miércoles, 5 de enero de 2022

“Altruismo patológico”, 2012. Oakley, Knafo, Madhavan y D. S. Wilson (Editores)

  El altruismo es la mejor oportunidad que tiene el ser humano para aprovechar sus capacidades cooperativas. El que actúa por el bien ajeno se encuentra en la mejor posición para evaluar las necesidades comunes (puesto que entre altruistas el propio bien se valora tanto como el de otros… dado que los otros también actúan de forma altruista). Sin embargo, puede considerarse que el desarrollo del altruismo se produce estimulando la empatía y que con ello entramos en el mundo de las emociones, las pasiones y, lo peor de todo, los impulsos inconscientes. Inevitablemente, podría darse el caso de que el altruismo llegue a ser patológico.

Una definición funcional del altruista patológico [es la de] (…) una persona que sinceramente se compromete en lo que pretende que sean actos altruistas, pero que daña a las mismas personas que trata de ayudar, frecuentemente de manera no anticipada; o que daña a otros, o que irracionalmente se convierte en víctima de sus propias acciones altruistas (Capítulo 1)

  El libro "Altruismo patológico", editado por la científica polímata Barbara Oakley, el psicólogo Ariel Knafo, el ingeniero biomédico Guruprasad Madhavan y D. S. Wilson es una suma de breves ensayos a cargo de diversos autores y de muy variado contenido -a veces contradictorios-, en torno a los casos que pueden darse de altruismo patológico y la forma en que tales actitudes pueden ser prevenidas o contrarrestadas. 

El altruismo patológico puede ser dividido en tres tipos, basándose en la motivación y sus consecuencias. El primero es la preocupación por los demás que puede ser benéfica para los receptores pero que incurre en un desproporcionado coste para el presunto altruista que puede tener entonces dificultades para llevar una vida normal. El segundo tipo es el altruismo descarriado, en el cual acciones que están motivadas por el deseo de beneficiar a otros son inefectivas o contraproducentes para ese beneficiario. El tercer tipo de altruismo patológico, dramáticamente ilustrado por los terroristas suicidas, se caracteriza por una intención destructiva si bien con la meta final de mejorar al mundo o al menos la comunidad del perpetrador (Capítulo 11)

  Dentro del caso del daño para el propio actuante altruista conocemos visiones culturales que, por ejemplo, consideran el suicidio como acto altruista.

Para los japoneses, algunas formas de suicidio son patológicas, mientras que otras no (Capítulo 21)

  Más habitual –rayando el masoquismo- está el caso de la codependencia.

Codependencia [es] la necesidad de complacer a otros a expensas de la persona codependiente  (Capítulo 4)

   En este tipo de actitudes autodestructivas –por ejemplo, parejas sexuales que se dejan explotar y maltratar por el cónyuge-, más que referencias al altruismo parece oportuno señalar el caso de las “adicciones internas”, un campo poco estudiado.

Los investigadores se han retraído de estudiar la estimulación interna a favor de las estimulaciones externas, como la ludopatía y las drogas (Capítulo 5)

  La dependencia puede ser un tipo de adicción en el sentido de que una necesidad de relaciones sociales –que a veces tomará la apariencia de acción altruista- aparece como incontrolable, sean cuales sean las consecuencias para la persona dependiente.

  Un ejemplo notable de estas actitudes en buena medida “adictivas”, más allá de la codependencia, es un comportamiento antisocial de apariencia altruista muy relacionado también con la dependencia de las relaciones personales: el “animal hoarding” (también conocido como "síndrome de Noé") de quienes cuidan de gran número de animales domésticos con graves consecuencias.

Al ver a sus animales como extensiones de ellos mismos, los guardadores de animales no reconocen ni comprenden si o cómo esos animales pueden tener necesidades diferentes de las suyas (Capítulo 8)

   Veamos otro punto de vista en el cual el altruismo no se asocia necesariamente con la prosocialidad.

Altruismo patológico  puede ser una contradicción en términos. No lo es precisamente porque el altruismo humano, que es el tema de este libro, necesariamente muestra solo consideración de los demás, no necesariamente acción benéfica para ellos. Las acciones de una persona pueden dañar a otros a los que se tiene en gran consideración, sea por un mal juicio o porque se pretende beneficiar a una tercera parte, no los objetos inmediatos de la acción. Piensen en los terroristas suicidas (Introducción)

  La “consideración” es una manifestación clara de la dependencia social de todos los individuos, mientras que la acción benéfica parte de un comportamiento racional empático y prosocial. Podemos imaginar todo tipo de situaciones en las cuales las necesidades sociales de acompañamiento, de apego o de posesión den lugar a comportamientos nada empáticos (por ejemplo, forzar a un allegado a acompañarnos contra su voluntad, haciendo uso del “chantaje emocional”). ¿Qué es propiamente altruismo, entonces?

    Y, finalmente, tenemos el concepto de “sobresocialización”:

Los sorprendentes niveles de obediencia en los genocidios más graves no reflejan deficiencias en autocontrol sino que sugieren una sobresocialización de la función ejecutiva interna por jerarquías sociales externas (Capítulo 16)

  En todo caso se da una cierta apariencia de altruismo, pero no está tan claro que la motivación del que actúa tenga que ver con el deseo de beneficiar a otros. Sin embargo, en la llamada “culpa patológica” entramos en otro tipo de cuestionamiento del altruismo.

Creencias patológicas relacionadas con la causalidad producen la experiencia implícita de culpa. Cuando la gente falsamente cree que su propio bienestar está directamente relacionado con la desgracia de otros (Capítulo 2)

La culpa del superviviente se refiere a la emoción que experimenta la gente cuando sobrepasan a otros y creen que por ello están hiriendo a los que son menos exitosos, simplemente por la comparación (…) [Sin embargo,] los resultados [de un experimento de psicología social al respecto] demostraron el papel positivo de la culpa del superviviente a nivel de grupo. (Capítulo 2)

  La contradicción aparente entre el daño que sufre el que experimenta sentimiento de culpa y el beneficio a nivel de grupo es una realidad con la que volveremos a encontrarnos en otros casos: el altruismo parece ser siempre beneficioso, pero las condiciones sociales que conocemos hasta hoy rara vez se adaptan a su desarrollo sistemático, de modo que en muchas ocasiones el que actúa de forma altruista se ve obstaculizado para ponderar cuáles deben ser sus criterios a la hora de considerar el bienestar ajeno y las consecuencias finales de sus actos.

    Un  recurso para defendernos de estas situaciones es la “dispasión”, que también ayuda para evitar la “fatiga empática”.

De forma contraintuitiva, parece que desarrollar la dispasión –la capacidad para desplazarnos emocionalmente de una situación que despierta nuestras respuestas primarias de control emotivo- es vital para ser capaces de ayudar a los otros (Capítulo 17)

  En conclusión, lo problemático no sería que se dieran comportamientos adictivos, de sobresocialización o de exceso del sentido de culpa, sino que el altruismo genuino llegue a ser antisocial –que no promueva la cooperación efectiva y benevolente.

  Por una parte, no hemos de olvidar que la evolución cultural crea adaptaciones dependientes del contexto cultural mismo. 

Rasgos que cuentan como adaptativos en el sentido evolutivo pueden ser dañinos para otros e incluso a uno mismo a largo plazo (Capítulo 31)

  El altruismo siempre será adaptativo en un contexto racional, pero no en uno basado en las tradiciones de violencia y egoísmo. Es el altruismo no correspondido el que puede ser dañino cuando menos para los altruistas. Sin embargo, nos encontramos con opiniones directamente negativas contra el altruismo en sí.

La búsqueda de santos debería ser dejada a la religión, no a la ciencia. Si se dieran estos verdaderos altruistas, ¿qué diría eso de nosotros? Todos los demás se sentirían probablemente peor. Más vergüenza, más culpa. Si aceptamos que ese verdadero altruismo no existe, nadie se preocuparía de hacer comparaciones envidiosas con los santos. (Capítulo 30)

  Este comentario resulta chocante porque, de ser así, significaría que ningún progreso moral es posible debido a las molestias psicológicas que creara en quienes sufran de mala conciencia. Sin embargo, el progreso moral, incluyendo el verdadero altruismo o incluso la santidad, puede proporcionar todo tipo de ventajas al conjunto de la sociedad que compensarían semejantes inconvenientes transitorios para unos pocos.

  El altruismo puede ser tan gratificante como demostradamente lo es la compasión, que tanto tiene que ver con él. En realidad, la prosocialidad –mayor cooperación social- no es el objetivo del altruismo sino un “efecto colateral” de éste. Es la sociedad en su conjunto la que tiene que favorecer las actitudes altruistas, pero las motivaciones altruistas siempre son personales o, cuando menos, desvinculadas del conjunto de la sociedad convencional.

Debido a que los altruistas tienen más empatía y se preocupan más por los otros, pueden estar inclinados a ser más confiados y no poner atención a los riesgos, lo cual a su vez los hace blancos más atractivos para los criminales. (Capítulo 14)

  Y en consecuencia, en un contexto social determinado –un entorno de agresión y rapacidad-, el altruismo podría ser también considerado patológico. Ello no obsta para que “altruistas patológicos” –que parezcan tales por su excepcionalidad- puedan sentar las bases de los cambios morales futuros. Pensemos en la natural tendencia a “desertar” en un circuito de cooperación –tipo “juego de bienes públicos”- y cómo se pueden desarrollar tendencias menos egoístas y más productivas para la comunidad en su conjunto.

Un solo altruista patológico puede obliterar la ventaja evolutiva de los desertores, dejando que otros ignoren la tentación de engañar y se conviertan, ellos mismos, en cooperadores. Por tanto, generan un efecto mesiánico que se expande a toda la comunidad  (Capítulo 23)

  Por encima de todo, el altruismo puede ser beneficioso para el mismo altruista con independencia de las consecuencias materiales para otros.

La teoría relacional considera que el yo es intrínsecamente relacional y que en consecuencia la empatía y el altruismo son fundamentalmente e intrínsecamente gratificantes (Capítulo 11)

    De todos los beneficios que puede recibir una sociedad de la actitud altruista, el quizá más importante sería la extensión de la confianza. Una sociedad donde la confianza está extendida favorece enormemente la cooperación. Sin embargo, como siempre, los primeros altruistas son los que más se arriesgan.

   No hemos de extrañarnos de que la cultura en un momento determinado señale pautas de comportamiento como patológicas. La pederastia o el sadismo, por ejemplo, no eran patológicos en otras épocas de la misma forma en que tal vez en un futuro la idea de “altruismo patológico” sea muy modificada con respecto a lo que se expone en esta recopilación de ensayos.

Lectura de “Pathological Altruism” en Oxford University Press, 2012; traducción de idea21

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