sábado, 15 de septiembre de 2018

“La ecuación del altruismo”, 2006. Lee Dugatkin

  El libro del biólogo Lee Dugatkin está construido como una mirada a la implicación de la biología en la historia de la ciencia social. Tras el cataclismo filosófico que supuso en Occidente el cuestionamiento del cristianismo por la nueva racionalidad ilustrada y, sobre todo, por el descubrimiento de Darwin de que el ser humano es un animal más que ha evolucionado a partir de los simios, se hacía necesario justificar biológicamente la virtud ética -el humanismo- y defenderlo de las interpretaciones más pesimistas del principio de “selección del más apto”. Filósofos y comentaristas como Herbert Spencer y Friedrich Nietzsche trataron de mostrar una humanidad regida por implacables deseos egoístas propios de la concepción cotidiana del comportamiento animal. La “ecuación del altruismo” había de ser entonces algún tipo de algoritmo que demostrase que la cooperación y el altruismo eran posibles en el “Homo sapiens”… de forma no muy diferente al ideal de la virtud cristiana ahora en cuestión. Pero con la salvedad de que la virtud altruista no había de justificarse a partir de la revelación divina, sino que tenía que ser coherente con el comportamiento de los seres vivos en general, según la ciencia.

  Primero, había de determinarse qué es el altruismo

El altruismo es acerca de incurrir en un coste personal a fin de ayudar a otros, y esto es próximo a lo que la mayor parte de nosotros queremos decir cuando hablamos de hacer el bien. Así que, en esencia, una teoría sobre el altruismo es una teoría sobre la bondad

  Y después, había que demostrar que en el mundo natural no todo era la supervivencia del más fuerte y la aniquilación del más débil.

  El primer científico y pensador que se destacó por enfrentarse a la visión más “amoral” del darwinismo (según, sobre todo, la interpretación de Thomas Huxley- el “bulldog de Darwin”) fue el escritor anarquista Piotr Kropotkin. En su libro “El apoyo mutuo” partía de sus observaciones directas del comportamiento animal y pretendía demostrar que los animales muchas veces se sacrifican  por instinto a fin de ayudar a sus congéneres necesitados, con independencia de que sean o no parientes, lo que equivale a considerar que siempre ha existido, al menos en algunas especies animales, el equivalente a una “sociedad civil originaria”.

Hoy, los biólogos evolutivos casi en su totalidad acuerdan en que Kropotkin estaba equivocado y que, casi con seguridad, fue la familia la que sirvió como origen de las agrupaciones humanas subsecuentes (…) [Kropotkin era] un anarquista –un hombre que creía que el Estado impide que las personas mejoren sus vidas por sí mismos: propiamente, que vivan en pequeños grupos y se ayuden los unos a los otros con independencia de los vínculos de sangre

  Otros naturalistas, como Warder Allee, trataron, en cierto modo, de continuar por este camino, pero de forma cada vez más tortuosa, habida cuenta de los inconvenientes que presentaba la experimentación. Warder Allee, no casualmente, era un devoto cuáquero…

Warder Allee, como Kropotkin, creía que la cooperación sin parentesco podía probarse existente en los no humanos, y que entonces los humanos, con sus capacidades morales, deberían ser capaces de alcanzar lo que parece ser un estado hoy por hoy elusivo [el pacifismo]

   Por otra parte, autores más modernos, como JSB Haldane, aunque rechazaban el “altruismo civil”, aceptaban que el altruismo propio del parentesco podía relacionarse con la especulación del mismo Darwin acerca de la “selección de grupo”:

Incluso si algunos organismos pueden pagar un precio por su comportamiento cooperativo o altruista, este tipo de comportamiento puede todavía evolucionar si los grupos con más cooperadores (no emparentados) triunfan en competición  con los grupos que cuentan con menos cooperadores (no emparentados)

   De esa manera el altruismo sí podría ser seleccionado como rasgo adaptativo. Pensemos en que, dentro del concierto político de naciones, las más poderosas suelen ser también aquellas con regímenes políticamente más benignos. El Imperio Británico, con su metrópoli de ideología liberal, fue sin duda el gran ejemplo de ello en la historia reciente.

  La conclusión final alcanzada hoy desarrolla la teoría de la “adaptación inclusiva” -inclusive fitness- descubierta por Hamilton: cooperación entre parientes… aunque no necesariamente entre parientes directos…

Existe un rasgo que parece alcanzar el resultado deseado solo después de la muerte del individuo en el cual reside (…) Fue adaptada (…) esta hipótesis al problema del heroísmo humano, y se argumentó que tal rasgo podría evolucionar por la ventaja que confiere por reputación y prestigio sobre la estirpe del héroe

  El héroe no se beneficia directamente. Darwin ya observó el problema de la abeja que muere para defender la colmena y de ahí obtuvo la teoría de la “selección de grupo”. El dato importante, sin embargo, es que todas las abejas están emparentadas. Si de lo que se trata es de que la estirpe genética perviva, Hamilton definió la constante “r” como referente al grado de parentesco de los genéticamente relacionados. Si el hermano se sacrifica por el hermano entonces “r” es 0.5, y en el caso del tío que se sacrifica por el sobrino “r” es solo 0.25 Por lo tanto, sacrificarse para salvar a cuatro sobrinos equivale a hacerlo por dos hermanos.

  Sin embargo, el altruismo referido a humanos se plantea en términos un poco mejores, ya que, al fin y al cabo, la vida humana es más compleja.

Si nos fijamos en los individuos atrapados en el dilema del prisionero según Axelrod y Hamilton, ellos no están emparentados –no son consanguíneos en el sentido cotidiano de ser hermanos o primos. Pero (…) el disparadero de la estrategia  de “toma y daca” instruye al individuo a cooperar solo con otros que son cooperadores ellos mismos. Desde la perspectiva genética, el “toma y daca” solo da lugar a cooperación con otros que posean el gen para el “toma y daca” –es decir con los hermanos y primos “toma y daca” (…) El “toma y daca” se favorece en el dilema del prisionero exactamente por la misma razón que el altruismo se favorece por la regla de Hamilton

  En términos generales, al cabo del paseo a lo largo de la sucesión de biólogos implicados en la busca de la justificación (o no justificación) natural del altruismo (Darwin, Kropotkin, Thomas Huxley, Warder Allee, Haldane, Hamilton y George Price) podemos tranquilizarnos considerando que existe una cierta base de conocimientos científicos que permiten considerar el altruismo como natural en los seres vivos, y particularmente en los humanos. Pero se trataría siempre de un altruismo originado por la selección entre individuos emparentados.

   Todo lo demás dependería de las condiciones sociales. Es importante tener en cuenta que tenemos que partir de cierta base instintual a fin de que funcione la cooperación de acuerdo con las condiciones sociales (el “dilema del prisionero” continuado: los sujetos tienen oportunidad de juzgar quién merece o no la confianza a lo largo de reiteradas interacciones). Un sistema de cooperación basado en una desconfianza constante entre individuos egoístas no tiene mucho sentido porque la fiabilidad del comportamiento recíproco tiene que basarse en algo sólido. El altruismo recíproco implica que se creen estructuras de confianza a partir de una reputación y tal reputación, si consiste en la exhibición por parte del individuo de que éste obra en base a sus particulares instintos altruistas, justificaría la existencia del altruismo y su estima por toda la comunidad de seres.

   Digamos que lo que el dilema del prisionero continuado hace es mostrar de forma convincente algunos casos de comportamiento altruista fiable que son los que facilitan la cooperación sistemática.

Las ideas de Hamilton ayudan a explicar algunas pero no todas las categorías del comportamiento humano, y trabajos futuros necesitarán examinar mejor la interacción de la evolución cultural y la evolución genética (mediante la regla de Hamilton) al modelar el altruismo humano.

  Si los instintos altruistas solo son activos entre parientes, ¿qué valor tendrían entre los no parientes? La única explicación posible es que Homo Sapiens, gracias a su capacidad para la inteligencia abstracta, los conceptos simbólicos y la construcción de estructuras sociales imaginarias puede de alguna forma utilizar los instintos innatos de altruismo entre parientes y extenderlos a las relaciones de no parientes, por ejemplo, cuando se popularizan concepciones como que “todos los hombres son hermanos” -"nepotismo extendido".  La práctica social, el “dilema del prisionero continuado”, determinará si se extrae o no el máximo rendimiento de los instintos altruistas innatos.

  Lo que este tipo de investigaciones no aborda tan en profundidad es la capacidad para utilizar criterios de reputación innovadores. Está claro que el “dilema del prisionero” muestra un método costoso de asignación de reputaciones: tienes que arruinarte para averiguar que tu socio no es de fiar. La civilización ha tratado de elaborar marcadores mucho más prácticos y que compitan con la base mucho más firme del altruismo entre parientes (es mucho más fácil identificar a tu hermano o a tu primo como tales que la confianza que te merece un desconocido).  De todos modos, no podemos ampliar el horizonte de las relaciones de confianza entre los seres humanos si no partimos primero de un conocimiento exacto de la base biológica e incluso matemática de este tipo de comportamientos entre seres vivos.

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