Entre 1815 (fin de las guerras napoleónicas) y 1914 (primera guerra mundial) el mundo parecía haber entrado en una época gloriosa, sin precedentes: ¡el progreso!
En 1850 apareció en París un librito (…) con el título “La idea del progreso”. Su interés está en el expreso reconocimiento de que el progreso era la idea característica de la época (Capítulo 17)
La historia tiene una meta, y la humanidad tiende perpetuamente, si bien en una línea oscilante, hacia un estado más perfecto mediante una creciente dominación de la razón sobre el instinto y el capricho (Capítulo 17)
Este último texto acerca de que “la historia tiene una meta” es obra de uno de los más lúcidos visionarios éticos de la época, Ernest Renan. “Progreso” como “dominio de la razón sobre el instinto”. Aún hoy es una concepción creíble.
Cuando John Bagnell Bury escribe su libro sobre la historia del progreso, en 1920, sin embargo, las brillantes expectativas se han ensombrecido: la espantosa –y absurda- guerra 1914-1918 ha arrastrado también el surgimiento de la Revolución bolchevique que a los autores ilustrados más sensatos recuerda siniestramente el Terror jacobino.
Y de ahí la reflexión de la que nace este libro:
La frase “civilización y progreso” se ha convertido en un estereotipo e ilustra cómo hemos llegado a juzgar una civilización como buena o mala según si es o no progresista. Los ideales de libertad y democracia, los cuales cuentan con sus independientes y antiguas justificaciones, han buscado cobrar más fuerza al vincularse al progreso. Las conjunciones de “libertad y progreso”, “democracia y progreso”, nos encuentran en cada esquina. El socialismo, en su etapa temprana de su desarrollo moderno, buscaba el mismo apoyo. [Pero] los amigos de Marte, que no pueden soportar la perspectiva de la paz perpetua, mantienen que la guerra es un instrumento indispensable para el progreso; es en el nombre del progreso que los doctrinarios que han establecido el presente reino de terror en Rusia basan su actuación. Todo esto muestra el sentimiento prevalente de que una teoría social o política, o un programa, hoy es apenas sostenible si no puede afirmar que está en armonía con esta idea controladora. (Prefacio)
Cien años después… ¿no participamos en cierto modo de esta decepción? Porque también en 1989, con la caída del muro de Berlín, se esperaba que se emprendiera una continuidad de progreso en el mundo entero. No nos viene mal entonces una reflexión sobre este concepto (o ideal) tan extendido hoy pero que nos aporta tanto desencanto.
El “progreso” del siglo XIX era percibido por las masas sobre todo por el avance tecnológico y económico.
Entre 1830 y 1850, el transporte ferroviario se expandió en toda Gran Bretaña y fue introducido en el continente, y la electricidad fue sometida a la conveniencia humana por la invención del telégrafo (Capítulo 18)
Hubo, por supuesto, muchas más invenciones pero incluso quienes vivían lejos de las zonas industriales y quienes no sabían cómo se producían los bienes de consumo cada vez más abundantes y menos caros sí que conocían el ferrocarril y el telégrafo. Y la prensa, cada vez más difundida en una sociedad cada vez más alfabetizada, informaba de nuevas invenciones por venir. Era vertiginoso.
Las maravillas tecnológicas incendian la imaginación de un Julio Verne, pero las consecuencias sociales son aún más transformadoras.
El más destacado hecho observable en la historia es la continua extensión del principio de asociación, en la familia, ciudad, nación, iglesia supranacional. El próximo paso ha de ser una asociación más vasta que comprenda a toda la raza. A consecuencia de la insuficiencia del asociacionismo, la explotación del débil por el fuerte resultaba ser un rasgo capital en las sociedades humanas, pero las formas sucesivas del asociacionismo muestran una mitigación gradual de la explotación. Del canibalismo se siguió la esclavitud, a la esclavitud siguió la servidumbre, y finalmente llegó la explotación industrial por el capitalista (…) La sociedad del futuro será socialista [con predominio de la propiedad estatal] (Capítulo 15)
Esto lo escribió Henri de Saint-Simon ya en aquellos tiempos.
Los antiguos, en cambio, no creían en el progreso. En general, los sabios paganos o bien creían que nos hallábamos en una continua decadencia tras la Edad de Oro del pasado habitado por los dioses, o bien creían que la humanidad repite ciclos que vuelven a dejarla en el punto de partida.
Se suele citar a Séneca como el primer filósofo que creyó en el progreso humano.
El día llegará cuando el tiempo y la diligencia humanos esclarecerán los problemas que ahora son oscuros. Dividimos los pocos años de nuestras vidas desigualmente entre el estudio y el vicio, y llevará el trabajo de muchas generaciones explicar cosas como los cometas. Un día nuestra posteridad se maravillará de nuestra ignorancia de las causas que serán tan evidentes para ellos (Introducción)
También los epicúreos (como Lucrecio en “De Rerum Natura”) se habían apercibido de que los humanos civilizados habían abandonado la barbarie del pasado, haciéndose diferentes de las bestias. Pero aunque se podía reconocer un avance con respecto al pasado y se ponían esperanzas en incrementar la sabiduría en el futuro, no se pensaba tanto en el desarrollo económico-tecnológico ni en el avance social. Con todo, el Imperio Romano, surgido de mil guerras, idealizaba la paz, tal vez una paz perpetua.
Con el cristianismo, todas las esperanzas pasan al mundo ultraterreno.
Para Agustín, así como para cualquier creyente medieval, el curso de la historia estaría completado satisfactoriamente si el mundo llegase a un fin en su propio periodo vital. No estaba interesado en la cuestión de si una gradual mejora de la sociedad o incremento de conocimiento marcaría el periodo de tiempo que podía aún quedar antes del Día del Juicio (Introducción)
Entonces, ¿cuándo surge la idea del progreso tal como hoy la concebimos? Tuvo que ser un poco antes de 1815, evidentemente. De hecho, fue un poco antes del siglo XVIII (el siglo de la Ilustración).
Los descubrimientos de los antiguos merecen gran alabanza, pero los modernos también han alumbrado fenómenos que ellos habían explicado de forma incompleta y han hecho descubrimientos de igual o superior importancia. Por ejemplo, la brújula (Capítulo 1)
Éste es el juicio de Jean Bodin, si bien no especula acerca de qué otros logros vendrán en el futuro.
Las tres invenciones que eran desconocidas para los antiguos – la imprenta, la pólvora y la brújula (Capítulo 2)
Es decir, en el Renacimiento se redescubren los avances de la Antigüedad… pero a partir del racionalismo propio del mero hecho de la observación, se constatan cambios posteriores que no pueden ser más que para mejor.
“La imprenta, la pólvora, la brújula”… Pero en el pasado también hubo invenciones: los carros de caballos, la escritura, la metalurgia… Los sabios de entonces no parecían darles mucha importancia social. Sócrates incluso desconfía de la escritura porque hace que el hombre ya no piense tanto por sí mismo, sino que dependa del conocimiento de otros.
Bury no reflexiona sobre esto. Parte del principio de que hay una comparación con el pasado redescubierto y, de esta comparación razonada, surge la idea de los avances que se producen y pueden seguir produciéndose.
La atmósfera general en Francia en el reinado de Luis XIV era propicia a la causa de los Modernos. Los hombres sentían que era una gran época, comparable a la de Augusto, y pocos habrían preferido vivir en otros tiempos. (Capítulo 4)
La ciencia y las artes dependen de la acumulación de conocimiento, y el conocimiento necesariamente se incrementa con el paso del tiempo [Perrault] (Capítulo 4)
¿Por qué se aprecia ahora la importancia de las invenciones prácticas?, ¿por qué hacia mediados del siglo XVII, con Descartes, Bacon, Newton y la “Royal Society” se pone a los científicos al nivel del prestigio social de los grandes artistas o filósofos?
La popularización de la ciencia, que era uno de los rasgos del siglo XIX, fue de hecho una condición del éxito de la idea de progreso (Capítulo 5)
Quizá existiera un valor moral de origen cristiano en ello. Al fin y al cabo, los cristianos creían que mediante el razonamiento podía alcanzarse un conocimiento místico y a la vez moral, y los monjes, Ora et labora, durante la Edad Media utilizaron su inteligencia para logros prácticos no relacionados con la guerra. Con el humanismo, el erasmismo y el protestantismo, la capacidad para alcanzar la perfección espiritual y moral mediante el razonamiento quedaba al alcance de todos… pues todos poseemos alma inmortal y la misma aspiración.
En todo caso, hacia el siglo XVIII la idea de progreso ya está consolidada.
En 1737 [el abad de Saint-Pierre] publicó una obra general para explicar su concepción: "Observaciones sobre el continuo progreso de la razón universal" (Capítulo 6)
El problema de la raza humana era alcanzar un estado de felicidad por sus propios poderes. Los pensadores [ilustrados del siglo XVIII] creían que era alcanzable por el triunfo gradual de la razón sobre el prejuicio y el conocimiento sobre la ignorancia (Capítulo 8)
Y lo que empieza como progreso meramente intelectual (y quizá económico) pasa al campo del progreso social.
¿Cuál era el valor de los logros de la ciencia y la mejora de las artes, si la vida misma no podía ser mejorada? ¿No era posible una radical reconstrucción en la fibra social, equiparable a la reconstrucción radical inaugurada por Descartes en los principios de la ciencia y los métodos de pensamiento? (Capítulo 6)
La teoría psicológica de Helvetius (…) [consistía en que] la naturaleza y carácter del hombre es moldeada por su entorno (…) Cambia las opiniones del hombre y actuará de forma diferente. Haced que las opiniones sean conformes a la justicia y la benevolencia, y tendrás una sociedad benevolente. La virtud es, como enseñaba Sócrates, una cuestión de conocimiento (…) Transforma las ideas de los hombres y la sociedad será transformada. El filósofo francés consideró que un sistema reformado de educación de los niños sería el medio más eficaz para promover el progreso y traer el reino de la razón; Condorcet [por su parte] creó un esquema de educación estatal (Capítulo 12)
Parece ser que el primer socialista habría sido un autor llamado Morelly.
Morelly (…) pensaba que, ayudados por la ciencia y el aprendizaje, el hombre podía alcanzar un estado basado en el comunismo que recordase al estado de naturaleza pero más perfecto (Capítulo 9)
Avance filosófico, avance económico, avance tecnológico y avance social. Todos coincidirán en el siglo XIX, la época del progreso. Se legalizan los sindicatos, se universaliza la educación y la sanidad, se expande el sufragio, se combate el racismo y en 1914 Henry Ford dobla el salario a sus obreros para convertirlos también en consumidores. Los socialistas escribirán sus panfletos y manifiestos, y todo el mundo se pondrá a leer: periódicos, folletones, novela psicológica…
¿Qué podía salir mal?
Lectura de “The Idea of Progress” en Project Gutenberg Ebook 2013; traducción de idea21
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