domingo, 5 de noviembre de 2023

“Los caminos y el poder del amor”, 1954. Pitirim Sorokin

   Este es un libro extraño. Pitirim Sorokin, el primer catedrático de sociología de Harvard, nacido en Rusia y testigo privilegiado de la Revolución, escribe en el Estados Unidos de la guerra fría un libro sobre una alternativa social para la humanidad basada en el amor. Es verdad que también por la misma época Erich Fromm escribió su “El arte de amar”, ¿se trataba quizá de dar una respuesta no violenta a la promesa comunista de un mundo solidario y justo?

Nos concentraremos en este estudio principalmente en los planos psicológicos y socioculturales del amor –amor como un fenómeno psicosocial empírico visible-.  (p. 14)

  ¿Qué es el amor?

Éticamente el amor se identifica con la misma bondad. El amor se ve como la esencia de la bondad inseparable de la verdad y la belleza  (p. xvii)

Psicológicamente la experiencia del amor es un complejo consistente en elementos emocionales, afectivos, volicionales e intelectuales. Tiene muchas formas cualitativas referentes a cuestiones como empatía, simpatía, bondad, devoción, admiración, benevolencia, reverencia, respeto, adoración, amistad…por mencionar solo unos pocos  (p. 10)

En cualquier experiencia psicológica genuina de amor, el ego o el yo del individuo que ama tiende a fundirse e identificarse con el amado tú. (…) En una relación de amor, los egos de las partes están libremente mezcladas en un “nosotros” (…) Su amor mutuo es el amor final. Cada parte hace y da cualquier cosa por el bienestar del otro. No hay regateo, ni cálculo de beneficios, placeres o utilidades. (p. 76)

Ofrecer un asiento a otra persona en un tranvía es una acción de amor, si bien de poca intensidad  (p. 15)

  Se trata, por tanto, de una pauta de conducta, una manifestación conductual de una actitud personal de benevolencia hacia el semejante que facilita la plena cooperación entre las personas.

El amor reemplaza la lucha por la existencia por la unidad armoniosa y la ayuda mutua (p. 8)

   La solución a todos los problemas sociales. Pero no parece  corresponderse con lo que sabemos del comportamiento humano convencional. Más bien el amor se da en circunstancias excepcionales dentro de las vivencias entre particulares. No parece tratarse de un fenómeno social a gran escala.

Las formas más puras e intensas del amor han sido producidas espontáneamente y principalmente en las interacciones de miembros de la misma familia, de amigos íntimos o de pequeños grupos –escolásticos, religiosos, políticos, ocupacionales, étnicos, culturales y otros-.  (p. 16)

   Una idea de Sorokin, esencial en su concepción, es que el amor se produce primero porque algunos individuos excepcionales descubren la conexión entre los cambios de comportamiento humanos y una virtud trascendente y eterna que denomina el “supraconsciente”.

El supraconsciente parece ser la fuente de los mayores logros y descubrimientos en todos los campos de la actividad creativa humana: ciencia, religión, filosofía, tecnología, ética, derechos, artes, economía y política  (p. 98)

El supraconsciente crea y descubre mediante la intuición supraconsciente  (p. 99)

Las grandes religiones (…) pudieron ser creadas solo mediante el supraconsciente y no mediante la mente empírica y lógica. Esta conclusión se refuerza por el invariable fracaso de todos los intentos de crear una religión “racional y científica”, lógica, sensata, empáticamente verificable. Tales religiones nunca pueden ir más allá de filosofía vulgarizada y seudociencia de tercera categoría, divulgada entre un mero puñado de intelectuales racionales despojados de la gracia del supraconsciente (p. 110)

   Se puede ser despectivo con la “seudociencia”, pero todo este sistema de Sorokin recuerda un poco a Jung. Y nos encontramos aquí con una dificultad para hacer una lectura constructiva del panorama de la mejora moral que presenta Sorokin. Por una parte, está el protagonismo que se da a los líderes espirituales.

Jesús, Buda, Mahavira, Lao Tse, Confucio y Francisco de Asís (…) junto con un puñado de seguidores remodelaron la mente y comportamientos de millones, transformaron culturas e instituciones sociales y decisivamente condicionaron el curso de la historia. Ninguno de los grandes conquistadores y líderes revolucionarios pudieron remotamente competir con estos apóstoles del amor en la magnitud y duración del cambio que llevaron a cabo gracias a sus actividades  (p. 71)

  Sabemos poco sobre estos personajes históricos –de hecho, algunos tienen más bien naturaleza legendaria- y de los pocos mencionados que son más asequibles al estudio –como Gandhi- está por ver que su actitud moral sea equiparable a la perfección psicológica y social tal como la entendemos desde principios objetivos.

El mayestático, gigantesco poder del amor y la amabilidad, el poder de las grandes encarnaciones de amor como Buda y Jesús, San Francisco y Gandhi (…) [suponen] la forma más efectiva y accesible de adquirir el máximo de poder constructivo es amar de forma verdadera y sabia. (p. 12)

Mediante [la] imitación de unos pocos héroes del amor se levantan los estándares morales de las masas mucho más efectivamente de lo que pueden hacerlo miles de razonadores ético y predicadores racionales  (p. 484)

  Pero el desarrollo del altruismo a nivel universal requiere de planteamientos menos excepcionales. Ahora bien, ¿cómo llegar de la excepcionalidad de la virtud a una generalización de la virtud altruista como estilo de vida a nivel universal?

  Ante todo, hemos de considerar que se trata de interiorizar pautas de conducta.

El almacenamiento de la energía del amor en los individuos quiere decir hacer sus acciones y reacciones de amor espontáneamente habituales, interiorizadas y arraigadas hasta tal punto que se conviertan en una segunda naturaleza. (p. 45)

  Esto es el ámbito de “lo sagrado”, la pauta moral emocionalmente interiorizada conlleva la reacción refleja que condiciona el comportamiento en el sentido marcado por la doctrina moral.

  Pero ¿cómo llevar esto a cabo, al tratarse de conductas fuera de lo convencional, que no pueden surgir de la mera educación y de la mera interactuación con las personas convencionales?

Las escuelas intentan instigar en sus alumnos el egoísmo y los valores de competición tanto como el yo sin ego y el valor del amor; glorifican el culto al éxito y la victoria sobre los competidores más que el servicio humilde (p. 246)

  Sorokin tiene el acierto de señalar una posición intermedia entre la genialidad de los santos y la escasa sensibilidad del mundo convencional: el monasticismo y las escuelas de la virtud.

[Hay] tres principios básicos de los grupos altruistas: identificación ideológica y conductual del grupo y de sus miembros con los valores supremos del amor (llamado de formas diferentes); criterio común de los valores básicos para todos los miembros; y la afiliación total de cada miembro con la comunidad (monástica o no), con el resultado de someter todos los egos y afiliaciones al valor supremo de la comunidad y la comunidad misma (p. 454)

Las escuelas [convencionales] no son las mejores agencias para adiestrar a los genios de creatividad altruista. Solo instituciones grupales institucionales establecidas intencionalmente para los propósitos del adiestramiento altruista pueden cumplir tal requerimiento (p. 246)

   La enseñanza del altruismo requiere, ante todo, la motivación del que quiere ser enseñado y esto implica, por tanto, tener en cuenta el cambio social previo.

Por parte de los altruistas ateos (…) su ideal y valores más altos es frecuentemente llamado por varios nombres prosaicos: la mayor felicidad, el mayor bien, el mayor placer, el valor social más alto, el impulso emocional más profundo, la mayor necesidad social, libido, energía vital y demás. Estas formas denotan en tales casos algo mucho más trascendente que su significado literal (p. 146)

  Puesto que ya no vivimos en la época de las creencias tradicionales de lo sobrenatural, son las creencias racionalistas las que deben tomar provecho de las enseñanzas de la Antigüedad en la búsqueda de la virtud altruista –o prosocial, usando un término más preciso-. La insatisfacción de las fórmulas políticas y económicas puede acabar empujando la inquietud social a una búsqueda efectiva de un estilo de vida que forme una base firme del desarrollo de la civilización que no se quede en meras vaguedades de buena intención.

Hay muchas personas que profesan amar al conjunto de la humanidad. La extensión de su amor es por tanto enorme. Pero su amor a la humanidad raramente va más allá de declaraciones y muestra poco en sus obras. Esto es amor de baja intensidad con vasta extensión  (p. 20)

  En las reglas monásticas, sin embargo, Sorokin encuentra un buen ejemplo de cómo un trabajo metódico sobre las emociones humanas pueden llevarnos a una existencia armoniosa.

El [monasticismo nos muestra el] carácter de las técnicas usadas por altruistas eminentes para el despertar y desarrollo de sus conductas y actividades de amor (…) Su objetivo es el despertar y desarrollo del supraconsciente para la difícil realización de las acciones de amor supremo. Rezos al supraconsciente (llamado por diferentes nombres) en varias formas; aislamiento eremítico de todos los seres humanos y de toda la civilización con todas sus fuentes para el desarrollo del conocimiento racional, libros, bibliotecas, conferencias, instrucción etc; sostenida meditación y concentración que ni busca ni trata con los problemas del desarrollo del intelecto humano y su conocimiento científico; silencio por largos periodos, entrenamiento ascético y semiascético en el control de las propensiones conscientes e inconscientes; trances de éxtasis, obras peculiares del altruismo como el acto repentino de San Francisco de abrazar leprosos y besar sus horribles heridas: estos y cientos de otras técnicas no son diseñadas ni efectivas para el desarrollo intelectual del hombre ni para el juego más placentero y espontáneo de las propensiones inconscientes y bioconscientes (p. 139)

   La variedad de estrategias exige un detenido análisis. Besar las horribles heridas de los leprosos puede resultar poco conveniente para el desarrollo de un altruismo efectivo a gran escala, aunque fuese apropiado para la visión mística de San Francisco. Pero es mucho más valioso el énfasis en las transformaciones conductuales cotidianas, la psicología de la benevolencia y sus consecuencias.

Casi todas las constituciones monásticas contienen varias reglas explícitamente prohibiendo (…) el ayuno excesivo u otras formas de extremo ascetismo. Una de las razones para tal prohibición es que el extremo ascetismo puede disparar el espíritu de competición, vanagloria y autosatisfacción que son extraños a la continencia  (p. 404)

Que no haya signo de enfado, implacabilidad, celos o contención entre los monjes; ningún gesto, movimiento, palabra, mirada, expresión o nada parecido que esté calculado para desatar la ira de un compañero  (p. 397)

   ¿Se puede articular esto en un monasticismo propio de la sociedad actual? De hecho, podría suponer una ventaja el contar hoy con el análisis y metodología científicos para avanzar en la mejora moral.

Todas las medidas que faciliten un incremento de la creatividad constructiva en los campos de la verdad y la belleza también sirven al propósito de incrementar la creatividad en el campo de la bondad  (p. 19)

  Sorokin no nos da una fórmula viable. Todo se queda en llamar nuestra atención sobre el fenómeno real del desarrollo altruista y exigirnos actuar. 

Los existentes poderes inconsciente, consciente y supraconsciente del hombre son suficientes para la eliminación de la mayor parte de las guerras interhumanas, así como para un espléndido renacimiento del hombre mismo, de su cultura y su universo social. Tan pronto como estos poderes estén organizados según un plan, comenzarán su trabajo y en un tiempo comparativamente breve alcanzarán resultados  que excederán las mejores expectativas.  (p. 488)

   ¿Una organización de poderes inconsciente, consciente y supraconsciente? No se da mayor detalle.

  Sin embargo, la sociedad actual produce millones de científicos, técnicos y teóricos, una asombrosa abundancia si lo comparamos con los tiempos de Arquímedes y Aristóteles. ¿No podría suceder algo parecido al nivel de la moral?

  Incluso en la psicoterapia, de la que Sorokin tanto desconfía, encontramos indicadores de la mejora conductual.

La transferencia positiva, esto es, el sentimiento afectivo y cálido del paciente hacia el terapeuta –en contra de la transferencia negativa con su sentimiento de hostilidad- es generalmente considerada la condición necesaria para la mejora del paciente (p. 64)

   Consideremos también otro mecanismo de desarrollo del amor que ya remarcaron algunos intelectuales del siglo XIX: la literatura dramática.

Una gran tragedia con frecuencia conmueve a la audiencia mucho más profundamente que un elocuente sermón, una gran novela o una gran sinfonía con frecuencia nos inspiran aspiraciones morales más fuertes que una excelente conferencia sobre ética (p. 319)

   Se trata, por tanto, de que la búsqueda de la virtud es un fenómeno que puede describirse y articularse en funciones comprensibles y efectivas.

Ningún desarrollo altruista notable es posible sin tres cambios personales y socioculturales mutuamente conectados: una autoidentificación del individuo con algún tipo de valores altruistas, concebidos bien en su forma más elemental o en su formar más sublime; una respectiva reordenación del propio ego, valores y estándares; y una correspondiente reordenación de las afiliaciones de grupo y entorno (p. 287)

  Al cabo, el camino monástico –hoy abandonado- puede ser el más valioso, pues se trataría de desarrollar comportamientos estándar asequibles a muchos –aunque no a todos, pues el factor motivación varía mucho de unas personas a otras- que pueden mediar entre el ideal heroico –de dudosa existencia, pero útil como ideal- y una sociedad convencional que sigue buscando soluciones sociales innovadoras.

El excepcionalmente alto nivel de las exigencias monásticas para la perfección moral requiere una movilización de todos los poderes creativos de un monje, reforzados por el entusiasta apoyo de su comunidad monástica a fin de que el monje y la comunidad puedan alcanzar sus fines. (p. 404)

   Y como conclusión, parece que el error más grave del punto de vista de Sorokin es que rechaza la racionalización de la mejora moral.

Ni las acciones sublimes del amor ni la ética de reverencia para la vida pueden basarse, derivarse o motivarse por puro pensamiento científico, racional o consciente. Para ello es necesaria una directa visión interior más profunda, intuitiva y mística del deseo vital (p. 128)

   El pensamiento científico, racional o consciente también puede –y debe- alcanzar el ámbito de las emociones morales, dando una explicación asumible de lo místico y lo intuitivo. La acción altruista debe informarse también racional y analíticamente de las experiencias del pasado en las cuales se dieron grandes pasos para la mejora moral, por mucho que este camino estuviera entonces condicionado por tradiciones históricas que hoy ya hemos dejado atrás.

Lectura de “The Ways and Power of Love” en Templeton Foundation Press 2002; traducción de idea21

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