martes, 25 de enero de 2022

“Universales humanos”, 1991. Donald E. Brown

  Los “universales humanos” serían algo así como los instintos sociales propiamente humanos, los rasgos de comportamiento innato que caracterizan a unos animales intelectualmente superiores, como son los Homo sapiens.

[Un universal] es un rasgo o complejo [de rasgos] presente en todos los individuos (o en todos los individuos de un sexo o ámbito de edad en particular) de todas las sociedades, de todas las culturas (Capítulo 2)

  El antropólogo Donald E Brown parte de la crítica al relativismo cultural, una teoría igualitaria y sobre todo antirracista de los antropólogos de hace cien años que pretendía establecer que somos una “tabula rasa” y que el comportamiento humano puede ser totalmente modificado por la cultura en la que el individuo se ve inserto. Es decir, que uno puede nacer judío, chino o esquimal pero que la forma en que desarrolle su estilo de vida dependerá del entorno social en el que crezca; un niño judío criado como esquimal será esquimal y no judío. Y este entorno social puede ser de todo tipo, sin límites para la imaginación en cuanto al comportamiento resultante.

La obra de Ruth Benedict “Patterns of culture” (1934) es un best-seller antropológico de todos los tiempos, y su mensaje esencial versa sobre la asombrosa variabilidad de las costumbres humanas (Introducción)

  Como suele ser habitual, la realidad está en un término medio. Desde luego no hay justificación para el racismo, pero aunque existe un gran relativismo cultural, también existen límites innatos al tipo de variabilidad de estilo de vida dentro de una cultura determinada: uno puede ser judío o esquimal, pero tanto judíos como esquimales, en tanto que seres humanos, tendrán ciertos rasgos importantes de comportamiento en común. Algunos universales humanos –rasgos de comportamiento social que siempre aparecen, en toda forma de vida humana- son de lo más significativos, hasta el punto de que el autor utiliza el concepto de “pueblo universal” referido a lo que sería el arquetipo del ser humano en estado de naturaleza previo a las transformaciones culturales del Neolítico en adelante. Ese ser humano en estado de naturaleza seguirá existiendo de forma intuitiva también en el hombre civilizado porque tales rasgos estarían determinados por la constitución genética del Homo sapiens.

  Por ejemplo, tenemos la distinción de las gamas de los colores. En todas las culturas de todos los pueblos se diferencian los mismos colores.

La clasificación del color no segmenta arbitrariamente un continuum (Capítulo 1)

  Determinadas reglas gramaticales y de vocabulario (recordemos la “gramática universal”)

Ningún idioma tiene las palabras “malo” y “no malo” sin que exista la palabra “bueno” (Capítulo 3)

El pueblo universal emplea nociones lógicas elementales como “no” “y” “lo mismo”, “equivalente” y “opuesto”. Distinguen lo general de lo particular y las partes de sus todos. (Capítulo 6)

  La institución matrimonial

El matrimonio, en el sentido de una persona que tiene públicamente reconocido el derecho a acceso sexual a una mujer elegible para tener hijos está institucionalizado entre el pueblo universal. (Capítulo 6)

  Y las personalidades abstractas que solo pueden surgir de la previa concepción del “individuo” como entidad independiente del grupo social.

El pueblo universal tiene un concepto de la persona en su sentido psicológico. Se distingue el “yo” de los demás, y se puede ver el “yo” tanto como sujeto como objeto. No se ve a la persona como a un receptor del todo pasivo de la acción externa, tampoco se ve al “yo” como del todo autónomo. Hasta cierto grado, se considera a la persona como responsable de sus acciones. Se distinguen las acciones que están bajo control de aquellas que no. [El pueblo universal] comprende el concepto de intención. Sabe que la gente tiene una vida interior privada, tiene recuerdos, hace planes, escoge entre alternativas y toma decisiones (a veces no sin sentimientos ambivalentes). Se sabe que la gente puede sentir dolor y otras emociones. Se distinguen los estados mentales normales de los anormales (Capítulo 6)

El pueblo universal reconoce la personalidad social: identidades sociales que implican identidades colectivas diferenciables de los individuos que las forman. La distinción entre personas e individuos implica [también] la entificación de las primeras: se habla de entidades que pueden actuar y sobre los que se puede actuar, tales como cuando decimos, por ejemplo, que la Legislatura (una entidad social) castiga a la Universidad (otra entidad social) (Capítulo 6)

  Una circunstancia fortuita ha permitido confirmar que muchos rasgos de comportamiento social son universales: el descubrimiento por el Viejo Mundo de la América precolombina

La impresionante similitud de desarrollos en el Antiguo y el Nuevo mundo [es] evidencia de las fuerzas uniformes en acción en lugares aislados y de una variedad de fuentes que impulsaban materiales que daban lugar a la asunción de los universales o que demostraban su realidad. Se encontraban explicaciones para los universales en la biología y psicología humanas, y en uniformidades de interacciones sociales y situaciones medioambientales  (Capítulo 3)

  Y por tanto

Si unos Adán y Eva experimentales pudieran de alguna forma ser criados aparte de la cultura humana sus descendientes al cabo de pocas generaciones tendrían sociedades y culturas que replicarían el patrón universal –porque el patrón es nuestra naturaleza (Capítulo 3)

  Los intentos de los eruditos por establecer cuáles son los universales humanos en particular han dado lugar a muy largas y variadas listas de rasgos de conducta humanos. En cualquier caso, este modelo universal nos hace ver la igualdad entre todos los seres humanos y ello hace en cierto modo prescindible el bienintencionado prejuicio del relativismo cultural, que en su momento tuvo incluso efectos sociales beneficiosos porque combatía el racismo, el sexismo y otros sesgos opresivos que señalaban a determinadas culturas como superiores o inferiores por la supuesta constitución psíquica innata de sus integrantes.   

  En lo que a la armonía social se refiere, tenemos clara, cuando menos, la existencia de la universalidad de las emociones humanas, y esto, desde el punto de vista del progreso moral, supone el punto de partida imprescindible.

Hay expresiones faciales de emociones universales (Capítulo 1)

  Las emociones (ira, pena, alegría…) expresan nuestra actitud en las relaciones sociales. Son la base, por tanto, también de la moralidad, ya que podemos construir expectativas de cómo reaccionarán nuestros “semejantes” bajo determinadas circunstancias: sabemos que pueden llegar a sentirse airados, avergonzados o confortados si actuamos de determinada manera.

  Por otra parte, en otro tiempo la supuesta variabilidad cultural propia de una humanidad que parte de la condición de “tabula rasa” había alentado posibilidades futuras a partir de un pasado poblado de todo tipo de realidades sociales que en cierto momento podían volver a florecer. Por ejemplo, el “buen salvaje” ancestral que vivía en paz con la naturaleza y con sus semejantes. O las sociedades matriarcales.

  Pero la conclusión del registro arqueológico y etnográfico nos ha mostrado una vez más los límites.

Cuando las antropólogas feministas dicen ahora que no hay evidencia sustancial de que [sociedades dominadas por mujeres] hayan existido nunca (…) esa conclusión tiene un cierto peso (Capítulo 2)

  Y lo mismo se puede decir del “buen salvaje”, ya que no existen registros de sociedades primitivas completamente pacíficas y prósperas: siempre vivieron en la precariedad.   

    También sabemos que Freud se equivocaba en su idea de que el incesto es un impulso natural reprimido por un tabú de origen cultural.

El incesto es tabú por la misma razón que el bestialismo y el parricidio lo son: no porque exista una tendencia general a cometerlos sino porque los individuos reaccionan contra lo que va contra los sentimientos generales  (Capítulo 5)

  Westermarck parece que tenía razón. Al fin y al cabo, los animales en su medio natural no practican el incesto (a veces sí sucede así con los animales domésticos).

  Por lo tanto, sabemos ciertas cosas que antes no sabíamos acerca de nuestra naturaleza. Sabemos que los cambios culturales pueden producirse, pero sabemos hasta qué punto están predeterminados por nuestra constitución hereditaria.

  La misma concepción de un “pueblo universal” nos alienta a convivir con esperanzas realistas de una armonía futura y ya hoy nos ofrece una guía de actuación a ese respecto. No es posible hallar respuesta a los graves problemas existenciales sin una concepción de cuál es nuestra naturaleza humana compartida.

Las cuestiones que surgen de los “universales”, sobre todo la cuestión de la naturaleza humana, encontrará sus respuestas y sus implicaciones en el pensamiento y el estudio que abarcan los ámbitos de la biología, las ciencias sociales y las humanidades. Buscar respuestas a estas cuestiones nos llevará a un relato más verdadero de lo que es la humanidad y de quienes somos nosotros (Capítulo 7)

Lectura de “Human Universals” en McGraw Hill 1991; traducción de idea21

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