sábado, 15 de febrero de 2025

“Objetividad, relativismo y verdad”, 1991. Richard Rorty

   La tarea es interminable ¿cuánto podemos llegar a saber? Somos subjetivos y aspiramos al conocimiento objetivo. No es fácil. “Todo es relativo”… entonces, nunca podremos contar con certezas. Sobre todo si tenemos presente todo el tiempo nuestra incapacidad de alcanzar un conocimiento válido para todos nuestros semejantes…

La tradición filosófica nos ha acostumbrado a la idea de que cualquiera que esté dispuesto a atender a la razón —a escuchar todos los argumentos— puede ser persuadido a reconocer la verdad. Esta concepción (…) Kierkegaard [la] denominó «socratismo» (p. 256)

  Pero si se trata solo de una “tradición” no podemos darle siquiera nosotros el valor que lógicamente ha de asignarse a la “verdad”.

Fue un error intentar convertir al científico natural en un nuevo tipo de sacerdote, un vínculo entre lo humano y lo no humano. También lo fue la idea de que algunos tipos de verdades son «objetivas» mientras que otras son meramente «subjetivas» o «relativas» (…) También lo fue la idea de que el científico tiene un método especial que, con sólo que el humanista lo aplicase a los valores últimos, nos daría el mismo tipo de autoconfianza sobre los fines morales que la que tenemos sobre los medios tecnológicos (p. 60)

  El filósofo norteamericano Richard Rorty fue un pragmatista liberal. Desde su punto de vista, si la ciencia no nos aporta objetividad, menos todavía podrá hacerlo la filosofía –tanto peor para el “socratismo”-. Pero tampoco está tan mal vivir en el entorno social que nos es dado. Para Rorty, cuando menos, es suficiente para asentarnos en una comunidad moral de corte democrático. De esa forma nos ilumina en cuanto a que no creer en la verdad objetiva no supone ser relativista.

Puede funcionar la democracia liberal sin presupuestos filosóficos. (p. 244)

Hay una diferencia entre el nazi que dice «Somos buenos porque somos el grupo particular que somos» y el liberal reformista que dice «Somos buenos porque, más por la reflexión que por la fuerza, finalmente convenceremos a todos los demás de que lo somos». (p. 289)

  Pero si podemos convencer mediante la “reflexión” eso significa que contaríamos con una superioridad –un tanto socrática- sobre las culturas no liberales.

No podemos saltar fuera de nuestra piel democrática social occidental cuando encontramos otra cultura, y no deberíamos intentarlo. Todo lo que deberíamos intentar hacer es penetrar en los habitantes de esa cultura lo suficiente como para hacernos una idea de qué aspecto tenemos para ellos, y si ellos tienen ideas que podamos utilizar. Eso es también lo que es de esperar que ellos hagan cuando se topan con nosotros. Si los miembros de la otra cultura protestan diciendo que esta expectativa de reciprocidad tolerante es provincianamente occidental, sólo podemos encogernos de hombros y contestar que tenemos que actuar según nuestro criterio, igual que ellos, pues no existe una plataforma de observación supercultural desde la cual situarnos. (p. 287)

  No existe plataforma de observación supercultural  pero nosotros,despreciamos –encogiéndonos de hombros- a quienes desprecian la reciprocidad tolerante occidental. 

   Y esto podemos relacionarlo con que en el aspecto moral sí tenemos alguna capacidad para la certeza.

Quienes desean fundar la solidaridad en la objetividad (…) deben concebir una metafísica que diferencie las creencias verdaderas de las falsas. (p. 40)

El fracaso de la metafísica no nos impide realizar una distinción útil entre la persuasión y la fuerza (p. 294)

[Debemos] entender la ciencia natural simplemente como un instrumento de predicción y control en vez de como un ámbito normativo de la cultura (p. 224)

   La naturaleza humana implica, por tanto, algún determinismo. La ciencia –al menos, la de inspiración newtoniana- se basa en el mismo planteamiento. Es preciso que nos expliquen por qué la predicción y control no implica la posibilidad de normas morales.      

 Tomamos nota de la afirmación de que no hay metafísica ni “naturaleza humana” (y por lo tanto no hay determinismo).

La idea de naturaleza humana como estructura interior que lleva a todos los miembros de la especie a converger en el mismo punto, a reconocer como honorables las mismas teorías, virtudes y obras de arte, nos asegura que incluso si hubiesen ganado los persas, antes o después hubieran aparecido en algún lugar las artes y ciencias de los griegos (p. 52)

  Finalmente, hemos de encuadrar todo este minucioso discurso en las concepciones, ya cada vez más populares, del posmodernismo y la deconstrucción

En mi opinión, carece de utilidad señalar las «contradicciones internas» de una práctica social, o «deconstruirla», a menos que se pueda idear una práctica alternativa (p. 34)

  No aparece en el pensamiento actual, a ningún nivel, una alternativa.

La Ilustración había esperado que la filosofía justificaría los ideales liberales y fijaría los límites a la tolerancia liberal apelando a criterios de racionalidad transculturales. (…) Nosotros los liberales burgueses posmodernos no tachamos ya de «necesarios» o «naturales» nuestras creencias y deseos centrales y de «contingentes» o «culturales» los periféricos. (p. 281)

No hay nada malo en las esperanzas de la Ilustración, las esperanzas que crearon las democracias occidentales. Para nosotros los pragmatistas, el valor de los ideales de la Ilustración es precisamente el valor de algunas de las instituciones y prácticas que dichos ideales han creado. (p. 55)

La cuestión de si los filósofos pueden apelar a algo salvo a la manera en que nosotros vivimos ahora, aquello que nosotros hacemos ahora, a nuestra forma de hablar ahora —a cualquier cosa más allá de nuestro propio pequeño momento de la historia universal— es la discusión básica entre los filósofos del lenguaje representacionalistas y de la práctica social. (p. 216)

  “Representacionalismo” implica una visión del mundo en la cual el lenguaje humano reproduce una realidad objetiva –“Verdad”- de la cual los humanos no somos responsables. El antirrepresentacionalismo se define en oposición a esta convicción acerca de la objetividad.

Entiendo por explicación antirrepresentacionaíista una explicación según la cual el conocimiento no consiste en la aprehensión de la verdadera realidad, sino en la forma de adquirir hábitos para hacer frente a la realidad. (p. 15)

  Y las dudas que siempre quedan:

Creo que no podemos imaginar un momento en el que la especie humana pudiese recostarse y decir: «bien, ahora que finalmente hemos llegado a la Verdad podemos descansar». Deberíamos abandonar la idea de que tanto las ciencias como las artes siempre proporcionarán un espectáculo de feroz competencia entre teorías, movimientos y escuelas alternativas. El fin de la actividad humana no es el reposo, sino más bien la actividad humana más rica y mejor. (p. 62)

  ¿Quién determina lo que es “mejor”?

Lectura de “Objetividad, realismo y verdad” en Paidós 1996; traducción de Jorge Vigil Rubio

No hay comentarios:

Publicar un comentario