jueves, 15 de noviembre de 2018

“Sentido y sinsentido”, 2002. Laland y Brown.

  Kevin Laland y Gillian Brown han escrito un libro para contrastar las distintas teorías evolutivas concernientes al desarrollo humano. Se trata de un estudio dirigido sobre todo a los especialistas, de modo que para el lector lego puede resultar en ocasiones tedioso. ¿Qué nos importa la distinción exacta entre “sociobiología” y “psicología evolutiva”, por ejemplo? Pero mientras se hacen estas distinciones también se abordan cuestiones candentes acerca del desarrollo humano.

[Este libro] tiene la intención de proporcionar al lector un relato informado acerca de unas perspectivas evolutivas alternativas en la esperanza de que se sea más capaz de distinguir entre ellas y de aprender de ellas de una forma esclarecedora (…) En este libro describimos cinco visiones evolutivas que han sido usadas para investigar el comportamiento humano y caracterizamos sus metodologías y asunciones. Estas perspectivas son sociobiología, ecología de comportamiento humana, psicología evolutiva, memética y coevolución gen-cultura

Un matrimonio genuino de las ciencias biológicas y sociales solo emergerá cuando se mejore el porcentaje de sentido sobre el sinsentido

   Si se está hablando de “sinsentido” es porque siempre existe el riesgo de que las teorías evolutivas sobre la especie humana acaben por llevarnos a peligrosas convicciones. El peligro mayor siempre ha sido el “darwinismo social”.

Ilustraremos cómo los argumentos evolutivos han sido presentados como pretextos para justificar el movimiento eugenésico, el nazismo, el capitalismo descontrolado, la política inmigratoria racista y la esterilización forzada, tanto como para argumentar que algunas “razas” están más avanzadas que otras. La gran mayoría de estas aserciones empleaban crudas distorsiones de la teoría de Darwin, derivada más bien de la obra de otros intelectuales del siglo XIX como Jean Lamarck y Herbert Spencer 

   Sin embargo, la cuestión no se ha quedado en el siglo XIX. Cuando hacia 1970 Edward O Wilson presentó su libro “Sociobiología” obtuvo el indeseado resultado de sufrir fuertes ataques por sus supuestos intentos de resucitar el darwinismo social. Todavía se siguen produciendo incidentes con este tipo de libros, como sucedió, por ejemplo, con Una herencia incómoda de Nicholas Wade

  Más allá de todo eso…

Muchos biólogos evolutivos, antropólogos y psicólogos son optimistas en cuanto a que los principios evolutivos pueden ser aplicados al comportamiento humano y han ofrecido explicaciones evolutivas para un amplio panorama de características humanas, tales como el homicidio, la religión y las diferencias sexuales en el comportamiento. Otros son escépticos acerca de tales interpretaciones y subrayan los efectos del aprendizaje y la cultura

   Con independencia de qué método de investigación acabe predominando sobre los otros (un debate más bien limitado a lo académico), lo que vamos sabiendo no parece especialmente peligroso para la convivencia. Y así llegamos a lo que quizá sea lo más interesante de este libro, el esclarecernos algunos aspectos del comportamiento humano universal.

  Por ejemplo, gracias a la observación antropológica, sabemos que, entre los esquimales (un pueblo al que no podría convenirle menos el no ser práctico)…

El tamaño promedio del grupo [de esquimales] para cazar focas (…) era mayor que el óptimo, [lo que] sugería que era condicionado por otros factores tales como las interacciones sociales y la estrategia de otros 

   Lo que hace pensar que…

La mayor parte de los rasgos humanos de comportamiento se mantiene en las poblaciones como tradiciones culturales diferenciadas más que por ser condicionadas por el entorno natural

   Esto nos confirma algo que siempre hemos sospechado: las mismas culturas tradicionales (“ancestrales”) cometen errores al enfrentarse al medio y los pueden cometer durante siglos, pese a la larguísima experiencia, por muy sorprendente que pueda parecernos. El encaje de los grupos de Homo Sapiens en el entorno natural nunca ha sido perfecto por muchos cientos de generaciones que transcurran transmitiendo y modificando sus tradiciones.

  Y al igual que sucede con las costumbres, hay instintos que en su momento pudieron generar tradiciones convenientes o no pero que hoy permanecen entre nosotros pese a que los cambios culturales propios de la civilización los convierten más bien en un problema, incluso en una fuente de acciones antisociales.

Hay una fuerte evidencia de que la historia selectiva de nuestros antepasados era una que implicaba una moderada pero sostenida poliginia; de hecho, tal es la norma en muchas sociedades humanas hoy (…) Donde hay grandes recompensas en la competición entre machos para acceder a las hembras [-placer y descendencia-], toda la historia de los varones puede favorecer estrategias de alto riesgo (…) Los riesgos que toman los varones pueden reflejar una historia de selección que ha modelado sus mentes para la competición

    Tiene sentido que los victoriosos propaguen más su descendencia gracias a la recompensa de la poliginia y que la cultura moderna tenga que reprimir ese instinto heredado a lo largo de la evolución. Ahora bien, también resulta un tanto torpe que algunos quieran justificar el adulterio aduciendo que se ven arrastrados por el instinto porque es precisamente la capacidad para reprimir los instintos antisociales lo que más caracteriza la cultura civilizada.

   Estos instintos alcanzan también el ámbito de los impulsos violentos (agresión) e incluso las acciones violentas de unos grupos contra otros (guerra). Y a este respecto encontramos en este libro otra muy curiosa información: el que la UNESCO ha “certificado” que no existe una tendencia violenta o belicosa en los seres humanos… lo que probablemente es un error más grave que el que en las partidas de caza de focas de los esquimales vaya demasiada gente.

   Los conocimientos de la ciencia social, que no son políticamente correctos (somos violentos, machistas y los pueblos ancestrales se equivocan), han ido llegando a sus conclusiones, pese a sufrir una fuerte presión externa (de la opinión pública, de la cultura del momento), y han identificado los factores de cambio. No todas las conclusiones son desesperanzadoras. Pero son más racionales, tienen más sentido que sinsentido.

Si los psicólogos evolutivos están en lo cierto los seres humanos caminan con mentes de la edad de piedra en la cabeza, así que la forma en la que la gente piensa debería traicionar sus entornos ancestrales selectivos (…) Este entorno del pasado fue descrito como el entorno de adaptabilidad evolutiva (EEA) que generalmente se ha concebido como el del Pleistoceno, habitado por nuestros antepasados cazadores-recolectores.

   Sin embargo, hay que hacer una importante salvedad…

Experimentos de selección y observaciones de la selección natural en la naturaleza han llevado, a lo largo de los últimos (…) años, a la conclusión de que la evolución biológica puede ser extremadamente rápida, con cambios genéticos y fenotípicos significativos observados a veces en apenas unas pocas generaciones (…) Sería [por tanto] falso asumir que las civilizaciones modernas han sido construidas enteramente en capital acumulado durante el largo periodo del Pleistoceno

   Es la teoría de la coevolución gen-cultura, la favorita de los autores de este libro. Hoy se acepta que, dotados como estamos de una base genética determinada (el genotipo), sí es cierto que contamos también, hasta cierto punto, con un modelo de vida adaptado a la época en que se originó tal base genética… pero es más que probable que los cambios culturales en los últimos miles de años (vida sedentaria, agricultura, ciudades), al transformar nuestra forma de vida, han acabado por afectar también a nuestros genes en alguna medida. Es lo mismo que sucede con los animales domésticos, adaptados igualmente a las funciones que el entorno (el entorno humano) ha seleccionado para ellos. Por lo tanto, el proceso gen-cultura incorpora la concepción de a una relativa autodomesticación del ser humano. El efecto Baldwin es el ejemplo más evidente…

  Con todo, aunque se hayan dado estas contadas modificaciones genéticas a partir del cambio cultural, el mayor peso en nuestra forma de vida sigue siendo dado por nuestra naturaleza originaria de Homo Sapiens cazador-recolector… a la que se suman los cambios culturales que controlan nuestra conducta desde la infancia, condicionando nuestras costumbres y forma de ver el mundo.

La cultura es considerada como un conjunto coherente de representaciones mentales, una colección de ideas, creencias y valores que son transmitidos entre los individuos y que se adquieren mediante el aprendizaje social

   Y aquí entran los llamados “memes”, la expresión que se utiliza para referirse a las unidades de cambio cultural que se transmiten de unas personas a otras (ideas, invenciones, tecnología, formas de hablar, costumbres, símbolos…).

Un aspecto siniestro del punto de vista del meme es que los seres humanos parecen haber sido despojados de su habilidad para elegir sus propias creencias, valores y formas de vida. Aparentemente, nefastos virus mentales están controlando nuestras vidas

   Por ejemplo, la idea de que unos extraños (maestros…) instruyan a los hijos de una familia quizá apareció en Mesopotamia hace cinco mil años. Sería un meme que se ha ido transmitiendo y evolucionando a medida que incluía nuevas innovaciones. Aparentemente, formaría parte del progreso social. Pero pongamos también por caso la comida basura. De alguna forma, han aparecido esos hábitos perjudiciales para nuestra salud. La evolución parece haberlos seleccionado, pero ¿es para nuestro bien, para el bien de la especie?

No esperamos que el virus de la gripe opere a nuestro favor, así que ¿por qué deberíamos esperar que un “virus mental” opere a nuestro favor?

   De este modo queda una polémica –entre otras muchas- para el debate entre los científicos sociales (¿existe un progreso cultural unidireccional?, ¿los cambios culturales suponen un mero azar?). Pero saber, al menos, que nuestro comportamiento viene condicionado por una serie de factores que nos preceden (el entorno, las tradiciones heredadas, los cambios conscientes que hagamos nosotros a nuestra herencia cultural…) nos capacita para afrontar racionalmente nuestro presente y futuro. Podemos hacer elecciones coherentes acerca de qué y cómo queremos cambiar. También queda claro que no hay una forma de vida natural en el ser humano. Ni tan siquiera la de los cazadores-recolectores originarios, pues al haber sido en buena parte autodomesticados ya tampoco tenemos la misma base genética que nuestros antepasados más remotos.

   Los autores de ciencias sociales (antropólogos, psicólogos, sociólogos…) en su mayoría proceden de un entorno cultural (altamente civilizado) que promueve un determinado modelo de convivencia. Parece unánime la disconformidad con el previo “estado de naturaleza” del que procedemos, y parece más o menos mayoritario que se promueva el avance tecnológico, el control de la agresión y entidades políticas más democráticamente participativas. Lo importante es que cualquier individuo que opine sobre tales cuestiones esté debidamente informado acerca de las investigaciones que coordinadamente se están realizando acerca de la naturaleza humana y sus posibilidades sociales de futuro.

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