que toda desconfianza es aprendida. Si nos hacemos conscientes de muchos factores inconscientes que determinan nuestra conducta estaremos en posición de mejorar nuestra vida en común.

La difusión cultural en general (la cual incluye el comercio) también puede facilitar la paz. Esta puede tener un tinte moderno: en 189 países, el acceso digital predice que se producirá un aumento en las libertades civiles y en la libertad de prensa. Además, cuantas más libertades civiles haya en un país vecino, más fuerte es este efecto, ya que las ideas fluyen con las mercancías (Capítulo 17)

  La influencia del entorno, bajo condiciones de laboratorio, puede hacerse evidente bajo circunstancias inesperadas.

¿Disminuye el estrés la empatía? Aparentemente sí, tanto en ratones como en hombres. (Capítulo 4)

Si una persona se sienta en una habitación en la que hay basura maloliente, se vuelve más conservadora en temas sociales (p. ej., respecto al matrimonio gay) sin que cambie su opinión sobre, por ejemplo, política exterior o economía. (Capítulo 3)

Los sujetos que rellenaban un cuestionario expresaban unos principios igualitarios más fuertes si había una bandera estadounidense en la habitación. (Capítulo 3)

Forzar a las personas deprimidas a que sonrían les hace sentir mejor;  enseñar a la gente a adoptar una postura más «dominante» les hace sentirse más de ese modo (bajos niveles de hormonas del estrés); y los relajantes musculares reducen la ansiedad («Las cosas siguen estando mal, pero si mis músculos están tan relajados que no me sostengo ni en esta silla, las cosas deben de estar mejorando»). (Capítulo 3)

  A lo largo de la historia se han empleado diversas estructuras sociales para intentar influir sistemáticamente en las emociones. Si bien es cierto que nunca se ha hecho de forma directa, como sucede, a nivel individual, en la psicoterapia (la “educación”, en todo caso, ha estado siempre demasiado circunscrita a los convencionalismos), sin duda la religión ha sido la estrategia más aproximada a este respecto.

La religión es posiblemente nuestra invención cultural que más nos define, un catalizador increíblemente potente tanto de nuestros mejores como de nuestros peores comportamientos (Capítulo 17)

  Lo que Sapolsky nos señala es que, a pesar de que cada vez conocemos más acerca de cómo la conducta humana es desencadenada por mecanismos neurológicos –que a la vez son determinados genéticamente-, nosotros podemos operar sobre el entorno que condiciona nuestra conducta sobre todo si organizadamente somos capaces de expandir determinadas pautas culturales. Podemos estimular nuestros instintos más prosociales y reprimir los antisociales, fomentar la empatía e inhibir la agresión mediante la promoción de determinadas ideas y sensibilidades, pautas que se transmiten culturalmente en el tiempo y en el espacio, y de las que podemos poner unos cuantos ejemplos:

Lo que debe ser abolido son las opiniones que afirman que el castigo puede ser merecido y que puede ser un acto loable.  (Capítulo 16)

Adoptar la perspectiva de una persona amada que sufre activa la CCA [Corteza Cingulada Anterior]; hacer lo mismo por un extraño activa la unión temporoparietal, la región central de la teoría de la mente. (Capítulo 14)

En estudios extensos interculturales, Milgram y otros mostraron que existía una mayor sumisión en los sujetos de culturas colectivistas que en los de las individualistas  (Capítulo 12)

     Siempre quedarán dudas de cuál es la estrategia mejor, pero de lo que no debemos dudar es de que las tradiciones sociales solo indirectamente se refieren a este tipo de elecciones. Por ejemplo, las sociedades “colectivistas” o “individualistas” se han creado como resultado de trayectorias históricas que hoy sabemos que han acabado por favorecer pautas de comportamiento social a gran escala de forma estadísticamente demostrable: los “individualistas” de Occidente han creado el progreso económico capitalista, la ciencia y la justicia con pretensiones de objetividad y, finalmente, la democracia y las libertades; mientras que los “colectivistas” de Extremo Oriente han dado lugar a civilizaciones de un acusado civismo y productividad económica. Estas tradiciones heredadas han logrado modificar nuestro comportamiento actuando sobre la disposición emocional en nuestros cerebros.

  Si sabemos esto, ¿no podríamos actuar, más allá de la tradición, para diseñar directamente pautas de comportamiento más prosociales?

  Para hacerlo, tendríamos primero que definir y establecer –sin prejuicios-  a qué modelo de prosocialidad aspiramos y ponderar después hasta qué medida diferentes comportamientos generan determinados actos. Pensemos que, por ejemplo, los comportamientos altruistas y compasivos suelen tener como origen estados emocionales de empatía y racionalidad… pero es mucho lo que nos falta por averiguar a este respecto.

No está ni mucho menos garantizado que un estado empático conduzca a un acto compasivo.  (Capítulo 14)

     ¿Tales estados empáticos no serán, en cualquier caso, estadísticamente más conducentes al altruismo que los no empáticos? Y cuando en algunos casos no lo sean ¿de que dependerá? Un factor puede ser, por ejemplo, la “carga cognitiva”, que equivale aproximadamente a una sobrecarga de nuestra capacidad de atención.

Las ideas de trabajo y carga cognitiva también ayudan a explicar por qué las personas son más caritativas cuando ven a una persona necesitada que a un grupo. (Capítulo 14)

  La influencia del estrés en la agresividad ha hecho que muchos señalen la prosperidad económica como otro factor a considerar: un estado de escasez, al generar estrés y posiblemente agresividad, nos alejaría del comportamiento prosocial. Cualquier situación traumática afecta a nuestras mentes incluso a nivel neurológico –plasticidad cerebral.

  Tales cambios afectan incluso a las elecciones éticas -dilemas-.

¿Es correcto matar a una persona para así poder salvar a cinco? Cuando la gente pondera esa cuestión, una mayor activación de la CPFdl [Corteza Prefrontal dextrolateral] predice una mayor probabilidad de responder afirmativamente (…) [Sin embargo,] los humanos con la CPFdl dañada son incapaces de planear o de aplazar la recompensa, siguen llevando a cabo estrategias que les ofrecen una recompensa inmediata y muestran un pobre control ejecutivo sobre su comportamiento (Capítulo 2)

  No hay determinismo neurológico o biológico en el sentido de que nazcamos con genes que señalan un único camino en el comportamiento social. Antes al contrario, tenemos la opción de diseñar nuestra conducta social modificando nuestro entorno para que éste a su vez modifique nuestra respuesta conductual –coevolución-. Y nuestro entorno no es solo el estilo de vida económico o político, es sobre todo, el tipo cultural de interpretación de los hechos sociales –ideas, costumbres, estilo de vida-: respuestas agresivas, compasivas, individualistas, colectivistas, racionalistas o tradicionalistas…

  Falta todavía diseñar un planteamiento humanista –promoción de valores culturales- basado en la ciencia e incluso más aún en la perspectiva científica: objetiva (libre de sesgo y prejuicio) e imaginativamente crítica.

Lectura de “Compórtate” en edición digital Titivillus, 2019; traducción de Pedro Pacheco González

No hay comentarios:

Publicar un comentario