lunes, 5 de agosto de 2024

“Ser yo, ser tú”, 2019. Samuel Fleischaker

   La empatía siempre estará a debate. ¿Se trata del motor psicológico que nos permitirá construir una civilización pacífica y más productiva? En tal caso, comprender y cultivar la empatía equivale a sentar las bases de la mejora social.

  Hay sin embargo quienes piensan que se exagera su importancia y que incluso la empatía es contraproducente.

[Adam] Smith reconoce que la empatía sola no puede proporcionarnos una guía moral adecuada. (p. 111)

  El filósofo Samuel Fleischaker parte en su análisis de la obra de Adam Smith, el cual, junto con otro filósofo escocés del siglo XVIII, David Hume, fue uno de los primeros investigadores de la psicología de la moralidad. Son muchas las ideas de Smith que aún hoy merecen nuestra atención. Por ejemplo, cuando Smith se refiere a que la empatía sola no puede proporcionarnos una guía moral adecuada pone como ejemplo el caso del centinela que se duerme en su puesto de vigilancia y que, por el bien común, ha de recibir la draconiana pena de ser ejecutado (empatizamos con el condenado, no con el verdugo). En general, las más conocidas críticas actuales a la empatía tienen que ver con que ésta normalmente solo nos motiva a actuar en nuestro entorno inmediato, es decir, el entorno que es naturalmente más sensible a nuestra percepción individual: nos compadecemos del irresponsable centinela dormido, o de un mendigo callejero que tal vez sea un pícaro, pero no nos compadecemos de los que pagarán las consecuencias de la negligencia del centinela o de los que sufren muy injustamente en lugares lejanos y que se quedarán sin la ayuda económica que le hemos dado al pícaro. Smith contempla el problema y propone soluciones.

[La] estrategia [de Adam Smith al mostrar lo ilógico de que los ricos reciban más empatía] sugiere una creencia en que los ejercicios conscientes de empatía pueden compensar algunos de las limitaciones naturales de la empatía (p.110)

  Sin la limitación natural no tenemos sentimiento natural, porque esa es la naturaleza del sentimiento, pero contamos con los ejercicios conscientes para forzar la naturaleza en el sentido de la civilización. Una cultura que nos manipule para extender la empatía a ámbitos cada vez más extensos (“todos los hombres son hermanos”) es mucho mejor que la “empatía natural”.

En la empatía proyectiva, intentas imaginarte en la situación de otro y sentir ciertas emociones como resultado de ello (p. 8)

  Lo que Smith nos avanza ya desde el siglo XVIII es la utilización de las cualidades intelectuales humanas propias, la memoria, la imaginación y la especulación sobre el futuro, para expandir el sentimiento de empatía y con ello ampliar enormemente la capacidad moral: ésa sería la tarea de la civilización.

  En suma, tenemos una capacidad innata, que es la empatía, y tenemos una capacidad inteligente, cultivada por la cultura, que nos permite desarrollar esta capacidad innata en el sentido más conveniente para mejorar la vida social: menos agresión y más cooperación en todo el planeta.

  Esta propuesta tiene que enfrentarse a la que propugnan otros estudiosos del tema de la empatía –como Paul Bloom, criticado directa y constructivamente en este libro- que prefieren la idea de una moral no basada en la empatía, sino en los principios.

El pensamiento moral basado en principios tiende también a estar sesgado hacia grupos locales limitados. Una mejor respuesta a los problemas es usar empatía contra los característicos problemas de la empatía  (p. 89)

  Los partidarios de una moral basada en principios imparciales –principios de justicia- sostienen que de esta forma evitamos la tendencia biológica de la empatía a que nos centremos solamente en el bienestar de los próximos. Recordemos que, al fin y al cabo, si la empatía es innata es porque la evolución la desarrolló para favorecer la cooperación dentro de las familias extendidas, las pequeñas bandas de cazadores-recolectores que suponían la única sociedad conocida en la prehistoria… cuando se codificaron nuestros genes. 

  Pero los principios de justicia no nos defienden tan bien de las limitaciones de la empatía innata, porque pueden estar sesgados culturalmente, mientras que la empatía, precisamente por ser innata, resulta una base psicológica mucho más firme y útil como guía moral (y, recordemos, podemos manipularla para que tenga mayor alcance). Los principios de justicia son relativos: la esclavitud fue justa en sus tiempos, y la intolerancia religiosa aún lo es hoy en muchas naciones; y la tragedia del marxismo nos da un buen ejemplo de lo que sucede cuando los principios establecen que el fin justifica los medios (la severidad de los medios para alcanzar el fin suelen excluir la empatía).

   Una empatía culturalmente evolucionada es más lógica que una ética de principios que reniegue de la empatía. 

   Adam Smith ya veía en su época muchos fenómenos de adaptaciones culturales en el sentido del desarrollo de la empatía. Por ejemplo, el auge, en el siglo XVIII, de la narrativa.

Adam Smith dice explícitamente que la ficción puede ser de mayor valor moral que la filosofía  (p. 15)

El mismo hecho de que un texto sea ficticio puede liberar a los lectores de la obligación de autoprotegerse mediante el escepticismo y la sospecha de la gente que normalmente temen o desprecian, y en consecuencia abrirles a una empatía que hasta entonces se había resistido (p. 54)

  Leer novelas como Robinson Crusoe, La princesa de Cleves o Pamela alcanzan a más personas emocionalmente que leer los difíciles textos filosóficos. Aunque, por supuesto, aún más impacto emocional había tenido ya antes la “novela” de la pasión, muerte y resurrección de Cristo; un relato muy diferente a las mitologías de la Antigüedad (y mucho más fácil de difundir que el adoctrinamiento compasivo del estoicismo, contemporáneo del cristianismo y al que tanto debe éste en su psicología).

  Adam Smith vive en una época (y en un país: el Reino Unido) en el que se expanden las pautas de comportamiento de confianza. El cristianismo se hace diverso y humanamente más asequible en el evangelismo cuáquero, baptista o metodista; el sistema político parlamentario se acerca más al pueblo; la información se difunde en los periódicos y otras publicaciones (incluso las primeras publicaciones científicas); la gente lee masivamente historias emotivas (que pronto darán lugar a los folletines y a las óperas del siglo XIX)… y el comercio pone en contacto a pueblos lejanos a los que ya no conviene tanto ver como enemigos.

Smith, siguiendo a Montesquieu, dice que el comercio debería ser de forma natural entre las naciones, como entre los individuos, un vínculo de unión y amistad (p. 98)

  Los viajes, la difusión de información, hacen viable la idea de que todos los seres humanos somos semejantes en sensibilidad y motivaciones. No es extraño entonces que la empatía se vea como proyectiva. Smith, por una parte, rechaza la violencia y crueldad del imperialismo, pero, por otra, sabe que no podemos empatizar con los semejantes si no los consideramos en cierto modo iguales a nosotros.

Smith mismo no aprobaba el imperialismo, pero su modo universalista de empatía puede ser fácilmente considerado en su defensa (p. 80)

  Está claro que las prácticas crueles que los viajeros británicos descubren en otras naciones (maltrato a niños y mujeres, sacrificios humanos, canibalismo…) son intolerables no solo en tanto que no se acomodan a las costumbres inglesas y cristianas… sino también porque son evaluadas racionalmente como contrarias a la naturaleza moral humana. Por otra parte, la experiencia muestra cómo la moral ha mejorado en occidente… ¿por qué no va a mejorar también en la India o en China?

  Además, aunque en este libro no se menciona, es también hacia el siglo XVIII cuando muchos intelectuales aprovechan su conocimiento de los “pueblos bárbaros” para aprender de ellos valores positivos. A los franceses les impresiona la erudición administrativa de la China de los mandarines, y todos admirarán la tolerante participación democrática de los pueblos indígenas americanos, así como la bondadosa espontaneidad de los nativos de los mares del Sur. 

  Sin cambiar la perspectiva, doscientos años después de Smith y Hume podemos sacar conclusiones de una visión de la mejora moral humana desde el punto de vista de la empatía.

Tú puedes, en algún sentido importante, compartir mi vida –incluso ser yo- precisamente por no compartir las emociones que yo siento en un momento particular (p. 14)

  Es decir, la empatía culturalmente desarrollada puede fomentar la objetividad. Un razonamiento sobre la naturaleza de la empatía implica comprensión de las circunstancias externas que condicionan a los extraños. No nos identificamos con un extraño porque lo consideramos igual a nosotros, sino que precisamente porque empatizamos con él, sabemos que las circunstancias pueden condicionarlo a ser diferente… igual que nos habría sucedido de habernos visto en la misma tesitura que él.

Necesitamos (…) ver a todo malhechor, incluso un Hitler o un Charles Manson, como aquellos que podrían ser como nosotros mismos si viviéramos en otras circunstancias (p. 160)

    Esta es una concepción de la empatía que no solo es útil socialmente, sino también cognitivamente. Y otra de las ideas que nos presenta el autor es que la práctica de la empatía no es solo conveniente desde el punto de vista de la vida social, sino también motivador desde el punto de vista emocional debido al “sentimiento de aprobación”.

En el sentimiento de aprobación (…) la emoción que surge de observar la perfecta coincidencia entre la pasión simpatética en uno mismo y la pasión original en la persona principalmente implicada (…) es siempre agradable y gozosa. (p. 26)   

La razón por la que la consciencia de la mutua empatía es siempre placentera es que en ello recibimos el aseguramiento de que participamos en una humanidad común (p. 28)

  Tal “sentimiento de aprobación” no es diferente al placer que experimentamos con la narrativa o con cualquier otra manifestación de pertenencia a un grupo social en armonía. La empatía, y la benevolencia que conlleva, pueden suponer una motivación en sí mismas -¡”me gusta empatizar”!-.

  Finalmente, si bien una ética basada en la empatía parece señalar una organización de nuestros actos sociales en la línea de la “ética de la virtud” (cultivar un estilo de vida, y no tanto atenerse a criterios de normas explícitas), no debemos descuidar sus derivaciones razonadas. Si empatía implica desarrollo cognitivo –ponerse en el lugar del otro, comprender las circunstancias que afectan a los otros- en tal caso la elaboración racional de criterios orientativos no debe descartarse.

Tal como señalaba Kant, un cuidado por los demás basado en el deber es más probable que continúe incluso cuando no estamos de humor para ayudar (p. 7)

  La empatía es muy dependiente de la emotividad individual. Empatía proyectiva o ejercicios conscientes de empatía, tales cogniciones son exigentes psicológicamente y pueden cansarnos y hasta agotarnos. La idea de “deber”, la elaboración de criterios y el establecimiento de árbitros pueden ser siempre útiles a este respecto: es más llevadero cumplir un reglamento que sentar jurisprudencia cada vez que hay que tomar una decisión.

  Kant también nos ofrece criterios psicológicos morales, perfectamente compatibles con la empatía. Conocer la naturaleza del “mal” nos ayuda a comprender las imperfecciones de los semejantes con los que debemos empatizar.

La concepción de Kant del mal radical y su cura se construye sobre esta teoría: el mal consiste en nuestra tendencia a dar prioridad a nuestro amor propio sobre nuestro impulso moral, y puede ser revertido si nos comprometemos a dar prioridad a nuestro impulso moral sobre nuestro amor propio (p. 158)

  Al fin y al cabo, si solo empatizáramos la racionalidad habría acabado por resolver el problema de la sociabilidad: todos acabaríamos por comprender las circunstancias del otro y así podríamos dejar paso a nuestra natural benevolencia. Pero es que no estamos hechos solo de benevolencia. El amor propio, la agresividad, la crueldad y la codicia son también emociones naturales. Ciertamente, no es tan difícil ponerse en el lugar del malvado y comprender su tendencia al mal, pero esta comprensión racional –a partir de nuestro propio “lado oscuro”- nos permite también delimitar e identificar la actitud antisocial. Una empatía benevolente y racional puede corregir estos casos que, afortunadamente, no serían tan numerosos en una sociedad más avanzada.

Lectura de “Being Me Being You” en University of Chicago Press 2019; traducción de idea21

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