viernes, 25 de octubre de 2024

“Evolución, comportamiento humano y moralidad”, 2017. Lagerspetz et al Editores

  Este libro es un compendio de ensayos que buscan conectar los primeros hallazgos de la antropología con el posicionamiento moderno de la psicología evolutiva. Se centra sobre todo en la figura de Edvard Westermarck, maestro de Malinowski y contemporáneo de Durkheim, Tylor y Levy-Bruhl

Westermarck (…) desarrolló la visión de que la moralidad en general estaba basada en la emoción, esencialmente derivada del instinto (Capítulo 2)

Los psicólogos evolutivos generalmente piensan que la moralidad se hace posible solo por el crecimiento de la inteligencia. La inteligencia se ve como la fuente de libertad y es así la condición de posibilidad de la moralidad (Capítulo 15)

   Esta visión se oponía a la que considera que el comportamiento moral es arbitrariamente fijado por la cultura del momento. Es decir, el planteamiento de la “tabula rasa”.

La visión tradicional de las ciencias sociales sobre la moralidad [la considera una] convención sobre deber y obligación que deriva de la costumbre social (Capítulo 8)

   El concepto de “tabula rasa” no se refiere solo a la imposición efectiva de unos convencionalismos sociales; implica, en el célebre caso de Freud y la prohibición del incesto, considerar que unos impulsos innatos antisociales –la disputa por las hembras- dan lugar a unos condicionamientos sociales inamovibles derivados de la imposición necesaria del tabú del complejo de Edipo.

Funcionalistas y freudianos se inclinaban por una visión de la sociedad como una fuerza independiente –para los freudianos, una fuerza represiva- que ejerce control sobre las mentes de los individuos, mientras los evolucionistas tendían a pensar de las normas sociales como más o menos directas expresiones de la psicología individual (Capítulo 2)

  Y si se habla de Westermarck, hay que hablar del famoso “efecto Westermarck”, la contestación, casi sin duda acertada, al extraño y en su momento escandaloso “complejo de Edipo” freudiano, en el cual el doctor vienés fundamentaba el origen mismo de la civilización humana.

Para Freud (…) la lujuria originaria por el sexo entre miembros de la familia es tan fuerte que la sociedad tuvo que construir tabús para mantener la integridad de la institución familiar (Capítulo 8)

   Westermarck, por el contrario, daba por sentado que existe un instinto natural que se opone al incesto. Y ahí aparece la oposición entre lo instintivo y lo cultural. Oposición que no es necesariamente tan estricta: una prohibición puede ser instintiva –el incesto, según Westermarck- y al  mismo tiempo tener un apoyo cultural –la prohibición legal del incesto-.

Hoy el ámbito de comportamientos a los que se da una explicación evolutiva se ha expandido (y probablemente mucho más allá de lo justificable), pero la explicación de por qué evitamos el incesto de Westermarck fue uno de los primeros intentos (Capítulo 6)

  No cabe duda de que en su momento, Westermarck se vio favorecido por la repugnancia generalizada de la teoría de Freud acerca de una lujuria originaria imparable. Por su parte, la idea del instinto natural contra el incesto era lógico que  su vez despertara objeciones fáciles de comprender.

Frazer argumentó que no habría necesidad de una prohibición del incesto firme y universal si hubiese una aversión instintiva y natural a cometer actos incestuosos (Capítulo 3)

  La contestación a su vez se hacía inevitable.

Westermarck [sostiene que] (…) un tabú social es improbable que extinga un deseo existente. Como es el caso de las normas proscribiendo e incluso prohibiendo la homosexualidad (Capítulo 7)

   Es decir, el incesto tendría que seguir siendo algo frecuente que tendría lugar, cuando menos, en la clandestinidad. Y no parece que eso suceda muy a menudo, como sí es el caso de la homosexualidad en aquellas sociedades donde está severamente prohibida. Otra forma de explicarlo es el caso de la prohibición del canibalismo ¿se prohíbe porque existe una tendencia natural al canibalismo que solo un tabú social podría contener?  

  Con todo, Westermarck reconocía ser incapaz de detectar el mecanismo de la repugnancia al incesto.

Las propias teorías de Westermarck no eran sin tacha. No identificaba claramente la base instintiva de la aversión innata contra el incesto (Capítulo 3)

  Sea cual sea el mecanismo, parece en general probado que esta aversión existe y que las objeciones en contra no tienen mucho peso.

  La idea de que estamos programados en nuestros deseos sexuales incluso al punto de contar con mecanismos innatos de evitación del incesto va unida a una concepción de la moralidad que ciertamente parece relacionada con los modelos evolutivos más modernos.

Westermarck (…) era un relativista moral que intentó mostrar cómo y por qué los seres humanos en general se comportaban como si los hechos morales objetivos sí existieran (Capítulo 16)

  La idea de una racionalidad ilógica con pretensiones lógicas podemos relacionarla con la tarea de Wason. Y tendría sentido en el ámbito de la moral: lo que son tendencias sociales innatas de origen evolutivo suelen hacerse pasar por leyes lógicas.

L a consecuencia que Westermarck extrae de su idea de que todos los conceptos morales están al cabo basados en emociones, es que no puede haber objetividad moral ya que no puede obtenerse objetividad de una emoción (Capítulo 12)

  Los planteamientos de apariencia evolutiva en Westermarck aparecen también en su visión de la religión.

[Westermarck] creía que la religión estaba basada en sentimientos instintivos de recogimiento y maravilla. Su ambición general era crear una visión de la naturaleza humana que fuera subyacente a todas las culturas, desde las salvajes a las civilizadas. (Capítulo 2)

Westermarck (…) argumentaba que la idea de lo sagrado se basa en emociones de sobrecogimiento y respeto, un sentido de lo misterioso (…) La distinción entre religión y magia se basaría meramente en la actitud del practicante (Capítulo 4)

La prohibición y el tabú marcan los límites entre lo profano y lo sagrado (Capítulo 4)

  Tratándose del debate acerca de la naturaleza humana, es inevitable que la consideración evolutiva tenga interpretaciones ideológicas. Aquí se nos refleja la visión evolutiva conservadora: 

Desde el punto de vista de James Q Wilson, Westermarck habría argumentado muy convincentemente la universalidad y naturalidad de los apegos emocionales no racionales entre los miembros de la familia y en consecuencia sus estudios podían ser usados para contrarrestar la influyente y extraña visión de que el “amor a los niños” es una invención moderna (Capítulo 16)

  A esto también se le llama “darwinismo conservador”. La importancia de la familia, la religión y la propiedad privada en las relaciones humanas podría concluirse del estudio comparativo de las culturas humanas a nivel universal.

La teoría de Westermark era, según Fukuyama, una de las mejores ilustraciones de cómo los instintos naturales pueden modelar las normas sociales en una forma directa. De hecho, el tabú del incesto mostraría que las normas evolucionan irracionalmente y espontáneamente; en otras palabras, sin organizaciones jerárquicas como el estado. (Capítulo 16)

  Y es cierto que las ideologías sociales conocidas convencionalmente como progresistas –socialistas- parecen más relacionadas con la idea de una sociedad controlada por convencionalismos sociales de los que pueden librarnos los cambios políticos, capaces de hacer “tabula rasa” de las instituciones opresivas como la propiedad privada, las clases sociales y la familia patriarcal.

  Pero la teoría evolutiva es mucho más optimista que quedar a la arbitrariedad de los cambios históricos. La idea de que la moralidad tiene su origen en emociones innatas –la simpatía de Hume y Adam Smith- supone un aseguramiento de nuestras mejores expectativas sociales. Y esto tampoco deja de ser compatible con la existencia de la agresividad. Sabemos que en el ser humano coexisten tendencias prosociales y antisociales, y que todas tienen por origen la forma de vida humana “en estado de naturaleza” (prehistoria); lo que hace la civilización es reprimir unas tendencias y estimular otras mediante mecanismos culturales. 

Darwin (…)[con respecto a] los instintos sociales, enumera cuatro rasgos característicos: 1) placer que los animales sociales tienen en la compañía común; 2) su tendencia a sentir simpatía, esto es, la capacidad de compartir y ser afectado por los sentimientos de otros; 3) su disposición altruista a llevar a cabo varios servicios para los individuos del mismo grupo y, especialmente en los seres humanos, 4) el fuerte deseo de ganar la aprobación de los otros y evitar su desaprobación (Capítulo 10)

   El poder de la cultura es enorme, pero los postulados culturales no son arbitrarios. No podemos inventarnos una cultura, por ejemplo, que haga de la práctica del incesto o de la homosexualidad presupuestos de la vida cotidiana. Sin embargo, tuvimos una civilización caníbal en México y durante algún tiempo las clases altas de Egipto practicaron sistemáticamente el incesto. Tales excepciones debieron de requerir una fuerte manipulación cultural (como también fue el caso de los niños soviéticos que denunciaban a sus padres por ser herejes políticos) que sirve también para darnos la medida de la capacidad del cambio civilizatorio… siempre dentro de la consideración correcta de nuestros instintos sociales específicos e innatos.

Lectura de “Evolution, Human Behaviour and Morality” en Routledge 2017; traducción idea21

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