jueves, 25 de mayo de 2023

“Progreso y declive”, 2015. Hans Hermann Hoppe

  El prestigioso profesor Hans Hermann Hoppe, que es filósofo, economista, historiador y sociólogo,  nos presenta un breve resumen de sus peculiares ideas liberales no democráticas. Seguidor de una escuela de pensamiento historiográfico muy determinada, considera que el progreso de la civilización consiste en fomentar la iniciativa privada hasta lograr la desaparición del Estado.

  Se daría entonces un proceso de civilización no lineal. De las pequeñas sociedades primitivas de cazadores-recolectores donde todo se compartía y no existía una autoridad clara, habríamos pasado a unas sociedades con intereses privados más extendidas que gradualmente dieron lugar y fortalecieron los Estados… que a su vez, si el progreso no cesa, habrán de acabar siendo debilitados por una sociedad liberal más justa y eficiente en la que todo ha de depender de los intereses privados y el Estado ya no existirá.

[Trataré] de explicar tres de los momentos más importantes en la historia de la humanidad. Primero explico el origen de la propiedad privada y en particular de la tierra, y de la familia y del hogar como los fundamentos institucionales de la agricultura y la vida agraria que comenzó hace 11000 años, con la Revolución Neolítica en el Creciente Fértil de Próximo Oriente (…) En segundo lugar, explico el origen de la revolución industrial, que nació alrededor de 1800, solo hace unos 200 años, en Inglaterra. Hasta entonces, y durante miles de años, la humanidad había vivido bajo condiciones malthusianas. El crecimiento poblacional fue constantemente presionando  sobre los medios de subsistencia disponibles. Todo incremento de la productividad era “devorado” rápidamente por un tamaño de  población en expansión tal que los ingresos reales para la gran mayoría de la población se mantuvieron constantemente cerca del nivel de subsistencia. Solo durante cerca de dos siglos hasta ahora el hombre ha sido capaz de lograr un crecimiento de población combinado con el crecimiento de los ingresos per capita.  Y en tercer lugar, explico el origen paralelo y desarrollo del Estado como un monopolista territorial de la toma última de decisiones, esto es, una institución investida con el poder para legislar y gravar con impuestos a los habitantes de un territorio, y su transformación desde un Estado monárquico, con reyes “absolutos”, a un Estado democrático con un pueblo “absoluto”, tal como se ha dado en el curso del siglo XX. (Introducción)

    Al observar el curso del desarrollo histórico de Occidente, Hoppe encuentra un referente aproximado de lo que debería ser una sociedad más eficiente y justa: la Edad Media.

Aunque muchos libertarios imaginan un orden social anarquista como un orden sobre todo horizontal, sin jerarquías ni distintos niveles de autoridad (como “antiautoritario”), el ejemplo medieval de la sociedad sin Estado nos enseña otra cosa. La paz no se mantiene con la ausencia de jerarquías ni niveles de autoridad, sino por la ausencia de cualquier cosa que no sea autoridad social y niveles de autoridad social. De hecho, al contrario que en el orden actual, que esencialmente solo reconoce una autoridad, la del Estado, la Edad Media se caracterizaba por una gran multitud de niveles de autoridad social que competían, operaban, se superponían y estaban ordenados jerárquicamente. Estaba la autoridad de los cabezas de familia y de los diversos grupos de parientes. Había amos, señores, nobles y reyes feudales, con sus territorios y sus vasallos y vasallos de vasallos. Había innumerables comunidades y pueblos distintos e independientes, una enorme variedad de órdenes religiosas, artísticas, profesionales y sociales, consejos, asambleas, gremios, asociaciones y clubes, cada uno con sus propias normas, jerarquías y categorías. Además, algo que es de la máxima importancia, estaban las autoridades del sacerdote local, el más distante obispo y el papa en Roma. Pero ninguna autoridad era absoluta y ninguna persona o grupo tenía un monopolio sobre su puesto o nivel de autoridad. La relación jerárquica feudal señor-vasallo, por ejemplo, no era indisoluble. Podía romperse si alguna de las partes incumplía las disposiciones de los juramentos de fidelidad que ambos habían prometido mantener (…) La autoridad estaba ampliamente desperdigada y cualquier persona o puesto de autoridad estaba limitado y mantenido bajo control por otro. Incluso los reyes feudales, los obispos y de   hecho hasta el propio papa podían ser arrestados y llevados ante la justicia por otras autoridades en competencia. El “derecho feudal” reflejaba esta estructura social “jerárquica-anárquica” de la Edad Media. Todo el derecho era esencialmente derecho privado (Capítulo 4)

  Aunque a primera vista esto habría sido un caos de intereses enfrentados en constante conflicto –resueltos en la mayor parte de las veces por la mera violencia-, en realidad, según esta visión, actuarían unas autoridades hasta cierto punto naturales y eficientes en contraste con la autoridad parasitaria e inepta que sería la del Estado moderno por venir. Los reyes absolutos que siguen a la Edad Media ya encarnarán ese Estado naciente.

El rey se alineó con el “pueblo” o el “hombre común”. Apeló al sentimiento popular de envidia siempre y en   todas partes entre los “desfavorecidos” contra sus propios “mejores” y “superiores”, sus señores. Ofreció liberarlos de sus obligaciones contractuales con sus señores, convertirlos en propietarios en lugar de inquilinos de sus propiedades, por ejemplo, o para “perdonar” sus deudas con sus acreedores, y así corrompería el sentido público de justicia suficiente para hacer inútil la resistencia aristocrática contra su golpe (Capítulo 3)

  Las consecuencias serían cada vez más catastróficas a medida que se vaya fortaleciendo el Estado.

La carga fiscal impuesta a los propietarios y productores hace que la carga impuesta a los esclavos y siervos parezca moderada en comparación. (Capítulo 3)

Cuanto más ha aumentado el gasto estatal en seguridad social, pública y nacional, más se han erosionado los derechos de propiedad privada, más propiedad ha sido expropiada, confiscada, destruida y depreciada, y más se ha privado a la gente de la base misma de toda protección: de independencia personal, fortaleza económica y riqueza privada. Cuantas más leyes de papel se han elaborado, más inseguridad jurídica y riesgo moral se ha creado, y la anarquía ha desplazado a la ley y el orden. (Capítulo 3)

  El Estado, en realidad, no serviría para nada. Y si creemos otra cosa es por la propaganda interesada de quienes han medrado a costa de tal estructura de poder.

[La] idea (…) [de] que el poder del Estado como monopolista territorial de la toma de decisiones última se fundamenta y se basa en algún tipo de contrato, domina la cabeza de la población hasta el día de hoy. (…) Como resultado del trabajo ideológico de los intelectuales de promover este doble mito, de presentar el ascenso de los monarcas absolutos como resultado de un contrato, la monarquía absoluta del rey se convirtió en una monarquía constitucional.(…) Mientras que la posición del rey absoluto era, en el mejor de los casos, tenue, ya que el recuerdo de su ascenso real al poder absoluto a través de un acto de usurpación aún persistía y, por lo tanto, limitaba efectivamente su poder “absoluto”, la introducción de una constitución realmente formalizó y codificó su poder para gravar y legislar. (Capítulo 3)

  Pero ¿por qué cree Hoppe que un sistema aristocrático de competencia entre élites –por el estilo de la Edad Media europea- sería la clave para el verdadero progreso de la civilización? La mera dispersión de los núcleos de poder no parece razón suficiente.

En cada sociedad de algún grado mínimo de complejidad, unos pocos individuos adquieren el estatus de una elite natural. Debido a los logros superiores de riqueza, sabiduría, valentía o una combinación de estos, algunos individuos llegan a poseer más autoridad que otros y su opinión y juicio exige un respeto generalizado. Además, debido al apareamiento selectivo y las leyes de la herencia civil y genética, las posiciones de autoridad natural a menudo se transmiten dentro de unas pocas familias “nobles”. Es a los jefes de familia con antecedentes establecidos de logros superiores, clarividencia y conducta ejemplar a los que los hombres suelen dirigirse con sus conflictos y quejas entre sí. Son los líderes de las familias nobles quienes generalmente actúan como jueces y pacificadores, a menudo de forma gratuita, por un sentido del deber cívico. De hecho, este fenómeno todavía se puede observar hoy en cada pequeña comunidad. (…) La Edad Media puede servir como un ejemplo histórico aproximado de lo que acabo de describir como un orden natural. (Capítulo 3)  

Este orden se acercó a un orden natural a través de (a) la supremacía y la subordinación de todos bajo una ley, (b) la ausencia de cualquier poder legislativo y (c) la falta de un monopolio legal del juicio y arbitraje de conflictos. Y diría que este sistema podría haberse perfeccionado y retenido prácticamente sin cambios mediante la inclusión de los siervos en el sistema. Pero esto no es lo que pasó. En cambio, se cometió una locura moral y económica fundamental. Se estableció un monopolio territorial de la justicia suprema y, con ello, el poder de hacer leyes y la separación de la ley y su subordinación a la legislación. Los reyes feudales fueron reemplazados primero por reyes absolutos y luego por reyes constitucionales (Capítulo 3)

La Edad Media representa un ejemplo histórico a gran escala y duradero de una sociedad sin Estado y como tal representa el polo opuesto al actual orden social estatista (Capítulo 4)

  A primera vista, resulta un tanto aterrador que un intelectual de tan sólida formación trate de convencernos de que nos debemos someter a un “orden natural” en el cual unas élites ejercerán su poder tras seleccionarse a sí mismas en base a los logros superiores de riqueza, sabiduría, valentía o una combinación de estos, que los más altos jerarcas serán jefes de familia con antecedentes establecidos de logros superiores, clarividencia y conducta ejemplar y que además van a perpetuarse por generaciones debido al apareamiento selectivo y las leyes de la herencia civil y genética de las cuales sabemos poco o nada. Lo que sí sabemos es que las familias aristocráticas feudales se encontraban en constante lucha violenta contra otras familias, de modo que las cualidades que más probablemente les llevaban al éxito tendrían que ver sobre todo con su destreza guerrera. Pero Hoppe insiste en que se trata de una selección natural de los gobernantes mejor dotados.

Mientras que en las condiciones malthusianas reinan los efectos eugenésicos positivos —los económicamente exitosos producen más supervivencia de la descendencia y, por lo tanto, la población se mejora gradualmente (mejora cognitivamente)—, en las condiciones posmalthusianas la existencia y el crecimiento del Estado produce un doble efecto disgénico, especialmente en las condiciones del Estado de bienestar democrático. Por un lado, los “retados económicamente” como los principales “clientes” del estado del bienestar producen más sobrevivientes de la descendencia y menos los económicamente exitosos. En segundo lugar, el crecimiento constante de un Estado parasitario, hecho posible por una economía subyacente en crecimiento, afecta sistemáticamente a las necesidades del éxito económico. El éxito económico se vuelve cada vez más dependiente de la política y el talento político, es decir, el talento de utilizar al Estado para enriquecerse a costa de los demás. En cualquier caso, el stock de población empeora cada vez más (en lo que respecta a los requisitos cognitivos de la prosperidad y el crecimiento económico) en  lugar de mejorar. (Capítulo 2)

  Como mínimo, podemos decir que nos falta información científica al respecto y que hasta que se nos aclare cómo se produce esta selección para el orden natural de la aristocracia genuina tendremos que contemplar esta teoría con cierta estupefacción…  Demostrar que esto es razonable probablemente dependerá siempre de lo que los investigadores de la ciencia cognitiva, de la genética y la neurociencia puedan informarnos sobre la “élite natural” que es seleccionada por sus “logros superiores” . Y es poco creíble que los especialistas se pongan de acuerdo sobre tales cuestiones.

  De modo que la selección aristocrática para el buen gobierno no parece convincente.

Los ricos y los pobres suelen ser ricos o pobres por una razón. Los ricos son característicamente brillantes y trabajadores, y los pobres suelen ser torpes, perezosos o ambos.  (Capítulo 3)

  Tampoco parece convincente el principio de que la escasez es el origen de los conflictos humanos en civilización

El origen de estos conflictos es siempre el mismo: la escasez de bienes. (…) En ausencia de una perfecta armonía de todos los intereses humanos y dada la condición humana permanente de escasez, los conflictos interpersonales son una parte ineludible de la vida humana y una amenaza constante para la paz. (Capítulo 3)

  Sin duda existía escasez entre los cazadores-recolectores, sobre todo si consideramos que hace unos cincuenta mil años comenzó un crecimiento de la población incontrolable (debido a la mejora tecnológica que llevó a incrementar los resultados de la caza y recolección). Pero no existe escasez hoy. Lo que hay es despilfarro, desigualdad y un control irracional de los abundantes recursos que nos proporciona la moderna tecnología. Precisamente son los conflictos sociales los causantes de la escasez.

  ¿Y qué nos dice Hoppe acerca de la democracia como forma de evitar los conflictos políticos y optar a un mejor gobierno?

La selección de los gobernantes estatales mediante elecciones populares hace que sea esencialmente imposible que una persona inofensiva o decente llegue a la cima. Los presidentes y primeros ministros llegan a su cargo no debido a su condición de aristócratas naturales, como lo hicieron los reyes feudales, es decir, en base al reconocimiento de su independencia económica, logros profesionales sobresalientes, vida personal moralmente impecable, sabiduría y juicio y gusto superiores, sino como resultado de su capacidad como demagogos moralmente desinhibidos. (Capítulo 3)

  Lo que finalmente lleva a la crítica de Hoppe al popular autor Steven Pinker, cuya obra señala que el avance de la civilización es paralelo al control de la agresión, en buena parte por la creciente sofisticación del control estatal democrático.

En lo que se refiere a la defensa realizada allí de la tesis esencial de Pinker de un progreso social constante que culmina en el presente, mi veredicto es completamente negativo (…) [Según Pinker] el progreso social se define como una reducción de la violencia. (…) [Pero] Pinker no hace una distinción categórica entre violencia agresiva y defensiva (…) [Resulta rechazable] esta visión depravada del progreso social que no reconoce las violaciones de la propiedad y los derechos de propiedad, sino que solo cuenta el número de muertes no naturales (Capítulo 4)

La violencia, tal y como la define Pinker, puede que realmente haya disminuido, salvo que hay que señalar que el ejercicio de la violencia ha sido tan “refinado” y redefinido bajo los auspicios del Estado que ya no cae bajo la estrecha definición del término por parte de Pinker. Por ejemplo, las “brujas” ya no son quemadas violentamente, sino enviadas de una forma aparentemente pacífica a centros psiquiátricos para drogarlas y tranquilizarlas por medio de profesionales médicos; y a los vecinos ya no se les roba violentamente su propiedad, sino que muy “refinadamente” y aparentemente sin violencia física se enfrentan a impuestos periódicos que son pagados casi automáticamente por transferencias bancarias a las cuentas del Estado (Capítulo 4)

  Equiparar la carga fiscal con el robo no parece más razonable que la famosa idea de Proudhon de que la misma propiedad es un robo.

  Finalmente, algunas de las ideas de Hoppe parecen más conciliables con los criterios convencionales. Por una parte, considera el capitalismo basado en la propiedad privada el mejor sistema económico (algo a lo que parece que ya todos nos hemos resignado).

[El] capitalismo de libre mercado  (…) [se basa en] tres factores. Uno, la garantía general de la propiedad privada; dos, la baja preferencia temporal, es decir, la capacidad y voluntad de un creciente número de personas de retrasar la gratificación inmediata para ahorrar para el futuro y acumular existencias cada vez mayores de bienes de capital; y tercero, la inteligencia  e ingenio de un número suficiente de personas para inventar y construir un flujo constante de nuevas máquinas y herramientas que mejoraban la productividad. (Capítulo 4)

  Y donde Hoppe quizá tenga hoy más apoyos es en su idea de que, para combatir el poder del Estado, hay que priorizar la descentralización del poder político.

La principal contraestrategia de recivilización debe ser (…) una vuelta a la “normalidad” por medio de la descentralización. Debe invertirse el proceso de expansión territorial que iba de la mano de la centralización de toda la autoridad en una mano monopolística. Así que   toda tendencia o movimiento secesionista debería ser apoyado y promovido, porque con toda independencia territorial del Estado central se crea otro centro independiente y rival de autoridad y adjudicación. Y la misma tendencia debería promoverse dentro del marco de cualquier territorio y centro de autoridad recién creado como separado o independiente. (Capítulo 4)

Solo en regiones, distritos y comunidades pequeñas la estupidez, la arrogancia y la corrupción de los políticos y los plutócratas locales se harán visibles casi de inmediato para el público y posiblemente se puedan corregir y rectificar rápidamente. Y solo en unidades políticas muy pequeñas también será posible que los miembros de la elite natural, o lo que quede de esa elite, recuperen la condición de árbitros de conflicto y jueces de paz reconocidos voluntariamente. (Capítulo 3)

  Hoy por hoy no parece que estas teorías vayan a encontrar mucho respaldo, pero queda por ver hasta qué punto son sintomáticas de los nuevos tiempos que se avecinan. No viene mal recordar que hace unos cien años nos encontrábamos con que algunos de los más eminentes eruditos eran partidarios de los totalitarismos más atroces. Y a ese respecto conviene también recordar el pensamiento de Karl Popper acerca de las tendencias tiránicas de los filósofos

Lectura de “Progreso y declive” en Unión Editorial SA 2022; traducción de Gilberto Ramírez Espinosa 

3 comentarios:

  1. Cuesta algo hilar porque aunque es un librito en realidad es un conjunto de artículos y conferencias recopiladas y editadas por la editorial, creo recordar, del Mises Institute, fundado entre otros por el mentor de Hoppe, Murray Rothbard, el fundador del anarcocapitalismo, corriente a la que Hoppe adhiere.

    Obviamente Hoppe no profundiza las ideas o palabras que usa, ni las desarrolla desde su raíz teórica, pero para el que conoce la jerga el argumento se entiende mejor. Por ejemplo cuando habla de conflicto y escasez de recursos, él que es un economista argumenta desde el principio de escasez en economía, base de cualquier teoría económica. (Pero va más allá: incluso en el Jardín del Edén, donde todo capricho estuviera al alcance de la mano, podrían surgir situaciones de conflicto, p. ej. dada la imposibilidad de que dos personas puedan ocupar el mismo espacio a la vez, dándose las condiciones para la aparición de la propiedad privada).

    Se apoya mucho en los datos del economista e historiador Gregory Clark, que ha demostrado "the survival of the richest" o la selección de las capas más ricas de la sociedad en muchas sociedades preindustriales, de Inglaterra a Chile, y desde la Edad Media hasta hace relativamente poco.
    La tesis central del libro, es el aumento de la inteligencia como catalizador que rompió el statu quo maltusiano y de hecho, hay fuerte evidencia para ello, dado que el cociente intelectual o CI que Hoppe menciona constantemente, el pregonado como factor más importante/predictivo de la psicometría, está altamente correlacionado con el ingreso per cápita, el éxito educativo, y una retahíla de otros elementos.

    En cuanto al anarquismo su argumento tiene una clara impronta rothbardiana, al final unos creen que los humanos cooperan bajo coacción, una visión hobbesiana de guerra y caos generalizado, y otros creen que lo hacen de forma natural y que los conflictos tienen soluciones sin que la mafia imponga su ley, sea más o menos tolerante.
    Uno de los hechos básicos de las relaciones internacionales es la anarquía, la ausencia de una autoridad global con capacidad de imponer su ley, aun así no hay una guerra de todos contra todos, los estados comercian, suelen llegar a acuerdos, y por lo general resuelven sus conflictos de forma pacífica.

    Pero en general me ha gustado la crítica.

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    1. Para aquellos curiosos que deseen ampliar su conocimiento o entender mejor los argumentos de Hoppe les recomiendo leer "Anatomía del Estado" de Murray N. Rothbard; Lo presenta tanto en papel como en pdf online el Mises Institute, es un ensayo pequeñito, normalmente incluido dentro de una colección de ensayos de Rothbard titulada "Egalitarianism as a Revolt Against Nature".

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  2. Gracias, Adrian, por la atención que has prestado a mi reseña y por la información adicional que aportas sobre su contenido.
    Es cierto que, a lo largo del librito, Hoppe hace referencia a otras obras suyas donde explica más profundamente sus tesis. Pero, de todas formas, lo del "orden natural" y las "élites naturales" me parece tan improbable e increíble que creo que me desinteresa por completo de leer más sobre estas teorías.
    El tema del incremento del IQ como responsable del avance de la civilización me parece difícil de demostrar. Por supuesto, la "revolución paleolítica" de hace 50.000 años en adelante sí que tiene un interés enorme, pero no relacionado con los cambios sociales recientes, me parece.
    Por todo lo que llevo leído hasta ahora, me sigue convenciendo más la idea de una evolución moral que facilita la cooperación eficiente al crear condiciones de convivencia más tolerables. Y que el factor clave de la evolución moral es la suma a lo largo del tiempo de invenciones mítico-filosófico-religiosas de tipo simbólico arraigadas emocionalmente.
    Muy agradecido de nuevo por tu sugerencia, y aquí estoy por si se te ocurre alguna nueva...

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