domingo, 5 de abril de 2020

“Técnica y civilización”, 1934. Lewis Mumford

   En plena Era Industrial, los estudiosos contaban ya con suficiente material histórico para investigar acerca de lo que había sucedido. Cambios nunca imaginados: riqueza, energía, mejora de la vida material y nuevos problemas sociales. Algo tan prosaico como el uso de las máquinas estaba cambiando la apariencia del mundo. Probablemente estaba cambiando también a los seres humanos. ¿Qué origen tenía todo esto y adónde podría llevarnos?

Durante los últimos mil años la base material y las formas culturales de la civilización occidental han sido profundamente modificadas por el desarrollo de la máquina. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Dónde ocurrió? ¿Cuáles fueron los principales motivos que alentaron esta transformación radical del medio ambiente y la rutina de la vida; cuales fueron los fines emprendidos; cuáles fueron los medios y los métodos; qué valores inesperados surgieron en el proceso? Estas son algunas de las preguntas que el presente estudio trata de contestar. (p. 21)

  Lewis Mumford era un erudito singular -filósofo, sociólogo, urbanista...- cuyas conclusiones son características de su época. Mumford no aborda directamente la cuestión crucial de por qué Roma, la gran civilización políticamente estable, no descubrió el poder económico de las máquinas, pero ahonda en cuestiones fundamentales que se suelen señalar a ese respecto.

A partir del siglo VI el feudalismo militar en Europa occidental había compartido el poder con los pacíficos monasterios, que constituían un pilar importante del sistema social: desde el siglo XII los señores feudales habían sido refrenados y mantenidos en su lugar por las ciudades libres.  (p. 116)

  Es decir, durante la Edad Media surgen dos concepciones sociales completamente nuevas: los monasterios y las ciudades libres, que coexisten con el feudalismo (caudillaje militar y territorial hereditario). Esto es una singular condición que coincide con el desarrollo de las máquinas previo a la Revolución Industrial. Mumford subraya la invención más fundamental de todas en esta época: el reloj, que condicionaba toda la actividad humana a una abstracción mecánica más allá del curso del sol y las estaciones.

El reloj no es simplemente un medio para mantener las huellas de las horas, sino también para la sincronización de las acciones de los hombres. (p. 30)

  Hubo muchas más invenciones procedentes del clero medieval, como los anteojos, la escritura musical, los libros (en lugar de los incómodos rollos) o los vidrios y espejos modernos.

  ¿Fueron los monasterios medievales el principal factor del cambio? En tal caso, pudo tener que ver con un profundo cambio psicológico previo, porque el monasticismo creaba una realidad social alternativa al mundo convencional: en lugar de una familia de consanguíneos, se vivía en una comunidad electiva de individuos regidos por una organización racional y preestablecida a partir de textos escritos.

Dentro de los muros del monasterio estaba lo sagrado: bajo la regla de la orden quedaban fuera la sorpresa y la duda, el capricho y la irregularidad. Opuesta a las fluctuaciones erráticas y a los latidos de la vida mundana se hallaba la férrea disciplina de la regla. (p. 30)

Como la máquina, el monasterio era incapaz de propia perpetuación excepto por renovación desde fuera. (p. 50)

Al odiar el cuerpo, las mentes ortodoxas de aquellas edades estaban preparadas para violentarlo. En lugar de resentirse contra las máquinas que podían simular esta o aquella acción del cuerpo, podían darles la bienvenida  (p. 51)

El triunfo específico de la imaginación técnica residió en el ingenio para disociar el poder elevador del brazo y crear la grúa, para disociar el trabajo de la acción de los hombres y los animales y crear el molino hidráulico, para disociar la luz de la combustión de la madera y crear la lámpara eléctrica. (p. 48)

  En cuanto a las ciudades comerciales (capitalismo)…

Desde el punto de vista de la técnica, esta estructura tiene sus orígenes en las ciudades del norte de Italia, particularmente Florencia y Venecia, en el siglo XIV (…) Fue el comercio —ayudado por la guerra— el que desarrolló las empresas en gran escala y la capacidad administrativa y el método que hizo posible crear el sistema industrial como un todo uniendo sus diferentes partes  (p. 39)

El desarrollo del capitalismo trajo los nuevos hábitos de abstracción y cálculo a las vidas de los hombres de las ciudades. (p. 39)

  Las ciudades comerciales era donde hombres pacíficos de baja cuna –no guerreros, no nobles- competían por la mayor calidad de vida y un mayor estatus social. Haciendo dinero se conseguían ambas cosas.

Es extremadamente dudoso que las máquinas se hubieran inventado tan rápidamente y hubieran penetrado con tanta fuerza sin el incentivo adicional de beneficio  (p. 42)

  Mumford señala otro interesantísimo factor: la magia

Nadie puede señalar cuándo la magia se convirtió en ciencia, cuándo el empirismo se hizo experimentación, cuándo la alquimia se convirtió en química y la astrología en astronomía (p. 54)

La fuente de autoridad para los magos dejó de ser Aristóteles y los Padres de la Iglesia. Confiaron en lo que sus manos podían hacer y sus ojos podían ver, con ayuda del mortero, del almirez y del horno. (…) En resumen, la magia dirigió la mente de los hombres hacia el mundo externo: sugirió la necesidad de manipularlo. Ayudó a crear los instrumentos para conseguirlo, y afinó la observación en cuanto a sus resultados.  (p. 55)

  Este desarrollo de los monasterios, el capitalismo comercial y la magia tiene probablemente un origen común: la condescendencia de los poderosos. Con indudables dificultades, comerciantes, monasterios, artesanos y alquimistas podían desarrollar sus actividades en la Europa Occidental de una forma que ni en los imperios romano y chino fue posible. ¿Quizá porque el cristianismo era más benévolo?  En otras épocas, al hombre emprendedor de la clase baja el adquirir bienes –dinero- para mejorar su estatus le hubiera supuesto un riesgo mucho mayor: eso lo exponía a convertirse en víctima del saqueo por parte de la casta guerrera superior –aristocracia-. Sin embargo, eso fue cambiando a medida que la diferencia de clases se hizo menos notable.

Con la debilitación de las fronteras de clase y el desarrollo del individualismo burgués el ritual del gasto llamativo se extendió rápidamente por el resto de la sociedad: justificó las abstracciones de los acumuladores de dinero y amplió los usos del progreso técnico de los inventores  (p. 122)

   Habría, por tanto, dos posibles causas. Por una parte, una cierta complicidad –o tolerancia- del poder político y, por la otra, cambios psicológicos por parte de los actores –inventores, empresarios, teóricos-.

La disciplina había aparecido una vez más en el monasterio, en el ejército y en la oficina antes de que se manifestara en la fábrica. Detrás de todos los grandes inventos materiales del último siglo y medio no había sólo un largo desarrollo de la técnica; había también un cambio de mentalidad. Antes de que pudieran afirmarse en gran escala los nuevos procedimientos industriales era necesaria una nueva orientación de los deseos, las costumbres, las ideas y las metas.  (p. 22)

   Los cambios culturales conllevaron creaciones más notables incluso que las máquinas, pero cuya raíz era la misma.

Las principales invenciones mecánicas del reloj y de la prensa de imprenta fueron acompañadas por invenciones sociales que fueron casi igualmente importantes: la Universidad, empezando con Bolonia en 1100 (…) una organización cooperativa de conocimiento sobre una base internacional. (p. 154)

Debe añadirse una institución más, el laboratorio. Aquí se creó un nuevo tipo de ambiente, combinando los recursos de la celda, el estudio, la biblioteca y el taller. (p. 155)

  El resultado, fue el desarrollo de la máquina. Es decir, el esfuerzo humano organizado.

La diferencia entre las herramientas y las máquinas reside principalmente en el grado de automatismo que han alcanzado (p. 27)

  La Paz Romana, y también el Imperio Chino, fueron situaciones de estabilidad política y social que hubieran podido permitir el desarrollo técnico, motivado, simplemente, por el deseo de todo trabajador y todo propietario de obtener un mayor rendimiento del esfuerzo humano. Este deseo por supuesto que existía, pero en aquel periodo no fue posible hacer grandes progresos. Por ejemplo:

La introducción de la herradura de hierro, probablemente en el siglo IX, [era] un artificio que aumentó el radio de acción del caballo, adaptándole a otras regiones que los prados, y acrecentó su efectivo poder de tracción dando a sus cascos mayor capacidad de adhesión. (…) [También] hacia el siglo X la moderna forma de arnés, con la que la tracción se hace desde el hombro en vez de hacerla con el pescuezo, fue nuevamente inventada en Europa occidental —había existido en China desde el año 200 antes de nuestra era- (p. 131)

  Resulta increíble que nadie en Roma se interesara por sacar más rendimiento del esfuerzo de los valorados caballos, entre otras cosas porque eran importantísimos en la guerra. Desde luego que todo el mundo se apresuró a utilizar los carros de guerra hace tres mil años, y algunos siglos después, las armas de hierro desplazaron a las de bronce. Pero no se mejoró la capacidad del caballo. Tampoco se descubrieron las armas de fuego. Tampoco se descubrió la agricultura por rotación de cultivos.

  Todos esos descubrimientos (muchos de ellos, importados de China o la India), y otros más igualmente valiosos, aparecieron durante la “oscura” Edad Media.

   Mumford habla de tres fases de la tecnología:

[Existen] tres fases sucesivas pero que se superponen y se interpenetran: eotécnica, paleotécnica y neotécnica  (…) Llamaré al primer período la fase eotécnica: la edad auroral de la técnica moderna.(…) Considérense los varios tipos de plumas de escribir. La pluma de ave, tallada por el usuario, es un producto eotécnico típico: indica la base artesana de la industria y la estrecha relación con la agricultura. Económicamente es barata; técnicamente es basta, pero fácilmente adaptada al estilo de quien la usa. La pluma de acero simboliza igualmente la fase paleotécnica: barata y uniforme, si no duradera, es un producto típico de la mina, de la fábrica de acero y de la producción en masa. Técnicamente, en un perfeccionamiento respecto de la pluma de ave; pero para disponer de la misma adaptabilidad deben fabricarse media docena de tipos y puntas estándar diferentes. Y finalmente la pluma estilográfica —aunque inventada ya en el siglo XVII— es un producto neotécnico típico. Con su tubo de caucho o de resina sintética, con su pluma de oro, su acción automática apunta hacia la más pura economía neotécnica: y en su uso de la punta duradera de iridio la estilográfica alarga de manera característica el servicio de la punta y disminuye la necesidad de sustitución (p. 128)

  En el momento en que el autor escribe su libro, los cambios se reconocen como asombrosos, pues aún son relativamente recientes. El progreso para el bien común es evidente, aunque también lo son los perjuicios sociales de esta nueva realidad que se ha generado a sí misma dentro del sistema industrial capitalista.

  Aquí los beneficios:

El beneficio principal que el uso racional de la máquina promete no es ciertamente la eliminación del trabajo: lo que promete es algo bastante diferente, la eliminación del trabajo servil o esclavitud: estos tipos de trabajo que deforman el cuerpo, que entumecen la mente y matan el espíritu. La explotación de las máquinas es la alternativa a aquella explotación de los hombres degradados que se practicó durante la antigüedad (p. 438)

   Y aquí los perjuicios:

El primer requisito pues para el sistema de la fábrica era la castración de la pericia. El segundo, la disciplina de la miseria. El tercero, el cierre a toda ocupación alternativa mediante el monopolio de la tierra y la deseducación. (…) Reducido a la función de una rueda, el nuevo trabajador no podía funcionar sin estar unido a la máquina  (p. 192)

Fijar como meta para un esfuerzo económico universal, o al menos poner como cebo, el imbécil nivel de gastos adoptado por los ricos y los poderosos es simplemente hacer bailar una zanahoria de madera ante el hocico del burro; no puede alcanzar la zanahoria, y si pudiera, ésta no podría alimentarle (p. 419)

    El equilibrio debe llegar gracias a la correcta comprensión del valor de la ciencia y la tecnología

Nuestra capacidad para ir más allá de la máquina depende de nuestro poder para asimilarla. Hasta que no hayamos aprendido las lecciones de objetividad, impersonalidad y neutralidad, las lecciones de nuestro reino mecánico, no podemos ir más allá en nuestro desarrollo hacia lo más ricamente orgánico, lo más profundamente humano. (p. 384)

La vida creadora en todas sus manifestaciones, es necesariamente un producto social. (…) Tratar dicha actividad como un goce egoísta o como una propiedad es simplemente imprimirle un sello de trivialidad, pues el hecho es que la actividad creadora constituye el único negocio importante de la humanidad, la justificación principal y el fruto más duradero de su esencia en el planeta. (p. 434)

  Y Mumford ve una solución: el comunismo

En una economía científica, la cantidad de cereales, frutas, leche, textiles, metales y materias primas, así como el número de casas necesarias anualmente para la sustitución y para el incremento demográfico, puede calcularse aproximadamente con anticipo a la producción. (p. 428)

Los fundamentos de este sistema de distribución (…) ya existen. Las escuelas, las bibliotecas, los hospitales, las universidades, los museos, los baños, ciertas residencias, los gimnasios, están sostenidos en cualquier centro de importancia a expensas de la comunidad en conjunto. La policía y los servicios contra incendios, de forma análoga, se proporcionan sobre la base de las necesidades, en vez de sobre la capacidad para pagar (p. 428)

Unos ingenieros han calculado cuidadosamente que todo el volumen de trabajo de la comunidad existente podría realizarse con menos de veinte horas de trabajo por semana para cada trabajador. Con una racionalización completa en toda la línea, y con la eliminación de duplicaciones y de parasitismos, probablemente bastarían menos de veinte horas para producir una cantidad mucho mayor de bienes que actualmente. (p. 428)

    En la década de 1930, el experimento comunista de la Unión Soviética está en auge: Stalin ha llegado a acuerdos con Ford y otros emporios capitalistas para instalar en suelo ruso enormes factorías de industria pesada.

La nueva economía de necesidades, sustituyendo a la economía de adquisición capitalista, colocará a las corporaciones limitadas y a las comunidades de la vieja economía en una base socializada más amplia y más inteligente, pero en el fondo echará mano y canalizará impulsos análogos. A pesar de sus altibajos y sus contradicciones internas, esta es quizá hasta la fecha la principal promesa mantenida por la Rusia Soviética. (p.436)

   ¿Sabía Mumford que, mientras él escribía su libro, cientos de miles de campesinos de la Unión Soviética se estaban muriendo de hambre? Había información sobre ello en Occidente -¿”altibajos”?- igual que en la antigua Roma había información acerca de la máquina de vapor y otros ingenios mecánicos que se usaban como juguetes u otras tareas no relacionadas con mejorar la economía. Quizá Lewis Mumford eligió no creer en las informaciones espantosas que llegaban desde la URSS de forma parecida a cómo los antiguos romanos “eligieron” no inventar las locomotoras, la rotación de cultivos o las herraduras de los caballos…

Lectura de “Técnica y civilización” en Alianza Editorial, 1992; traducción de Constantino Aznar de Acevedo

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