miércoles, 25 de julio de 2018

“La conciencia en el cerebro”, 2014. Stanislas Dehaene

  Stanislas Dehaene, un neurocientífico de vanguardia, nos pone al tanto de lo que se sabe sobre la conciencia humana, que es, habitualmente, lo que entendemos que somos “nosotros mismos”

La ciencia contemporánea de la conciencia distingue como mínimo tres conceptos: la vigilancia —el estado de vigilia, que varía cuando nos quedamos dormidos o nos despertamos—; la atención —la focalización de nuestros recursos mentales sobre cierta información específica—, y el acceso consciente —el hecho de que, con el tiempo, cierta información a la que se le presta atención ingrese en nuestra percepción consciente y se vuelva comunicable a los demás—.(…) En la nueva ciencia de la conciencia, el acceso consciente es un fenómeno bien definido, distinto de la vigilancia y la atención. Más aún, puede estudiarse con facilidad en el laboratorio.

  “Acceso consciente” es más o menos donde tiene lugar el “yo”, la capacidad de autosentirnos y considerar sensiblemente nuestra propia vida como una trayectoria biográfica unitaria… y de extrema relevancia para nosotros mismos.

En la lengua cotidiana, solemos aunar nuestra conciencia con nuestro sentido del yo: cómo nuestro cerebro crea un punto de vista, un «yo» que mira todo a su alrededor desde una perspectiva específica. La conciencia también puede ser recursiva: nuestro «yo» puede contemplarse a sí mismo, comentar sobre su propio desempeño, e incluso saber cuándo no sabe algo. La buena noticia es que incluso estos significados de nivel más alto de la conciencia ya no son inaccesibles para la experimentación.

La conciencia es información compartida por todo el cerebro. El cerebro humano desarrolló redes de larga distancia eficientes, en especial en la corteza prefrontal, para seleccionar información relevante y diseminarla por el cerebro. La conciencia es un dispositivo evolucionado que nos permite prestar atención a una porción de información y mantenerla activa dentro de este sistema de transmisión


  En los últimos decenios, algunos científicos y filósofos han opinado que la tan valorada conciencia es algo bastante innecesario, incluso lastimoso, y que probablemente no ha cumplido ninguna función biológica útil en la vida humana y sería por tanto un subproducto de otras funciones más valiosas. El autor no está de acuerdo con este punto de vista y considera que, independientemente de lo que valoremos nuestra propia conciencia –carecer de ella definitivamente lo solemos llamar “morir”-, la conciencia es biológicamente útil.

La conciencia es una función elaborada, una propiedad biológica que surgió de la evolución porque era útil. Por ende, la conciencia debe ocupar un nicho cognitivo específico y lidiar con un problema que no podían afrontar los sistemas especializados paralelos de la mente inconsciente.

La función de la conciencia puede ser la de simplificar la percepción extrayendo un resumen del entorno actual antes de comunicarlo abiertamente, de una manera coherente, a las demás áreas involucradas en la memoria, la decisión y la acción. Para ser exitoso, el informe consciente del cerebro debe ser estable e integrador.


  Por supuesto, para que un ser vivo prospere biológicamente, no es preciso que tenga una gran capacidad de conciencia. De hecho, Homo Sapiens, el autoconsciente, todavía lleva demasiado poco tiempo en la Tierra para que lo consideremos un éxito biológico; tal vez sea un gran fracaso en comparación con los ratones o los tiburones, que llevan en la Tierra decenas de millones de años, pero lo que está claro es que el camino evolutivo que, para bien o para mal, sigue Homo Sapiens se caracteriza por la complejidad de su peculiar cerebro tanto como el de los pájaros se caracteriza por su capacidad para el vuelo. Y comparado nuestro órgano intelectivo con el de nuestros parientes biológicos más cercanos, los otros primates, es fácil darse cuenta de que la diferencia no reside solo en el tamaño, sino también en su morfología.

La corteza prefrontal, un enclave relevante del espacio de trabajo consciente, ocupa una porción importante del cerebro de cualquier primate, pero en las especies humanas, está enormemente expandida (…) Nuestra corteza prefrontal probablemente sea en verdad más ágil para recolectar e integrar información de procesadores situados en otros lugares del cerebro, lo que puede explicar nuestra asombrosa habilidad para la introspección y el pensamiento sobre nosotros mismos, separado del mundo exterior. (…)  Nuestro mundo interno es tanto más rico, quizá por una facultad única para pensar pensamientos anidados.

  En realidad, el éxito ecológico de nuestra especie tendría que sernos indiferente: a nosotros nos gusta gozar de nuestra autoconsciencia, sea cual sea su origen evolutivo y las peculiaridades de nuestra anatomía, pero hay otras cuestiones de importancia, como el debate acerca de la inteligencia artificial, y si ésta puede llegar también a desarrollar una conciencia…

El concepto hipotético de qualia, pura experiencia mental desligada de cualquier rol de procesamiento de la información [los estados subjetivos o sensaciones crudas de «cómo es» experimentar un sentimiento, un dolor o un hermoso atardecer ], se verá como una idea peculiar de la era precientífica, muy similar al vitalismo, el descaminado pensamiento del siglo XIX de que, sin importar cuántos detalles reunamos acerca de los mecanismos químicos de los organismos vivos, nunca daremos cuenta de las cualidades únicas de la vida. La biología molecular moderna hizo añicos esta creencia al mostrar cómo la maquinaria molecular situada dentro de nuestras células forma un autómata que se autorreproduce. De igual modo, la ciencia de la conciencia seguirá desbastando el problema difícil hasta que desaparezca. (…) La ciencia de la conciencia ya explica los bloques significativos de nuestra experiencia subjetiva, y no veo límites obvios a este enfoque.

  Así que, si no hay ningún misterio en nuestra misteriosa capacidad para percibir y percibirnos, la inteligencia artificial tiene vía libre. Esto es prometedor porque podríamos beneficiarnos de ello, mientras que si hemos de atenernos a que nunca daremos cuenta de las cualidades únicas de la vida  no podremos solucionar, ni ahora ni más tarde, el grave problema de que no siempre podamos disfrutar de nuestra querida conciencia…

  Observemos cuánto ya podemos observar…  

Se tuvo noticia de neuronas humanas que responden de manera selectiva a una miríada de fotos, incluidos miembros de la familia del paciente, lugares famosos como la Ópera de Sidney o la Casa Blanca, e incluso personalidades de la televisión como Jennifer Aniston y Homero Simpson. Es notable que la palabra escrita suela ser suficiente para activarlas: la misma neurona se descarga en presencia de las palabras «Ópera de Sidney» y al ver ese famoso edificio. (…)  Se piensa que las neuronas del lóbulo temporal anterior forman un código interno distribuido para personas, lugares y otros conceptos memorables. (…) Al observar qué neuronas se activan y cuáles permanecen en silencio, podemos entrenar a una computadora para que adivine, con una precisión muy alta, qué imagen está viendo la persona

Todavía no podemos controlar los miles de millones de neuronas que serían necesarios para trazar con precisión en la corteza el equivalente neural de una calle transitada de Chicago o un atardecer de Bahamas. ¿Pero estas fantasías estarán para siempre fuera de nuestro alcance? No apostaría en ese sentido.

  La idea del cyborg o incluso la fantasía de la singularidad, en la cual la mente/memoria humana puede existir fuera de soportes biológicos, de momento es tan viable, naturalmente, como la de la inteligencia artificial…

  Las historias de ciencia-ficción nos plantean muchas de estas posibilidades que, de momento, la ciencia real no nos niega: recobrar la memoria, almacenarla, expandirla o incluso readaptarla, todo ello contando con los mismos mecanismos complejos que abarcan emociones, ideas y propósitos.

La estimulación cerebral parece capaz de provocar casi cualquier experiencia, desde el orgasmo hasta el déjà vu. (…) Las regiones corticales temporal, parietal y prefrontal de nivel más alto están asociadas de manera más íntima a la experiencia consciente comunicable, dado que su estimulación puede inducir alucinaciones por completo subjetivas carentes de asidero en la realidad objetiva.

   Cabe preguntarse para qué querría una humanidad tecnológicamente evolucionada hasta la total comprensión del funcionamiento de la conciencia contar con un asidero en la realidad objetiva. Salvo supersticiones apegadas a las viejas tradiciones (en las que el ser humano ha de rendir cuentas a su Creador… o a la Naturaleza)  no hay muchos motivos por los que la cruda realidad objetiva nos haya de resultar atractiva. Una estimulación cerebral hábil de nuestra conciencia podría eludir muchas penalidades y hacernos vivir en una especie de paraíso.

  Muchos opinan que plantearnos esto podría dejarse para cuando se halle la tecnología eficiente –el doctor Dehaene nos informa de que aún no está disponible-, pero el problema es que la misma sociedad se define en sus tendencias culturales por nuestra visión de la realidad y su futuro. ¿Contemplar una utopía neurológica nos ayudaría a afrontar mejor nuestros pequeños problemas de convivencia (agresión, enemistad, delitos, falta de cooperación…) que hoy por hoy son los que más obstaculizan el desarrollo tecnológico? ¿O los empeoraría?           

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