jueves, 25 de enero de 2024

“El cortesano”, 1528. Baltasar Casteglione

    Este curioso libro, obra del diplomático y humanista Baltasar Castiglione, fue un auténtico best-seller en el siglo XVI. En cierto modo una respuesta a la cínica visión de Maquiavelo en “El príncipe” sobre el poder político, enfatiza la caballerosidad del “cortesano” en el sentido del hombre que asesora y sostiene el gobierno de los buenos príncipes. En lugar del poder omnímodo y caprichoso, tenemos el recto juicio del hombre formado en las humanidades de su tiempo. Podemos leerlo en el castellano antiguo de su primer traductor, Juan Boscán.

Vos me mandáis que yo escriba cuál sea (a mi parecer) la forma de cortesanía más convenible a un gentil cortesano que ande en una corte para que pueda y sepa perfetamente servir a un príncipe (p. 13)

   Partimos de la base que el buen gobierno solo puede proceder de una autoridad central y segura, y no de las trifulcas partidistas propias de una república.

Veis que los ciervos, las grullas y muchas otras aves, cuando pasan de una tierra a otra, siempre tienen un gobernador a quien siguen y obedecen; y las abejas, casi como si usasen de discurso de razón, tienen tanto acatamiento a su rey, que no le tienen mayor los m á s sujetos pueblos del mundo; y así todo esto es muy gran argumento para hacernos conocer que el s e ñ o r í o del p r í n c i p e tiene más conformidad con la natura que el de la r e p ú b l i c a . (p. 256)

El regimiento popular cuando es ocupado confusamente por todo el pueblo, el cual, mezclando y confundiendo los grados y las partes ordenadas y asentadas en cada oficio y estado, pone totalmente el gobierno en manos de la m u l t i t u d confusa  (p. 257)

  Pero para que el príncipe gobierne, aparte de las buenas cualidades que se han de esperar en quien es de noble cuna, debe estar rodeado de buenos consejeros, de hombres ejemplares provistos de las más altas virtudes, que son compatibles con las del buen guerrero y el inclinado a las humanidades

Nuestro Cortesano (…) fuese en las letras más que medianamente instruido, a lo menos en las de humanidad, y que tuviese noticia, no sólo de la lengua latina, mas áun de la griega, por las muchas y diversas cosas que en ella maravillosamente están escritas. No deje los poetas ni los oradores, ni cese de leer historias; exercítese en escribir en metro y en prosa (p. 93)

  Aquí el modelo será siempre el de la Antigüedad clásica (que es también compatible con la Cristiandad, por supuesto).

J ú p i t e r , d o l i é n d o s e del miserable estado de los hombres, los cuales, no pudiendo estar juntos por faltalles la v i r t u d que compone y concierta el trato humano, andaban por los montes como salvajes, y eran a cada paso despedazados por las fieras, envió con Mercurio la Justicia y la Vergüenza al mundo, a fin que estas dos cosas ennobleciesen las ciudades, y atasen en concordia y pacífico ayuntamiento a los moradores dellas, y quiso que a todos fuesen dadas estas dos virtudes como las otras artes, (p. 244)

 Por otra parte, la aristocracia se justifica racionalmente

El de noble sangre, si se desvía del camino de sus antepasados, amancilla el nombre de los suyos, y, no solamente no gana, mas pierde lo ya ganado; porque la nobleza del linaje es casi una clara lámpara que alumbra- y hace que se vean las buenas y las malas obras; y enciende y pone espuelas para la virtud, así con el miedo de la infamia como con la esperanza de la gloria. Mas la baja sangre, no echando de sí ningún resplandor, hace que los hombres bajos carezcan del deseo de la honra y del temor de la deshonra, y que no piensen que son obligados a pasar más adelante de donde pasaron sus antecesores. (p. 35)

  Las cualidades del cortesano tienen que estar al servicio de su sociedad. Una sociedad guerrera (la Italia del siglo XVI en la que este libro fue escrito) exige cualidades guerreras, pero estas –como sucede también en el ideal shakesperiano- no van asociadas a la ferocidad implacable, sino a la caballerosidad humanista.

Aquellos que han llegado al término de no desear otra cosa sino ser buenos, fácilmente alcanzan la ciencia necesaria para serlo (p. 89)

Demás de la bondad, el substancial y principal aderezo del alma pienso yo que sean las letras, (p. 90)

  Con el tiempo, la humanidad ha llegado a dudar de la caballerosidad propia del militar, pero la necesidad de la época estimuló este mito. Recordemos que los guerreros de la “Iliada” no eran especialmente caballerosos, pero que ese ideal va formándose lentamente a lo largo de la Antigüedad –Alejandro Magno, por ejemplo- hasta entroncar con el ideal del caballero cristiano.

  Ahora bien, las cualidades del cortesano no surgen de forma espontánea ni tan simple como las del buen cazador, duelista o guerrero. Las que son cualidades humanistas tienen que ser cultivadas y aquí tenemos un paso importante que antes no se había dado.

Si el bien y el mal fuesen perfetamente conocidos, todos escogeríamos siempre el bien, y huiríamos el mal. (p. 87)

Las virtudes se pueden aprender, (p. 246)

La costumbre hace que muchas veces una misma cosa agora nos parezca bien y agora mal (p. 14)

En las virtudes es necesario tener maestro, el cual con su dotrina de buenos consejos, despierte y levante en nosotros aquellas virtudes modales, de las cuales tenemos la simiente enterrada en nuestras almas, y las granjee como buen labrador, y les abra el camino por donde nazcan, quitándoles las espinas y las malas yerbas de los deseos, los cuales muchas veces tanto ocupan y ahogan nuestros corazones, que ni les dejan echar flor ni producir aquellos singulares frutos que debiéramos desear que naciesen solos en nosotros. (p. 246)

No niego yo (…) que aun en los hombres bajos no puedan reinar las mismas virtudes que reinan en los de alta sangre (p. 40)

E l inclinar y traer su p r í n c i p e al bien y apartalle del mal sea el verdadero fruto desta cortesanía  (p. 236)

De los cuidados que ha de tener el p r í n c i p e , el más importante es el de la justicia, por la c o n s e r v a c i ó n de la cual se deben dar los cargos a los hombres sabios y abonados; y la prudencia destos ha de ser verdadera prudencia, mezclada con bondad, porque de otra manera no sería prudencia, sino astucia; (p. 271)

    El triunfo de la virtud se encuentra, pues en el aprendizaje. No en la iluminación ni como reflejo de otras cualidades apreciadas –la guerra- sino en la enseñanza, la paciencia erudita y el esclarecimiento de las humanidades. Aún más, en la línea platónica hay una alabanza de la belleza como fuente de la virtud moral.

No puede ser círculo sin centro, así tampoco puede ser hermosura sin bondad; y con esto acaece pocas veces que una r u i n alma esté en un hermoso cuerpo (p. 308)

  Y, de hecho, no hay misoginia sino alabanza explícita a las condiciones femeniles en tanto portadoras de bondad y equiparables en talento a los hombres (si bien han de cumplir una misión diferente a la del hombre en la vida social).

Lectura de “El cortesano” en Editorial Saturnino Calleja 1920; traducción de Juan Boscán

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