viernes, 15 de octubre de 2021

“Cómo comenzó la guerra”, 2004. Keith Otterbein

[Este libro] intenta resolver una disputa entre los que argumentan que la guerra existió en la historia más temprana de la humanidad y quienes dicen que solo apareció cuando se desarrollaron los Estados (p. xiii)

  El debate tiene mucho que ver con el “rousseanianismo” al que se adhirieron los marxistas: habría existido una armonía natural entre los hombres que la aparición de tenebrosas invenciones como el Estado, la propiedad privada y la religión acabó arruinando. En consecuencia, destruir tales instituciones a toda costa permitiría a la humanidad recuperar su armonía perdida.

  La teoría del antropólogo Keith Otterbein, por el contrario, parte de la agresividad innata de los seres humanos. Esta agresividad llevaría a luchas internas dentro del grupo social –en un principio, forzosamente pequeño- y a luchas externas entre grupos sociales, “guerras”.

  Somos agresivos porque todos los mamíferos superiores lo son. Lo son nuestros primos “grandes simios” y sin duda lo eran nuestros antepasados Homo habilis y Homo erectus.

  Una forma de ilustrar esto es el relato que algunos han hecho al contraponer la indiscutida vida violenta de los chimpancés comunes con la de los “chimpancés bonobos”, una variedad de la misma especie cuyo comportamiento es menos violento. Pero todo tiene su explicación.

Si los bonobos, que son machos que gustan de la compañía varonil, vivieran en un entorno donde la comida escaseara y hubiera otros competidores primates, así como predadores, las amplias redes de hembras recolectoras de comida no se desarrollarían y los bonobos machos se organizarían en grupos de hermandad [guerrera] (…) [Los grupos fraternales] son una respuesta a un entorno hostil, tanto como una forma eficiente de organizarse para la caza  (p. 43)

    Se organizarían de forma guerrera, obviamente, para apropiarse por la fuerza de unos recursos escasos. Y en su vida interna, los machos, aunque fuesen económicamente más o menos igualitarios, también disputarían entre ellos de todas formas.

La lucha y agresión masculinas, para la mayor parte de especies de mamíferos, se relaciona con la competición por las hembras  (p. 47)

  Para el autor, la aparición en la sociedad humana de los “grupos fraternales” –varones adultos que actúan en coalición- es un elemento esencial de la conducta guerrera.

[Hay] dos diferentes categorías o tipos de sociedad: las sociedades con grupos de intereses fraternales tienen mucho conflicto, violación, reyertas, guerra interna y ejecuciones dentro del clan, mientras que las otras sin grupos de intereses fraternales tienen poco conflicto, no hay violación, no hay disputas, ni guerra interna ni ejecuciones  (p. 42)

  La violencia humana, aunque innata, también es controlable. Estamos predispuestos a ser muy violentos, pero las condiciones del entorno pueden estimularnos a serlo más o menos y, lo más importante de todo, las condiciones culturales más elaboradas –la civilización- pueden llegar a ser decisivas en cuanto al grado de violencia.

  Según el autor, y partiendo de la violencia grupal propia de nuestra especie, la evolución de la guerra sería así:

El uso de las armas y la construcción de armas se hizo parte del sistema cultural [del hombre primitivo]. Desarrolladas primeramente para la defensa, este comportamiento aprendido pudo aplicarse a la caza y al conflicto intergrupal  (p. 47)

Probablemente la serie de sucesos más importante en los últimos cuarenta mil años fue el desarrollo de armas de gran alcance  (p. 67)

  Un cierto determinismo tecnológico -las armas- habría llevado  a un cambio más allá de la violencia propia de los grandes simios y homininos.

[Entre los primeros cazadores] las mismas armas usadas en la caza se usaban en la guerra  (p. 15)

A medida que las armas para la caza mejoraban, aumentaba la importancia de la caza de piezas mayores. Concomitante con este cambio se daba un incremento en la frecuencia de la guerra. Si bien esta visión, conocida como la hipótesis de la caza, ha estado bajo ataque desde 1960, creo que el ataque es en gran medida impulsado por la ideología  (p. 219)

  Dicho sea que la polémica continúa: se pretende que hay pueblos cazadores que son pacíficos, aunque no es esa la evidencia del autor.

Cuanto mayor la dependencia de una sociedad con respecto a la caza para su subsistencia, mayor la frecuencia con la cual esta sociedad va a la guerra; mientras mayor es la dependencia de una sociedad de la recolección de plantas para su subsistencia, menos la frecuencia con la cual esta sociedad irá a la guerra  (p. 87)

Es raro encontrar una tribu, jefatura o Estado que no se haya implicado en una guerra en su historia reciente. En un estudio intercultural sobre la guerra, solo encontré dos sociedades así en una muestra al azar de cincuenta (p. 81)

  En los únicos casos conocidos de pueblos relativamente pacíficos se trata no tanto de que elijan la paz por ser económicamente conveniente, sino por el aislamiento en el que viven.

Fueron expulsados de otras áreas y forzados a buscar refugio en parajes aislados, tales como islas, desiertos áridos o cimas de montaña. Protegidos por su aislamiento no encontraron necesario mantener organizaciones militares  (p. 82)

   El autor no aborda la objeción habitual de los “rousseaunianos”: que en una economía tan precaria como es la de la caza y recolección resulta ilógico desperdiciar recursos humanos en la guerra y que las relaciones pacíficas serían las más convenientes para todos. Pero los registros etnográficos no avalan esa tesis: los cazadores-recolectores que han sido estudiados, por muy precaria que sea su economía comparada con la nuestra, no por eso dejan de practicar la guerra.

  Por otra parte, hay un momento en que surgen las primeras sociedades sedentarias –en un principio, no necesariamente agrícolas- y que acaban dando lugar a grupos agrícolas establecidos, organizados –de forma inevitable- en jerarquías. Esto supone una transformación social rotunda, pero a la vez parece ser que vendría precedido de una época de condiciones de vida pacíficas: para que se desarrolle la domesticación de plantas y animales son precisas tales excepcionales circunstancias.

No se ha hallado evidencia de guerra en las primeras etapas del desarrollo de los primeros Estados (p. 97)

Para que surjan la agricultura y los asentamientos permanentes, no debe haber guerra (p. 13)

  Lo que sí hay es enfrentamiento de clases, división social entre una minoría de poseedores y una mayoría de oprimidos.

Una vez la coerción fue implementada por el despotismo, tuvo lugar la intensificación de la agricultura. Se incrementó la población. Es la creciente centralización de la entidad política la que es responsable del incremento de productividad –los dominadores forzaron a los campesinos a producir más de modo que pudieran suministrar a las élites. En este sentido, puede argumentarse que el Estado produjo la intensificación agrícola más que la intensificación agrícola produjo el Estado. Es durante las primeras etapas de desarrollo del Estado que las obras de irrigación se construyeron, las presas y los canales. Estos proyectos de obras públicas emprendidos por el Estado usaron mano de obra forzada. De nuevo, el Estado produjo la irrigación más que la irrigación produjo el Estado  (p. 175)

  Y una vez el Estado se organiza, comienzan las guerras, pero ahora con características diferentes a las guerras entre sociedades nómadas de cazadores (o incluso la guerra entre chimpancés).

Para el Estado originario el desarrollo político implica la expansión de la coerción de dentro de los grupos a entre grupos –de coerción interna a coerción externa (p. 174)

  Las peculiaridades de la guerra “civilizada” tienen que ver con el engrandecimiento del Estado.

La característica cardinal de los primeros Estados es la coerción (…). Se manifiesta en cuatro áreas. La primera son los impuestos, o la extracción de un superávit a partir de las clases más bajas. (…) Este superávit hizo posible un ejército profesional (…) La segunda área de coerción es la conscripción, esto es, requerir el servicio militar (…) La tercera, dentro de la misma estructura militar, una estructura de mando que requiere que los soldados obedezcan órdenes. Los líderes militares, incluyendo al soberano, pueden forzar a los soldados a luchar incluso cuando los superan en número; el castigo corporal y capital puede usarse para forzar la obediencia. La deserción es normalmente castigada con la muerte. La cuarta área, es que en las relaciones diplomáticas domina la coerción  (p. 180)

  En suma, esta teoría sobre la guerra considera, como punto de partida, que la violencia tanto interna como externa es propia de todo grupo humano –las bandas de cazadores-recolectores, esencialmente no muy diferentes a las bandas de grandes simios-. No existe, por lo tanto, “paraíso originario” al que regresar. Eso sí, el grado de violencia puede depender de las circunstancias económicas del entorno, como es el caso de los chimpancés y los bonobos, y como es el caso de la diferencia entre pueblos cazadores y recolectores.

Las sociedades que se dedican mucho a la caza se implican en guerras con más frecuencia que las que se dedican mucho a la recolección  (p. 63)

Los cazadores tienen armas que pueden usarse para la guerra, la misma caza implica buscar y matar una presa; si buscar una presa implica las actividades coordinadas de los cazadores, una organización cuasi militar ha surgido, y los cazadores, particularmente los cazadores de grandes manadas de animales, pueden extenderse por una vasta región y llegar a contactar con otros pueblos que también se extienden por el territorio y no desean compartirlo  (p. 85)

    Y una vez surgieron las culturas sedentarias, ya no habría vuelta atrás por un motivo bien prosaico: mayor abundancia de alimentos implica mayor abundancia de brazos tanto para trabajar como para luchar, de modo que los pequeños grupos de cazadores-recolectores nómadas nunca más podrían imponerse (otra cosa fueron las grandes hordas de ganaderos nómadas que surgirían en épocas más recientes).

  Las guerras entre culturas sedentarias tomarían otro cariz y darían lugar a una escalada en las guerras entre Estados.

Las primeras guerras aparecieron entre los primeros pueblos cazadores, que a veces tenían encuentros letales con otros pueblos cazadores, y más tarde entre pueblos agrícolas pacíficos cuyas sociedades primero alcanzaron la condición de Estados y procedieron entonces a embarcarse en conquistas militares (p. 3)

  Al dividirse la sociedad en clases la casta guerrera se transforma en aristocracia. La violencia interna coexiste con la violencia externa (el estado de coerción bajo constante amenaza para sostener la desigualdad es llamado a veces "violencia sistémica").

Una vez la clase alta se establece, puede seleccionar  miembros de la clase baja para que sean ejecutados de vez en cuando. Los ejecutados pueden ser delincuentes (un crimen probable sería ir contra la propiedad de la clase alta) o podrían ser inocentes seleccionados para el sacrificio humano. La siguiente etapa era ejecutar a los prisioneros de guerra  (p. 196)

  ¿Por qué tanta atrocidad? Por el instinto de supremacía de los individuos, por la disputa constante entre grupos de parentesco (nepotismo), por la necesidad de una autoridad establecida que permita el éxito militar del Estado.  

  No existen, de momento, civilizaciones pacíficas, pero las hay más o menos guerreras y, con el tiempo, el Estado buscará apoyos promoviendo la paz. Imperios como el egipcio y el chino sentaron precedentes de lo que luego sería la “Pax Romana”. El ideal de la paz no tardó mucho en aparecer.

Lectura de “How War Began” en Texas A&M University Press 2004; traducción de idea21    

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