miércoles, 15 de marzo de 2023

“Los orígenes primates de la naturaleza humana”, 2016. Carel P. van Schaik

  Los seres humanos estamos emparentados con los primates y descendemos de cierto tipo de primates probablemente no muy diferentes de los actuales grandes simios. Por lo tanto, tiene mucho sentido la tarea del primatólogo y antropólogo Carel P. van Schaik para averiguar todo lo posible acerca de cómo evolucionamos –física y mentalmente- de tales seres, pues así dispondremos de una base firme para comprender nuestra propia naturaleza.

Nuestra mejor conjetura es que [el concestor, antepasado común de homininos y grandes simios,] tenía vínculos masculinos, vivía en comunidades fusión-fisión [grupos que se dividen y reúnen] y formaba sistemas de emparejamiento políginos (p. 433)

  Este probable “concestor” sería, por tanto, bastante parecido al actual chimpancé (que tiene vínculos masculinos, hace fusión-fisión y es polígino).  ¿Y por qué no iba a ser así? El chimpancé, el gran simio por antonomasia, es probablemente, después del Homo sapiens, el mamífero más inteligente del planeta. Ahora sabemos que incluso cuentan con cierto sentido de la justicia.

Un ejemplo probable de preferencia moral en los chimpancés es la tendencia de los individuos de alto rango de ambos sexos para intervenir en las interacciones agonísticas entre no parientes de una forma imparcial, sin que se derive de ello ningún aparente beneficio (p. 360)

  Los llamados “homininos” son nuestros parientes directos pero, por desgracia, estos están todos extinguidos. En general, se considera que el “eslabón perdido” entre los grandes simios y los humanos es el llamado “Homo erectus”, denominación que se refiere en realidad a un tipo de seres que fueron evolucionando a lo largo de casi dos millones de años a partir del Australopiteco, un animal también parecido al chimpancé (como el “concestor”)… pero que era bípedo. 

  Con un cerebro tres veces más pequeño que el ser humano, el chimpancé no puede igualarnos cognitivamente. No es solo que no disponga de tanta memoria como nosotros, es que su capacidad para la vida social, que es lo que caracteriza sobre todo al ser humano, resulta muy diferente a la nuestra.

Los psicólogos cognitivos señalan hoy generalmente a la intencionalidad compartida (…) como la diferencia cognitiva clave entre los humanos y los otros grandes simios. La intencionalidad compartida es la formación de metas comunes y la coordinación de acciones en busca de estas metas comunes. Sugerimos que la motivación prosocial proactiva derivada dio lugar a la intencionalidad compartida porque permitía que las habilidades nacientes de la teoría de la mente en nuestros antepasados se derivara a fines prosociales y en consecuencia se incrementó  (p. 438)

  La prosocialidad es la clave de una vida comunitaria avanzada: el considerar, aparte del bien propio y de nuestros parientes directos, también el bien común de toda la comunidad.  Pensar de otra manera en nuestras relaciones sociales nos lleva a una realidad social distinta.

  Las especulaciones de Schaik y otros científicos a partir de las pistas que tenemos son del mayor interés. Sin caer en la “falacia naturalista” –las cosas deben ser tal cual en el pasado siempre han sido- es mucho lo que podemos aprender de las tendencias innatas del ser humano. Por ejemplo, la monogamia es una invención cultural reciente que no parece encontrarse en nuestro pasado ancestral. No se la encuentra entre los últimos cazadores-recolectores conocidos.

Los grupos de forrajeros varían en composición a lo largo del tiempo pero generalmente contienen parientes genéticos (biológicos) en varios grados de parentesco, así como afines (por matrimonio) y varias personas que no están relacionadas de forma próxima con otros (…) No hay familias nucleares aisladas. (p. 354)

  Ahora bien, el amor romántico sí parece ser una realidad humana que no existe en los grandes simios y sí parece también una característica humana propia.

El amor romántico es un universal humano, lo que fuertemente sugiere que la elección de pareja estuvo originalmente libre de coacciones (p. 186)

  Estas diferencias, que son solo algunas de las más notables, se han desarrollado gracias a una capacitación cognitiva posible gracias a su vez a un cerebro de mayor tamaño. Pero ¿cuál pudo ser el mecanismo que seleccionase para el Homo sapiens un cerebro mayor, con una capacidad cognitiva mayor y con peculiaridades sociales tan especiales como la intencionalidad compartida y los enamoramientos?

  En términos generales, la interpretación evolutiva del origen de la vida humana está conformando ya su propio mito, alternativo al bíblico de Adan y Eva. En un principio -después del "concestor"- existían los australopitecos, que eran una especie de chimpancés que, aunque bípedos, también sabían subirse a los árboles. Con el curso evolutivo, los bípedos fueron perdiendo totalmente la protección de los árboles y eso hizo conveniente el desarrollo de sus cerebros, sobre todo para mejorar la capacidad de relacionarse socialmente dentro de grupos grandes y bien coordinados. 

El riesgo de predación [es] el mayor beneficio de la vida grupal entre los primates  (p. 271)

Como es usual en la evolución, todo fue un poco accidental, inducido por un factor externo: cambio de hábitat. En un punto hace 2.5 millones de años, los homininos se hicieron más carnívoros, cazando ungulados (…) Casi con certeza, esto era una actividad cooperativa que, como en los chimpancés, se basaba en el vínculo masculino (…) El movimiento decisivo, hecho hace unos 2 millones de años o algo más tarde, pudo haber sido pasar mucho más tiempo en la sabana abierta, más que en los límites de lagos o en los bosques.  (p. 434)

  Necesitaban buenos cerebros para vivir en grupos grandes –inteligencia social- a fin de defenderse de los predadores en un medio más inseguro que el bosque –los chimpancés duermen en los árboles por seguridad-, asimismo, les convenía, por el mismo motivo de defensa, desarrollar el uso de las armas de piedra: una puntiaguda roca tallada puede destrozar el cráneo de un leopardo. Además, tanto para las relaciones sociales, como para el desarrollo de herramientas como para emprender cacerías en grupo, el lenguaje y la transmisión de conocimientos resultaban una innovación de lo más conveniente.

[La] hipótesis del cerebro social (…) sugiere que los desafíos sociales favorecieron la evolución de cerebros mayores y especialmente el tamaño mayor del neocortex  (p. 438)

Compartimos y proporcionamos información los unos a los otros, una forma de comunicación declarativa  (p. 435)

Al menos desde la revolución del Alto Paleolítico hay un nuevo mecanismo en marcha llamado “cultura donada”, por el cual los más jóvenes reciben los productos ya acabados de la revolución cultural previa de sus mayores, de modo que no necesitan ir ellos mismos por todos los pasos que fueron necesarios históricamente para alcanzarlos  (p. 437)

  Grupos grandes para defenderse de los predadores, grupos que hay que mantener unidos mediante todo tipo de recursos cognitivos que hagan que cada uno acepte en alguna medida limitar sus intereses particulares por el bien común (intencionalidad compartida, por ejemplo). Invenciones como las armas de piedra o el fuego, que se transmiten y perfeccionan con el paso de las generaciones.

   El aumento del cerebro no es nada barato desde el punto de vista evolutivo porque este sofisticado órgano consume muchos nutrientes. Ya un cerebro como el del chimpancé es costoso de mantener: el de un Homo erectus abultaba el doble. Eso exige más alimento. La recolección de frutos y carroña ya no es suficiente y hay que cazar grandes animales cuya carne después conviene compartir (otra dificultad social a superar).

Los cazadores humanos van deliberadamente a cazar mientras que entre los chimpancés la caza es necesariamente oportunista y normalmente en respuesta a signos de presencia de presas (p. 120)

Debido a que la abundancia de carne no podía ser consumida solo por los cazadores, se habría dado el compartir la comida más allá de la cohorte de machos  (p. 434)

  Vamos más lejos: los homininos recién nacidos tienen que llegar al mundo hasta cierto punto prematuros debido a la dificultad de que sus grandes pequeños cerebros transiten por el canal del parto. Esto exige que a tan frágiles crías se les proteja de forma especial si se quiere que lleguen a adultos.

Una vez los homininos comenzaron a hacerse activos en el cuidado comunal [de los niños], tanto la tolerancia social como la enseñanza se convirtieron en inevitables subproductos (…) La enseñanza está ausente entre los grandes simios pero es notable en los humanos (p. 53)

Tenemos la hipótesis de que [la originalidad humana] fue el resultado del efecto de injertar la motivación prosocial de un criador cooperativo en las habilidades cognitivas del nivel de un gran simio. (p. 432)

  Esta protección para los niños tan vulnerables habría podido dar lugar tanto a la aloparentalidad –cría del niño con la ayuda activa de todo el grupo social- como al amor romántico –vínculo que ayuda a criar al bebé especialmente entre los dos progenitores-.

  La aloparentalidad, a su vez, habría podido dar lugar a la menopausia y la homosexualidad (más peculiaridades humanas).

El fenómeno de la menopausia es cualitativamente nuevo y único entre los humanos (p. 226)

La sexualidad humana [no] muestra ningún paralelo con otras especies: homosexualidad, masturbación y comportamiento sexual desviado (p. 175)

  La menopausia y la homosexualidad masculina contribuyen a la aloparentalidad: he aquí dos roles de individuos dentro del grupo que, no teniendo que cuidar de sus propios hijos pequeños –la mujer menopáusica tiene los hijos ya adultos y el homosexual no se interesa por la reproducción-, pueden desempeñar funciones auxiliares para sus parientes no directos.

  El homosexual, además, puede cumplir otra función de tipo sexual.

En las sociedades políginas, esta táctica reproductiva alternativa [homosexualidad] podría ser adaptativa para que los hombres consigan una pareja (p. 200)

   Aunque nunca podremos dar nada por seguro, las especulaciones arqueológicas suelen coincidir con los estudios acerca de las sociedades cazadoras-recolectoras actuales, que es muy probable que se parezcan bastante a las sociedades previas a la agricultura; y, en general, los hallazgos de los estudiosos de los grandes simios –primatólogos-, los de los paleoantropólogos y los de los etnógrafos que recolectan información de los últimos cazadores-recolectores suelen coincidir.

La evolución del sistema de forrajeros humanos es (…) debida a la combinación inusual de la vinculación de varones (en la cual la alianza de los miembros es crítica para la supervivencia y el éxito reproductivo) y la crianza cooperativa (en la cual todos los miembros de la familia apoyan proactivamente a las madres y la descendencia dependiente) (p. 333)

Rasgos clave únicos son la intencionalidad compartida y sus consecuencias: un vasto aumento de la inteligencia cultural (…) lenguaje (…) evolución cultural que incluye una tecnología en gran medida mejorada (…) y la moralidad, en particular su componente normativo (…) Estas diferencias encuentran su base física en nuestro cerebro, cuyo tamaño se incrementó hasta tres veces a lo largo de 2.5 millones de años. La hipótesis de la crianza cooperativa atribuye estos cambios al hecho de que las presiones selectivas asociadas con la cría cooperativa actuaban sobre un sistema cognitivo de tipo simio (p. 437)

El pensamiento abstracto libera a los individuos de las limitaciones del pensamientos y espacio inmediatos y así incrementa el tiempo para la planificación; y el pensamiento simbólico (…) hace posible representar gente, personas e incluso conceptos (tales como pertenencia al grupo) utilizando signos arbitrarios (p. 90)

  No cabe ninguna duda de que el Homo sapiens pudo utilizar estas peculiaridades para convertirse en el animal más temible del planeta. En grupos grandes, armados con hachas de piedra, disponiendo del fuego y sistemáticamente organizados, todos los predadores eran mantenidos a raya. Y sin embargo, esta fortaleza física ante los mamuts y los dientes de sable trajo también algunos problemas: la vinculación de varones que se da también en los chimpancés es probable que conlleve la aparición de la guerra. 

Datos empíricos apoyan la idea de que hay un beneficio para los chimpancés machos que ganan los enfrentamientos entre grupos (…) La guerra chimpancé parece una adaptación (p. 345)

[La guerra] es diferente de la reyerta, porque la reyerta implica violencia vinculada a conflictos individuales o familiares, no violencia entre unidades políticas  (p. 337)

   Más probablemente aún puede haber guerra si los sujetos están habituados a cazar en grupo grandes animales con armas cada vez más sofisticadas (ya no solo piedras talladas, también hachas, lanzas y arcos y flechas).

La guerra debería estar presente cuando se reúnan las siguientes condiciones: un grupo es mucho más fuerte que otro, beneficia ganar acceso a recursos controlados por otro grupo y hay poco beneficio de los intercambios pacíficos con éste (p. 346)

  Aunque hay antropólogos optimistas que consideran que la guerra no habría siempre existido, no es este el caso de Schaik.

  Ahora bien, la guerra también tiene algunos aspectos positivos:

Si bien violenta, la guerra es esencialmente cooperativa porque implica una coalición, tradicionalmente formada exclusivamente por hombres, que se unen en una lucha colectiva de alto riesgo. (p. 337)

  Estos grupos familiares complejos, con su herencia cultural, su gran capacidad predadora y habilidades sociales inesperadas como el lenguaje simbólico daría lugar también a otra peculiaridad única: la religión.

Uno puede proponer como función esencial de la religión moderna el reemplazo del rol de la reputación en sociedades anónimas a gran escala. Sin esta nueva forma de mantener la solidaridad y confianza intragrupal, estas grandes sociedades enseguida se descompondrían (p. 370)

  El Homo sapiens llega a convertirse en un mamífero superior de gran éxito: se calcula que seis millones de individuos llegaron a extenderse por todo el planeta y desplazaron no solo a los grandes predadores y a espectaculares ejemplares de megafauna, sino también a los últimos homininos no del todo humanos (como los Neandertales y los Denisovianos).

  El paso a la civilización se producirá tras un impresionante cambio climático hace diez mil años: surgirán la agricultura, la ganadería, los Estados organizados –asociaciones entre individuos que no se conocen personalmente unos a otros-, la escritura y todo lo que ya sabemos y que supone hoy, al fin y al cabo, nuestra forma de vida.

  La explicación del cambio probablemente la tenemos en estos orígenes prehistóricos. La guerra, por ejemplo, puede entrar fácilmente en una escalada: si quiero vencer al enemigo, me interesa tener el mayor número de combatientes y para eso me conviene producir la mayor cantidad posible de alimentos. Es probable, de hecho, que la guerra fuese el factor civilizatorio esencial. Pero todo asociacionismo, aunque sea para la guerra, implica aspectos positivos: hace falta que los individuos aporten recursos al bien común. Y si hay que combatir al enemigo, conviene no desperdiciar energías en las disputas internas.

  Necesitamos desarrollar la confianza mutua, desarrollar la camaradería, el amor y la amistad. La aloparentalidad es un buen comienzo. 

El mejor predictor de la presencia de prosocialidad proactiva en una especie es la extensión del cuidado alomaternal, un marcador de crianza común (p. 327)

   Y no es el único.

Actividades que aumentan la adaptación tales como el grooming están necesariamente acompañadas por una alta motivación para llevarlas a cabo, lo cual a su vez requiere algún sistema de recompensa fisiológico (…) El alogrooming está asociado con la liberación de endorfinas (p. 278)

Tenemos tendencias altamente prosociales, que son a la vez proactivas (espontáneas) y reactivas [condicionadas por solicitantes], que se ponen en marcha por estímulos que evocan la empatía y moduladas por la proximidad social (amistad, parentesco) (p. 354)

  La amistad ayuda, y para que la amistad se mantenga conviene evitar las provocaciones al conflicto.

El beneficio para el hombre [de realizar discretamente el coito] es que previene una competición abierta por acceso a parejas potencialmente fértiles lo que amenazaría la cooperación entre varones (p. 184)

  Finalmente, las religiones evolucionarán hasta el desarrollo de nuevas estrategias éticas. Pero el camino a la civilización no será sencillo. Desde luego, si la cooperación se nutre de las necesidades militares, la violencia nunca podrá ser vencida. Y si hay que guerrear y reunir recursos económicos con urgencia es inevitable que surjan tiranías y clases desposeídas y explotadas. Pero mientras más sepamos del origen de nuestras grandezas y nuestras calamidades más preparados estaremos para seguir afrontando los nuevos desafíos de la civilización.

Lectura de “The Primate Origins of Human Nature” en John Wiley & Sons, Inc 2016; traducción de idea21

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