domingo, 25 de septiembre de 2022

“Nuestros orígenes”, 2017. Clark S. Larsen

   El profesor Clark Larsen ha escrito un libro deslumbrantemente didáctico -de hecho, se trata de un manual para estudiantes- dedicado a la “antropología física”.

La antropología física es el estudio de la evolución biológica humana y de la variación humana biocultural (p. 6)

El campo [de la antropología física] se refiere a amplias cuestiones, buscando comprender la evolución humana –qué fuimos en el pasado, qué somos hoy y a donde iremos en el futuro-.(…) Los antropólogos físicos buscan respuestas a las cuestiones sobre por qué somos lo que somos como organismos biológicos (p. 4)

    El libro abarca desde los mecanismos de cambio genético hasta los hallazgos más recientes sobre la forma de vida de nuestros antepasados Homo sapiens. 

  Los descubrimientos científicos dependen en buena parte de los hallazgos arqueológicos, que siguen sucediéndose y aportando valiosas novedades de año en año, incluyendo fascinantes averiguaciones sobre genética y todo tipo de estudios del entorno. Por ejemplo, ahora parece concluyente que, en contra de lo que se pensaba, nuestros antepasados pre-humanos no vivían en un entorno donde escaseaban los árboles.

Los primeros homininos vivieron en los bosques  (p. 20)

   En todo el largo relato nos encontramos con la constante del ser humano enfrentado al medio y con los tortuosos mecanismos evolutivos que acaban llevando a la aparición de un animal tan extraño como el ser humano moderno.

Los caninos afilados de nuestros antepasados desaparecieron porque ellos desarrollaron la habilidad de hacer y usar herramientas para procesar la comida (p. 11)

La creciente dependencia hominina de las herramientas afectó profundamente la biología humana. A medida que las herramientas comenzaron a cumplir las funciones de las mandíbulas al preparar comida y consumo –cortar, cocinar y procesar carne y otros alimentos- hubo un declive en la robusticidad de estas partes del cuerpo, las áreas anatómicas asociadas con la masticación  (p. 386)

La reducción en tamaño del rostro y las mandíbulas es una constante a lo largo de la evolución humana, [este proceso de reducción persiste] incluso durante el Holoceno y [en buena parte] por la adopción de una dieta a partir de plantas domesticadas  (p. 462)

 Así sucede que Homo sapiens es tan peculiar que unos hábitos culturalmente aprendidos, como hacer fuego para cocinar la comida, repercuten en nuestros rasgos biológicos, el genotipo. Es cierto que la alimentación del castor está condicionada por su habilidad para construir diques, pero los castores nacen sabiendo construirlos, mientras que Homo sapiens necesita que le enseñen a aprovechar el fuego y a cocinar con él para conseguir unos alimentos más digeribles –procesar la comida-. Y si nadie le enseña a cocinar, sus probabilidades de supervivencia son escasas si ha de alimentarse como lo hace el chimpancé.

  Con fascinante que esto sea, el caso es que, desde el punto de vista de la antropología física, el surgimiento de la agricultura y la civilización no resulta tan sorprendente o milagroso. Para empezar, aunque el género Homo tiene unos dos millones de años –el paso del australopiteco al Homo erectus- durante los cuales coexistió sin pena ni gloria con los otros mamíferos superiores, tarde o temprano la sofisticación cultural acabaría llevando a la aparición del Homo sapiens sapiens y éste, inevitablemente, habría de descubrir la agricultura, dominar todo el planeta y crear civilizaciones.

¿Quién sobrevive hasta la edad reproductiva? Aquellos que pueden competir por comida con éxito.  ¿Los hijos de quienes sobrevivirán? Los de los supervivientes que puedan alimentar a su descendencia. Aplicando las ideas demográficas de Malthus a los animales humanos y no humanos, Darwin concluyó que algunos miembros de la especie compiten con éxito por la comida porque tienen algún atributo o atributos especiales. ¡Que una característica individual pudiera facilitar la supervivencia [de toda una especie] fue una revelación!  (p. 33)

Dos factores probablemente trajeron (…) la revolución agrícola. Primero, el entorno cambió radicalmente, pasando de más frío, más seco y altamente variable en el final del Pleistoceno a más cálido, más húmedo y más estable durante el Holoceno (…) Este cambio abrupto del entorno trajo nuevas condiciones –ecología climática- seguido por la domesticación de plantas y animales. Segundo, casi en todas partes que se desarrolló la agricultura, la población humana se incrementó al mismo tiempo.  (p. 448)

  Tarde o temprano, el clima se iba a hacer más favorable, y al hacerse más favorable permitió el aumento de población… si bien la población humana ya se había incrementado antes de la mejora climática.

   ¿Y por qué es deseable el incremento de la población? Cuando menos, un grupo humano mayor –y sabemos que los Homo sapiens formaban bandas más numerosas que las de los Neandertal y que las de los Homo erectus- tiene más capacidad letal para apropiarse de los recursos naturales en disputa –los mejores territorios para la recolección, la caza y la pesca-.

   Además, la población Homo sapiens no solo tiende a hacerse más abundante por el bien común –el peligro de la superpoblación es inferior a lo que sería el peligro de ser desplazados por quienes les disputan los recursos- sino que también desarrolla la sofisticación de su compleja vida en común, se hace más longeva y alcanza una mayor calidad de vida.

El mayor número de nacimientos se lograba mediante un periodo de lactancia más reducido. La disponibilidad de granos cocinados como papillas dadas a los niños hacía posible destetarlos antes. Con un destete más temprano, el espacio entre nacimientos se reducía y las madres podían producir más descendencia. (p. 456)

Debido a que la gente mayor puede convertirse en reponedora de conocimiento acerca de la cultura y la sociedad, la longevidad puede tener una ventaja selectiva en los humanos y no en otros primates (p. 143)

  También la cooperación debe ser estimulada, lo que incluye cuidar los unos de los otros. Y esto, que parece tan obvio, no se encuentra muy a menudo en el comportamiento de los mamíferos. 

La evidencia de los primates protegiéndose unos a otros de los predadores es escasa  (p. 216)

  Y, en conjunto, está demostrado que cierta inteligencia abstracta tiene grandes aplicaciones a efectos prácticos. Así se observa incluso entre nuestros primos los grandes simios.

El conocimiento del paisaje del alimento y la planificación [de la recolección] dan a los chimpancés una ventaja competitiva para adquirir fruta, muy por delante de otros animales interesados en el mismo alimento. Estos hallazgos demuestran que los chimpancés aplican su inteligencia para adquirir comida en el entorno altamente competitivo  del bosque tropical (…). Además, hay una creciente evidencia que indica que la memoria de los lugares donde hay fruta se prolonga por un periodo de años. El éxito de adquirir comida no se limita al oído, visión u olfato. Más bien es un comportamiento que se ve favorecido por la memoria a largo plazo. (p. 217)

  Si el chimpancé cuenta con tales ventajas gracias a su inteligencia y memoria, obviamente, tanto más pudo y puede aprovecharle la inteligencia a los homininos.

  Un poco por todos los cambios evolutivos relacionados con tales habilidades, el éxito humano precedió a la aparición del sedentarismo y la agricultura. Si los Homo sapiens poblaron, por ejemplo, el continente americano –transitando por territorios difíciles, como el ártico- era porque la población ya estaba aumentando cuando todavía se dedicaban todos a la caza y recolección.

  Una población más abundante de Homo sapiens fue capaz de desplazar a todos los competidores, pero al hacerse demasiado numerosos ellos mismos pusieron en riesgo los recursos naturales de los que eran ahora los únicos dueños. 

  En conclusión, la competencia por los recursos se convirtió, en cierto modo, en el factor esencial del desarrollo humano. Primero, competencia entre los Homo sapiens y los demás seres vivos –incluyendo las variedades menos desarrolladas de homininos-, y, después, competencia de los grupos de humanos entre sí.

Una población creciente lleva a competir por los recursos. A medida que las ciudades comenzaron a competir por unos recursos cada vez más limitados (por ejemplo, tierra de cultivo), se desarrolló la guerra organizada. La violencia interpersonal tiene una larga historia en la evolución humana, yendo al menos hasta los Neandertales. Pero el nivel de violencia entre los homíninos antes del Holoceno no era nada en comparación con la guerra organizada de las primeras civilizaciones  (p. 456)

  Esta triste realidad no debe sorprendernos demasiado si consideramos la naturaleza humana en consonancia con nuestro pasado animal. Todos los grandes simios son territoriales y compiten por los recursos y por las hembras. En eso, no somos diferentes a otros mamíferos sociales como los ciervos y los lobos.

Los orígenes de quiénes somos hoy no están solo en los registros del pasado, sino que se encuentran encarnados en nuestras vidas (p. xxiii)

  Pero no tenemos que ver el futuro como condicionado directamente por nuestro pasado. El pasado, si se estudia con la atención requerida –y de ahí el gran valor de la antropología física-, nos demuestra la dimensión de los cambios que permiten la evolución biológica. El uso de las herramientas por los primeros Homo formó parte del conjunto de cambios que favorecía la competitividad de la especie por apropiarse de los recursos económicos y alteró la nutrición y el desarrollo de la inteligencia, pero sobre todo también actuó en el ámbito de la vida social –relaciones interpersonales, lenguaje, vida simbólica-.

  El principal problema humano hoy es el residuo que queda de las tendencias antisociales –agresión, violencia, guerra-. Hoy son antisociales porque dificultan el avance de la civilización –que requiere cooperación y armonía- pero en su origen eran tendencias valiosas porque se hacía necesario competir por los recursos naturales limitados.

  Hoy, en potencia y gracias a la tecnología, nuestros recursos naturales se han vuelto ilimitados… y nuestros propios conflictos antisociales se han convertido ya en el último obstáculo. 

Una población con una reducida calidad de vida puede aún tener una fertilidad mucho más alta (p. 475)

  Si el aumento de la población sirvió en un principio para desplazar a otros seres que competían contra nosotros por los recursos naturales limitados –lo que mejoraba la calidad de vida de los dominantes-, la pendiente resbaladiza de las guerras del neolítico –los primeros agricultores y ganaderos- llevaría a incrementos de población siempre rozando el límite de los recursos, por mucho que estos hubieran aumentado con respecto a los de la época de la caza y recolección: si se compite por los recursos escasos, se aumenta la población para contar con más fuerza a fin de extender el dominio, pero ese aumento de la población hace a su vez disminuir los recursos y ante la nueva escasez, otra vez se plantea tomar medidas para extender el dominio sobre más recursos en otra parte… La calidad de vida entonces ya no es una prioridad.

   Por lo tanto, para tener una vida humana mejor, lo prioritario es superar las tendencias antisociales que nos fuerzan a despilfarrar recursos en estériles disputas. Una humanidad plenamente cooperativa dispondrá de recursos naturales ilimitados y por ellos se alcanzarán recursos civilizatorios también ilimitados –tecnología-. Pensemos en las posibilidades de nuevas fuentes de energía y, sobre todo, en la inteligencia artificial que sería la prolongación lógica del uso de las herramientas por el género Homo: el hombre usó su inteligencia para incrementar el poder de sus extremidades y sentidos; el siguiente paso ha de ser usar la inteligencia para incrementar la misma inteligencia…

Lectura de “Our Origins” en W. W. Norton & Company 2017; traducción de idea21

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