martes, 5 de diciembre de 2023

“Civilización”, 1969. Kenneth Clark

   En 1969, el erudito Kenneth Clark se atrevió a dirigir y presentar una magnífica serie documental televisiva en la BBC llamada “Civilización”. Centrada sobre todo en las artes plásticas, a lo largo de ella dio su punto de vista sobre el desarrollo civilizatorio en un marco temporal sagazmente limitado. 

Esto no es una historia del arte, sino de las creencias vitales e ideales que se hicieron visibles y audibles por medio del arte (p. A)

   Ese punto de vista sigue siendo válido más de medio siglo después, pero mantiene peculiaridades extraordinariamente significativas.

No pienso que haya ninguna duda de que Apolo encarna un estado de civilización más alto que [una notable] máscara [africana]. Ambos representan espíritus, mensajeros de otro mundo –es decir, de un mundo de nuestra propia imaginación-. Para la imaginación negra es un mundo de temor y oscuridad, dispuesta a infligir horribles castigos por la menor ofensa a un tabú. Para la imaginación helenística es un mundo de luz y confianza en el que los dioses son como nosotros, solo que más bellos, y descienden a la tierra a fin de enseñar a los hombres la razón y las leyes de armonía (p. 2)

  Señalar civilizaciones como superiores e inferiores implica tener un concepto muy determinado de lo que “civilización” significa.

Cuando uno considera las sagas islandesas, que están entre los grandes libros del mundo, uno debe admitir que los nórdicos produjeron una cultura. Pero ¿era una civilización? (…) La civilización quiere decir algo más que energía, voluntad y poder creativo, algo que los primeros nórdicos no tenían, pero que, incluso en su época, estaba comenzando a reaparecer en Europa Occidental. ¿Cómo lo definimos? Bien, en breve: un sentido de permanencia. Los errantes y los invasores estaban [por el contrario] en un continuo estado de flujo.  (p. 14)

  Es probable que este punto de vista no sería tan fácilmente aceptado hoy. Clark, desde luego, desdeña el romanticismo de la barbarie, algo que hoy se vería quizá como supremacismo eurocentrista.

Toda la evidencia sugiere que el aburrimiento del barbarismo es infinitamente mayor [que el de la civilización]. (p. 7)

Mahoma, el profeta del Islam, predicó la doctrina más simple que haya jamás tenido aceptación, y dio a sus seguidores la solidaridad invencible que una vez dirigió las legiones romanas (p. 7)

En ciertas épocas el hombre ha sentido la consciencia de algo sobre él mismo –cuerpo y espíritu- que estaba fuera de la lucha diaria por la existencia y la lucha nocturna con el miedo; y ha sentido la necesidad de desarrollar estas cualidades de pensamiento y sentimiento a fin de poder aproximarse tanto como sea posible al ideal de perfección –razón, justicia, belleza física, todo ello en equilibrio-. Ha conseguido satisfacer esta necesidad de varias formas –mediante mitos, mediante baile y canción, mediante sistemas de filosofía y a través del orden que ha impuesto al mundo visible-. Los hijos de su imaginación son también la expresión de un ideal  (p. 3)

El hombre civilizado, o así me parece, debe sentirse que pertenece a algún lugar en el espacio y el tiempo, que continuamente mira hacia delante y hacia atrás. Y para este propósito es una gran conveniencia ser capaz de leer y escribir (p. 17)

    (Mahoma era analfabeto… mientras que Jesús tenía un amplio conocimiento de las escrituras de la antigua religión judía… que a su vez, en tiempos de Jesús, estaba ya ampliamente influenciada por el pensamiento moral helenístico).

  Clark se salta la Antigüedad clásica y comienza su itinerario con la Edad Media, que fue mucho más diversa y rica de lo que parece a primera vista.

Nuestro entero conocimiento de la antigua literatura se debe a la recolección y copia que comenzó bajo Carlomagno, y casi todos los textos clásicos que sobrevivieron hasta el siglo VIII han sobrevivido hasta hoy (p. 18)

  Antes de este afortunado periodo, muchos escritos de la Antigüedad fueron deliberadamente destruidos por oponerse o ser extraños a la doctrina cristiana.

   En todo caso, la civilización que comienza a partir de Carlomagno y el año 1000 es también básicamente cristiana… aunque el cristianismo evoluciona constantemente.

En el año 800 el Papa coronó [a Carlomagno] como la cabeza de un nuevo Santo Imperio Romano, obviando el hecho de que el emperador nominal gobernaba en Constantinopla. A Carlomagno después se le dijo que este famoso episodio fue un error; y quizá era así: dio al Papa una supremacía sobre el emperador que fue la causa o pretexto para guerras durante tres siglos. Pero los juicios históricos son dudosos. Quizá la tensión entre los poderes espirituales y mundanos a lo largo de la Edad Media fue precisamente lo que mantuvo viva la civilización europea. Si se hubiera alcanzado un poder absoluto, la sociedad podría haber evolucionado tan estática como las civilizaciones de Egipto y Bizancio. (p. 20)

Podría argumentarse que la civilización occidental fue básicamente la creación de la Iglesia.  (p. 35)

    Los cambios comienzan a dar lugar a hitos fácilmente identificables.

El primer arte cristiano estaba interesado en los Milagros, curaciones y aspectos esperanzadores de la fe como la Ascensión y la Resurrección (…) Fue en el siglo X, esa época despreciada y rechazada de la historia Europea, que se hizo de la crucifixión un símbolo emotivo de la fe cristiana  (p. 29)

   Es también la misma época en que comienza a imponerse la castidad de los sacerdotes.

La iglesia (…) era poderosa por razones positivas. Hombres inteligentes tomaban de forma natural y normalizada las sagradas órdenes y podían elevarse de la oscuridad a posiciones de enorme influencia. A pesar del número de obispos y abades de familias reales o principescas, la Iglesia era básicamente una institución democrática cuya habilidad –administrativa, diplomática y de pura capacidad intelectual- se abría camino. Y la Iglesia era internacional. Era, en gran extensión, una institución monástica que seguía la regla Benedictina y que no debía lealtad territorial (p. 35)

  Las consecuencias no son solo teológicas y administrativas.

El amor cortés (…) era enteramente desconocido en la Antigüedad. La pasión, sí, el deseo por supuesto, el afecto constante, sí. Pero ese estado de extrema sujeción a la voluntad de una mujer casi inaccesible; esta creencia de que ningún sacrificio sería lo suficientemente grande, que toda una vida podía gastarse en cortejar a una dama en particular o sufrir por ella –esto habría parecido a los romanos o a los vikingos no solo absurdo, sino increíble, y sin embargo durante cientos de años fue incuestionable- inspiró una vasta literatura-. (p. 64)

   Para cuando llega el Renacimiento, la civilización eclesiástica ha llevado a cabo numerosos avances culturales que Clark no nos puede relatar en su totalidad. Por ejemplo, no nos habla de la psicología mística aunque sí de los debates teológicos en las primeras universidades, que dan lugar a polémicas y herejías… pero que la Iglesia no interrumpe, como podía haber hecho, simplemente, cerrando las Universidades.

A mi mente lo extraordinario es el enorme seguimiento que tuvo y cómo próximo fue Erasmo, o el punto de vista erasmista, a tener éxito. Muestra que muchas personas, incluso en tiempos de crisis, desean la tolerancia, la razón y la simplicidad de la vida –de hecho, la civilización-. Pero en la corriente de los feroces impulsos emocionales y biológicos ellos son impotentes (p. 157)

  Aquí Clark, con el caso de Erasmo, señala una importante tipología intelectual: el héroe pensador solitario, apenas tolerado y que existe en el limitado entorno de una intelectualidad muy poco numerosa pero extraordinariamente activa y lúcida. Tras él vendrán otros… y tardarán más de dos siglos en que los humanistas salgan a la luz y se conviertan en el motor del cambio civilizatorio.

  Mientras tanto, el Renacimiento dará lugar a la Reforma protestante, de la que, por cierto, Clark, británico, no tiene una imagen positiva.

Cualquiera que fuesen los efectos a largo plazo del Protestantismo, los resultados inmediatos fueron muy malos, no solo malos para el arte, sino malos para la vida (p. 160)

  Pero Erasmo no viene solo. No todo es Lutero y Calvino, y la Contrarreforma: la civilización se infiltra con discreción durante el duro siglo XVI y sus guerras religiosas.

¿Qué podía hacer un hombre inteligente, de mente abierta en la Europa de mediados del siglo XVI? Mantenerse en silencio, trabajar en soledad, exteriormente conforme, permaneciendo interiormente libre. Las guerras de religión evocan una figura nueva para la civilización europea, si bien familiar en las grandes épocas de China: el intelectual recluso (p. 161)

   Montaigne tiene su equivalente dramático en el sorprendente Shakespeare, empresario teatral.

Shakespeare debe ser el primero y quizá el último supremo gran poeta sin una creencia religiosa, incluso sin una creencia humanista en el hombre (p. 164)

  El siglo XVII supone un tímido avance: los intelectuales se pueden seguir desenvolviendo, pero ahora tienen un medio nuevo, que son la ciencia y las matemáticas. Pensadores como Descartes y Spinoza logran salir indemnes del escrutinio inquisitorial. Todo está listo para el siglo XVIII y su Ilustración.

Cuando uno comienza a preguntarse “¿esto funciona?” o incluso “¿esto vale la pena?” en lugar de “¿es la voluntad de Dios?” se consigue un nuevo conjunto de respuestas y una de las primeras es que intentar suprimir las opiniones que uno no comparte es mucho menos valioso que tolerarlas.  (p. 195)

El siglo XVIII se enfrentaba con la compleja tarea de construir una nueva moralidad sin la revelación o las sanciones cristianas. Esta moralidad se construye sobre dos fundamentos: uno de ellos era la doctrina de la ley natural; el otro, la moralidad estoica de la antigua Roma republicana  (p. 262)

   La tolerancia hacia los Rousseau y Voltaire –que son criticados y perseguidos, pero elaboran y difunden sus obras durante sus largas vidas- abre todas las puertas.

  Pero Clark no ve la auténtica civilización en los avances políticos sino en el avance moral. Los ideales humanistas pasan de las palabras a los hechos:

El movimiento antiesclavitud se convirtió en la primera expresión comunitaria del despertar de la conciencia (p. 323)

   El cambio será imparable, hasta implantarse en la estructura moral íntima e la sociedad.

Pregúntese a cualquier persona decente en Inglaterra o América qué piensa que importa más en la conducta humana. Cinco a uno la respuesta será “bondad”. No es una palabra que hubiera aparecido en la boca de cualquiera de los héroes de este libro. Si hubiera preguntado a San Francisco lo que importaba en la vida habría contestado “castidad, obediencia y pobreza”; si hubiera preguntado a Dante o Miguel Ángel podrían haber respondido “desprecio a la vulgaridad y a la injusticia”; si hubiera preguntado a Goethe, habría dicho “vivir plenamente y la belleza”. Pero la bondad, nunca.  (p. 329)

La bondad, en alguna medida, es la extensión del materialismo, y esto ha hecho que los antimaterialistas la miren con cierto desprecio, como un producto de lo que Nietzsche llamaba la moralidad del esclavo (p. 330)

  El arte, la literatura, logran esforzadamente el milagro de la racionalización de los sentimientos prosociales.

Todo el mundo leyó a Dickens. Ningún autor vivo ha sido tan histéricamente amado por una sección tan amplia de la comunidad. Sus novelas produjeron reformas en las leyes, en los tribunales, en la desaparición de los ahorcamientos públicos, en una docena de direcciones. (p. 327)

  Más o menos aquí acaba la relación de Kenneth Clark, bellamente ilustrada por las creaciones artísticas que son objeto de cuidadosas observaciones, como la de que la reacción de la Contrarreforma implicó a su vez una brillante creación en las artes plásticas que los protestantes ni siquiera intentaron emular… pero que, en cambio, estos desarrollaron una revolución en la música. 

   Por otra parte, en el siglo XIX las artes plásticas entran en el mundo de la crítica independiente (aparecen autores como William Morris, Walter Pater o John Ruskin) y es la literatura la que cimenta, a través sobre todo de la novela (y en la dramaturgia, que incluye las impactantes óperas), los cambios civilizatorios finales… hasta el ideal prosocial de la bondad que muy atinadamente Clark señala como ideal materialista.

Lectura de “Civilisation” en   British Broadcasting Corporation  1969; traducción de idea21

No hay comentarios:

Publicar un comentario