martes, 25 de julio de 2017

“La sociedad explicada”, 2014. Nathan Rousseau

  El sociólogo Nathan Rousseau nos da una introducción actualizada a los conceptos básicos de la que es la más característica de las ciencias sociales, la que ya desde mediados del siglo XIX se llama precisamente “sociología” (invención de Auguste Comte); la visión del individuo en función de sus relaciones sociales.

Weber acuñó el término “acción social” para explicar cómo la gente ajusta sus comportamientos los unos a los otros. Por ejemplo, por la mañana, cuando usted se prepara para comenzar el día, es muy probable que tome en consideración lo que implica su horario y lo que usted va a ver (…) Orientamos nuestro comportamiento individual de forma diferente a fin de cubrir nuestras expectativas sociales

  Podemos tener muchas concepciones diferentes acerca del ser humano y su destino, y toda concepción incluirá las relaciones entre individuos, parte esencial de la personalidad humana, pero, dentro de las relaciones entre individuos, lo que la sociología contempla sobre todo es una serie de mecanismos específicos que señalan la interdependencia entre el individuo y el grupo en el que se inserta.

El asunto que ocupa la sociología [es la] interdependencia, o más específicamente, las relaciones entre individuos e instituciones

  ¿Qué son las instituciones?

El comportamiento social organizado que se repite una y otra vez en su momento da lugar a las instituciones sociales, que representan los pilares de la sociedad. Las instituciones crean la estructura social mediante la cual los individuos viven sus vidas (…) Una vez establecido como una institución social, un patrón social de actuar, sentir y pensar llega a percibirse como socialmente obligatorio. La gente tiende a experimentar las instituciones como inalterables fuerzas de influencia, si bien intangibles.

Las instituciones sociales incluyen economía, sistema político, educación, religión y [la organización] militar
  
Las instituciones sociales son perpetuadas por su organización en sociedad o más específicamente, por los roles que los individuos juegan dentro de esta organización

La presencia o ausencia de instituciones particulares, tanto como el dominio de una institución sobre otra, afecta la estructura o forma tanto como la cultura o personalidad de una sociedad

Las interacciones sociales repetidas a lo largo del tiempo crean redes de intercambio que contribuyen al ascenso y mantenimiento (tanto como al declive) de las instituciones. Cómo los individuos interpretan sus roles mientras interactúan en las redes determina el estado de una institución. Las diversas redes que dan vida a las instituciones forman la sociedad

  Está claro que vivimos dentro de las instituciones y que cumplimos roles en función de éstas. ¿Es esto algo deseable o un mal inevitable? Un inconveniente del enfoque sociológico es que semejantes preguntas no nos las vamos a encontrar en un libro como el de Nathan Rousseau

En este libro, abro el debate acerca de la sociedad a fin de educar a los lectores acerca de la utilidad de la sociología

  La sociología estudia la situación actual y, a diferencia de la filosofía o la ética (o incluso la antropología), no se plantea el sentido de los cambios ni lo que podemos hacer para mejorar la vida humana. Limitémonos entonces a observar que el cazador-recolector originario, el hombre en estado de naturaleza, no contaba con instituciones (fuera, quizá, de la familia), solo con costumbres, con cultura.

La cultura constituye un cuerpo de definiciones, premisas, principios, postulados, presunciones, proposiciones y percepciones sobre la naturaleza del universo y el lugar del hombre y la mujer en él. Donde las normas dicen al actor cómo interpretar la escena, la cultura dice al actor cómo se organiza la escena y qué quiere decir todo

  En la cultura de las civilizaciones más complejas, donde aparecen las instituciones, la vida humana crea roles cada vez más sofisticados y estructuras casi inaprensibles de poder y coacción.

La burocracia es el medio de transformar la acción social en acción racionalmente organizada

  Y ese es nuestro punto de partida: una sociedad compleja, con organizaciones de poder político burocratizadas, donde los individuos no solo tienen que cumplir roles institucionales por el bien común, sino que además

los sentimientos que son internalizados via socialización son típicamente transformados por las personas en metas individuales. Las expectativas que nos forman durante la infancia se convierten en los valores y metas que buscamos vivir en la adultez

  Así que no solo vivimos en las instituciones, sino que éstas nos forman como personas. Eso igual no nos parece muy bueno. Siempre ha existido la sospecha de que el individuo puede liberarse de esta tutela, que el individuo puede racionalizar su propia naturaleza y sus propias necesidades íntimas. Para que este deseo quedase alguna vez satisfecho no solo habría que enfrentarse al obstáculo de las instituciones, también habría que contar –para bien o para mal- con otros mecanismos cognitivos, como la ideología o la religión.

Una ideología se puede decir que es un conjunto de ideas interrelacionadas que pretenden tanto explicar cómo funciona el mundo social y político, como prescribir cómo este mundo debe ser operado (…) Una ideología incluye tres elementos: un conjunto sistemático más o menos complejo de principios normativos con respecto a valores sociales y políticos; principios descriptivos y analíticos que buscan elaborar estos valores políticos y proporcionar una guía para explicar y evaluar los sucesos políticos; y prescripciones que describen unas condiciones políticas, económicas y sociales deseables. El propósito de una ideología puede ser proporcionar una guía para la acción, para persuadir a otros, para dar legitimación a un conjunto de estructuras sociales, para engendrar aceptación pasiva de un conjunto de acuerdos socio-políticos o una mezcla de estos fines

La gente valora la religión porque se refiere a preocupaciones clave y porque instruye a la gente acerca de cómo vivir. La religión capacita a la gente a sentir que sus vidas tienen dirección y propósito (incluso si son incapaces de expresarse o verlo con claridad), y esto crea un sentido de seguridad y poder (particularmente durante tiempos difíciles o confusos)

  Ideología y religión (a diferencia de la ideología, la religión supuestamente no habría de tener contenido político), más la socialización institucional (internalización de roles), se amontonan en nuestras mentes para permitirnos habitar nuestra cultura del momento

Durante la socialización secundaria un niño puede ser expuesto a diferentes visiones de los roles de género, patriotismo y Dios. (…) La socialización primaria y secundaria instigan en cada generación las historias que preservan las familias, culturas y civilizaciones (…)  Tales historias o narrativas constituyen el esquema conceptual de la sociedad (…) La argumentación es el proceso de usar líneas de historias para sacar sentido de los sucesos que ocurren en nuestras vidas (…) La argumentación proporciona una trayectoria, enlazando el pasado, presente y futuro en una narrativa consistente

  La primera socialización es la de los bebés, cuando comienzan a interactuar con otros semejantes creando las primeras relaciones mutuas, pero es la socialización secundaria la que propiamente nos inserta como actores personalmente comprometidos en una sociedad dada con su cultura e instituciones en particular, ya caracterizada con sus costumbres, ideologías y religiones.

  Naturalmente, nos interesa el cambio social para mejorar y, como ya hemos visto, el libro del profesor Rousseau no contiene mucho acerca del cambio social, en buena parte porque la sociología suele estudiar las relaciones sociales tal como se dan en un momento dado, pero sí se nos proporcionan algunas claves

  Para empezar, lo que es una subcultura

Una subcultura puede ser descrita como un grupo o núcleo de personas que comparten una identidad común debida a experiencias reconocidas como únicas para ese grupo.

  Las subculturas (una minoría étnica, un gremio profesional, una clase social, el hampa, un monasterio…) son esenciales para el cambio social: una experiencia única en un grupo da lugar a nuevas pautas que gradualmente podrían expandirse a la cultura mayoritaria.

  Por otra parte, la “ignorancia pluralista” es un concepto importante a la hora de señalar las resistencias al cambio social

Incluso cuando la gente ya ha repudiado previamente una norma pública que antes sostenían, pueden continuar actuando en público como siempre lo han hecho. La ignorancia pluralista sirve como un freno al cambio social (…)Los individuos pueden suponer que son únicos [en su visión de las cosas] y que solo ellos lo perciben así

  Un ejemplo de “ignorancia pluralista” es el creciente escepticismo en materia religiosa. Aunque a finales del siglo XVIII había en Francia un gran escepticismo sobre las verdades de la religión cristiana, miles y miles de personas disimulaban esta actitud por no entrar en conflicto con quienes suponían que eran una mayoría de creyentes sinceros.  Precavidos o hipócritas, estos escépticos “discretos” repudiaban a los ilustrados más audaces… hasta que se produce la revolución, que más que cambiar el pensamiento de las personas, les permite a muchos darse cuenta de que no estaban solos en su actitud escéptica y rupturista.

  Se nos señala asimismo cómo pueden introducirse valores de un ámbito a otro. Por ejemplo, en el caso del trabajo…

Los valores del trabajo se expanden espontáneamente en la familia más que los valores de la familia pasando al trabajo

  Pero también puede tratarse de los valores de la religión o de la ciencia. Y esto enlaza con las religiones, el transmisor más poderoso de ideologías y estilo de vida…

La gente usa los esquemas religiosos como filtros cognitivos para interpretar e internalizar información discordante de una forma tolerable (…) La gente se rodea de amigos y grupos de parecer semejantes a fin de crear un sistema de filtrado mutuo

   Aunque la sociología se dedique a examinar la realidad de la interactuación ciudadana actual, sobre todo a través de las instituciones, el examen de los mecanismos sociales también nos proporciona claves para un cambio futuro. La alteración de las ideologías, sobre todo las de más impacto, que son las religiosas, pueden dar lugar a cambios de fondo en la actitud individual a la hora de asumir los roles sociales, cambios transmisibles que pueden incluso dar lugar a subculturas efectivas que luego se enfrentarían a las inevitables resistencias de la sociedad convencional. Las sociedades cambian, pero no cambian tanto las estructuras de cambio social. Y si contemplamos, por ejemplo, la “religión”, como concepto de transmisión de valores, puede resultar que su función estructural dentro de la sociedad aún resultaría útil en el futuro, con independencia de que hayan caducado ya las tradiciones acerca del mundo de lo sobrenatural.

sábado, 15 de julio de 2017

“La mente compasiva”, 2009. Paul Gilbert

   El psicólogo Paul Gilbert propugna un estilo de vida basado en la compasión.  Normalmente entendemos la compasión como “piedad” (emoción de dolor empático ante el sufrimiento ajeno), pero el concepto que maneja Gilbert es más amplio y ambicioso.

La compasión puede definirse de muchas formas, pero su esencia es una amabilidad básica con una profunda consciencia del sufrimiento de uno mismo y del resto de los seres vivos, unida al deseo y el esfuerzo de aliviarlo
 
Nuestra capacidad para la compasión evolucionó de la capacidad para el altruismo y el comportamiento de cuidado por otros [entre parientes]. La compasión puede ser definida como comportamiento que busca cuidar, atender, enseñar, guiar, tutelar, apaciguar, proteger, ofrecer sentimientos de aceptación y pertenencia – a fin de beneficiar a otra persona [cualquiera]

  Lo que permitiría otras denominaciones, como benevolencia, amor o incluso "caridad" en el sentido paulino.

El desafío aquí es reconocer la importancia de la bondad y la afección, y situarlas en el centro de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con el mundo

La compasión procede del reconocimiento de que la vida es una tragedia, un reconocimiento que forma la base de mucho del adiestramiento de una mente compasiva

Desarrollar una mente compasiva es una forma de intentar crear ciertos patrones en nuestros cerebros que organicen nuestros motivos, emociones y pensamientos de forma que sean conducentes a nuestro propio bienestar y al bienestar ajeno.

  Por lo tanto, una vida compasiva equivale a una vida razonablemente bondadosa, también para nosotros mismos, una concepción general de la vida en comunidad. Un ideal que existe en Occidente desde antes del cristianismo, y aún anteriormente en Oriente (budismo). Algunos antropólogos e historiadores han sostenido que este tipo de filosofías evolucionaron por conveniencia de los gobernantes, que deseaban súbditos dóciles, pero Gilbert argumenta que la vida compasiva ya de por sí aumenta la calidad de vida de todos.

La evidencia es ahora abrumadora: sentir amor y compasión para nosotros mismos y los demás es profundamente reparador y terapéutico, y nos ayuda a afrontar los muchos desafíos que nos encontramos en la vida.

Centrarse en la amabilidad, tanto a nosotros mismos como a los demás, estimula áreas del cerebro y el cuerpo de forma tal que son conducentes a la salud y al bienestar

Cuando nos lanzamos a desarrollar la compasión, adoptamos la idea básica de que, si aprendemos a concentrar nuestra atención, pensamientos y comportamientos en torno a la compasión, nos imaginamos a nosotros mismos como compasivos y pensamos sobre ser compasivos con otros, estimularemos ciertos sistemas particulares en nuestro cerebro (…) Resulta que si haces trabajar a estos sistemas compasivos dentro de tu cerebro crearás sentimientos de paz, calma y conexión, por no mencionar la introspección en la naturaleza del yo y en el propio papel en el flujo de la vida.


Podemos estimular patrones en nuestro cerebro que sean auto-satisfactorios, de apoyo, aliento y consuelo, de modo que en cualquier cosa que hagamos para ayudarnos a nosotros mismos (digamos, cambiar la forma en que pensamos sobre nosotros mismos, o encarar y afrontar las cosas a las que nos enfrentamos) practiquemos creando en nuestras mentes una experiencia (patrón cerebral) de calidez, amabilidad y apoyo como nuestra posición de arranque primaria

  Bien podría ser. Además, si desarrollamos una cultura universal de la bondad y la compasión sería difícil que, dados sus inevitables beneficios prácticos, los efectos psicológicos pudieran ser eludidos por una clase dominadora cínica: sería demasiado evidente el provecho general de tal pauta de comportamiento.  

  Planteadas así las ventajas de un estilo de vida compasivo, quedaría trabajar para llevarlo a la realidad.

No vamos a ir muy lejos en el camino de la compasión a menos que prestemos atención a nuestros estilos de pensamiento y razonamiento
 
   La compasión parece concretarse en rasgos concretos del comportamiento cotidiano, lo que sería propiamente el “estilo de pensamiento”, o de conducta.

Crea una expresión facial amable (pero no la conviertas en una sonrisa enfermiza porque entonces no la sentirás como genuina) (…) La calidez es una cualidad difícil de definir con exactitud, pero implica ser no amenazante a la vez que se muestra una orientación de ayuda y cuidado. De forma habitual, las experiencias de calidez son notables por la comunicación no verbal y el trato interpersonal.
 
De la misma forma que un buen actor estudia el individuo al que va a interpretar e intenta recrear el rol dentro de él, tú vas a hacer lo mismo- vas a convertirte en la persona perfecta, ideal, compasiva.

Aprendiendo compasión, aprendemos cómo activar un estado particular de los patrones de la mente y el cerebro asociados con el cuidado y la crianza que tienen cualidades apaciguadoras. Podemos aprender ciertos ejercicios que estimularán este sistema, una especie de fisioterapia de la mente.


  Los elementos antisociales y los elementos prosociales que coexisten en una sociedad compleja desarrollan diferentes estilos de comportamiento individual (calidez, rasgos faciales, prosodia, gestualidad…). Nadie duda de que tales minucias conductuales están relacionadas con los comportamientos sociales a gran escala.  Y la comparación con las técnicas de actuación es oportuna -un buen actor estudia el individuo al que va a interpretar e intenta recrear el rol dentro de él- porque nos hace más evidente cómo los cambios en el comportamiento nos afectan. Por supuesto, un buen mentiroso y un buen actor pueden coincidir en medios y fines… pero ¿es de verdad posible “engañar a todo el mundo todo el tiempo”?

Dado que tú te sientes mucho mejor si la gente es amable y positiva contigo, de forma que te sientes seguro y sabes que te ayudarán si los necesitas, y dado que tu también sabes que otra gente tiene exactamente la misma necesidad que tú, entonces tiene sentido que la compasión y la amabilidad deberían ser el centro de nuestra relación y conexión con el mundo. De esta forma, podemos coordinar las mentes y los estados mentales de los unos y de los otros. Para ponerlo de otra forma: las experiencias en la consciencia son co-construidas por nuestras relaciones con los demás.
  
    En apariencia, nada podría impedirnos crear una forma de vida enteramente basada en este tipo de interacciones compasivas.  Hoy en día los comportamientos benevolentes y afables coexisten con otros que no lo son en un reparto de roles bastante caótico. Una entidad comunitaria (de tipo monástico) que determinase totalmente el estilo de vida en el sentido compasivo podría alcanzar, mediante prueba y error, resultados notables que no dejarían de tener impacto en el resto de la sociedad, de forma parecida a como parece que sucedió con el monasticismo europeo en los siglos anteriores al Renacimiento y la Reforma (y, por tanto, a la Ilustración). Al menos, podría intentarse, y de su éxito o su fracaso se podrían aprender unas cuantas lecciones.

   Pero, curiosamente, Paul Gilbert no aborda esta posibilidad,  prefiriendo centrarse en cómo utilizar este tipo de iniciativas en la vida convencional.  Y en ese sentido no va más lejos que Dale Carnegie.

Aprender a usar frases afectivas y que den juego (…) voz y expresiones faciales cálidos, poner atención a los deseos y necesidades de quienes te rodean (…) estas son maneras de construir amistad y otras cualidades positivas que necesita que se practiquen y usen regularmente. En muchas formas, regresamos al libro de Dale Carnegie de 1937 Cómo ganar amigos e influir sobre las personas (…) Carnegie estaba absolutamente en lo cierto: cultivar relaciones de cuidado mutuo es un elemento clave de sentirse feliz y es beneficioso para nuestro bienestar

  Y sin embargo, admite graves limitaciones para el pensamiento compasivo dentro de la sociedad convencional. Esto se ve con claridad en el plano de las relaciones personales, donde el juicio compasivo no encaja con las directrices competitivas e incluso agresivas que recibimos en la sociedad convencional.

[Han de desecharse] todas esas tontas ideas que dicen que puedes hacer o ser lo que quieras simplemente si lo deseas lo bastante. ¿Con qué frecuencia padres y maestros han dicho esto a los niños, dejándoles el sentimiento de que debe haber algo malo en ellos si no pueden conseguirlo? (…) Es el reconocimiento de estas variaciones entre nosotros [en talento innato] lo que supone un paso clave hacia la compasión, para nosotros mismos y para los demás. No vivimos en un mundo de igualdad, nuestros genes y nuestras experiencia de la vida nos tratarán de forma desigual
 
Intenta no permanecer en entornos que te son tóxicos; eso no es compasivo. Puedes elegir abandonar una situación- consigue un traslado o encuentra otro empleo-. Si esta solución te funciona, entonces todo bien. No lo veas como algo cobarde al huir, sino como algo sensato

Todos los estudios psicológicos acerca de incrementar el éxito actualmente dicen que, si quieres ayudar a niños y adultos a tener éxito y confianza, entonces debes centrarte en sus esfuerzos y no en los resultados. Sin embargo, el capitalismo no tiene interés en el esfuerzo, solo en los resultados


  Negar el voluntarismo de que se pueden alcanzar todos los logros, aceptar la huida y el valor de los esfuerzos fracasados son planteamientos no convencionales coherentes con un estilo de vida compasivo. Son un ejemplo de los efectos sociales divergentes que un cambio de paradigma podrían tener en una comunidad humana que desarrollase principios de vida alternativos. Y tampoco en el plano de las relaciones sociales a gran escala el mundo convencional parece compatible con una visión coherente de la vida compasiva
 
Cambiar a un foco de compasión no es fácil porque quiere decir que ya no podemos justificar disparidades y desventajas
  
  La desigualdad social y los problemas políticos son solo parte del problema, y aquí es un poco de lamentar que Gilbert (y otros) presenten una “terapia compasiva” simplemente como una oferta más dentro del amplio espectro de posibilidades de la ayuda psicológica en las sociedades más desarrolladas. Si se reconoce la implicación del “estilo de vida” en el modelo de sociedad y se señala la importancia extrema del trabajo individual (y grupal) en el cambio de comportamiento, la conclusión debería ser que la “vida compasiva” puede suponer un cambio de paradigma radical en nuestras relaciones sociales… un auténtico cambio social no-político, así como tampoco dependiente de los cambios tecnológicos o económicos. Un tipo de cambio que en el pasado tenía más que ver con las revoluciones religiosas… y para el cual aún no se ha creado una alternativa secular.

  Si de lo que se trata meramente es de sentirse bien, habrá entonces muchas otras opciones satisfactorias y la experiencia nos dice que casi cualquier estilo de vida puede juzgarse subjetivamente como satisfactorio. Pero ¿es correcto que quien promueve, desde la prestigiosa experiencia de la psicología, la compasión como forma de vida se confiese como conformista en aspectos cruciales de la vida social… cuando al mismo tiempo reconoce la incompatibilidad con la compasión de nuestra forma de vida convencional?
   
Podemos cambiar nuestros cerebros. Incluso si utilizas solo unos pocos minutos, digamos, en el baño o antes de salir de la cama o durante el desayuno o tu pausa de la comida – para sonreír compasivamente, centrarte en tu respiración en intentar “concentrarte” y generar sentimientos compasivos en ti mismo (...) . Haciendo poco pero con frecuencia puede funcionar

  No se trata tanto de la efectividad de estas sencillas técnicas, ni tampoco de cuestionar el bien que puedan hacer (por poco que sea), de lo que se trata es de la trivialización de lo que supone la cuestión capital del desarrollo civilizatorio: el control de la agresividad y el fomento de la cooperación mutua. 

  En el principio, los recursos psicológicos del Homo sapiens eran escasos, su enorme cerebro, con su memoria capaz de viajar al pasado y al futuro, de imaginar cosas que no existen o crear símbolos y abstracciones, se ponía al servicio de la vida del género “Homo” de siempre: hacer frente a las amenazas dentro de la competición por unos recursos económicos escasos

El cerebro da más prioridad a ocuparse de las amenazas que de las cosas placenteras

Los evolucionistas nos cuentan que la amabilidad y la consideración mutua son recursos caros y por eso nos los reservamos mayormente (con alguna excepción) para nuestros parientes, amantes y amigos


  Pero la cultura comenzó a evolucionar acumulando conocimientos acerca de cómo manipular nuestras propias emociones, cómo construir una moralidad y cómo interpretar un “estilo de vida”. La religión, en un principio una especie de subproducto de la vida gregaria dentro de las bandas de cazadores-recolectores, dio lugar a portentosas formas de autocontrol del comportamiento humano.

  Y ahora que tenemos la ciencia, ¿todo se va a quedar en recomendarnos trucos para sentirnos bien solo unos pocos minutos, digamos, en el baño o antes de salir de la cama o durante el desayuno? Esta moderación no parece consecuente con la importancia que tiene el desarrollar nuestra capacidad para controlar el comportamiento antisocial.

  Y aparecen los prejuicios…

La compasión no es acerca de alguna forma “blanda” de bondad –si bien es sobre bondad. No es tampoco sobre comportamiento sumiso, debilidad o simplemente poner la otra mejilla. Es acerca de abordar importantes dilemas sociales y personales y dificultades enfocar desde un foco mental en particular

Por supuesto, necesitamos castigos, disuasión y prisiones –la compasión no es ingenua acerca de esto


  Encontramos entonces que se pretende combatir la “blandura”… ¿en nombre de las antiguas tradiciones viriles de la lucha por la vida?, ¿qué sentido tiene empeñarnos en defender esto cuando tenemos abierta la posibilidad de crear una sociedad completamente compasiva? 

  Y por supuesto que NO necesitamos castigos y prisiones por siempre, ¿por qué la pena de muerte y la tortura no, y los castigos y prisiones sí? El señor Gilbert no nos da argumento racional alguno al respecto (lo que demuestra que estamos en el ámbito del prejuicio). En realidad, él es el ingenuo, en la medida en que infravalora la capacidad para el cambio cultural que se ha dado en el pasado y que forzosamente también habrá de darse en el futuro.

  Si afrontamos esta cuestión racionalmente y sin prejuicios, resulta que las implicaciones psicológicas de la “vida compasiva” son de tal magnitud que podrían fundamentar por sí solas un cambio cultural. Bastaría con que, en un principio, se desarrollase una subcultura socialmente eficiente a partir de criterios exclusivamente compasivos como para que el significado y la simbología del cambio social tomaran una nueva forma, porque el abandono de las viejas tradiciones ha sido siempre el requisito previo del cambio social.     
 
De la misma forma que podemos imaginarnos comidas ideales o compañeros sexuales ideales que pueden estimular nuestros cuerpos en forma específica, así podemos crear imágenes internas que pueden estimular el sistema apaciguador.

    Podemos no solo imaginar una sociedad coherente basada en la vida compasiva (que para algunos podría ser tan difícil de imaginar hoy como una sociedad igualitaria y democrática del tipo de la actual era difícil de imaginar para los contemporáneos de Voltaire y Rousseau), sino que incluso podemos crear tales ideales en forma de subculturas, de forma estructuralmente parecida a cómo las subculturas del monasticismo sirvieron para impulsar los cambios morales y de “estilo de vida” en el pasado.

  La psicología y las ciencias sociales nos proporcionan hoy una perspectiva correcta del fenómeno humano. Lo que falta tan solo es el valor moral para impulsar iniciativas inequívocas de cambio de paradigma, más allá de lo convencional.

miércoles, 5 de julio de 2017

“La responsabilidad y los sentimientos morales”, 1996. R Jay Wallace

Éste es un libro sobre la responsabilidad moral. Básicamente, pretende proporcionar una visión coherente de la clase de agencia en virtud de la cual la gente es moralmente responsable por las cosas que hace (…) Ser un agente moral responsable, creo, no es realmente un asunto de tener libre voluntad [para elegir el bien o el mal]. Más bien implica primariamente una forma de competencia normativa: la capacidad de asir y aplicar razones morales y de gobernar el propio comportamiento a la luz de tales razones

  Pero ser un agente moralmente responsable, tal como nos explica en su libro el filósofo R Jay Wallace, no es algo que se articule de una forma estrictamente racional, esa “competencia normativa” solo puede hacerse evidente a partir de una reactividad emocional.

Postulo una próxima conexión entre hacer a alguien responsable y una clase central de sentimientos morales, los de resentimiento, indignación y culpa. Hacer a alguien responsable, argumento, es esencialmente estar sujeto a emociones de esa clase al tratar con la persona.

Las emociones reactivas de resentimiento, indignación y culpa se distinguen por su conexión con las expectativas (construidas como prohibiciones o requerimientos) de modo que mantener a alguien ante tal expectativa es ser susceptible a las emociones reactivas en el caso de que se quiebre esta expectativa, o creer que las emociones reactivas serían apropiadas en ese caso. Hacer a una persona moralmente responsable (…) es mantener esa persona a la altura de las expectativas morales que uno acepta

    Esto es importante, porque solemos considerar la moralidad desde el punto vista del juicio, incluso del juicio institucionalizado de los tribunales. Vemos la moralidad  –como la justicia- a modo de un silogismo acerca de lo que es correcto o incorrecto de acuerdo con los intereses de la comunidad. Pero es que nada de esto pudiera darse si no tuviéramos reacciones emotivas. Y lo emocional, supuestamente, es opuesto a lo racional.

Propongo que el reproche implica una susceptibilidad a las emociones reactivas, y que las respuestas de sanción moral sirven para expresar estas emociones. Debido a la conexión de las emociones reactivas con las expectativas, esta concepción parte del mirar hacia atrás propio del reproche y la sanción moral, que son esencialmente reacciones a un error moral. La conexión con las expectativas también sirve para situar la responsabilidad moral en relación con la noción de la obligación moral, y nos ayuda a ver que la actitud de hacer a la gente responsable implica un compromiso para las justificaciones morales, lo que apoya las obligaciones que esperamos que la gente cumpla

  El peligro es caer en el relativismo y en el exceso. Si solo merece el reproche lo que nos indigna emocionalmente, a lo mejor es justo el rechazo a la homosexualidad, a la usura o a la blasfemia si en un medio social dado tales comportamientos despiertan una reacción moral aversiva.  Sin embargo, esa no es la idea de moralidad que tenemos hoy: recordemos que la moralidad tiene que ver con la capacidad de asir y aplicar razones morales y de gobernar el propio comportamiento a la luz de tales razones

La agencia moral requiere (…) la capacidad de retroceder con respecto a los propios deseos y afirmar los fines que nos inclinamos a perseguir a la luz de los principios morales

  Por lo tanto, se impone una reactividad emocional que a la vez sea acorde con la racionalidad de los principios morales.

  Por otro lado, se impone el contraste entre el determinismo y el “compatibilismo”: estos dos puntos de vista opuestos se refieren a si la acción antisocial puede o no ser evitada por el sujeto, porque  si obramos siempre por presión de las circunstancias y no podemos elegir, ¿qué sentido tiene entonces el reproche?

Desde que se da por sentado que la responsabilidad requiere la oportunidad de ejercer nuestros poderes racionales generales, parece muy difícil resistir la conclusión de que el determinismo sería al menos una amenaza a la responsabilidad.

    El punto de vista de la reactividad en cierto modo nos permite evitar este obstáculo. Porque el caso es que la reactividad moral –el sentido de culpa u otras emociones como la vergüenza- muchas veces es indiferente a que seamos o no responsables

Si el único interés fuese la preocupación de influir nuestro propio comportamiento con vistas al comportamiento futuro, parece inverosímil que uno tenga éxito en despertar los motivos o emociones que son característicos del punto de vista reflexivo

  El “punto de vista reflexivo” implica la reacción emocional del individuo ante lo que ya no tiene remedio. Podemos decir “lo hecho, hecho está”, pero no es así como –afortunadamente- suceden las cosas. Sentimos remordimiento, fastidio, culpa, vergüenza… Esa es la dimensión emocional de la moralidad, sin la cual la moralidad misma no podría existir. Y tanto daría entonces el “determinismo”:  si reaccionamos emocionalmente a la acción antisocial aquí tenemos ya la respuesta moral, con independencia de que el actor pudiera o no elegir. El “compatibilista” (el que rechaza el determinismo) se apoya entonces en algo más que la capacidad para elegir del individuo

El auténtico reproche moral (…) es una forma de profunda aserción, que refleja una actitud hacia el agente que ha actuado de forma errónea y que encuentra su expresión natural en el comportamiento de sanción (evitación, denuncia, censura). Se necesitan las emociones reactivas para explicar este aspecto actitudinal del auténtico reproche moral (…) Uno puede mantener a una persona como reprobable sin realmente estar sujeto a un episodio de emoción reactiva, pero (…) la reprobabilidad sí requiere la creencia de que alguna emoción reactiva puede ser apropiada

Hay algo que bordea lo indecente en la sugerencia de que deberíamos refrenarnos de la indignación y el reproche; necesitamos las emociones reactivas si vamos a tomarnos en serio las obligaciones morales que aceptamos como base para nuestra vida social común

  Así, en el libro de R Jay Wallace se subraya que los grandes líderes pacifistas King y Gandhi, que no creían en el castigo penal, aseguraban no experimentar emoción reactiva… pero sí podían clasificar los actos inmorales como dignos de ella. Es decir, aunque no se indignaban, ni despreciaban, ni condenaban, sí que eran conscientes de cuándo la acción inmoral era indignante, despreciable o condenable.

He buscado explicar la responsabilidad moral en términos de las emociones reactivas. (…) Parto de la sugerencia de que hacer a la gente responsable es una forma de (…) aserción que va más allá de la mera descripción de lo que ha hecho un agente, en tanto que implica (…) respuestas a la culpa y la sanción moral. Más adelante he sugerido que la forma en que estas respuestas van más allá de la mera descripción no pueden ser comprendidas conductualmente, ya que las respuestas tienen una dimensión actitudinal. El papel que juegan las emociones reactivas en esta visión es capturar la dimensión actitudinal. 

  En suma, la originalidad del punto de vista de Wallace consiste en que

requerimos algún tipo de conexión entre un agente y un acto por el cual el agente sea tenido por responsable. Además, parece también correcto suponer que esta conexión debe contarnos algo sobre el estado mental del agente, al menos en la época en que la acción se llevaba a cabo.

  Al final descubrimos que lo que califica al individuo como responsable moralmente es su personalidad. De lo que se trata es de definir el estado mental del infractor que da lugar al acto antisocial.  Y cómo se llegue a ese estado mental no solo es indiferente de que sea “culpa” del agente -que haya elegido hacer el mal en base a su supuesto libre albedrío-, sino que en la medida en que genera el reproche (las emociones reactivas) ya está señalado como transgresor.

  Y ya que se ha mencionado a Gandhi y King, encontramos en esta actitud una adaptación apropiada para la moralidad pacifista: una sociedad que desconociera el castigo penal no se quedaría sin moralidad. Por una parte, las “emociones reactivas” subsistirían (como subsistirían la agresividad, la crueldad, la rapacidad sexual y todo tipo de instintos antisociales… controlables pero no erradicables) y nos servirían de indicador del reproche moral. Por otra parte, la cuestión del “determinismo” y el “compatibilismo” quedaría solventada: lo importante no es que el individuo sea o no culpable (que tenga libertad para elegir el bien o el mal), sino que quede evaluada su peligrosidad y la necesidad de una corrección efectiva por el bien común.

 ¿Y en qué lugar quedaría “la capacidad de asir y aplicar razones morales y de gobernar el propio comportamiento a la luz de tales razones”? Quedaría en el entorno. Porque la capacidad del agente para hacer uso de la razón dependerá siempre de la cultura en que se desarrolle, la información con la que cuente y el adiestramiento cognitivo que reciba. Esta capacidad sería uno de los elementos que facilitaría la corrección de la conducta antisocial. El castigo es una expresión cultural de la “reactividad emocional”, pero que cumpla o no una función social por el bien común dependerá siempre de la cultura en que nos hallemos. No es tan insensato ni tan hipócrita el cambio de paradigma del que trata al delincuente como un “descarriado” en lugar de un “criminal”. En realidad, puede ser ambas cosas, solo que lo segundo quedaría sin consecuencias, apenas como indicador emocional del acto antisocial. Lo importante es que tomemos medidas para reparar el daño y evitar, en lo posible, que se repita.