viernes, 25 de septiembre de 2020

“Equilibrios inadecuados”, 2017. Eliezer Yudkowsky

   Eliezer Yudkowsky es uno de los visionarios tecnológicos que se han hecho más o menos habituales en la era de Internet. Es conocido por su trabajo en la Inteligencia Artificial, pero como muchos visionarios también considera las cuestiones epistemológicas y paradigmáticas. 

  Es imposible no participar en iniciativas de cambio radical sin tener en cuenta los problemas inherentes al cambio cultural; los problemas de cómo hacer surgir tendencias de opinión que son las que a su vez dan lugar a los grandes cambios sociales y económicos; en el pasado hubo cambios que dieron lugar a la participación democrática, el laicismo, la justicia imparcial, la igualdad entre los sexos, el capitalismo o la sociedad de consumo… en el futuro forzosamente habrán de darse otros cambios difícilmente previsibles hoy. 

   Yudkowsky concibe la tecnología encuadrada en la economía de mercado, y por lo tanto su visión tiene también un componente empresarial.

“Equilibrios inadecuados” es un libro acerca de una noción de mercados eficientes y de cómo podemos usar esa noción para averiguar cuándo la sociedad será o no será efectiva en perseguir alguna meta ampliamente deseada. Un mercado eficiente es uno donde los individuos inteligentes deberían considerar poco viable el que se puedan colocar artículos con un precio excesivo o con uno demasiado bajo. Podemos preguntarnos una cuestión análoga, sin embargo, sobre la eficiencia de otros empeños humanos (Prefacio)

  Su concepción acerca de los “equilibrios inadecuados” tiene que ver también con la resistencia a los cambios de paradigma; el inevitable inmovilismo de los centros de poder que ha de ser desafiado por una racionalidad sin prejuicios.

Resumo mi epistemología en algo así como “intenta asegurarte de que llegarías a diferentes creencias partiendo de diferentes mundos” (…) Errores emocionalmente atractivos no son trampas cognitivas invencibles de las que nadie puede escapar. A veces ni siquiera es difícil escapar de ellas (Capítulo 7)

  Pero un pensador que pretende compatibilizar el mundo empresarial con el desafío a lo convencional ha de ser forzosamente oscuro en su planteamiento. Precisamente cuando se señalan las “trampas cognitivas” se está poniendo a prueba la racionalidad de las mismas motivaciones.

Desarrollar creencias acertadas requiere tanto observación de los datos como el desarrollo de modelos y teorías que pueden ser comprobados por los datos (Capítulo 5)

   El uso del razonamiento lógico propio del enfoque científico  ha de verse alejado de prejuicios y convencionalismos. ¿No es eso algo que todos tenemos asumido hoy? Sin embargo, los desastres de las crisis económicas recientes nos demuestran que no siempre se atiende a los datos.

  La obra de Yudkowsky tenemos que verla como parte de los esfuerzos en delimitar los criterios de actuación de un esfuerzo colectivo; una señalización más en la cuestión de los paradigmas, sobre la cual nunca se dirá bastante. ¿Por qué ni Aristóteles descubrió la ciencia moderna, ni Hipócrates la medicina moderna etc?

  Una muestra de la inteligente preocupación de la teoría social y económica por la mecánica del pensamiento han sido los teoremas que nos describirían los errores de la cognición a nivel social y a muchos de los cuales Yudkowsky hace referencia:

Ventana de Overton 

Equilibrio de Nash

Óptimo de Pareto

   Por su parte, uno de los conceptos que él desarrolla es el de la información asimétrica

Es un problema de información asimétrica cuando intentas vender un coche usado y sabes que no tiene problemas mecánicos, pero no tienes manera de comunicar esta información al comprador porque éste pensará que podrías mentirle (Capítulo 3)

  Es decir, una cuestión cognitivo-social: la incapacidad de utilizar criterios científicos –evaluación objetiva- dentro del mundo empresarial, que se basa en los artificios emocionales de la seducción, el engaño y la mentira. Curiosamente, Yudkowsky no considera la cuestión moral, sino solo la ineficiencia por causa del paradigma del mercado: da igual que todos los indicadores objetivos afirmen cuál es la tendencia económica si los paradigmas del interés del mercado rechazan tales indicadores por causa de prejuicios y/o sesgos. 

  Esto en cierto modo recuerda la diferencia entre racionalidad y lógica y el concepto de "razón no formal". Hay una racionalidad del mercado que en ocasiones contradice necesariamente la lógica… a pesar de que el mercado se jacta de basarse en la lógica.

  En el mismo sentido, Yudkowsky presume de ser autodidacta y como tal pretende que los proyectos de investigación funcionan mejor si se ven desvinculados de los intereses académicos. 

Me he encontrado con varias personas que me preguntaban cosas como “¿Por qué vosotros los del Machine Intelligence Research Institute pensáis que lo hacéis mejor que los académicos?”. Yo respondía que éramos un pequeño instituto de investigación que se sostiene por donantes individuales, y que por lo tanto se pone al margen de las ex organizativas estándar que colectivamente crean malos incentivos para el tipo de investigación que llevamos a cabo. Describí cómo deliberadamente nos habíamos organizado para alejarnos de incentivos que desalientan proyectos de investigación sustantivos a largo plazo, para evitar la dinámica académica “publica o perece”, y más generalmente para navegar alejados de las múltiples fronteras de competitividad dentro de las cuales los investigadores tienen que gastar toda su energía compitiendo para dar a conocer sus trabajos en las mejores publicaciones (Capítulo 4)

   Su conclusión particular es 

Es posible [hacer algo bueno por alguien] pensando cuidadosamente sobre el problema uno mismo, incluso si tu civilización no te da una respuesta convencional (Capítulo 2)

  De momento, tendremos que esperar a que la visión de este y otros autores acabe demostrándonos ser más efectiva que la de las infraestructuras académicas, tecnológicas y económicas convencionales que critican, y en qué medida logran crear alternativas a ellas.  Desde luego, nunca viene de más que nos señalen las incongruencias de la organización social –mercados, centros académicos, desarrollo tecnológico…- a pesar de que ésta asegura basarse en criterios lógicos racionales.

   Si las cosas no van bien del todo, entonces forzosamente el pensamiento convencional no puede estar acertado, pero saltar de uno a otro paradigma no es nada fácil. Por definición no puede serlo porque no sabemos previamente adónde vamos a ir a parar, algo inevitable en todo cambio de paradigma.

Lectura de “Inadequate Equilibria” en Machine Intelligence Research Institute Berkeley, 2017; traducción de idea21

martes, 15 de septiembre de 2020

“Guerra, paz y naturaleza humana”, 2013. Douglas Fry (Editor)

No es que la preocupación por la agresión humana esté injustificada, pero necesita verse equilibrada por los otros potenciales que tenemos, lo que nos permite hacer la paz, llevarnos bien y desarrollar sociedades basadas en la cooperación. (p. xiv)

  El antropólogo Douglas Fry reúne y edita un conjunto de trabajos acerca de la supuesta predisposición humana a la guerra. Son casi veinte autores, entre ellos algunos bastante conocidos como Frans De Waal, Christopher Boehm y Darcia Narvaez;  y curiosamente, si bien tanto en su introducción como en sus propios trabajos Fry trata por encima de todo de sacar adelante su visión un tanto rousseauniana –el hombre en estado de naturaleza no es guerrero-, algunos de los trabajos de otros autores no lo secundan.

  Lo que sí parece consistente es la crítica a lo que se juzga como un exagerado hobbesianismo -homo homini lupus- del best-seller de Steven Pinker, "Los ángeles que llevamos dentro".

La psicología evolutiva [insiste en que] la guerra tiene millones de años de edad, que los asesinos viven en la puerta de al lado y que los asesinos tienen más bebés (…) Esta visión de la naturaleza humana no está basada en la investigación científica, más bien es parte de una creencia cultural que ha pasado a lo largo de generaciones, que se ha integrado en narrativas religiosas e históricas, se ha visto reforzada por conversaciones diarias, narrada en dramas y literatura, expresada en discursos políticos, impulsada por símbolos culturales y valores cultivados, y reproducida en tanto que aprendida y absorbida por los jóvenes (p. 2)

   Pinker considera que la guerra forma parte de la naturaleza humana, es decir, que se hallaba presente en el Paleolítico y que todo el avance de la civilización –avance tecnológico, demográfico, de complejidad social- ha ido paralelo a un control de la agresión, tanto entre individuos como entre grupos. Pero aquí se argumenta que las evidencias sociológicas y arqueológicas no avalan esta visión.

Desarrollos en psicología, neurociencia, economía y comportamiento animal han comenzado a cuestionar la visión, dominante hasta hace una década [estamos en 2010], de que la vida animal y por extensión la naturaleza humana, gira en torno a una competición incesante (p. xii)

Clara evidencia de muertes por armamento (lanzas y arcos y flechas) se encuentra solo en humanos modernos de hace 8 a 12000 años   (p. 91)

  La evidencia arqueológica será largamente discutida y cada nuevo hallazgo cuestionará las conclusiones alcanzadas hasta hoy por cada autor, pero en cualquier caso estamos en nuestro derecho de objetar cualquier pronunciamiento taxativo al respecto.

   Al mismo tiempo que la evidencia arqueológica, tenemos los otros típicos caminos en la búsqueda de evidencias acerca de la naturaleza innata del comportamiento humano: la evidencia antropológica de los cazadores-recolectores que quedan, la evidencia del comportamiento de los niños muy pequeños y lo que sabemos del comportamiento de nuestros “primos”, los grandes simios.

Los forrajeros nómadas [estudiados aquí] no combaten por tierras, poder político o riqueza material y no atacan para secuestrar mujeres o intentar matar a los forasteros (p. 7)

   Siendo estas funcionalidades las que, supuestamente, impulsarían a la guerra: que un grupo se imponga a otro por la fuerza para controlar los recursos que aseguren su supervivencia y continuidad. Sin embargo, sí parece suceder de ese modo con nuestros primos chimpancés: para ellos, la agresión, incluso algo muy parecido a la “guerra” (no reyertas, no venganzas) podía resultarles conveniente, especialmente cuando expulsan a otros grupos de los territorios donde se pueden obtener más alimentos.

Los beneficios posibles [de la agresión entre grupos de animales sociales] incluyen el excluir a machos forasteros de copular con hembras locales;  el reclutar más hembras para la comunidad; el competir por territorios con alimentos; el protegerse de ataques agresivos  (p. 372)

Al incrementarse el territorio [en el que vive la comunidad de chimpancés], la masa corporal [de cada individuo] aumenta  (p. 372)

  De ese modo, los grupos más letales se impondrían a los menos. Lo que se discute aquí es que esto sea una tendencia sistémica, porque es probable que los casos de ese tipo se den solo en situaciones de escasez, tanto en simios como en humanos.

  Así, el famoso caso de los bonobos –una variedad de chimpancé mucho menos agresivo- podría tener que ver con que viven en un ecosistema mucho más favorable para su supervivencia.

La estructura social de vínculo femenino de la que se informa en los bonobos [y que permite que las hembras controlen la agresividad de los machos] es un rasgo específico de la especie que tiene lugar por una alta disponibilidad de comida y los subsecuentes bajos niveles de competición por la comida  (p. 395)

  En cuanto a los niños:

En diversas culturas los niños pequeños tienden a hacer las paces después de una agresión y después de conflictos entre pares en un promedio de cuatro veces de cada diez, sin ninguna intervención adulta (p. 67)

  Es decir, que habría tendencias agresivas así como tendencias paliativas de la agresión entre iguales.

No [se trata de] que los chimpancés y humanos no sean violentos bajo ciertas circunstancias, como sabemos que sucede, sino que las afirmaciones de inherente “demonismo” tanto en chimpancés como humanos son erróneas. Además, la investigación indica que la neurofisiología de la agresión entre especies (predación) es bastante diferente de la violencia espontánea vinculada a la agresión intraespecífica entre humanos (asesinato) (p. 104)

  Esto último –que la predación, la caza- no esté relacionada con la violencia entre humanos es discutido por algunos autores… y no podemos evitar relacionarlo con lo que sabemos acerca del “primado”. Incluso otra de las contribuciones de este libro se fija en lo observado a este respecto en la especie de los babuinos:

De Vore, uno de los primatólogos más influyentes (…) escribió a primeros de 1960 sobre los babuinos: “han adquirido un temperamento agresivo como defensa contra los predadores, y la agresividad no puede abrirse y cerrarse como un grifo. Es una parte integral de las personalidades de los monos, tan profundamente arraigada que los convierte en agresores potenciales en cada situación”  (p. 422)

  ¿Son los trabajadores de los mataderos individuos más agresivos que los enfermeros que asisten a incapacitados, debido a sus diferentes actividades? Ni siquiera sabemos eso.

  Lo que parece evidente es que la cantidad de factores implicados es de tal magnitud que siempre será difícil alcanzar una conclusión sobre la propensión humana a la violencia.  Lo valioso es aprender lo más posible acerca de cómo se desarrolla ésta; sobre todo para encontrar medios para controlarla.  Debemos entender el darwinismo en su justa medida, porque, por otra parte, la idea de que el individuo –humano o no- se guía únicamente por el propio interés es contraria a la evidencia biológica.

¿Por qué en la mayoría de especies de pájaros el primer pollito que sale del huevo no expulsa a los otros huevos del nido? Esto daría una gran ventaja de supervivencia al pollito que lo hiciera (p. 497)

  Y sin embargo, aparte del instinto de supervivencia, el primer pollito cuenta con otros instintos que le hacen respetar la vida de sus futuros hermanos. Y existen instintos aún más altruistas de los que la naturaleza –humana o no- nos aporta variados ejemplos.

  Podemos admitir la posibilidad de que la sociedad primitiva –el “hombre en estado de naturaleza”- no fuese guerrera de forma sistémica como sí llegarían a serlo algunas civilizaciones del neolítico.

Entre las sociedades de bandas nómadas, la historia habitual detrás de un homicidio inicial es que dos hombres quieren la misma mujer (…) Entonces, si eso sucede, la historia habitual para un segundo homicidio es la venganza dirigida directamente al asesino y perpetrada por los familiares de la primera víctima. Y para los forrajeros nómadas, la historia típicamente se detiene ahí, un resultado que restaura el equilibrio.  (p. 10)

  Por el contrario, más allá de las reyertas pasionales o las venganzas entre familias, la guerra es algo muy específico: supone enfrentamientos organizados entre grupos, enfrentamientos “impersonales”, porque se mata a alguien simplemente por pertenecer a un grupo extranjero.

La guerra también difiere de los homicidios a nivel de familia y litigios de grupos locales en que la violencia letal se convierte en impersonal entre comunidades, y con frecuencia resulta en anexión forzada y en pagos de onerosos tributos en forma de bienes materiales y trabajo social  (p. 142)

  Si tenemos en cuenta que las sociedades primitivas estaban formadas por grupos pequeños y que era muy frecuente que los grupos vecinos estuvieran emparentados, resulta creíble que la violencia que existiera entre ellos no correspondiese con lo que entendemos hoy como “guerra”.

Se reportan homicidios entre una mayoría de forrajeros nómadas pero al mismo tiempo la mayoría de tales sociedades no se comprometen en guerras  (p. 11)

   Agresión sí, guerra no. Incluso a lo mejor no mucha agresión. Porque se parte de la idea de que la sociedad primitiva necesitaba ahorrar recursos para enfrentarse a un medio difícil.

En las especies cooperativas fuertes presiones selectivas han resultado en comportamientos que minimizan el conflicto a fin de permitir la máxima cooperación  (p. 12)

Estas sociedades generalmente intentan suprimir la violencia interna y contra grupos vecinos porque la cooperación (por ejemplo, compartir comida) más que la competición, promueve la supervivencia de los grupos e individuos (p. 244)

  Sin embargo, que ahorrar recursos necesarios para la economía –en lugar de despilfarrarlos en guerras- sea lo más lógico no implica desgraciadamente que siempre se haga así. En realidad, eso podría aplicarse a cualquier momento del desarrollo humano –incluido el presente-. ¿Eran los hombres del Paleolítico más inteligentes que nosotros?

   La realidad es que sabemos, por ejemplo, que algunos pueblos nómadas, como los esquimales, que viven en una situación de gran precariedad, incluso ellos son mucho más agresivos –aunque no emprendan “guerras”- de lo que convendría en una sociedad donde no se deben despilfarrar recursos humanos. Pero en este libro no se cuenta nada sobre los esquimales, ni entre las evidencias arqueológicas se mencionan tampoco los hallazgos de la cueva del Sidrón (con lo que parece un homicidio múltiple con canibalismo en la profunda prehistoria).

    No hay ninguna duda de que, en el ser humano, el gran hándicap es la agresión. Sin agresión –guerra, reyerta u homicidio de cualquier clase- la capacidad cooperativa entre los Homo Sapiens -homínidos de extraordinarias capacidades cognitivas- puede llevarnos a cualquier logro imaginable mediante el desarrollo de la tecnología. Y sin embargo, no han sido los pueblos de vida más precaria los que sistemáticamente hayan desdeñado la agresión, parece más bien lo contrario: la agresión se reduce con la abundancia, como en el caso de los bonobos. O como en el caso del descubrimiento del comercio.

Una de las diferencias más notables entre humanos y chimpancés es que las interacciones intergrupales son siempre de suma cero para los chimpancés. A diferencia de los humanos, los chimpancés no tienen nada con lo que comerciar con sus vecinos  (p. 381)

  En realidad, el debate entre rousseaunianos y hobbesianos resulta de menor importancia si lo que ponemos por delante de todo es la necesidad de desarrollar, en paralelo, el control de la agresión y la eficiencia de la cooperación. En ambos casos, debemos hacerlo teniendo en cuenta los factores psicológicos que motivan el comportamiento individual.

La paz no es solo ausencia de guerra, sino también la gente que sale adelante prosocialmente: cooperación, compartir y amabilidad que vemos cada día en nuestra sociedad. La paz es la reciprocidad positiva  (p. 544)

  Correlacionadas con la agresión se encuentran concepciones culturales tan variopintas como el sexismo, el nacionalismo, las creencias en seres sobrenaturales, el amor propio, un bajo índice de educación y de lectura, y el consumo de estupefacientes. ¿Cómo organizar una respuesta de reforma cultural y social a la agresión partiendo de tales datos?

    Sabemos que no necesitamos cambiar la naturaleza humana, y la prueba de ello es que un ciudadano de una apacible sociedad de Europa Occidental no es genéticamente más agresivo que un ciudadano de una violenta sociedad centroamericana (la diferencia en el porcentaje de homicidios es nada menos que de cincuenta a uno). Lo que se necesitan son estrategias culturales inteligentes y no tanto confiar en que la naturaleza humana innata sea más o menos agresiva.

   Las estrategias de reforma cultural –reforma moral- inteligentes, para serlo, han de ser capaces de plantar cara a los prejuicios de la sociedad convencional, y eso no es fácil. Las motivaciones humanas de basan sobre todo en la obtención de prestigio, y el prestigio se concede siempre en el seguimiento de las metas que la sociedad convencional establece. .. una sociedad convencional que no ha obtenido grandes logros en el control de la agresión; cuando menos, no en proporción a los logros alcanzados en tecnología y economía.

Lectura de “War, Peace and Human Nature” en Oxford University Press, 2013; traducción de idea21

sábado, 5 de septiembre de 2020

“La historia olvidada del liberalismo”, 2018. Helena Rosenblatt

  La profesora Helena Rosenblatt ha escrito un libro de historia sobre el “liberalismo” que contiene reflexiones críticas sobre la evolución social y moral de nuestra civilización. En general, hoy concebimos el liberalismo como la formulación política de los ideales humanitarios de la Ilustración. Incluso si no creemos mucho en las soluciones políticas, no cabe duda de que ésta refleja la visión de las relaciones humanas en una época determinada.

Todo el mundo convendrá en que el liberalismo tiene que ver principalmente con la protección de los derechos y los intereses individuales, y que los gobiernos están ahí para protegerlos. Los individuos deberían disponer de la máxima libertad para poder tomar sus propias decisiones en la vida y obrar como deseen. (Capítulo 1)

  En el caso del concepto de “liberalismo”, su origen se encuentra en el pensamiento de los primeros filósofos de la Antigüedad

Cicerón (106-43 a.C.) (…) escribió con elocuencia sobre la importancia de ser liberal. La palabra deriva del término latino liber, que significa tanto «libre» como «generoso», y liberalis, «propio de una persona nacida libre». (…) En la antigua Roma ser libre significaba ser un ciudadano y no un esclavo. Quería decir estar libre de la voluntad arbitraria de un amo o de la dominación de cualquier hombre. (…) Los antiguos romanos pensaban que para ser libre se requería (…) que los ciudadanos practicaran la liberalitas, esto es, que tuvieran una manera noble y generosa de pensar y tratar a los conciudadanos. Lo contrario era el egoísmo, o lo que los romanos llamaban «servilismo», un modo de pensar o actuar que solo se tiene en cuenta a uno mismo, sus beneficios y sus placeres.  (Capítulo 1)

  Fijémonos bien: “liberal” es la cualidad moral propia del hombre libre, del que no es esclavo. Porque el esclavo es egoísta, rapaz, ruin e infame (“servilismo”). Por eso es esclavo; porque se lo merece por sus defectos morales.

   O, visto desde otra perspectiva: la condición de esclavo incapacita psicológicamente a la persona para comportarse según la virtud, dado el embrutecimiento traumático del que es víctima en tanto que esclavo. Solo debe ser libre aquel que moralmente está cualificado para serlo.

Esclarezco lo que considero un hecho crucial que la historia ha olvidado. En el fondo, la mayoría de los liberales eran moralistas. (…) Nunca hablaban de los derechos sin hacer hincapié en los deberes. La mayoría de los liberales creía que las personas tenían derechos porque tenían deberes, y la mayoría de ellos estaban profundamente interesados en las cuestiones relacionadas con la justicia social. (…) Los liberales defendían sin cesar la generosidad, la rectitud moral y los valores cívicos. Naturalmente, esto no significa que siempre practicaran lo que predicaban o actuaran conforme a sus valores. (Introducción)

  Por lo tanto, lo que hoy concebimos como una ideología política individualista y más bien egoísta tiene su origen en el autocontrol moral.

La liberalitas era el «vínculo de la sociedad humana». El egoísmo no solo era repugnante moralmente, sino también destructivo socialmente. (…) Los hombres libres tenían el deber moral de comportarse con liberalidad los unos con otros. (Capítulo 1)

   ¿Qué sucede al estallar las revoluciones sociales y políticas inspiradas por la Ilustración a finales del siglo XVIII, en Estados Unidos y Francia?

Al principio, algunos revolucionarios habían creído ingenuamente que el derrocamiento del antiguo régimen desencadenaría espontáneamente una regeneración moral. Según su razonamiento, la humanidad, una vez liberada de los grilletes de la monarquía, la aristocracia y la Iglesia católica, volvería a su estado de bondad natural. Sin embargo, y para su consternación, parecía haber ocurrido lo contrario. La revolución había desatado pasiones terribles, de modo que la moral pública parecía ser peor, no mejor. (Capítulo 2)

  El “liberalismo” político contemporáneo es en cierto modo una contestación a los excesos de la Revolución Francesa. Mientras que los anglosajones habían logrado preparar el terreno para la convivencia en libertad, ¿por qué habían tenido menos éxito los ilustrados de Francia? Quizá porque los primeros se habían anticipado en la formación “liberal”; en la formación moral y ciudadana.

El Oxford English Dictionary documenta que en 1772 la palabra «liberal» había pasado a significar «libre de sesgos, prejuicios o intolerancia; de mente abierta, tolerante». (Capítulo 1)

Locke convertía la tolerancia en un deber cristiano. (…) Locke amplió mucho el mandato de ser liberal, al menos para su época. Incluía a todas las sectas protestantes e incluso a los paganos, los musulmanes y los judíos. (Capítulo 1)

Las biblias protestantes ayudaron a difundir la idea de que la liberalidad no era solo un valor principesco o aristocrático, sino también un imperativo cristiano universal. (Capítulo 1)

   Los excesos del Terror llevaron a que los ilustrados franceses se plantearan la reforma moral previa de los ciudadanos que habrían de vivir en libertad.

Los ciudadanos no nacían, se hacían. Cicerón afirmaba con frecuencia que las artes liberales debían enseñar humanitas, una actitud humana hacia los conciudadanos. El historiador griego y ciudadano romano Plutarco (46-120) escribió que una educación liberal daba sustento a una mente noble y conducía al perfeccionamiento moral, la actitud desinteresada y el civismo de los gobernantes. En otras palabras, era esencial para inculcar la liberalidad. (Capítulo 1)

   De modo que a primeros del siglo XIX se hacían públicas opiniones acerca de cómo alcanzar la mejora moral para sacar adelante los proyectos políticos avanzados. No bastaba solo con darse leyes más justas.

La promoción de la moral estaba vinculada a la religión; todo el mundo lo sabía (Capítulo 2)

Lo que Francia necesitaba no era el catolicismo (…) sino una religión ilustrada que fomentara las cualidades de espíritu y el carácter necesarios para ser un buen ciudadano. (Capítulo 2)

  Entonces, algunas piezas encajan: la libertad -sin duda el mayor bien para el individuo- no puede existir sin una formación moral que impida que tal individuo se comporte de forma egoísta. Ése es el motivo por el que muchos liberales, en un principio, no eran demócratas.

El talante liberal se combinaba a menudo con la condescendencia, cuando no con el menosprecio absoluto, hacia los pobres. (…) Las clases más bajas eran incapaces de practicar la liberalidad, mientras que la generosidad, los sentimientos elevados y la sensibilidad hacia los infortunados eran rasgos de la nobleza.[siglo XVIII] (Capítulo 1)

  Es una actitud similar a la del desprecio del ciudadano romano por los esclavos. En buena parte por esto el sufragio censitario se mantendría hasta primeros del siglo XX. No se trataba solo de beneficiar a los privilegiados por miedo a que un reparto de la riqueza los privara de su ostentoso estilo de vida: existía también el razonable temor de que las masas embrutecidas desataran su resentimiento en venganzas.

Para la mayoría de las personas de la época, la «democracia» era sinónimo de anarquía o gobierno de la muchedumbre (Capítulo 1)

Ser liberal no era lo mismo que ser demócrata. Estamos tan acostumbrados a oír hablar de la «democracia liberal», que es fácil mezclar estos dos términos. Sin embargo, durante este período inicial en que el liberalismo aún estaba naciendo, los principios liberales y los democráticos solían oponerse entre sí. (…)Se defendía así «el gobierno de los mejores», que no debía confundirse con la democracia.  (Capítulo 2)

Para que la democracia fuera segura, era necesario educar y moralizar a la población. (Capítulo 5)

  Preciso es puntualizar que los auténticos liberales no eran hipócritas. Por eso, la idea del liberalismo del “laissez-faire” aparece mucho más tarde y siempre encontrará resistencia entre los mismos liberales

Los primeros liberales no eran inflexibles con respecto al laissez-faire. No hacían hincapié en los derechos de propiedad ni celebraban las virtudes del interés personal sin restricciones. No existía lo que actualmente se denomina liberalismo «clásico» u «ortodoxo». (Capítulo 2)

Para los liberales del siglo XIX, ser liberal significaba sobre todo creer en un proyecto ético. Implicaba suscribir un ideal moral que se remontaba a siglos. (Capítulo 3)

La mayoría de las personas comprendía ahora que el Estado estaba obligado moralmente a intervenir en favor de los desamparados y los oprimidos. Tenía fines más nobles que perseguir que la mera creación de riqueza material. La mejora de la «inteligencia y felicidad» de los ciudadanos era mucho más importante. Esto era lo que diferenciaba a la civilización de la barbarie. (Capítulo 7)

A finales del siglo XIX, las ideas alemanas en materia de economía política hicieron que el liberalismo se dividiera en dos corrientes, una a favor del laissez-faire y otra de la intervención estatal. Ambas se llamaban a sí mismas liberales. (Capítulo 7)

  Estos criterios humanitarios son los mismos que rigen la moralidad universal actual (los Derechos Humanos según las Naciones Unidas). Les llevó tiempo triunfar, pero a finales del siglo XIX ya estaban consolidados. Los liberales defendían el intervencionismo estatal en la economía para beneficiar a los menos privilegiados… y los socialistas eran comprensivos con las dificultades para alcanzar el ideal igualitario.

Los socialistas de finales del siglo XIX no abogaban necesariamente por la revolución o la abolición del capitalismo. El primer partido socialista de Francia, la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia, fundado en 1879, defendía las reformas graduales aprobadas por el Parlamento. En Alemania, el éxito electoral de su partido también hizo que muchos socialdemócratas creyeran que se podía alcanzar el socialismo con la legislación y las reformas pacíficas. (Capítulo 7)

  Lo que lleva a mucha gente a pensar que, tal vez, sin la catástrofe de la primera guerra mundial en 1914 (causada, sobre todo, por el nacionalismo), la sociedad hubiera continuado el progreso económico, tecnológico, social y moral, sin necesidad de pasar por las terribles experiencias totalitarias de los fascismos y marxismos. Nunca sabremos si hubiera podido ser así.

   Como conclusión de la lectura de este libro de historia y pensamiento, tenemos que lo “liberal”-liberalismo- o lo “social” –socialismo- son manifestaciones políticas del cambio humanista que quizá supongan una mera consecuencia de la evolución moral previa. Sin embargo, tampoco podemos olvidar que en tiempos de Cicerón la tecnología no permitía tanta producción de riqueza como en el siglo XVIII –primera revolución industrial-; con menos riqueza a compartir se hace difícil mejorar la condición de los más humildes.

Creían que la posesión de propiedades era necesaria para que uno dispusiera de independencia y tiempo, indispensables para adquirir los conocimientos y el carácter que se requerían para tomar decisiones políticas fundamentadas. [Benjamin Constant, siglo XIX] (Capítulo 2)

  Cicerón o Plutarco implícitamente consideran que la formación humanista –un auténtico adiestramiento moral de la conducta- requiere medios de los que un esclavo no puede disponer. El esclavo no es digno de la libertad porque no puede formarse como “liberal”. Y en los tiempos de la Ilustración este punto de vista no había cambiado mucho.

Desde un principio, a los liberales les preocupaba la «incapacidad» de las masas, a las que consideraban irracionales, proclives al comportamiento violento e inconscientes de sus propios intereses. (Capítulo 1)

   Quizá el éxito del cristianismo fue crear una doctrina moral accesible a las masas, incluso para los esclavos, que, gradualmente, las preparó para gobernarse a sí mismas. Eso, y el incremento de la riqueza, permitirían, paso a paso, que el ideal de la libertad individualista y a la vez autorresponsable, fuera abriéndose camino hasta hoy.

Lectura de “La historia olvidada del liberalismo” en Editorial Planeta S.A., 2020; traducción de Yolanda Fontal Rueda