domingo, 5 de junio de 2022

“La compañía de los extraños”, 2010. Paul Seabright

    El economista y filósofo Paul Seabright desarrolla la cuestión nuclear de las relaciones humanas: la confianza que ha de darse previamente para hacer posible la cooperación mutua. No solo necesitamos un plan para actuar por el beneficio mutuo: necesitamos contar con un pronóstico realista acerca de si nuestros potenciales colaboradores tienen una visión similar de la situación y que por tanto la colaboración puede darse.

El Homo sapiens sapiens es el único animal que se implica en elaboradas tareas compartidas –la división del trabajo, como a veces se le llama- entre miembros genéticamente no relacionados de la misma especie. Es un fenómeno tan notable y únicamente humano como el mismo lenguaje (p. 4)

  Los animales sociales (las hormigas, los lobos, los ciervos…) cooperan en cierta medida, pero porque todos los individuos del grupo están genéticamente vinculados, son parientes, y eso condiciona totalmente su comportamiento –están “programados” para la supervivencia de la misma estirpe genética-, sin embargo, los humanos colaboran con extraños “como si” estos fuesen también parientes. ¿Cómo puede producirse este fenómeno de elegir a determinados extraños para colaborar con nosotros como si fuesen parientes?

  La respuesta es que, evolutivamente, ha surgido en el comportamiento humano el fenómeno de la "reciprocidad fuerte":

La reciprocidad fuerte (…) inspira a los individuos a ser generosos con los demás tan solo para devolver la pasada generosidad incluso cuando esto no implica un beneficio futuro. Puede también atrapar a la gente en ciclos de venganza generada por males anteriores. Basada en la emoción que se dispara por sucesos externos más que por las decisiones conscientes de los individuos, la reciprocidad fuerte está abierta a la manipulación de los otros, pero cuando se trata de inspirar confianza, su desinterés por el cálculo es precisamente su fuerza (…) Tu disposición a la reciprocidad fuerte te hace un socio más creíble que alguien que no tiene tal disposición (p. 75)

  La reciprocidad fuerte no implica la mera devolución de favores a quienes nos los han proporcionado en el pasado, sino la actitud generosa a partir de experiencias pasadas de generosidad… con independencia de que la persona a quien se devuelve el bien sea la misma que nos benefició antes (y su opuesto: predispone al rencor y a la venganza por ofensas recibidas). Por eso la reciprocidad fuerte no procede de “decisiones conscientes” (correspondo a mi anterior bienhechor: cálculo) sino de “sucesos externos” (experiencias de pasada generosidad) que nos condicionan emocionalmente. Por otra parte, quien asimila –interioriza- la reciprocidad fuerte se convierte en alguien con buena reputación, en tanto que predispuesto a la generosidad y a la amabilidad, pero también en alguien manipulable (pues siempre nos arriesgamos a no ser correspondidos).

  Lo importante no es la consecuencia directa de la confianza en un momento dado, sino, a largo plazo, la actitud de confiar: la sociedad se convierte en un sistema donde lo que se busca es “ganar puntos” reputacionales –convertirse en un individuo estimado y respetado- con la vaga expectativa de que esto nos beneficie. Es a largo plazo, a nivel colectivo, que la reciprocidad fuerte se vuelve productiva. Mientras más gente practique la “reciprocidad fuerte”, más confianza se generará dentro de la comunidad.

[Se habrían dado] beneficios adaptativos a los grupos que hubiesen mostrado reciprocidad fuerte [por ejemplo, siendo hospitalarios]. Tales grupos podrían haber estado mejor situados para comerciar con otros [y para otras acciones comunes de mutuo beneficio] (p. 82)

  Esto es selección de grupo: allí donde, por deriva genética (el azar de las mutaciones genéticas), existiesen más individuos predispuestos a mostrarse generosos con los extraños y a confiar en ellos (labrándose así una reputación de ser dignos de confianza), se darían más posibilidades de cooperación y, por tanto, el grupo sería más exitoso a la hora de disputar los recursos naturales con otros grupos con menos individuos cooperativos. Poco a poco, los comportamientos cooperativos genéticamente hereditarios predominarían.

La más estricta vigilancia externa raramente es suficiente para prevenirnos de los engaños, de modo que es mucho mejor tratar con gente cuyo carácter, adiestramiento o educación los lleva a no querer engañar ni siquiera cuando tienen la oportunidad. Aquellos que pueden convencer a otros de su honradez intrínseca pueden prosperar por ello. (p. 137)

  Otra forma de expandir la confianza, puesto que la actitud para generarla no puede ser detectada tan fácilmente, es crear entornos donde tal detección de la honradez intrínseca sea más factible. Esto puede darse en sociedades cada vez más complejas, donde el comportamiento de cada individuo sea puesto a prueba de forma variada y constante. Así, las sociedades más cooperativas requieren ciertas características propias del “entorno urbano creativo”:

1) Suficiente riqueza para a dar aquellos con nuevas ideas alguna esperanza de encontrar patrocinadores; 2) una población inmigrante sustancial ansiosa de desafiar el orden establecido y 3) una población total lo suficientemente grande para contener una masa crítica de talento pero lo bastante centrada en su geografía para permitir una conexión efectiva. Esto es tan cierto en la antigua Atenas como en el actual Silicon Valley (p. 158)

   Estas características, a fin de cuentas, equivalen a pruebas de confianza: la riqueza da oportunidades para la actuación –de equivocarse y rectificar-; la tolerancia a los extranjeros –inmigrantes- permite a estos arriesgarse en mostrarse emprendedores al exponer sus iniciativas innovadoras;  el mero incremento del número de individuos estimula la aparición de controles del comportamiento más complejos allí donde el conocimiento personal ya no puede darse. Tenemos más oportunidades para más gente que viene de sitios más diversos.

   Por lo tanto, favorecer la interiorización de los comportamientos prosociales –reciprocidad fuerte- surge en principio de la selección genética por selección de grupo y luego se expande por selección cultural, al crearse culturas favorecedoras de sistemas generadores de confianza (el entorno urbano creativo, por ejemplo, pero también el “Mare Nostrum” romano o la tolerancia religiosa anglo-estadounidense).

   Estos sistemas son calibrados por todo tipo de controles sociales (de penalización y gratificación) a fin de que la actitud prosocial (o de “reciprocidad fuerte”) no se vea decisivamente menoscaba por el abuso de los tramposos que buscan labrarse una buena reputación solo fingiendo ser prosociales. O que directamente se revelan como antisociales una vez han obtenido una ventaja a la que no corresponden con reciprocidad.

Dos clases de disposiciones han demostrado ser importantes para nuestra evolución: una capacidad para el cálculo racional de los costes y beneficios de la cooperación y (…) la reciprocidad fuerte –la voluntad de pagar bondad con bondad y traición con venganza, incluso cuando esto no es lo que el cálculo racional recomendaría-. Se la llama “reciprocidad fuerte” para diferenciarla del tipo de reciprocidad que puede resultar de un sofisticado cálculo racional. Ni el cálculo ni la reciprocidad fuerte pueden sostener la cooperación el uno sin la otra. La gente dada solo al cálculo sería demasiado oportunista, de modo que nadie confiaría en ellos. La gente dada a la reciprocidad sin cálculo sería explotada por los otros demasiado fácilmente. Parece como que la selección natural favoreció la evolución de un equilibrio entre estas dos disposiciones de nuestros antepasados (p. 33)

  Cálculo oportunista o ingenua disposición altruista. A la larga, la selección, genética y cultural, acabará inclinándose por lo segundo, dando lugar al fenómeno generalizado de la reciprocidad fuerte. Es este fenómeno el que permite compensar las lógicas tendencias egoístas, y en el futuro podría expansionarse por efecto de la elaboración cultural. 

A medida que se desarrolla la inteligencia social humana, los individuos pueden cada vez más calcular su interés a largo plazo en mantener más que en romper cierto tipo de acuerdos. Propiamente, acuerdos con individuos que ellos esperan ver con frecuencia en un futuro relativamente cercano y de cuya buena voluntad esperan beneficiarse. (p. 65)

  En un principio, la cooperación solo puede darse con plenas garantías: a corto plazo, en condiciones de vigilancia extrema ("yo te doy si tú me das"). Con la evolución social, los individuos confían a largo plazo en los conocidos directamente. Más adelante, bastará la referencia de terceros -reputación-. Como todo fenómeno evolutivo, la confianza se irá expandiendo gradualmente de ámbitos cercanos a otros más lejanos, y de periodos de intercambio inmediatos a otros a largo plazo.

 El conocimiento en una sociedad pequeña es viable, pero la cooperación eficiente en una sociedad con numerosos individuos requerirá formas más complejas –a largo plazo- de reconocer las conductas más prosociales, las más favorecedoras de la confianza. Así surgen costumbres éticas que empujan a los individuos a mostrarse en público como que son fiables y de deseable compañía.

Los hijos cuidan de sus padres ancianos [porque] serían censurados por su comunidad si fallaran en llevar a cabo el rol asignado por el contrato social y (…) la vigilancia mutua ha sido lo suficientemente efectiva en las comunidades humanas desde tiempos prehistóricos para mantener la confianza social (p. 73)

  Benjamin Franklyn, hombre práctico y racional pero heredero de las conductas puritanas de los colonos de Nueva Inglaterra, ya precisó que la mejor forma de sacar adelante los negocios no es comportarse rapaz y ávidamente aprovechando cualquier oportunidad para abusar del incauto (este sería el “Homo economicus”), sino, por el contrario, ganarse una reputación de hombre honesto, trabajador y eficiente.

Los mercados proporcionan una forma de que los extraños intercambien los unos con los otros. Las complejas instituciones que sostienen los mercados modernos pueden comprenderse como formas de establecer la confianza que tal intercambio requiere (p. 216)

  El equilibrio surge entonces. Es cierto que la mutua vigilancia da lugar a una constante coerción que asemeja más el miedo y la desconfianza que la confianza propia de la “reciprocidad fuerte”, pero que este fuese el criterio de selección en un principio no quiere decir que, a la larga, su resultado evolutivo genuino no responda al modelo del hombre honesto que obra en conciencia…

La confianza sería entonces lo que los teóricos de juegos llaman un equilibrio de comportamiento social, en el cual la gente es más digna de confianza porque tienen miedo del castigo por parte de los otros si no se comportan correctamente, mientras que otros los castigarían por miedo de ser castigados a su vez, etc (p. 72)

 En el pasado, la represión –evolución cultural- habría eliminado a los más indignos de confianza (por ejemplo, los machos alfa abusivos), haciendo que sus características antisociales fuesen gradualmente desapareciendo del “reservorio genético” –domesticación-. A partir de esta selectiva represión se habrán asentado rasgos de conducta humana que luego serían, además, potenciados por la selección cultural: las sociedades donde predominan quienes han interiorizado códigos morales prosociales acabarán siendo las más exitosas.

Lectura de “The Company of Strangers” en Princeton University Press 2010; traducción de idea21

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