viernes, 25 de marzo de 2022

“Sobre la bondad”, 2009. Phillips y Taylor

   Bondad –Kindness- implica algo así como una acción afectiva; más funcionalmente aún: se trata de acciones altruistas que producen confianza e incluso placer tanto al dador como al receptor

Cuidar de los demás (…) es lo que nos hace completamente humanos. Dependemos los unos de los otros no para nuestra supervivencia sino para nuestro propio ser. El individuo sin apego por simpatía es o una ficción o un lunático. La sociedad occidental moderna se resiste a esta verdad fundamental, valorando la independencia por encima de todas las cosas. Necesitar a los otros se percibe como una debilidad. Solo a los niños pequeños, los enfermos y los muy ancianos se les permite depender de otros; para todos los demás, la autosuficiencia y la autonomía son virtudes cardinales (Capítulo 5)

  El psicoanalista Adam Phillips y la historiadora Barbara Taylor abordan la bondad como un fenómeno emocional innato que pasa de la vida privada a la vida cultural encontrando no poca resistencia.

Esto es un relato histórico sobre cómo y por qué a la gente se le ha hablado en contra de su bondad, pero también uno psicológico, esto es, una historia sobre cómo la vulnerabilidad se ha hecho traumática para la gente (Capítulo 1)

  La independencia, la fortaleza interior, la invulnerabilidad individual son, pues, ficciones, ya que el Homo sapiens, individualmente, y pese a su inteligencia, es un animal muy débil. La fuerza del Homo sapiens está, sin duda, en ser capaz de alcanzar complejísimas formas de relación social entre individuos altamente subjetivos –por tanto, con fuertes tendencias egoístas-, lo que implica alcanzar complejísimas formas de garantizar confianza.

La vida amable –la vida vivida en una identificación instintivamente simpatética con las vulnerabilidades y atracciones de los demás- es la vida que estamos más inclinados a vivir  (Capítulo 1)

  Sin embargo, esta inclinación se halla evidentemente estorbada por las otras inclinaciones instintivas que coexisten con ella y al tiempo la contradicen. Nadie puede negar que, al igual que los demás mamíferos, los seres humanos cuentan con poderosos impulsos agresivos y de competición por el estatus.

Podemos vivir solo porque inhibimos nuestra agresión, pero inhibir nuestra agresión nos enferma [Freud] (capítulo 3)

[Según Rousseau,] el hombre nace con el instintivo amor a sí mismo necesario para su supervivencia (amour de soi) pero se ve introducido en una sociedad con sus malignas desigualdades y rivalidades que transforman esta preocupación innata por uno mismo en amour propre, un egoísmo odioso e irascible basado en la comparación envidiosa del yo con los demás.  (Capítulo 2)

   La mención al amor propio se relaciona con los valores convencionales que se oponen a la bondad a pesar de los avances morales.

Una sociedad competitiva, una que divide a la gente en ganadores y perdedores, fomenta la falta de bondad (…) La bondad llega a nosotros naturalmente, pero también la crueldad y la agresión (Capítulo 5)

   Con todo, hay motivos para el optimismo porque el libro describe cómo ha evolucionado la concepción social y la vivencia de la bondad a lo largo del proceso de evolución moral

La bondad pagana se desarrolló contra un fondo de distinciones entre hombres libres y esclavos, ricos y pobres, hombres y mujeres, ciudadanos y extranjeros. Pocos pensadores, incluso entre los estoicos, desafiaron estas divisiones (Capítulo 2)

[En el] cristianismo post-agustiniano (…) la bondad se vio vinculada, desastrosamente, al autosacrificio, lo que la convirtió en un blanco fácil para los egoístas filosóficos como Thomas Hobbes, que podían fácilmente demostrar que el autosacrificio se practicaba rara vez incluso por sus más ardientes proponentes. (…) [Por el contrario,] los placeres de la bondad, tal como paganos de la Ilustración como Hume y Adam Smith iban a insistir más tarde, eran poderosos porque derivaban de la sociabilidad natural del hombre. La gente es amable no porque se les diga sino porque ello los convierte en completamente humanos. Amarse unos a otros era una expresión alegre de la humanidad propia, no un deber cristiano (Capítulo 2)

   La bondad llega a tomar una forma más plenamente emocional una vez se consolida la Ilustración.

Una ola de activismo humanitario barrió Gran Bretaña y América, enfrentando los males –tales como esclavitud, maltrato infantil y crueldad con los animales- que hasta entonces habían sido ignorados o defendidos. Los amigos de la humanidad marcharon por el paisaje social, dejando un rico legado ideológico e institucional (Capítulo 2)

Al final del periodo victoriano, la bondad había sido en gran medida feminizada, metida en el ghetto de una esfera de sentimientos y comportamiento femeninos donde se ha quedado desde entonces, con algunas notables excepciones (Capítulo 2)

  Más adelante los autores de este libro hacen una reflexión crítica sobre la psicología moderna y llegan a una conclusión:

Al preferir la pareja madre-hijo a la pareja sexual adulta, los psicoanalistas de la posguerra estaban, entre otras cosas, privilegiando la bondad sobre el deseo (…) La bondad, en este contexto, se convirtió en una extraña y más bien anticuada mezcla de un instinto natural en gran medida maternal con un imperativo moral (Capítulo 4)

  Es decir, se pasa de la visión de Freud en la que los sentimientos bondadosos son una represión –o inhibición- de la sexualidad, a tomar el amor maternal como la base psicológica de todas las emociones prosociales –de fomento de la benevolencia, la confianza y la cooperación-. Curiosamente, los autores de este libro ven tal cosa –la feminización- como una relativa debilidad de los vínculos sociales de confianza.

Los actos de bondad demuestran, de la forma más claramente posible, que somos animales vulnerables y dependientes que no tienen mejor recurso que los demás. Si la bondad previamente había de ser legitimada por Dios o los dioses, o focalizada en las mujeres y niños, es porque había de ser delegada; y había de ser delegada –y sancionada, y sacralizada e idealizada y sentimentalizada- porque viene de la parte de nosotros mismos por la que más nos sentimos perturbados (…) De modo que los placeres de la bondad (…) nunca podrían ser los placeres de la superioridad moral o de la benevolencia dominante o del conjunto de protección de los buenos sentimientos. Tampoco los actos de bondad pueden ser vistos como actos de voluntad o esfuerzo o resolución moral. La bondad viene de lo que Freud llamaba –en un contexto diferente- “pos-educación”, esto es, una revivida consciencia de algo que ya ha sido sentido y conocido. Y esta pos-educación (…) lleva al reconocimiento de la bondad como una continua tentación en la vida diaria a la que nos resistimos. No una tentación para sacrificarnos, sino para incluirnos a nosotros mismos con los otros. No una tentación para renunciar o ignorar los aspectos agresivos de nosotros mismos, sino para ver la bondad como ser en solidaridad con la necesidad humana y con el sentido muy paradójico de impotencia y poder que revela la necesidad humana (Capítulo 5)

  Ahora bien, donde no hay ninguna duda es en la preocupación acerca del punto de vista de una sociedad en exceso materialista que rechaza las sanas inclinaciones de la amabilidad. 

Lejos del ámbito de la libertad, el mercado privado es profundamente coercitivo, (…) forzando a la gente a situaciones que erosionan su altruismo natural (Capítulo 5)

    Cabe una reflexión más imaginativa con referencia a las relaciones de proximidad, es decir a la vivencia conductual. La bondad es un hecho material, no una entelequia numinosa o poética: puede ser descrita, medida, evaluada, clasificada y, por tanto, mejorada y potenciada.

En 2007, el gobierno de Blair emitió una instrucción a las enfermeras del Servicio Nacional de Salud para que sonrieran. Un portavoz del gabinete explicó: “una de las cosas que surgieron de las discusiones fue que no se sentía que las enfermeras diesen la impresión de que eran lo suficientemente consideradas. Sintieron, por ejemplo, que deberían sonreír más”. Esto fue seguido por el anuncio de que la sonrisibilidad de las enfermeras (consideración empática) sería medida y los resultados publicados en un índice compasivo online (Capítulo 5)

Los empleados [de diversas empresas de atención al público] son grabados y las grabaciones analizadas por su cuota de empatía (Capítulo 5)

  Este materialismo de la bondad supone algo más que una caricatura o reducción al absurdo: también contrasta con el convencionalismo:

Hoy solo la bondad entre padres e hijos es esperada, sancionada y de hecho [considerada como] obligatoria (Capítulo 1)

  La bondad puede ser un estilo de vida y puede crear su propio contenido cultural. Debe considerarse un bien público de primer orden, a un nivel parecido al de las grandes religiones morales de la Antigüedad.

  A quien le parezca ridículo que se pague a los empleados por sonreír le conviene reflexionar sobre el hecho cierto de que pagamos más a la niñera que más cariñosa es con nuestros hijos. La bondad genuina –que los psicólogos conductuales pueden describir perfectamente- es un bien altamente valorado… al tiempo que, como estilo de vida resulta incompatible con una economía mercantil (y por tanto egoísta y competitiva). Resolver esta contradicción puede llevarnos a hacer valiosísimos –y nada convencionales- descubrimientos para el cambio social.

Lectura de “On Kindness” en Farrar, Straus and Giroux 2009; traducción de idea21 

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