lunes, 25 de octubre de 2021

“Resurrección tecnológica”, 2017. Jonathan A. Jones

  “Resurreción tecnológica”, de Jonathan Jones no es un buen libro. Se trata tan solo de una lectura ligera en la que se fantasea sobre diversas temáticas de ciencia-ficción, pero tiene la originalidad de ser de las primeras obras en abordar una posibilidad de la tecnología que, sorprendentemente, hasta el momento apenas recibe atención.

La posibilidad de la resurrección temporal es solo una idea. No sugiero que dediquemos nuestra vida a ella. Pero es una posibilidad que ahora mismo podría afectar a nuestra sociedad en una forma positiva.  (p. 110)

“Resurrección temporal” (…) Es la única forma de alcanzar una “resurrección” real (…) Y tiene mucha implicación para la sociedad actual (…) La más importante de las cuales es que si morimos mañana, podríamos realmente experimentarlo nosotros mismos  (p. 89)

   La idea es muy simple: gracias a una supertecnología futura, una humanidad altruista podría resucitar a los fallecidos –a todos… a nosotros también- mediante el rastreo de su constitución corporal en el momento del fallecimiento y procediendo después a la sintetización de sus cuerpos en el futuro (esto se basa en una concepción científica muy clásica: el determinismo). Si solo somos materia, una gran masa de macromoléculas, toda la entidad humana puede ser descrita, clasificada y después reconstituida y manipulada siempre y cuando –mediante la nueva física- se encuentren los medios técnicos para ello.

  La invención del concepto de la resurrección tecnológica se debe a un personaje histórico muy peculiar: Nikolai Fedorov.

[Nikolai Fedorov] se convenció de que era el deber del hombre no solo alcanzar la resurrección tecnológica, sino usarla para toda persona que alguna vez haya vivido (…) Fedorov sabía por supuesto que la única forma en que esto alguna vez fuese posible era si la humanidad se centraba en la ciencia (…) Nikolai comenzó a ver esto –la resurrección tecnológica de cada persona que alguna vez haya existido- como la gran “tarea común” de la humanidad (…) Pero, tristemente, Fedorov nunca realmente consiguió inspirar movimiento social alguno  (p. 21)

  Un paisano y contemporáneo de Fedorov, el novelista León Tolstoy, también fracasó al no lograr que su ideología “anarquista cristiana” de reforma moral suprema se convirtiera en un movimiento ideológico duradero, pues la incipiente herejía sucumbió por completo tras su muerte. Contemporáneos y personajes muy diferentes en cuanto a su notoriedad pública –entonces y hoy- ambos son representativos de las peculiaridades de la sensibilidad rusa para la trascendencia: ambos encontraron soluciones aparentemente definitivas para la humanidad que fueron desdeñadas y que aún hoy lo siguen siendo. 

   El anarquismo cristiano de Tolstoy suponía la alternativa al socialismo: en lugar de un Estado legislador que establezca la justicia social a fuerza de duros castigos bajo la guía de los “científicos sociales”, Tolstoy ofreció un mecanismo de reforma del comportamiento en el sentido de la benevolencia cristiana –progreso moral- que haría innecesaria toda forma de gobierno coercitivo. Fedorov, por su parte, ofreció una solución racional al problema de la muerte física… y ello en una época en que todavía se desconocían tendencias científicas que, como la relatividad, la mecánica cuántica o la teoría de cuerdas, cuestionan los mismos principios de la física cotidiana -newtoniana-. La nueva física, que niega las apariencias sensibles –el tiempo como dimensión, por ejemplo- e incluso principios que Kant consideraba fundamentos inmutables de la racionalidad –como la ley de causa y efecto- nos pone al borde de una “realidad mágica” donde toda posibilidad tecnológica ha de ser mantenida en observación.

  Además, hoy ha surgido un elemento nuevo como expectativa de futuro, una inevitable necesidad de la tecnología: la inteligencia artificial.

“La singularidad” es un punto en el tiempo cuando los científicos creen que el progreso tecnológico resultará en una superinteligencia artificial. Y estas cosas serán tan avanzadas que transformarán nuestro mundo entero casi de la noche a la mañana  (p. 9)

  Refiriéndonos particularmente al caso de la resurrección tecnológica…

La idea es que la superinteligencia artificial reúna bastante información acerca de la persona muerta para imprimir un cuerpo que sea un duplicado de esa persona en el momento de morir  (p. 39)

    El autor fantasea con que muchos supuestos fenómenos paranormales –incluidas las llamadas “experiencias próximas a la muerte”- podrían tener que ver con interactuaciones de la humanidad futura –caracterizada por estar inserta en la superinteligencia artificial- a través de determinados cursos de los viajes en el tiempo. El autor considera también, por cierto, que, aparte de la sintetización de los cuerpos de los fallecidos, haría falta otro procedimiento añadido referente a la “copia” de la consciencia perdida, puesto que, en contra de lo que opinan los neurocientíficos, considera que la masa de tejido cortical del cerebro no sería la causa directa de nuestra autoconciencia…

  Se pueden añadir todas las fantasías que se quiera, pero lo esencial es que la especulación acerca de la superinteligencia artificial –expectativa mucho más difundida hoy que la resurrección tecnológica futura- puede sernos ya muy útil. Homo sapiens, al construir sus herramientas de trabajo pudo expandir su voluntad de actuar en el medio sobrepasando las limitaciones del propio cuerpo, y fue la tecnología la que nos dio la capacidad de adueñarnos del planeta mucho más allá de las posibilidades de cualquier otra especie de seres vivos. Expandir nuestros brazos y piernas, nuestra vista y nuestro oído se volvió inevitable a partir de cierto momento -¿hace cuarenta mil años?-, pero lo que viene ahora, de forma inevitable, es expandir nuestras propias mentes. La inteligencia artificial y la conexión directa entre inteligencia biológica e inteligencia tecnológica están recién comenzando ahora y sus posibles consecuencias son ya objeto de cuidadoso examen, más allá de la mera literatura de ciencia-ficción.

   En cambio, la expectativa de la resurrección tecnológica está hoy apenas comenzando a surgir. El autor menciona algunas otras intervenciones extravagantes –ignora otras como el caso del eminente científico Frank Tipler- pero es cuestión de tiempo que las fantasías se transformen en expectativas reales –como sucedió con el viaje a la luna de Jules Verne-. 

Sabemos cómo será el futuro. Sabemos que lo habitará la superinteligencia artificial. Y sabemos que la tecnología será capaz de hacer cosas que antes considerábamos mágicas o milagrosas  (p. 62)

Esta nueva posibilidad podría tener un impacto positivo en el mundo de ahora si la gente lo considera. ¿Por qué? Porque podría dar a la gente la razón que necesitaban para realmente cuidar acerca del futuro de nuestro planeta  (p. 2)

  El mensaje de protección del medio ambiente es muy de nuestra época, pero las posibilidades van más allá de eso.

  Es cierto que no tenemos certeza alguna de que esta tecnología sea alcanzada alguna vez. Pero, aun siendo posible, ¿existirá una humanidad futura que considere la resurrección de los miles de millones de fallecidos en el pasado la tarea común de la humanidad, tal como especulaba Fedorov? Nuestra mejor opción a este respecto sería poner ya los fundamentos de una civilización radicalmente altruista que, igual que hoy nos compadecemos de los infortunios que padecen personas en países lejanos, en el día de mañana se compadecerá de la pérdida en el olvido de los miles de millones de sus aún más lejanos antepasados.

  Hay otro elemento a considerar. Supongamos que esta expectativa comienza a ser aceptada por la opinión pública, ¿qué consecuencias podría tener en cuanto a las actitudes existenciales ante la vida?, ¿aumentarían los suicidios?, ¿qué efectos podría tener sobre las tradicionales creencias –digamos mágicas- acerca de la resurrección en las religiones conocidas? Recordemos que el concepto de resurrección no es universal, que fue creado por la civilización egipcia –hace unos tres mil años- y más tarde recuperado por Pitágoras y Platón, de donde pasó al judaísmo más helenizado –cristianismo-. Pero muchas otras civilizaciones no elaboraron tradiciones religiosas de ese tipo.

  Las religiones compasivas no pudieron menos que ofrecer una solución al problema de la muerte. En una época de magia y prodigios crearon una mitología sobre recompensas y castigos en el Más Allá. Sustentada por siglos y siglos de tradición, hoy en día esta expectativa optimista aún cuenta con cientos de millones de creyentes.

  Recordemos la “apuesta de Pascal”: las congregaciones religiosas disponen de una gran ventaja para ganar apoyos porque, frente a la mera extinción del ser humano que nos presenta el racionalismo –newtoniano…-, ellas ofrecen una mínima posibilidad de supervivencia. Podrá parecer muy vaga tal posibilidad… pero al no contar con una alternativa, siempre valdrá la pena apostar por ella. 

  La expectativa de la resurrección tecnológica podría cambiar esto. Fedorov puede ganar la apuesta de Pascal… Hoy por hoy, la opinión pública debería inclinarse más por las alternativas de la ciencia-ficción que por las de la magia ancestral…

Lectura de “Technological Resurrection” en Jonathan A Jones 2017; traducción de idea21

2 comentarios:

  1. Esto me recordó a la película basada en un lobro de Asimov... INTELIGENCIA ARTIFICIAL

    ResponderEliminar
  2. No recuerdo que la película "Inteligencia artificial" tomara el tema de la resurrección futura de los fallecidos.
    La novela que sí aborda este tema fue "A vuestros cuerpos dispersos" de Philip José Farmer, que ganó el premio Hugo de mejor novela de ciencia-ficción en 1972 https://es.wikipedia.org/wiki/A_vuestros_cuerpos_dispersos y que tampoco se menciona en el libro "Resurrección tecnológica".

    Se trata, de todas formas, de una novela más bien de aventuras, y no aborda las cuestiones "existenciales" que la situación hubiera podido implicar.

    ResponderEliminar