sábado, 5 de febrero de 2022

“Ideas políticas de los socialistas utópicos”, 1982. Keith Taylor

   En lo que se refiere al socialismo, es cuando acaba la Revolución Francesa cuando todo comienza: durante milenios la insatisfacción ante la injusticia, ante el mal producido al hombre por el hombre, no había dado lugar a un cuestionamiento del orden social. Fuese Platón o fuese Lutero, la cuestión consistía en organizar la desigualdad de forma acorde con las costumbres y un mínimo de funcionalidad económica o política. Pero con la Revolución Francesa queda claro que todo puede ser cambiado –para mejor- mediante el examen racional de la realidad, también de la realidad política.

Saint-Simon (…) estaba convencido de que el grado de certeza alcanzado en las ciencias naturales podría también alcanzarse en la ciencia social si se emprendía la observación sistemática de los fenómenos sociales (p. 47)

   Saint-Simon, el aristócrata revolucionario, no fue el primero, pero él, junto a unos cuantos pioneros y visionarios sobre los cuales el politólogo Keith Taylor nos relata sus vicisitudes (Robert Owen, Charles Fourier, Etienne Cabet y Wilhelm Weitling, principalmente), sí fue de los primeros en intentar llevar a cabo propuestas concretas sobre alternativas sociales a un mundo injusto. Estos intentos en su mayoría tuvieron lugar en Europa occidental (y América del Norte) entre el fin del periodo napoleónico (1815) y las revoluciones de 1848. Coinciden, naturalmente, con el desarrollo de la primera revolución industrial y precedieron al después predominante socialismo de la lucha de clases –marxismo-. Sin embargo, aunque favorecieron las libertades personales, no siempre coincidieron en el impulso democratizador.

  Este periodo no fue bien comprendido y sin embargo hoy, cuando el marxismo está ya acabado, merece la pena que se le estudie de cerca. En este caso, el profesor Taylor escribe antes de la debacle del marxismo de 1989 y no busca el contraste con el socialismo de la lucha de clases. Parece más bien que ve a los “utópicos” un poco como precursores.

Estos pensadores eran ciertamente utópicos en el sentido de que buscaban describir la estructura de una futura sociedad ideal –una era dorada de felicidad- de la cual serían erradicadas las principales fuentes de conflicto humano; pero si eran utópicos en el sentido de ser completamente fantasiosos e irrealistas es una cuestión mucho más compleja a descubrir. (p. viii)

   Hoy en día se recuerdan sobre todo los intentos de estos primeros socialistas por crear “sociedades ideales en miniatura” como colonias, comunas o poblados. Muchos de ellos se establecieron en Norteamérica, dadas las condiciones económicas, geográficas y políticas de este extenso territorio por entonces. Sin embargo, la mayoría de los socialistas desconfiaban de tan modestos intentos, favoreciendo iniciativas a gran escala.

En el caso de los pensadores [Cabet y Weitling] la comunidad a pequeña escala tenía como fin simplemente ser  la etapa inicial en el proceso de crear una asociación comunista mucho más grande  (p. 200)

  Eran conscientes de la dificultad de cambiar radicalmente el estilo de vida mediante la mera seducción proselitista. Consideraban más fácil hacerlo desde una gran estructura colectiva.

Cabet [pensaba] que todos los hombres con buena salud tenían un deber igual de contribuir al bien común esforzándose al máximo en su capacidad. Tal deber sería inducido por el comunismo icariano, si bien la capacidad persuasiva del código moral icariano, enseñado a los niños en el hogar y la escuela, haría presumiblemente la compulsión física innecesaria (p. 173)

  Lo que implica que, previo a los supuestos efectos determinantes de la enseñanza en el hogar y en la escuela, la “compulsión física” sí sería requerida… La realidad histórica posterior demostraría que el comunismo solo es viable con una fuerte organización estatal que reprima la disidencia. Al fin y al cabo, ya existía el precedente de los jacobinos de la Revolución Francesa.

   Al menos, los “socialistas utópicos”, a diferencia de los marxistas que les sucedieron, tenían una idea clara de la complejidad de la sociedad, de la necesidad de desarrollar sistemas culturales más allá del cambio de modelo económico y político. 

Una de las formas más usuales de presentar la sociedad futura era la imagen de una gran y feliz familia; y en el caso de algunos utópicos, notablemente Owen, Fourier y los santsimonianos, esto en realidad implica superar la tradicional y más limitada familia nuclear (considerada un bastión de egoísmo, doctrina religiosa anticuada y divisiones sociales), y permitir sentimientos de amor (incluyendo, quizá, sentimientos de deseo sexual) para encontrar expresiones [afectivas] mucho más espontáneas y con el mínimo de restricción  (p. 4)

   La mayoría entendían que el estilo de vida, la cultura, incluso la religión se encontraban relacionadas con las consecuentes condiciones económicas y sociales –los marxistas lo entendían al revés: cámbiese el sistema económico y político, y todo lo demás se dará por añadidura- y por tanto parece que habrían tenido que extraer conclusiones de los fracasos continuos de sus modelos “a pequeña escala”… pero ninguno llegó a considerar que tales fracasos prácticos demostraban el fracaso del socialismo. 

  De hecho, ni siquiera el autor de este libro se preocupa mucho por ello…

Cuando los utópicos llegaron a trabajar sobre estrategias detalladas por las cuales alcanzar armonía, con frecuencia fracasaban y los desacuerdos, controversias y acaloradas disputas se hicieron características del movimiento socialista en los años 1830 y 1840. Así, si bien podían estar de acuerdo en la importancia de luchar por la asociación, la comunidad y la cooperación, los pensadores estudiados en este libro no podían ponerse de acuerdo en absoluto acerca de los pasos específicos que se requerían para hacer operacionales esas cualidades  (p. 9)

  Sin embargo, tras el fracaso de “New Harmony”, en 1827

[Robert] Owen llegó a la conclusión de que ningún experimento comunitario podía tener éxito sin un adiestramiento moral previo de los ciudadanos para una vida bajo condiciones totalmente nuevas  (p. 77)

  Como siempre, es el lúcido y pragmático británico Robert Owen –cuya biografía como obrero enriquecido y paternalista filántropo tiene mucho de ejemplar- el que está más cerca de la solución. Owen buscaba resolver problemas reales de precariedad vital en pleno auge del “industrialismo manchesteriano”.  Al fin y al cabo, si las empresas funcionan y ganan dinero, si las iglesias funcionan y ganan fieles, si los ejércitos funcionan y ganan batallas… también la organización de la vida comunitaria puede tener éxito cuando fija como metas la prosperidad general y la felicidad personal. Esto escribió en 1819:

Desde la infancia, tú, como otros, has sido hecho para despreciar u odiar a aquellos que son diferentes de ti en costumbres, lengua y sentimientos. Te han llenado de todos los sentimientos contrarios a la caridad y de ira hacia tus semejantes que han sido situados en oposición a tus intereses. Estos sentimientos de ira deben apartarse antes de que cualquiera pueda tener el poder en sus manos. Debéis conoceros primero a vosotros mismos, única forma por la cual puedes descubrir cómo son los demás. Entonces diferenciarás claramente que no existe un motivo racional para la ira, incluso contra aquellos que por los errores del presente sistema se hayan convertido en tus opresores y tus más amargos enemigos. Una infinita multiplicidad  de circunstancias, sobre las cuales no has tenido el menor control, te sitúa donde estás y tal como eres. De la misma forma, otros semejantes tuyos han sido formados por las circunstancias, igualmente incontrolables para ellos, para convertirse en tus enemigos y dañinos opresores  (p. 83)

[Owen] abogaba por una religión racional basada en la ciencia de la sociedad y una caridad cristiana fraternal y verdadera. Owen proporcionó esta nueva religión con su propia Biblia en su libro del “Nuevo mundo moral” que apareció entre 1836 y 1844  (p. 79)

Owen (…) urgía a todo individuo a comprender que todos sus semejantes eran víctimas inocentes de ciertas circunstancias sociales específicas. Esto quiere decir que las clases trabajadoras tenían una responsabilidad particular para evitar toda actitud de odio hacia sus opresores  (p. 83)

  El planteamiento no podía ser más contrario al resentimiento y odio que se presupone en el planteamiento de la guerra entre clases.

  Posiblemente hubiera sido más acertado preocuparse menos por los grandes esquemas políticos y más por el trabajo psicológico que las religiones solo abordan indirectamente, pero, como “socialista”, Owen también creía en el cambio de las estructuras del entorno. El componente religioso y educativo habría de quedar entonces como meramente complementario.

Los métodos empleados por Owen eran numerosos y variados pero todos partían de la convicción de que el carácter de un hombre es moldeado por el entorno en el que vive. La principal tarea, por tanto, era construir un mejor entorno  (p. 72)

Durante la década de 1820 y principios de 1830, Owen emergía como un crítico intransigente de la propiedad privada, el sistema capitalista de salarios y su asociada división del trabajo, y era esta perspectiva la que estaba ahora comenzando a atraer el apoyo de la clase trabajadora  (p. 76)

  En conjunto, encontramos en el socialismo utópico una actitud conciliadora acerca del progreso moral, un énfasis en la educación y una gran confianza en el progreso científico, tanto a nivel de progreso técnico como de progreso en la comprensión de las realidades sociales.

  Sin embargo, su optimismo revolucionario pronto se revelaría en contradicción con la realidad

Debido a que vivían y trabajaban en una época que era notable por su visión optimista de la historia y su fe romántica en un progreso ilimitado mediante la aplicación del razonamiento humano no debería sorprendernos que la noción de perfectibilidad humana subyaciera en mucho de su pensamiento. En sus numerosas descripciones de las sociedades ideales están ausentes todos los elementos de un conflicto humano serio, y la condición característica es una de armonía verdadera  (p. 1)

  En los intentos locales, en sus falansterios, comunas y poblados podrían enfrentar una realidad opuesta, pero no lograron establecer una alternativa viable.

[Los saintsimonianos] advertían del peligro de negligir la educación moral por lo cual ellos querían decir la iniciación de los individuos en la sociedad, la inculcación en los individuos de simpatía y amor por todos, la unión de todas las voluntades en una sola voluntad y la dirección de todos los esfuerzos hacia una meta común, la meta de la sociedad  (p. 157)

El movimiento socialista temprano más exitoso, el Icarianismo de Cabet, se basó desvergonzadamente en una doctrina de un nuevo cristianismo, una doctrina que enfatizaba, en particular, el comunismo primitivo de los primeros cristianos (p. 14)

  También los socialistas utópicos eran más humanos en el sentido de mostrarse en general pacíficos a pesar de que vivieron épocas de mayor precariedad y eran testigos directos de mayores injusticias de las que se darían más adelante, cuando predominará la revolución violenta de la lucha de clases.

El socialismo era visto con frecuencia como una tradición experimental, una visión que alentaba a los grupos a construir gradualmente una comunidad socialista, normalmente a pequeña escala, y esto quería decir que la revolución total, que implica abolir una sociedad entera, resultaba bastante inapropiada  (p. 15)

Creían que la revolución podría ser evitada mediante una concienciación general entre diferentes clases sociales por sus intereses comunes  (p. 35)

  Cabe mencionar que no todos los socialistas utópicos eran personas compasivas interesadas en expandir la democracia y las libertades. En muchos de ellos, siguiendo por cierto también las tradiciones de Platón y Thomas More, había claros impulsos totalitarios. Como por ejemplo en Saint-Simon, que relacionaba el socialismo con el progreso técnico e industrial.

El poder de decisión será confiado (…) a directores generales seleccionados sobre la base de su habilidad profesional para los cuales la política no será más que la ciencia de producción  (p. 55)

La reorganización de las instituciones temporales en la era científico-industrial había de ser acompañada, según Saint Simon, por una fundamental reestructuración del poder espiritual, implicando la elevación de los científicos y artistas positivos a las posiciones de liderazgo moral y educacional ocupada por el clero católico (p. 59)

  Otros, como Fourier, ni siquiera eran igualitarios

[El sistema de Fourier] no eliminaría todas las distinciones de riqueza, ya que habría quien poseería más propiedad que otros (Fourier siempre consideró que la propiedad igualitaria en el sentido del comunismo era totalmente inaceptable), y alguna gente ganaría más que otros debido a que hubiesen contribuido más a la comunidad en términos de capital, trabajo o conocimiento. En cada falansterio, por tanto, habría inevitablemente cierta cantidad de desigualdad  (p. 123)

  Pero Fourier sí creía en el “derecho a la felicidad”, de modo que nadie quedara desasistido, lo cual recuerda a ciertas versiones actuales del socialismo pos-comunista (una vez comprobado que el socialismo completamente igualitario y sin economía de mercado no es viable). Fourier, por cierto, fue todo un libertino ya que en algunos de sus escritos proponía incluso que la comunidad proporcionara satisfacción sexual a todos (es decir, prostitutas gratis).

  Por eso, en lugar de los teóricos franceses, hoy probablemente simpatizaríamos más con el británico Owen.

Era la esperanza [de Owen] que un día la entera noción de la familia individual, privada e interesada en sí misma sería desechada a favor del concepto de una comunidad cooperativa de varios cientos de personas que en muchos sentidos formaría una sola familia con un conjunto de intereses en común y en la cual los sentimientos de amor y afección serían tan universales que unirían no solamente a un hombre, una mujer y sus relaciones inmediatas sino a todos los miembros de la comunidad  (p. 87)

Lectura de “Political Ideas of the Utopian Socialists” en Frank Cass 1982; traducción de idea21

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