viernes, 27 de marzo de 2015

“El futuro de nuestra mente”, 2014. Michio Kaku

  Michio Kaku es uno de los más conocidos y competentes divulgadores científicos. Escribe libros, artículos, dirige y presenta documentales en televisión, y está perfectamente preparado desde el punto de vista académico para ello, pues se trata de una autoridad en física teórica. Sin embargo, en este libro aborda un tema de biología

La mente y el universo (…) son las fronteras más misteriosas y fascinantes de la ciencia

  Kaku nos informa de los últimos logros en las investigaciones científicas referidas a la mente humana. Y a la hora de abordar a los mejores especialistas toma las debidas precauciones:

Para incorporar a este libro [las especulaciones de los científicos que están edificando los cimientos para el futuro de la mente], solo impuse dos requisitos: (1) sus predicciones debían cumplir rigurosamente las leyes de la física y (2) debían existir prototipos que permitiesen, en principio, demostrar la aplicabilidad de sus ambiciosas ideas.

  A partir de aquí, tenemos que a Kaku no le acompleja nada utilizar como guía de sus exposiciones numerosos argumentos de la literatura y cine de ciencia-ficción. ¿Por qué no hacerlo, si hoy ya hemos asumido la capacidad de la tecnología para alterar nuestras vidas?

Los científicos han logrado obtener lecturas aproximadas de los pensamientos de una persona mediante escáneres electroencefalográficos. Los sujetos se ponían un casco con sensores (…)  y se concentraban en determinadas fotografías (por ejemplo, la imagen de un coche). A continuación se grababan señales en un electroencefalograma para cada imagen, a partir de los cuales se generó un rudimentario diccionario de pensamientos

Se le muestran al paciente una serie de letras y se le dice que se concentre en cada símbolo (…) Una vez que se ha creado este diccionario unívoco, es fácil hacer que, cuando la persona piense en la letra, ésta aparezca en la pantalla, utilizando únicamente el poder de la mente.

[Se ha logrado] registrar un recuerdo creado por ratones y grabarlo digitalmente en un ordenador (…) El sueño de descargar recuerdos al cerebro algún día podría hacerse realidad

En el futuro, se podría utilizar la nanotecnología, la capacidad de manipular átomos individuales, para insertar en el cerebro nanosondas con las que acceder a nuestros pensamientos (…) Se colocarían precisamente en las áreas del cerebro dedicadas a determinadas actividades.

Podremos aprender cálculo simplemente con descargarnos la habilidad. El sistema educativo experimentaría toda una revolución (…) El número y la calidad de los trabajadores especializados aumentaría enormemente

Quizá sería posible convertir a individuos normales en savants (…) Algo que ha sucedido muchas veces en el pasado, como consecuencia de accidentes casuales

  ( “Savant” es como se denomina al individuo autista con prodigiosas capacidades de memoria y cálculo; estas habilidades, sin embargo, suelen estar acompañadas de graves taras mentales que incapacitan la integración normal en sociedad; algunas personas que han sufrido golpes en la cabeza –“accidentes casuales”- han manifestado la adquisición repentina de ciertas habilidades de este tipo)

  La inmortalidad mediante la transferencia de los registros neuronales a un soporte más duradero (un disco, o incluso una onda láser… o cualquier otra invención futura) parece que también será factible en un futuro no demasiado lejano (¿mil años?, ¿qué son mil años si hace ya cinco mil desde que se descubrió la escritura?). Se nos informa de que ya existe un "Proyecto Conectoma", que buscaría la materialización alternativa del ser mediante la reconstrucción digital: el diseño exacto de las conexiones cognitivas que tienen lugar en el cerebro.

Para alcanzar la inmortalidad podría hacerse un conectoma completo. El médico tendría todas nuestras conexiones neuronales en un disco duro

  Y esa vida inmortal podría, además, tomar una expresión completamente diferente a lo que hoy conocemos…

La comunicación cerebro-cerebro no solo permitiría  la transmisión de actividades físicas, sino también la de emociones y sentimientos.

Una brain-net [conexión directa y universal entre cerebros] podría incluso alterar el curso de la civilización (…) En la época prehistórica, durante miles de años nuestros antepasados fueron nómadas, que se desplazaban en pequeñas tribus y se comunicaban entre sí a través del lenguaje corporal y los gruñidos. La aparición del lenguaje nos permitió, por vez primera, comunicar símbolos e ideas complejas, lo que facilitó  el surgimiento de las ciudades

  Lo que falta en las imaginativas especulaciones de Kaku es una especulación paralela acerca de los cambios culturales que traerían semejantes innovaciones en la vida humana. Quede al menos la advertencia al respecto: la escritura, la difusión de la literatura en forma de libro, la novela psicológica, los periódicos, la educación pública, acabaron cambiando al ser humano en su manera de ver el mundo y relacionarse con sus semejantes; agudizaron la empatía y la capacidad para la reflexión y la introspección; hicieron viable la universalización del concepto de “persona”. Cambios tan espectaculares como los descritos en este libro, que implican la conexión directa entre memorias y conciencias individuales, habrían de tener una influencia cultural proporcionada y, aparentemente, iría en un sentido prosocial de expansión de las redes humanas de confianza y cooperación.

  Para que se dé lugar a tales modificaciones de las capacidades propiamente humanas (intelecto, emociones, espiritualidad) los técnicos habrán de actuar a partir del conocimiento previo de la naturaleza del ser tal como existe hoy.

Conciencia es el proceso de crear un modelo del mundo a partir de múltiples bucles de retroalimentación basados en distintos parámetros (…) para lograr un objetivo

El nivel más simple de conciencia es el de un termostato (…) La clave es la retroalimentación, que activa un interruptor si la temperatura baja o sube demasiado (…) Cada bucle de retroalimentación constituye una “unidad de conciencia” (…) Podemos clasificar la conciencia numéricamente, basándonos en la cantidad y la complejidad de los bucles de retroalimentación (…) Una flor con diez bucles de retroalimentación (que miden la temperatura, la humedad, la luz solar, la gravedad…) tendría una conciencia de nivel 0: 10

La autoconciencia consiste en la creación de un modelo del mundo  y en la simulación de un futuro en el que aparece el propio sujeto (…) Los animales crean un modelo del mundo principalmente en relación con el espacio y con los demás individuos, mientras que los humanos van más allá y crean un modelo del mundo en relación con el tiempo, tanto hacia adelante como hacia atrás

   La ciencia que estudia el cerebro humano no ha descubierto, pues, una esencia de la personalidad individual. Todo parece una efectiva simulación a cargo del neocórtex (la sorprendente acumulación de tejido nervioso humano en la zona más superficial del cerebro). La idea del “yo” sería una especie de ficción, lo mismo que el “libre albedrío”: todo fabricado por el neocórtex.

La noción del “yo” como un todo único y unificado que toma todas las decisiones de manera continua es una ilusión creada por nuestra propia mente subconsciente (…) El cerebro racionaliza el resultado a posteriori y crea la sensación de que un único yo controlaba la situación desde el principio

El libre albedrío es falso. El cerebro toma las decisiones con antelación, sin la participación de la conciencia, y después trata de disimularlo (como acostumbra) haciendo creer que la decisión fue consciente

  El conocido fenómeno de la “pareidolia” (por ejemplo: ver rostros y figuras en las formas de las nubes o las manchas de la pared) está igualmente relacionado con un hecho más general:

El cerebro está constantemente creando imágenes falsas para “llenar los vacíos”

  En contra de la idea popular de que solo usamos una mínima parte de nuestro cerebro, en realidad, éste solo puede mantener sus capacidades restringiendo al mínimo su actividad. Por eso, gran parte de lo que creemos estar observando es reconstruido por la mente haciendo uso de patrones (la observación detallada directa es mucho más costosa en energía) y otra buena parte es olvidada cuanto antes para ahorrar espacio de unidades de información (el mantenimiento de la memoria es también muy costoso).

  Igualmente, la existencia de las emociones tiene origen en la necesidad de ahorro: nos permite tomar decisiones rápidas en lugar del largo y costoso esfuerzo de evaluar racionalmente cada situación…

Si hacemos que una hembra penetre en el territorio de un pez espinoso macho, el macho está confuso, porque quiere aparearse con la hembra, pero también quiere defender su territorio (…) Simultáneamente atacará a la hembra e iniciará el cortejo (…) [En cambio,] un humano tiene un consejero delegado en el cerebro que valora los pros y los contra de la situación.  (…) La clave es simular el futuro estableciendo relaciones causales entre eventos

Los insectos (…) aunque establecen relaciones sociales con los miembros de su colmena o grupo, hasta donde sabemos no sienten emociones

  Tener en cuenta estos principios simples de economía ayuda a que comprendamos muchas de las limitaciones biológicas de nuestras mentes. Y son estos principios los que nos podrían permitir en el futuro incrementar la eficiencia de nuestros cerebros y desarrollar las fascinantes posibilidades de la inteligencia artificial. La falta de un conocimiento exacto de cómo funciona nuestra mente supuso un obstáculo a este tipo de desarrollos en el pasado reciente:

En 1965 el doctor Herbert Simon, uno de los creadores de la inteligencia artificial, dijo rotundamente: “Dentro de veinte años, las máquinas serán capaces de hacer cualquier tarea que pueda hacer un hombre” (…) Los científicos subestimaron el problema, porque en realidad la mayor parte del pensamiento humano es subconsciente

  Ya hemos visto la importancia de las emociones a la hora de afrontar la relación con el medio. También podemos ver los inconvenientes que, a su vez, presenta la vida emocional a la hora de utilizar la razón.

Existe una tensión entre la parte del cerebro que busca el placer y la parte racional que trata de controlar las tentaciones

Los niños capaces de diferir la gratificación obtenían mejores resultados en prácticamente cualquier parámetro para medir el éxito en la vida (…) Las imágenes cerebrales de estos individuos mostraban un patrón definido

La conexión entre los lóbulos prefrontal y parietal es importante para el pensamiento matemático y abstracto (…) La conexión entre el lóbulo prefrontal y el sistema límbico (…)  es aparentemente fundamental para tener éxito en la vida

  El sistema límbico es el “cerebro emocional”, mientras que el lóbulo prefrontal, sobre todo, es la parte racional. Los distintos temperamentos individuales y  los diferentes filtros culturales ayudan a obtener las mejores estrategias  a fin de sacar partido a todas las complejidades de la función intelectual. Es posible que en el futuro próximo se utilicen métodos basados en nuevas tecnologías.

La estimulación magnética transcraneal  permite silenciar partes del cerebro (…) mejora la velocidad y la agilidad del proceso cognitivo

  Michio Kaku no entra en la cuestión de cuál es la meta para la que está diseñada la mente humana, aunque como muchos científicos que especulan acerca de la mente futura y la inteligencia artificial, parece dejar ver que el trabajo intelectual supondría el ideal a largo plazo  de una mente humana mejorada. Al fin y al cabo, diferir la gratificación es lo más indicado para realizar tareas complejas cuyos resultados solo podemos disfrutar al cabo de un tiempo. Y si la demora en la gratificación es el elemento cognitivo que conduce al éxito, es de suponer que perdurará una vez el ser humano haya alcanzado sus metas biológicas más generales (supervivencia, evitación del dolor, procura del placer… inmortalidad); si el ser humano ha prosperado (éxito reproductivo) gracias a su inteligencia social (capacidad para la cooperación) y gracias a su capacidad para resolver problemas al contar con la demora en la gratificación, estas cualidades serían las que llenarían de contenido la vida humana futura: ¿una brain-net extendida por el universo dedicada a la resolución de los últimos desafíos científicos?

  El escenario no podría ser más grandioso… La mente humana, como hemos visto, podría ser reproducida en un soporte más perdurable. Mejor que en un disco, podría ser en una onda de luz… Lo que nos permitiría acceder a ciertas ventajas…

La conciencia trasmitida por un rayo láser, al ser inmaterial, tiene una ventaja decisiva sobre la materia cuando se trata de pasar a través de un agujero de gusano.

La idea de que algún día la conciencia pueda vagar libremente entre las estrellas es el sueño definitivo. Por increíble que parezca, esto encaja en las leyes de la física

Si la teoría de cuerdas es correcta, significa que todo este universo coexiste con otros en un hiperespacio de once dimensiones (…) El verdadero escenario de los fenómenos físicos es el multiverso de universos, lleno de universos que son como burbujas flotantes

    Tales posibilidades para la mente se desarrollarían de forma paralela con las posibilidades de la inteligencia artificial. Si la mente puede plasmarse en su existencia material en forma de conexiones computacionales, esto equivaldría también a las conexiones independientes de una mente artificial. ¿Por qué una mente artificial no iba a ser equivalente a una mente humana, incluida la autoconciencia?

Para crear un robot con conciencia de sí mismo (…) [se comenzó por crear] robots con una teoría de la mente. Empezaron por construir dos robots (…) El segundo estaba programado para observar al primer robot y copiar lo que éste hacía

  (La “teoría de la mente” es el fenómeno por el cual un ser vivo es capaz de prever el comportamiento de otro al especular que éste tiene un comportamiento intencional semejante al suyo)

  Con todo, Michio Kaku acepta que puedan aparecer nuevos problemas que dificulten la realización de estos prodigios. Tal vez relacionados con la mecánica cuántica, que implica una concepción de la naturaleza en la cual la incertidumbre y el mero cálculo de probabilidades reemplazarían a nuestras viejas tradiciones de comprobación empírica y de las seguridades de causa y efecto.

Un sistema cuántico es intrínsecamente impredecible. Lo máximo que se puede calcular es la probabilidad de que algo ocurra, debido al principio de indeterminación

Las neuronas llevan a cabo cálculos tanto analógicos como digitales (…) Las neuronas son caóticas (…) En mi opinión esto indica que un conjunto de transistores solo pueden reproducir aproximadamente el comportamiento de las neuronas (…) Incluso las neuronas normales presentan problemas de fugas e inestabilidad

  Inmortalidad y viajes por el cosmos nos resultan atractivos hoy desde una sensibilidad vagamente religiosa, pero mucho antes de que una humanidad futura pueda hacer uso de estos avances de la tecnología, los logros que se aproximan ya han sacudido los principios elementales de la moralidad. Pensemos por ejemplo en la posibilidad próxima (se ha experimentado ya con animales de laboratorio) de poder eliminar los recuerdos traumáticos mediante terapia neurológica.

Una droga llamada propanolol puede aliviar el dolor asociado a los recuerdos traumáticos (…) Al recuperar el recuerdo de la memoria, éste cambia. Este podría ser el motivo por el que la droga funciona (…) Interfiere con la absorción de adrenalina, una de las claves para la creación de los recuerdos vívidos y duraderos.

   Sería un gran alivio para muchas personas que sufren pero…

[Sobre] las repercusiones éticas del borrado de recuerdos (…) [hay quienes opinan que]  los recuerdos existen por una razón: para enseñarnos las lecciones de la vida (…) La droga no obtuvo la aprobación del Consejo Presidencial de Bioética (…) “Atenuar nuestros recuerdos de cosas terribles haría que nos sintiésemos demasiado cómodos en este mundo, impasibles ante el sufrimiento, la maldad o la crueldad”

  Quizá éste sea un ejemplo claro de las limitaciones de la cultura actual para enfrentarse a las posibilidades que nos muestran los trabajos científicos. No cabe duda de que los avances en la potenciación de la mente no van a ser tan rápidos como se especuló hace cincuenta años, pero parece indudable que acabarán por darse, ¿estaremos preparados por entonces? ¿O nos resultarán inaceptables en base a principios por el estilo de los del Consejo Presidencial de Bioética? ¿Necesitamos, por ejemplo, el sufrimiento, incluido el de conservar los recuerdos de cosas terribles, para llevar una vida realmente humana?, ¿y en qué beneficia entonces al individuo la vida realmente humana, con todas sus consecuencias?

lunes, 16 de marzo de 2015

“Tratado de la naturaleza humana”, 1739. David Hume

  David Hume merece hoy, visto en retrospectiva, las mayores alabanzas de los estudiosos modernos que, como él en su momento, profundizan en la complejísima problemática de la “naturaleza humana”. El filósofo escocés del siglo XVIII fue uno de los más lúcidos escépticos de su época y sus puntos de vista resultan sorprendentemente actuales.

Es imposible formarnos una noción de las fuerzas y cualidades (…) de la esencia del espíritu (…) más que por experimentos cuidadosos y exactos y por la observación de los efectos particulares que resultan de sus diferentes circunstancias y situaciones.  (…) No podemos ir más allá de la experiencia, y toda hipótesis que pretenda descubrir el origen y cualidades últimas de la naturaleza humana debe desde el primer momento ser rechazada como presuntuosa y quimérica

Hasta las matemáticas, la filosofía natural y la religión natural dependen en parte de la ciencia del hombre, pues se hallan bajo el conocimiento de los hombres y son juzgadas por sus poderes y facultades. (…) Así, pues, si las ciencias matemáticas, la filosofía natural y la religión natural dependen de tal modo del conocimiento del hombre, ¿qué no puede esperarse en otras ciencias cuya conexión con la naturaleza humana es más estrecha e íntima? 

  Lo que Hume descubre, desde su asentada posición de filósofo de la época en que comienza a desarrollarse la ciencia tal como la conocemos hoy (se trata de la Gran Bretaña de Newton, de Boyle, de Cavendish) es el principio básico de la psicología moderna: el conocimiento de todo lo humano solo puede partir de la percepción por el individuo del entorno que lo rodea. No contamos con más referencia veraz que ésta.

A las percepciones que penetran con más fuerza y violencia las llamamos impresiones y comprendemos bajo este nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal como hacen su primera aparición en el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de éstas en el pensamiento y razonamiento, como, por ejemplo, lo son todas las percepciones despertadas por el presente discurso, exceptuando solamente las que surgen de la vista y tacto y exceptuando el placer o dolor inmediato que pueden ocasionar.(…) Todas las ideas se derivan de las impresiones, y las representan. 

  Ése no era el mundo del pensamiento estándar de la época. Todavía predominaba la idea de un mundo del espíritu, de un dualismo entre lo material y lo inmaterial: lo físico e intelectual serían cosas muy distintas, pues habría cuerpo y alma, mundo y Dios, así como leyes divinas, éticas, políticas, que nos habrían sido dadas por una tradición sagrada y que, aunque limitarían nuestra libertad de innovación, también nos aportarían seguridad.

Según mi sistema, todos los razonamientos no son más que efectos de la costumbre, y la costumbre no tiene influencia más que vivificando nuestra imaginación y dándonos una concepción intensa de un objeto.

Todo conocimiento degenera en probabilidad, y esta probabilidad es mayor o menor según la veracidad o error de nuestro entendimiento y según la simplicidad o complicación de la cuestión.

  Nuestro deseo de conocer, y el método objetivo de conocimiento que nos aporta una visión escéptica, no nos libran del hecho de que, sin las certidumbres de las tradiciones espirituales, la mera razón se revela escasa y frágil.

La consideración intensa de las varias contradicciones e imperfecciones de la razón humana han causado tanta impresión sobre mí y agitado de tal modo mi cerebro, que me hallo dispuesto a rechazar toda creencia y razonamiento y no puedo considerar ninguna opinión como más probable que otra. ¿Dónde estoy o qué soy? ¿De qué causas deriva mi existencia y a qué condición debo volver? ¿Qué favores debo buscar y qué cóleras debo temer? ¿Qué seres me rodean? ¿Sobre qué tengo yo influencia y qué tiene influencia sobre mí? Todas estas cuestiones me confunden y comienzo a imaginarme en la condición más deplorable que pueda pensarse, rodeado de la más profunda obscuridad y totalmente privado del uso de todo miembro y facultad.

  Inevitablemente, David Hume se convierte en el primer gran filósofo ateo. La sociedad británica era mucho más tolerante al respecto que cualquier otra del mundo en aquel momento (con la probable excepción de la sociedad holandesa) pero aun así debía mostrarse precavido. Su ateísmo se basaba en la honestidad de confesar un escepticismo generalizado que nadie gustaba de exteriorizar.

Un estado futuro se halla tan alejado de nuestra comprensión y tenemos una idea tan oscura del modo como existiremos después de la disolución del cuerpo, que todas las razones que podamos aducir, por muy poderosas que sean en sí mismas y por muy reforzadas que se hallen por la educación, no son capaces, con imágenes tan torpes, de dominar esta dificultad o conceder una autoridad suficiente o fuerza a la idea.

La superstición surge natural y fácilmente de las opiniones populares del género humano, arraiga más poderosamente en el espíritu y frecuentemente es capaz de perturbarnos en la conducta de nuestras vidas y acciones. La filosofía, por el contrario, si es exacta puede presentamos solamente opiniones indulgentes y moderadas

  Al comprender la inferioridad de la filosofía (la razón) frente a la superstición a la hora de impactar en el entendimiento humano, David Hume alcanza también una comprensión funcional de los límites de la Ilustración, porque la vida real no puede transcurrir por los mismos cauces que la indagación honesta del filósofo. Por muy natural que sea el escepticismo, la civilización está construida sobre “falsas filosofías”.

Podemos observar una gradación de tres opiniones que surgen las unas de las otras, según que las personas adquieran nuevos grados de razón y conocimiento. Estas opiniones son la del vulgo, la de la falsa filosofía y la de la filosofía verdadera, que se aproxima más a la opinión del vulgo que a la de un conocimiento equivocado.

  Lo que Hume llama “falsa filosofía” coincide con las verdades de la religión de la época. Con ser esto grave, son muchas otras las “verdades” de la “falsa filosofía” que quedan en entredicho al aplicárseles las exigencias de la filosofía escéptica y materialista, la misma que coincide un poco con la “opinión del vulgo” (el desenvolvimiento convencional de la vida convencional donde no tienen cabida las “grandes preguntas”).

  De la observación de causas y efectos aparece una naturaleza común y una explicación de las diferencias entre los diversos fenómenos humanos.

Existe un curso general de la naturaleza en las acciones humanas lo mismo que en las actividades del Sol y del clima. Existe, pues, un carácter peculiar a las diferentes naciones y a las personas particulares, y del mismo modo un carácter común al género humano. El conocimiento de estos caracteres está fundado en la observación de una uniformidad de las acciones que nacen de ellos, y esta uniformidad constituye la verdadera esencia de la necesidad.

En el espíritu humano se halla establecida una percepción del dolor y el placer como resorte capital y principio motor de todas sus acciones

  El comportamiento humano así observado (la percepción del dolor y el placer como resorte capital) resulta muy alejado del idealismo espiritual cristiano. De ahí el predominio de la pasión sobre la razón, mientras que la religión cristiana (“falsa filosofía”, aunque no se diga explícitamente) pretende aunar la razón y la virtud, es decir, que, guiadas por la razón (que es Dios), los hombres hallen la virtud verdadera. Sin embargo, la evidencia muestra que la pasión predomina.

Podemos considerar que cuando recibimos daño por parte de una persona nos inclinamos a imaginarla como criminal, y sólo con extrema dificultad reconocemos su justicia o inocencia. Esta es una prueba clara de que, independientemente de la opinión de la intención dañina, todo daño o dolor tiene la tendencia natural a excitar nuestro odio y que después buscamos las razones que puedan justificar y fundamentar la pasión. 

Solamente cuando un carácter es considerado en general sin referencia a nuestros intereses particulares causa un sentimiento o afecto que denominamos bien o mal moral. (…) Rara vez acontece que no imaginemos un enemigo como vicioso y que podamos distinguir entre su oposición a nuestros intereses y su villanía o bajeza real

  ¿Es inútil la razón?

La razón es y sólo puede ser la esclava de las pasiones y no puede pretender otro oficio más que servirlas y obedecerlas. 

La razón es el descubrimiento de la verdad y falsedad. La verdad o falsedad consiste en la concordancia o discordancia con las relaciones reales de las ideas o con la existencia real y los hechos. (…) Es evidente que nuestras pasiones, voliciones y acciones no son susceptibles de una concordancia o discordancia tal por ser los hechos y realidades originales completos en sí mismos y no implicar referencia a otras pasiones, voliciones y acciones. Es imposible, por consiguiente, que puedan ser estimadas como verdaderas o falsas y que sean contrarias a la razón o conformes con ella.

  La razón sí nos ofrece numerosos caminos en nuestro beneficio… pero siempre teniendo en cuenta cuál es su poder real. Digamos que el puro peso de la razón se muestra impotente, pero que queda la opción de tomar, gracias a la razón, estrategias hábiles en el manejo de las pasiones.

Se ha observado que la razón, en un sentido estricto filosófico, puede tener una influencia sobre nuestra conducta solamente de dos modos: cuando excita una pasión, informándonos de la existencia de algo que es un objeto propio de ella, o descubriendo el enlace de causas y efectos de tal forma que nos proporcione los medios para ejercer una pasión. 

Del mismo modo que una idea de la memoria, al perder su fuerza y vivacidad, puede degenerar en un grado tal que pueda ser tomada por una idea de la imaginación, una idea de la imaginación, a su vez, puede adquirir una fuerza tal que pase a ser una idea de la memoria y a producir sus efectos sobre la creencia y el juicio. Esto se nota en los casos de los mentirosos, que por la frecuente repetición de sus mentiras llegan a creer que las recuerdan como realidades

  El tortuoso camino de la virtud pasa, pues, por hacer uso de un complejo sistema de resortes emocionales instintivos –“enlace de causas y efectos”- que nos lleven a sentirnos compelidos a obrar por el bien propio y de los semejantes al mismo tiempo. La razón nos convence de que la virtud es conveniente para todos, pero las pasiones nos arrastran siempre con mayor fuerza. Para evitar el comportarnos siguiendo solo las pasiones egoístas recurrimos a estrategias como la selección preferente de algunas pasiones moderadas y amables, la imposición de ciertas restricciones y la retribución del entorno en forma de prestigio y aprecio para las acciones más virtuosas.

Y si la razón nos muestra que repetir una mentira puede hacer que acabemos por creerla, también se ha recurrido con frecuencia a repetirnos las falsas verdades de la religión, de modo que una idea de la imaginación(…) puede adquirir una fuerza tal que pase a ser una idea de la memoria y a producir sus efectos sobre la creencia y el juicio. Y puesto que lo que sirve para las falsas verdades también puede servir para la filosofía verdadera, la razón y la virtud cuentan también con mecanismos de este tipo (trátese de repetición o de  imitación o de seducción). De ese modo, un razonamiento puede llegar a “ser una idea de la memoria y a producir sus efectos” [hoy podríamos decir que se “interioriza”]. Así podemos evitar los peores daños del influjo de las pasiones destructivas.

  Veamos ahora una famosa paradoja moralista

No es contrario a la razón, para mí, preferir mi total ruina para evitar el menor sufrimiento a un indio o a un hombre totalmente desconocido. 

   Como la razón compasiva no puede imponerse a los intereses egoístas, de ahí la inevitable lectura pesimista de Hume acerca de las relaciones humanas.

Ninguna afección del espíritu humano posee a la vez la suficiente fuerza y dirección propia para equilibrar el amor de las ganancias y hacer a los hombres aptos para la sociedad llevándolos a que se abstengan de las posesiones de los otros. La benevolencia hacia los extraños es demasiado débil para este propósito

  Pero recordemos que este escepticismo lleva también, como hemos visto, a describir posibles mecanismos de controlar las pasiones y a  reconocer verdades ciertas que también aportan esperanza...

Si somos filósofos, debemos serlo tan sólo sobre principios escépticos (…). Cuando la razón es activa y se combina con alguna inclinación puede asentirse a ella. Cuando no lo hace, no puede tener derecho alguno a actuar sobre nosotros.

En general, las pasiones violentas tienen una influencia más poderosa sobre la voluntad, aunque sucede que las tranquilas, cuando son fortalecidas por la reflexión y secundadas por la resolución, son capaces de dominarla 

  Estas “pasiones tranquilas” sí pueden representar un ideal a nuestro alcance, siempre y cuando aceptemos nuestras dificultades para hallar la virtud, para burlar, mediante el conocimiento preventivo de las "pasiones violentas”, las trabas que éstas mismas ponen a nuestro razonable deseo de vivir en una sociedad justa y bondadosa.

Mansedumbre, beneficencia, caridad, generosidad, clemencia, moderación y equidad poseen la mayor consideración entre las cualidades morales, y se denominan comúnmente virtudes sociales para indicar su tendencia al bien de la sociedad. 

El arrepentimiento purifica de todo crimen, especialmente si va acompañado de una reforma evidente de la vida y maneras. ¿Cómo ha de explicarse esto sino afirmando que las acciones hacen de una persona un criminal tan sólo en cuanto son pruebas de pasiones de principios criminales en el espíritu, y que por una alteración de estos principios, si cesan de ser pruebas de ello, la persona cesa de ser criminal?

  Los “principios criminales en el espíritu” son el equivalente al “pecado” de la religión. El ser humano puede enmendar su espíritu mediante el arrepentimiento, y esto puede ser demostrado al evaluar sus actos. Aquí Hume, el escéptico escocés, se muestra de acuerdo con el calvinismo escocés…

  Finalmente, conviene hacer algunas precisiones actuales en el paisaje escéptico y lúcido que nos muestra David Hume. En algunas cosas, era en exceso pesimista:

¿Se puede concebir una pasión de una yarda de longitud, un pie de latitud y una pulgada de profundidad? Pensamiento y extensión son, pues, cualidades totalmente incompatibles, que jamás pueden unirse en un sujeto.

  En realidad, hoy no es imposible concebir tales magnitudes, pues pronto localizaremos el mecanismo fisiológico de la razón y las pasiones gracias al estudio de los procesos cognitivos en el cerebro y sus ramificaciones en las demás actividades del sistema nervioso. Y todo ello es empíricamente mensurable

Tanto el vicio como la virtud son igualmente artificiales y se hallan fuera de la naturaleza

Las impresiones que dan lugar al sentido de la justicia no son naturales al espíritu del hombre, sino que surgen del artificio y las convenciones humanas

  Aunque el sentido de la justicia varía de unas culturas a otras, hoy sabemos que existen instintos innatos de conducta equitativa, retributiva, punitiva y cooperativa no solo en los seres humanos, sino también en muchos animales. Por lo tanto, la virtud no es algo artificial, aunque sí lo son las modificaciones a ésta que la cultura elabora en su propio curso evolutivo.

Las acciones pueden ser laudables o censurables; pero no pueden ser razonables o irracionales: laudable y censurable, por consiguiente, no es lo mismo que razonable e irracional.  El mérito y demérito de las acciones contradicen frecuentemente y a veces se oponen a nuestras inclinaciones naturales.

  El sueño de los moralistas es lograr una descripción exacta de las necesidades y posibilidades del control del comportamiento social de acuerdo con la naturaleza fisiológica. Esto hoy tampoco se considera imposible. “El mérito y el demérito de las acciones” podemos llegar a concebirlo como basado en el desarrollo de la capacidad prosocial del individuo, es decir, de la capacidad objetiva de actuar en fomento de la mayor cooperación entre individuos. Esta capacidad del individuo para obrar por el bien común puede determinarse siguiendo un proceso racional de deducción a partir del control cultural de los instintos: desarrollo de los instintos de altruismo, empatía y antiagresividad, y control y represión de los de egoísmo y agresividad. Los comportamientos prosociales generan confianza, y la confianza garantiza la cooperación.

   Aunque lo prosocial es tan instintivo como lo antisocial, la razón nos muestra que lo prosocial es mucho más conveniente para todos en el mundo de hoy. En la prehistoria, sin duda se daba un equilibrio espontáneo entre todas las “pasiones” humanas que era el más conveniente en la forma de vida ancestral. Hoy aspiramos a niveles mucho más altos de cooperación que los propios de la vida de los cazadores-recolectores, de modo que tenemos que controlar la manifestación de las “pasiones” que puedan resultar demasiado destructivas. Podríamos llegar a tener comportamientos que fuesen racionales en la medida en que obedeciesen a los criterios de prosocialidad. La bondad también es natural, y es posible incentivarla, estimularla y hacerla más socialmente aceptable en base al establecimiento de mejores costumbres.

Los animales son susceptibles de las mismas relaciones con respecto a los otros de la especie humana, y por lo tanto serían susceptibles de la misma moralidad si la esencia de la moralidad consistiese en estas relaciones.

  Eso tampoco es exacto porque los animales carecen de la capacidad humana para la prosocialidad, ya que no pueden establecer entre ellos relaciones de extrema confianza que les permitan una plena cooperación. Tales relaciones exigen una inteligencia suficiente para comprender los deseos ajenos del semejante-“inteligencia social”, “teoría de la mente”. Esta inteligencia insuficiente hace que la moralidad entre los animales no pueda alcanzar la complejidad de la moralidad humana.

   De todas formas, sí es cierto que entre muchos animales el grupo castiga al que incumple las reglas y que, por tanto, aparte del equilibrio resultante de la lucha por los propios intereses entre los individuos (lo que el darwinismo llama “selección individual”), también se dan cierto tipo de reglas dentro de la vida social animal. Entre los grandes simios abundan las interactuaciones bastante complejas que implican actitudes morales. Pero lo que no existe es la "conciencia" moral, que nos permite a los humanos interiorizar las pautas de conducta socialmente aceptadas al evaluarlas emocionalmente (sentidos de vergüenza y de culpa).

  La conclusión de leer hoy a David Hume es que este autor tan lejano en el tiempo comprendió el fundamento de las ciencias sociales de hoy: que el ser humano se halla sometido a instintos equiparables a los de los animales, a pasiones egoístas y conflictivas, pero que dispone también de la razón para tejer (mediante la inventiva cultural) una red de compensaciones entre unos instintos y otros. La solución a los problemas humanos pasaría entonces por hacernos más conscientes de esa capacidad de regular nuestras pasiones a fin de poder ejercerla en nuestro beneficio con más precisión y eficacia. Así de simple es todo en principio, pero resulta complejísimo llevarlo a cabo.

viernes, 6 de marzo de 2015

“¿Cuántos amigos necesitas?”, 2010. Robin Dunbar

   El biólogo evolucionista Robin Dunbar es el descubridor del famoso “número de Dunbar”

El número de personas que conocemos personalmente, aquellas en quienes podemos confiar, con quienes sentimos afinidad emocional, no es más de 150, el número de Dunbar. Ha sido 150 por tan largo tiempo como hemos sido una especie. Y es 150 porque nuestras mentes carecen de la capacidad de hacerlo mayor.

  ¿Qué implica esta relación entre individuos?, ¿cómo podemos describirla? Algunos estudiosos han creído reconocer detalles reveladores…

Nuestras redes sociales tienen una estructura muy definida basada en múltiplos de tres. (…) Tres a cinco personas parecen constituir el pequeño núcleo de amigos realmente buenos a quienes acudes en momentos de preocupación –para pedir consejo, obtener confort o incluso para que te presten dinero. Más allá de este núcleo hay un grupo algo más grande que consiste típicamente en diez personas adicionales. Y más allá de este grupo hay un círculo más grande de alrededor de treinta más.(…) Si tienes en cuenta cada sucesivo círculo inclusivo de todos los círculos internos, se muestra un patrón claro: parecen formar una secuencia que va por un factor de tres (cinco, quince, cincuenta y ciento cincuenta)

El agrupamiento de doce a quince, por ejemplo, ha sido durante largo tiempo conocido por los psicólogos sociales como el “grupo de simpatía”  (…) Éste es también el tamaño típico de grupo en la mayor parte de los deportes, el número de miembros de un jurado, el número de los apóstoles…

  Estos hallazgos ya nos proporcionan una muy valiosa referencia a la hora de abordar la naturaleza humana, pero la importancia del número implica algo más. Para Robin Dunbar

la capacidad para manipular información sobre el constantemente cambiante entorno social podría estar limitada por el tamaño del neocórtex

  Es decir, que esas cantidades (ciento cincuenta, tres, doce…) serían un límite cuantitativo. Supone nuestro límite porque nuestro cerebro (del cual el neocórtex es la estructura más moderna y compleja) tiene el tamaño que tiene como resultado de la evolución biológica que nos ha llevado hasta el punto donde hemos llegado (y no más lejos). Otros no han llegado siquiera: el chimpancé, cuyo cerebro es tres veces de menor tamaño que el humano, también vive habitualmente en grupos, pero el número de individuos que los forman es tres veces menor de promedio (unos cincuenta).

   La capacidad para la vida social es consecuencia, en la psicología individual de cada ser humano, de disponer de la llamada “teoría de la mente”, es decir, de la capacidad para ponerse en el lugar de otro, de incorporar en nuestra propia mente una simulación de la perspectiva del semejante. Esto es lo que permite interactuar con grupos cada vez más grandes.

Mientras todos los animales funcionan como los conductistas siempre han supuesto que actúan (aprenden reglas de comportamiento) los monos y simios han cambiado lo suficiente para ser capaces de actuar en términos de comprender al menos un poco de la mente que se encuentra detrás del comportamiento.

   Hay también por ello un límite para el número máximo de “órdenes de intencionalidad” a la hora de utilizar esta capacidad:

Se ha demostrado experimentalmente que los humanos normales adultos pueden aspirar hasta el quinto orden de intencionalidad de forma habitual, pero que esto representa realmente el límite más alto para la mayor parte de la gente. El quinto orden de intencionalidad es el equivalente de formular una línea de pensamientos como: supongo que tú crees que yo quiero que pienses que pretendo que…(…) Si los humanos tienen un límite en el quinto orden de intencionalidad, los chimpancés (y quizás otros grandes simios) están en el segundo orden y los monos en el primer orden.(…) Estas capacidades son una función relacionada directamente con el tamaño relativo del lóbulo frontal del cerebro

  Dunbar nos ilustra este concepto de "orden de intencionalidad" con el ejemplo de las estrategias maquiavélicas del malvado Yago en la tragedia de Shakespeare “Otelo” (aunque también la utilización de un mayor número de “órdenes de intencionalidad” caracteriza la capacidad estratégica de los maestros del ajedrez). Se sabe que los grandes simios son capaces de llegar a un segundo orden de intencionalidad, pero lo que hace Yago pensando en lo que puede que Otelo piense que Desdémona piensa (y Shakespeare pensando lo que Yago piensa que Otelo piensa que Desdémona piensa…) escapa de la capacidad mental de los grandes simios

Un simio (…) podría haber apreciado que Yago pretende decir algo a Otelo (creo que Yago pretende…) pero no habría sido capaz de comprender cómo, en adición a esto, Yago pretendía que Otelo interpretara sus palabras –eso habría requerido intencionalidad de tercer orden a la que él nunca habría podido aspirar. (…) Los grandes simios podrían ser capaces de imaginar el estado mental de alguien e incluso podrían ser capaces de construir una historia muy simple, pero nunca podría ser más que una narrativa que implicara a un solo personaje.

El nivel de intencionalidad que una especie puede alcanzar parece relacionado con el volumen de sus lóbulos frontales (…) La evidencia sugiere que hace dos millones de años Homo erectus habría aspirado a un tercer orden de intencionalidad, quizá permitiéndole tener creencias personales acerca del mundo.

Para realmente ser capaz de desafiar y encender a la audiencia, un gran contador de historias ha de ser capaz de llevar a la audiencia a los límites de sus habilidades intencionales hasta el quinto orden de intencionalidad. Pero eso quiere decir que el contador de la historia ha de ser capaz de trabajar al menos un nivel más alto, al sexto orden de intencionalidad. Esto está más allá del alcance de más de los tres cuartos del resto de nosotros.

  (Se puede incluso presentar la cuestión de si es imaginable un ser humano capaz de establecer en su mente un octavo, noveno o décimo orden de intencionalidad. ¿Podría lograrlo la inteligencia artificial en el futuro?)

  Esta limitación podemos (y debemos) relacionarla con una cuestión mucho más práctica: la capacidad para enfrentarse al medio con la habilidad de prevenir el futuro.

En solo dos aspectos las herramientas de los chimpancés difieren de las herramientas de las sociedades humanas pretecnológicas: los chimpancés no tienen vasijas para el almacenamiento y no construyen trampas (para pescar o cazar)

  Y no pueden hacerlo porque los grandes simios apenas si cuentan con sentido del tiempo: viven al día. Poner trampas supone una espera con vistas al futuro, y lo mismo en cuanto a almacenar víveres. Así pues, la misma insuficiencia de racionalidad para ir más allá de dos órdenes de intencionalidad se muestra en la insuficiencia para imaginar el futuro. (No confundamos esto con el comportamiento instintivo de animales irracionales como las ardillas que almacenan alimentos o las arañas que tejen su red: en estos casos se limitan a seguir sus muy convenientes instintos, consecuencia de una larguísima historia evolutiva: las ardillas no saben que esas nueces que están amontonando les permitirán alimentarse durante el invierno, pero cuando llega el invierno y pasan hambre, al tenerlas cerca, pueden comérselas y sobrevivir).

  ¿Y cuál es el origen evolutivo de todo esto?  Muy probablemente se trata de la evolución de los seres vivos en su lucha por la supervivencia en un medio hostil a lo largo del complejo proceso darwiniano… Un camino diferente al del puro instinto...

El núcleo de la moderna teoría evolutiva y sus muchas derivaciones intelectuales todavía yace firmemente en la elegante y sencilla idea de Darwin: los organismos se comportan de manera que tienden a incrementar la frecuencia con la cual los genes que ellos llevan pasan a futuras generaciones

  El número de Dunbar implica que el Homo Sapiens originario, los cazadores –recolectores prehistóricos a los que debemos la práctica totalidad de nuestra estructura genética, era un tipo de homínido que vivía en comunidades relativamente grandes (hasta los ciento cincuenta individuos) y al que el que la comunidad fuese más grande aportaría muchas ventajas a la hora de defenderse de los depredadores, a la hora de explorar para obtener recursos y a la hora de conservar estos recursos.

  Este principio también se evidencia en primates que no son grandes simios ni homínidos, y podemos ver en estos casos una proporción parecida en cuanto al desarrollo de su neocórtex con respecto a otras especies.

Los primates que viven en los grupos más grandes y que tienen los neocórtex más grandes son especies tales como los babuinos, macacos y chimpancés, que pasan la mayor parte del tiempo en el suelo y viven en hábitats relativamente abiertos como la sabana o el límite de los bosques, donde están expuestos a mayores riesgos por parte de los predadores que las especies que viven en las selvas.

  Parece evidente que los primeros homínidos poblaban hábitats abiertos. Un austrolopiteco era poco más que un chimpancé bípedo que vivía fuera de la selva (mientras que el chimpancé actual, aunque suele vivir en el suelo y no en lo más profundo de la jungla, sigue dependiendo de la protección de los árboles). Del australopiteco surgiría el “Homo erectus”, el auténtico “eslabón perdido” entre nosotros y los grandes simios.

El incremento dramático en el tamaño del neocórtex que vemos en los humanos modernos refleja la necesidad  de evolucionar en grupos mucho mayores de los que son característicos de los otros primates (o bien para enfrentarse con niveles más altos de predación o bien para facilitar un estilo de vida más nómada)

    Así que, en general, podemos concluir que

los primates usan sus conocimientos sobre el mundo social en el que viven para formar alianzas más complejas con cada uno de los demás en mayor medida que otros animales. Esta hipótesis de inteligencia social está sostenida por una fuerte correlación entre el tamaño del grupo- y en consecuencia la complejidad del mundo social- y el tamaño relativo del neocórtex en varias especies de primates no humanos

  Pero el aumento del tamaño del cerebro ha implicado no solo el aumento del grupo social dentro del cual se interactúa (así como el aumento de número de “órdenes de intencionalidad”) sino también la capacidad para el desarrollo cultural en lo que se refiere a las habilidades económicas, al permitir un aprendizaje más eficaz.

  En los casos en que se dan comportamientos culturales entre animales, (es decir, aprendizaje de habilidades que no recibimos por instinto) algo que no es únicamente humano, somos solo los humanos quienes poseemos la capacidad de desarrollar los comportamientos culturales hasta el punto de poder cambiar por completo nuestra forma de vida.

La atención de un animal observador es atraída hacia un problema por el comportamiento de su enseñante y entonces aprende la solución al problema por sí mismo mediante un proceso de prueba y error. En humanos, sin embargo, el tutor enseñaría al observador tanto la naturaleza del problema como la solución, o bien el alumno simplemente copiaría al tutor, y esto marca una clara distinción entre la cultura en los humanos y la cultura en los animales

Solo los humanos tienen el potencial para la cultura que les permite explotar nuevas innovaciones que construyen progresivamente a partir de lo que otra gente ha hecho antes

La capacidad para embarcarse en las formas más altas de cultura que nosotros asociamos con el ritual religioso, la literatura e incluso la ciencia depende de la habilidad para ir más allá del propio ser, para ver el mundo desde una perspectiva independiente. Esto requiere no solo ser capaz de preguntarse “¿qué sucede?” sino también “¿por qué ha de ser así?” Los animales, parece, toman el mundo tal como es.

  Todo estas ventajas de la vida social de los mamíferos de gran cerebro son sencillas de comprender, pero todavía nos resta el problema del comportamiento antisocial.  Está claro que establecer complicadas relaciones interpersonales favorece la cooperación pero, entonces ¿por qué persiste el comportamiento egoísta y violento? El  interés propio no tiene mucho sentido si dificulta el obtener provecho de nuestras inclinaciones sociales y cooperativas del cual todos y cada uno nos beneficiaríamos espectacularmente dadas las extraordinarias capacidades de la inteligencia humana…

  Para tratar de ver algo claro en este problema debemos comenzar por preguntarnos en qué consiste exactamente el comportamiento prosocial

Comportarse prosocialmente (…) [es] actuar altruistamente hacia aquellos que no esperamos volver a ver

  El caso es que el comportamiento altruista favorece enormemente la cooperación no solo por su utilidad práctica, sino sobre todo por generar confianza, y, por lo tanto, a corto, medio y largo plazo, beneficiaría a todos, pero dentro de cada grupo de individuos permanece el instinto para el beneficio egoísta aún a costa de echar a perder las oportunidades de cooperación. Aquí es oportuno considerar el concepto de “selección multinivel”:

Los procesos de selección multinivel son especialmente importantes para nosotros porque muchas de nuestras soluciones a los problemas de supervivencia y éxito reproductivo son sociales (cooperamos para conseguir aquellos fines más exitosamente), y las soluciones sociales requieren un paso intermedio –asegurarse de que la comunidad trabaja unida. (…) Esto equivale a observar que algunos beneficios para el individuo llegan a través de funciones a nivel de grupo. 

  Por tanto, dentro de un grupo social pugnan los intereses del individuo por su propio beneficio y los intereses del individuo por el beneficio del grupo que lo incluye (los dos niveles de actividad social). Dunbar no entra en la difícil cuestión de cómo pueden compensarse ambas tendencias (beneficio para el individuo y beneficio para el grupo en el cual vive el individuo). En cualquier caso, en ambos niveles se ponen a prueba las capacidades sociales de cada individuo a la hora de interactuar.

  El interés individual se convierte en antisocial cuando supone una merma para los intereses ajenos (y, a corto y medio plazo, también para el interés propio, puesto que todos se beneficiarían de una eficiente cooperación).  La moralidad es el instinto que busca salvaguardar la sociabilidad del individuo dentro del grupo, y aquí es donde se considera que surge la necesidad de una autoridad sobre cada individuo por el bien común.

Si queremos que la moralidad se consolide, tenemos que hallar alguna fuerza más alta para justificarla. El brazo del derecho civil lo hará bien como un mecanismo para hacer cumpir la voluntad colectiva pero igualmente lo hará un principio moral más alto –en otras palabras, la creencia en un principio filosófico sacrosanto o en una autoridad religiosa más alta

“Quiero que tú creas que Dios quiere que actuemos correctamente”. Esto es intencionalidad de cuarto orden, y nos da la religión social.(…) añade un quinto nivel (“quiero que sepas que ambos creemos que Dios quiere que actuemos correctamente”) y ahora, si tú aceptas la validez de mi planteamiento, entonces aceptas implícitamente que tú también crees. Tendríamos así lo que podemos llamar religión comunal: juntos, podemos invocar una fuerza espiritual que nos obliga, quizá incluso nos fuerza, a comportarnos de cierta manera.

  La necesidad de la autoridad (también de una autoridad imaginaria, de tipo sobrenatural, como tantas veces se ha dado) es sola una de las manifestaciones evolutivas de naturaleza social formadas durante la prehistoria. Para algunos psicólogos evolutivos, la división en comunidades lingüísticas diferenciadas y xenófobas tendría también una causa de interés biológico de grupo.

Las barreras del lenguaje reducen significativamente las oportunidades para el contacto entre diferentes poblaciones, minimizando así el riesgo de contaminación. Crear sociedades xenófobas más pequeñas, más vueltas hacia el interior, puede así ayudar a reducir la exposición a enfermedades para las cuales uno no tiene inmunidad natural. Resulta que la religión tiene una distribución similar

  Esto, que parece una mala noticia (estamos predispuestos a buscar el enfrentamiento contra nuestros semejantes encuadrados en otros grupos), puede compensarse también con unas cuantas buenas: la mejor de todas es que, al igual que nuestros primos los simios, estamos instintivamente predispuestos a gratificarnos emocionalmente con el comportamiento afectivo de nuestros semejantes.

En contra de la imaginación popular, el grooming de los monos no tiene que ver con quitar pulgas. (…) Más bien tiene que ver con la intimidad del masaje. La estimulación física de la piel dispara la suelta de endorfinas en el cerebro.

  Y es mucho el tiempo que estos animales dedican a esas actividades de toqueteo mutuo. Se trata del equivalente a nuestro gusto por disfrutar de la compañía , de charlar, chismorrear o compartir aficiones… Algo muy barato, muy poco costoso, y que suele tener como consecuencia psicológica el facilitar la confianza y la cooperación dentro del grupo.

Para hacerse alguna idea de lo importante que son los chismes, monitorizamos las conversaciones en un refectorio universitario:(…) las relaciones sociales y las experiencias personales contaban sobre el 70 % del tiempo de conversación. Sobre más de la mitad de esto se dedicaba a las relaciones o experiencias de personas no presentes.

  De la observación del comportamiento de interactuación social ociosa se destacan algunos importantes rasgos:

Considerando que los varones tienden a hablar más sobre sus propias relaciones y experiencias, mientras las mujeres tienden a hablar más sobre otra gente, esto podría sugerir que el lenguaje evolucionó en el contexto de vínculos sociales entre mujeres.

  Lo referente a la forma en que interactúan las mujeres socialmente parece confirmarse con otras observaciones

Las conversaciones de las mujeres están principalmente generadas para servir a sus redes sociales, construyendo y manteniendo una compleja trama de relaciones en un mundo social que siempre está en flujo (…) Las conversaciones de los hombres parecen estar generadas más para darse publicidad que para otra cosa. Hablan sobre sí mismos o hablan sobre cosas de las que pretenden saber mucho. Es una especie de forma vocal de la cola del pavo real.

  Quizá esto tenga algo que ver con que las actuaciones antisociales son más propias de los varones que de las mujeres. La “cola del pavo real” es un ejemplo de cómo los machos de todas las especies animales compiten entre sí, y el uso del lenguaje de interés meramente social (es decir, no informativo) entre los varones podría tratarse de un sustitutivo de la agresión mutua. Los pavos reales utilizan su llamativa cola como una forma de proclamar públicamente su vigor y buena salud, lo que resulta atractivo para las hembras de la especie.

 En cualquier caso, tanto hombres como mujeres comparten esa misma tendencia a interactuar socialmente en lo que parece una actitud de consolidar los vínculos sociales por el bien común. La moral es también una consecuencia de esta interactuación tanto como del interés del grupo.

Kant argumentó que nuestros sentimientos morales (…), son el producto del pensamiento racional a medida que evaluamos los pros y los contras de las acciones alternativas.

  Sin embargo, esta visión racionalista se enfrenta a otra concepción del comportamiento moral humano:

David Hume argumentó que la moralidad es principalmente un asunto de emoción: nuestros instintos viscerales dirigen nuestras decisiones sobre cómo debemos comportarnos. La simpatía y la empatía juegan un papel significativo.

  Nuestra capacidad innata para la interactuación social nos ha predispuesto a hacer juicios morales, incluso sin atenernos a un razonamiento estricto, y lo que pasa es que nuestras emociones pueden hacer degenerar irracionalmente las consecuencias lógicas de nuestra propensión a la moralidad.

  La religión, con su origen en la necesidad de una autoridad común y sostenida por los diversos órdenes de intencionalidad que tienen cabida en la mente humana, ha probablemente cumplido la función de favorecer un orden moral por el bien común. De esta forma, la carga emocional religiosa logra impulsar el uso de la razón. Razón y emoción coexisten dentro de la complejidad de la vida social humana, pero no son el mismo mecanismo psicológico.

Los juicios sobre moralidad y los juicios sobre la eficiencia utilitaria se hacen en lugares distintos del cerebro y no tienen necesariamente por qué ser activados al mismo tiempo.

  Es decir: a pesar de que podemos comprender racionalmente la importancia del interés común y el valor de la cooperación, cuando juzgamos moralmente dependemos aún de instintos irracionales. Esto es lo que hace inevitable la persistencia del comportamiento antisocial… al menos, en la medida en que la cultura no pueda prevenirlo ni reprimirlo.

  La modesta conclusión final:

¿Qué es lo que nos hace humanos? La respuesta a la que somos conducidos inexorablemente tiene que ver con la capacidad para comprender la mente de otro individuo.

  Esto es, de nuevo la “teoría de la mente”, de donde surge el ramaje de los “órdenes de intencionalidad” que ya conocemos: Yago comprende la mente de Otelo cuando éste imagina lo que Desdémona siente por Casio…