miércoles, 25 de septiembre de 2019

“Ideas”, 2005. Peter Watson

[Este] libro trata de las ideas abstractas y las invenciones que, pienso, son o fueron importantes. (Introducción)

   Hacer una larga relación de las “ideas” –y sus consecuentes invenciones- se puede decir que equivale a una historia de la civilización, pero incluso un libro extenso como éste de Peter Watson resultaría demasiado breve para tal fin. Con todo, sí resulta ser valiosa la búsqueda de lo que podríamos llamar el “factor clave” del proceso civilizatorio. Hay muchos elementos a destacar dentro del comportamiento social humano, pero se hace imprescindible definir algunos de ellos que, por encima de otros, pueden ayudarnos a orientar la mejora de nuestras vidas y las de nuestros semejantes.

[Se distinguen] tres «ámbitos» de actividad intelectual (…) En primera instancia tenemos el ámbito de la verdad: el esfuerzo por indagar la verdad es la principal preocupación de la religión, la ciencia y la filosofía, que en un mundo ideal coincidirán totalmente y de forma involuntaria, esto es, el acuerdo entre las tres sería inevitable, en un sentido lógico, matemático y silogístico. A continuación, tenemos la búsqueda de lo que es correcto y justo: éste es el interés del derecho, la ética y la política, un ámbito en el que los acuerdos son en buena medida voluntarios, pero no necesitan ser totales (si bien para funcionar es necesario que estén generalizados). Y por último, tenemos el ámbito del gusto, que por lo general es el campo de las artes, un territorio en que el acuerdo no es una necesidad en ningún sentido y en el que, de hecho, las discrepancias pueden ser fructíferas. (Introducción)

  Eso, en cuanto a saber por saber, pero lo más importante es lo que nos señala el posible destino de la humanidad

Immanuel Kant fue sólo uno de los que interpretó la historia como un relato sobre el progreso moral del hombre.  (Introducción)

   Ciertamente, el fenómeno civilizatorio capital siempre será la evolución moral, la capacidad de la sociedad humana para estimular la cooperación eficiente por el bien común, algo solo posible si determinamos lo que es correcto e incorrecto para ese mismo bien común a la hora de la actuación de cada individuo.

  Para que se dé el cambio moral, ha de producirse un cambio psicológico previo, porque no es lo mismo saber lo que es bueno y es malo –lo cual, desde luego, no es poco saber-  que obrar de forma no forzada acorde con estas convicciones. El cambio psicológico implica “interiorizar” las pautas de lo justo y lo injusto de modo que reaccionemos automáticamente –emocionalmente- ante las infracciones morales. Éste es básicamente el mecanismo de “lo sagrado”: el rechazo automático a los actos sacrílegos y la correspondiente afirmación devota en cuanto a las cosas santas. Por supuesto, los derechos humanos hoy han alcanzado en buena parte del mundo un estatus semejante a “lo sagrado” y buena parte de antiguas instituciones sociales –la esclavitud, por ejemplo- son rechazadas con una repugnancia equivalente a la del sacrilegio de otras épocas.

  Estos cambios –también pueden llegar a llamarse “revoluciones morales”- solo pueden tener lugar después de largos y tortuosos procesos que se operan de forma en buena parte inconsciente a lo largo del tiempo en una civilización dada (o sucesión de civilizaciones). En el caso de la civilización ilustrada actual, es vital detectar cuándo comienza a producirse ese cambio inconsciente que permite interiorizar pautas morales innovadoras.

En algún momento entre los años 1050 y 1200 tuvo lugar en Europa un cambio psicológico básico con el surgimiento de cierta forma de individualidad, y (…) es éste el que explica en buena medida la mentalidad occidental (…). Si la individualidad es en verdad lo que cuenta, entonces todos los demás avances —en las ciencias, en los estudios académicos, en la exactitud, en la vida secular, etc.— quizá fueran síntomas y no ya causas.(capítulo 15)

   Ésta es una de las mejores aportaciones de este libro: el que se señale a ese concreto periodo de tiempo en Europa. Aparentemente, en esos años no sucede nada especialmente notable. Nada que los estudiosos clásicos de la Historia resaltaran de forma especial –cambios políticos, religiosos, descubrimientos. Pero sí se da una suma de fenómenos reveladores.

Hacia el siglo XIII, Europa contaba con grandes ciudades, una agricultura y comercio prósperos y sistemas gubernamentales y jurídicos complejos. Había muchas universidades y catedrales por todo el continente (capítulo 10)

El gran triunfo de la historia de las ideas ha sido principalmente realizar el legado de Aristóteles, no el de Platón. (…)  El período comprendido entre 1050 y 1250, el redescubrimiento de Aristóteles, fue la transformación más grande y más importante de la historia humana y es ella, no el Renacimiento (platónico) de dos siglos después, la que conduce a la modernidad. (Conclusión)

En 1215, en el Cuarto Concilio de Letrán se decidió que todos los miembros de la Iglesia debían por lo menos confesarse una vez al año de tal forma que los fieles pudieran escuchar la «voz del alma». (Capítulo 15)

El siglo XI fue testigo de una explosión de literatura amorosa no menos lograda (y acaso superior) a la de los grandes poetas romanos. (Capítulo 15)

En Inglaterra, país del que se conocen cifras bastante exactas, el número de monasterios masculinos aumentó desde algo menos de cincuenta en 1066 a cerca de quinientos en 1154  (Capítulo 15)

  El cambio se manifestaría por el reconocimiento de la “individualidad”. El ser humano “se individualiza”. Obsérvese que, aparentemente, la individualización iría en detrimento del interés común (los intereses del individuo suelen ser opuestos a los del grupo). Ahí está lo notable: la individualización de la que tratamos aquí se opone al egoísmo, y esto parece casi un milagro. Solo es posible acentuar la individualidad sin que implique un aumento del egoísmo gracias a un simultáneo control de la agresión. El mismo fenómeno que ya destacó Norbert Elías y que también localizaba en este mismo periodo de tiempo histórico.

   Solo parece haber una explicación para tal suma de fenómenos durante este llamado “prerrenacimiento” (sobre el cual, por cierto, no todos los estudiosos coinciden en las fechas), y sería que se trata del fruto de la asimilación gradual de las doctrinas rupturistas en el pensamiento que surgieron durante el apogeo del Imperio Romano: las doctrinas helenísticas sobre el buen vivir, las filosofías –y religiones- de prosocialidad y gradual humanitarismo, como el neoplatonismo, el estoicismo, el judaísmo moderno y, finalmente, el cristianismo, la gran religión espiritual de masas, con su fuerte contenido social, que deriva directamente del judaísmo pero que añade elementos psicológicos innovadores –pacifistas, benevolentes, apaciguadores-  fuertemente emocionales.

  Primero, la moralizadora religión israelí:

Lo que da a la profecía israelita su tono moral característico casi desde el principio, sino desde el principio mismo, es el carácter moral que distingue su religión.  (…) La religión es por naturaleza moral sólo cuando los dioses son considerados morales, y esto difícilmente era la regla entre las creencias antiguas. La diferencia la puso Israel gracias a la naturaleza moral del Dios que se había revelado por sí mismo (capítulo 5)

   Después, el pacifismo como ideal…

Isaías, sin discusión el mayor artífice de la palabra y el escritor más hábil y conmovedor de todos los profetas (y, de hecho, de todo el canon hebreo) (…) [predicó] una religión de la conciencia, en la que la única forma de alcanzar la justicia social es que los hombres se vuelvan sobre sí mismos (…) Aunque en su religión el sacrificio no es suficiente, el arrepentimiento, en cambio, siempre es posible. El Señor es indulgente y, si la gente se arrepiente, Isaías prevé una época de paz, en la que los hombres y las mujeres «forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra». Como muchos estudiosos han señalado, ésta es la primera vez que se da a la historia una condición lineal. Dios da a la historia una dirección (capítulo 5)

  Así, por diversos caminos, en las sociedades originadas por la guerra, surge un sueño de paz y benevolencia. Pero no existían aún suficientes formas prácticas de llevar a cabo este ideal en la vida social. Obsérvese que el ideal de paz y humanitarismo –respeto por la sensibilidad individual- tiene un lejano origen, pero solo Israel crea una religión moralizadora (es verdad que en el Antiguo Egipto se castigaba a los malvados en el Más Allá, pero eso apenas formaba parte de los contenidos de la doctrina religiosa que se centraba más en las ofrendas a los dioses a cambio de favores temporales).

El poeta latino Ovidio fue sólo uno de los muchos autores de la antigüedad que estaban convencidos de que antes había existido una era dorada primigenia, en la que no se daba el conflicto y el rencor: «Sin nadie que impusiera el castigo, sin leyes de cualquier tipo, los hombres tenían fe y hacían lo que era correcto… La gente vivía sus vidas segura y en paz, sin necesidad de ejércitos» (capítulo 4)

Un código anterior escrito en sumerio (…) incluye una poderosa declaración de principios para impedir que los económicamente fuertes exploten a los débiles: «El huérfano no fue entregado al rico; la viuda no fue entregada al poderoso; el que posee un siclo no fue entregado al que posee una mina» (capítulo 4)

   Para que los ideales morales pudieran realizarse en el mundo real fue preciso que la mente humana ganara instrumentos discursivos, capacidad racional para conocer y juzgar. Herramientas mentales –ideas- que permitieran conciliar la privacidad con el interés común. Cosas como “alma”, “conciencia”, “virtud”… Y tales “cosas” son, para empezar, abstracciones… Concepciones generales que pueden transmitirse mediante el lenguaje. Lo inequívoco. Los filósofos las construyeron, pero los filósofos no eran profetas religiosos.

Lo que nos han dejado los griegos supera con creces la herencia de cualquier grupo humano comparable (…) Entendieron que el mundo era cognoscible, que era posible conocer mediante la observación sistemática y sin la ayuda de los dioses, que el mundo y el universo poseen un orden ajeno por completo al de los mitos de nuestros ancestros (capítulo 6)

   Requirió etapas, largos períodos de adaptación, vencer resistencias y procesos de desarrollo para liberarse de las contradicciones.

    El cristianismo surge en el mundo helenístico (es una adaptación helenística del judaísmo) y da forma a una mitología hasta cierto punto filosófica, profundamente emocional y comprensible universalmente, hasta por las clases sociales más humildes. Ahora, el ideal moral tiene su religión, con sus mitos fuertemente dramáticos –¡Dios se sacrifica a sí mismo para despertar la piedad de los hombres!- y una doctrina que puede articularse filosóficamente –demostraciones, abstracciones, causas y efectos, parábolas, teologías…

Muchas de las ideas más básicas del cristianismo eran anatema en Roma. Por ejemplo, la idea del valor espiritual de los pobres era revolucionaria. De igual forma, la noción de herejía les resultaba ajena a los romanos. (capítulo 10)

 Si en el siglo XII se dispara el monasticismo, no hemos de olvidar que el monasticismo cristiano ya había surgido en el siglo VI. A partir de entonces siguen siglos de aclimatación, maduración y destilación de la “religión de la humanidad”, como la llamó Ernest Renan, hasta llegar a ese periodo de “prerrenacimiento”. Y no puede ser casualidad que también durante esta época  se produjeran otros importantes cambios –no de tipo moral- que son inevitablemente reflejo de la activación de recursos cognitivos nuevos, capaces de desafiar a la tradición.

Se introdujo en Europa un nuevo sistema de agricultura, a saber, el cambio del sistema de dos cultivos por el de tres. (…) Esto condujo a un incremento del 50 por 100 en la productividad (…)  [Se produjo el] cambio de los bueyes como bestias de tiro por los caballos, que eran entre un 50 y un 90 por 100 más eficientes en términos biológicos (…)  [Se produjo el] incremento en el uso de molinos de agua (…) [Se dio un] desarrollo tecnológico constante: el molino de agua desde el siglo VI; el arado desde el VII; la rotación de cultivos desde el VIII; la herradura y los arneses desde el IX. (capítulo 15)

El reloj mecánico fue inventado probablemente en la década de 1270 (el mismo decenio en que fueron inventados los anteojos) (capítulo 17)

La banca fue una revolución en sí misma. Los siglos XIII y XIV fueron testigo del ascenso de las grandes familias de banqueros  (capítulo 18)

   Estas innovaciones surgen de mentes que se han adaptado al inconformismo y al juego evolutivo de las abstracciones y el racionalismo, que permiten la creatividad y el constante desafío a lo convencional: la herencia del materialismo de Aristóteles.

   Pero los cambios morales y sociales son siempre más importantes. El largo periodo de aclimatación de las doctrinas compasivas de la “Era Axial” tomaría entonces su camino irreversible a partir de las creaciones económicas, culturales y sociales del “prerrenacimiento”.

La tradición cristiana no se sentía cómoda imaginando a Cristo como un hombre que sufría, y prefería verlo como manifestación del poder divino. En el siglo XI, en cambio, encontramos de repente a Jesús sumido en la agonía, o muerto, y vestido sólo con un pobre taparrabos, demasiado humano en su degradación. El interés se había desplazado hacia el dolor de Jesús, su sufrimiento interior. (capítulo 15)

[En] 1144  (…) [se desarrolla] el primer estilo arquitectónico completamente nuevo en mil setecientos años, un avance estético e intelectual de primer orden (…)  La iglesia estaba ahora completamente abierta (…) y el interior estaba todo bañado en una misma luz, como si la estructura entera fuera una única entidad mística.[Este primer templo es la Abadía de Saint-Denis] (capítulo 17)

Aunque la idea de una fe interior resulte bastante coherente en términos teológicos, y aunque probablemente se adecue mejor a las enseñanzas de Jesucristo tal y como éstas se manifiestan en las Escrituras, desde el punto de vista de la Iglesia como organización constituía en realidad una fuerza corrosiva que debilitaba su poder. Una fe privada estaba fuera del alcance de sacerdotes y obispos; peor aún, una fe privada podía escapar de la ortodoxia e incluso incurrir en la herejía.(capítulo 16)

El cristianismo siempre había defendido la idea de una religión interior por encima de la mera celebración de ritos, y fue esta reverencia por la conciencia individual la que al final (…) resultaría fatal, al debilitar el deseo de la pura conformidad. La conciencia cristiana fue [por tanto] la fuerza que empezó la “secularización” de Europa (capítulo 35)

  Peter Watson se olvida de otra importante innovación: las obras de manipulación psicológica por el estilo de la “Imitación de Cristo” en los que se basarían más tarde los “ejercicios espirituales” de los jesuitas, una extraordinaria inmersión en la capacidad de autocontrol de la mente humana para alcanzar fines morales, con precedentes también en la época helenística. Asimismo, es la época de las herejías valdense y cátara, y de la respuesta monástica del catolicismo, los franciscanos.

   Esta acumulación de descubrimientos acerca de la naturaleza humana íntima es accesible a todos y comunicable mediante símbolos –ideas- a toda la sociedad. Esto acaba por hacer irreversible la tremenda sacudida del cristianismo reformado en el siglo XVI. Los cambios han tenido lugar a lo largo de decenios, de siglos…

  Entre este “prerrenacimiento” y la “Reforma”, naturalmente, tenemos el “Renacimiento” propiamente dicho, tan famoso por sus obras de arte, pero que no es solo eso.

El mayor cambio psicológico del Renacimiento fue el desarrollo del individualismo (…) Este proceso se funda en tres aspectos: un incremento de la conciencia de la propia identidad, un aumento de la competitividad (¿vinculado acaso al capitalismo?) y un creciente interés por la unicidad de las personas. La multiplicación de los autorretratos, las biografías y los diarios (que proliferan aún más que en el período entre 1050 y 1200) es una característica de la época (capítulo 18)

Originalmente el luteranismo afirmaba que, para ser libre, el hombre no debía nunca actuar (o ser obligado a actuar) en contra de su propia conciencia. Este ideal de honestidad total era la columna vertebral del la intelectualidad de la época, algo que el protestantismo compartía con el humanismo y la revolución científica, que entonces empezaba a ponerse en marcha. (capítulo 22)

La guerra de los campesinos [1525] inauguró la era de las revoluciones sociales. (capítulo 22)

   Y llega la Ilustración

La Royal Society, que se fundó formalmente en 1660 (…) de los sesenta y ocho primeros miembros, no menos de cuarenta y dos eran puritanos (capítulo 23)

En Gran Bretaña, por ejemplo, el número de libros publicados anualmente pasó de cuatrocientos a principios del siglo XVII a seis mil en 1630, veintiún mil en 1710 y así hasta llegar a un total de cincuenta y seis mil hacia la década de 1790 (capítulo 24)

Entre 1753 y 1775 las ventas diarias de periódicos [en Gran Bretaña] prácticamente se doblaron. (capítulo 26)

La investigación sobre la naturaleza humana, sobre la relación del hombre con la sociedad, es quizá uno de los aspectos que define a la Ilustración. (capítulo 26)

El siglo XVIII, la Ilustración, se caracterizó por los primeros intentos de aplicar los métodos y el enfoque de las ciencias naturales al estudio del hombre mismo. Tales tentativas no tuvieron un éxito completo, pero tampoco fueron un fracaso total. Se trata de un problema que, en gran medida, continúa estando vigente en nuestros días (capítulo 26)

  En teoría, hoy seguimos en la Ilustración (que prescinde de las tradiciones religiosas y ya no pretende reformarlas), pero en el relato sobre las “ideas” no podemos olvidarnos de una fuerte resistencia que aún hoy experimentamos: el “embrutecimiento” propio del irracionalismo romántico (Nietzsche, nacionalismo, fascismos…) y la falacia marxista.

El capital aborda en realidad el problema de la «naturaleza humana», como lo habrían hecho los filósofos o los teólogos. (…) No había una esencia abstracta del hombre: en lugar de ello, el ser del hombre surge de su situación material, de sus relaciones con otros seres significativos para su vida y de las fuerzas económicas, sociales y políticas que lo determinan. Lo que cuenta aquí, y lo que perturba a mucha gente, es que el argumento de Marx implica que el hombre puede cambiar su naturaleza cambiando sus circunstancias. La revolución era una cuestión psicológica a la par que económica. (capítulo 27)

Fue el modelo darwinista de cambio social el que llevó a Marx a creer que la revolución era inevitable; fue la biología propuesta por Darwin la que sugirió a Freud la idea de una naturaleza «prehumana» de actividad mental subconsciente. (capítulo 31)

Para Marx, la economía y no la psicología era la ciencia humana fundamental (capítulo 32)

   El libro de Peter Watson acaba en el siglo XX… ya que, hasta el momento, lo que llevamos de siglo XXI no ha aportado nada a la evolución de las ideas. Seguimos en la Ilustración. Seguimos buscando la verdad lógica y ecuánime, y aplicar ésta a resolver los graves problemas de la convivencia humana.

  Una sugerencia: si Para Marx, la economía y no la psicología era la ciencia humana fundamental  entonces la respuesta correcta quizá sea lo opuesto: la psicología y no la economía (o política). Pero ¿es la psicología lo que enseñan los profesionales de la psicología? Para Marx, la economía no era lo que se enseñaba en las escuelas de economía. La doctrina marxista suponía más bien una racional comprensión popular –una idea- informada por la ciencia económica. Entonces, la siguiente idea podría ser una racional comprensión popular –una nueva idea- informada por la ciencia psicológica.

Lectura de “Ideas” en Editorial Crítica, 2006; traducción de Luis Noriega

domingo, 15 de septiembre de 2019

“Lo que el dinero no puede comprar”, 2012. Michael Sandel

  El filósofo Michael Sandel ha escrito un buen libro acerca de la grave amenaza que supone para la sociedad actual la mercantilización de las relaciones humanas. Cómo el comprar y vender cada vez más cosas puede degradar la consideración mutua entre las personas.

Necesitamos un debate público sobre lo que quiere decir mantener a los mercados en su lugar (…) Necesitamos preguntarnos si hay algunas cosas que el dinero no debería comprar (Introducción)

  Aunque las compras y las ventas existen desde tiempos ancestrales, en este caso se señala a fenómenos actuales en concreto

El cambio más fatal que tuvo lugar durante las pasadas tres décadas [-escrito en 2012-] no fue un incremento en la codicia. Fue la expansión de los mercados, y de los valores del mercado, en esferas de la vida a los que no pertenecía (Introducción)

  Sin embargo, en este libro, se echan en falta cosas. Al fin y al cabo, hace no tantos siglos o milenios, se compraban esclavos, esposas e incluso, en algunas culturas, seres humanos para usarlos como alimento. Tampoco en este libro se abordan cuestiones actuales tan graves como la prostitución o la gestación subrogada, aunque sí hay menciones de algunos casos actuales sorprendentes, en el sentido de mercantilizaciones marcadamente “indignas”.

Como madre soltera con un niño de quince años en la escuela, KS necesitaba dinero para la educación de su hijo. En una subasta online en 2005, ofreció ponerse un anuncio permanentemente tatuado en su frente para cualquiera que pagara 10.000 dólares. Un casino online pagó (capítulo 5)

   Sin embargo, el libro se centra más bien en determinadas anécdotas que señalan un actual y peculiar tipo de mercantilización que puede dar lugar a equívocos en el sentido moral, la mercantilización que es propia de una sociedad supuestamente amable y democrática. Recuérdese que muchos atribuyen los éxitos en libertad y dignidad humanas precisamente a la expansión del capitalismo de consumo, en cierto modo, el “doux commerce” (concepto popularizado por Montesquieu).

   Por ejemplo, algo aparentemente menor como que los asientos de espectadores a las sesiones del Congreso de los Estados Unidos, que deberían ser accesibles a todos, sean comprados subrepticiamente por particulares interesados en influir en los legisladores.

La corrupción se refiere a algo más que a los sobornos y pagos ilícitos. Corromper un bien o una práctica social es degradarlo, tratarlo según un modo más vago de evaluación del que le es apropiado. Pagar por la admisión a los plenos del Congreso es una forma de corrupción en este sentido. Trata al Congreso como si fuese un negocio más que una institución del gobierno representativo (…) Implícito en cualquier cargo de corrupción está una concepción de los propósitos y fines que una institución (en este caso el Congreso) persigue propiamente (capítulo 1)

La corrupción consiste en comprar y vender algo (un veredicto judicial favorable, digamos, o una influencia política) que no debería estar en venta (…) [Pero también] corrompemos un bien, una actividad, o una práctica social cuando la tratamos según una norma más baja de la que le es apropiada (capítulo 2)

   El ayuntamiento de Nueva York quiere poner la cultura al alcance de todos los bolsillos y programa un gran festival de Ópera con entradas a muy bajo precio. Para obtenerlas, hay que hacer cola. Pero los aficionados a la ópera más pudientes pagan a un pobre hombre para que esté horas haciendo cola por ellos. El discurso capitalista dice que el que más paga es el que más interés tiene en adquirir ese bien. El mercado es justo y democrático ¿o no?

La voluntad de pagar por un bien no muestra quién lo valora más. Eso se debe a que los precios reflejan la capacidad tanto como la voluntad de pagar.(…) Aquellos que pagan más por los tickets pueden no valorar mucho la experiencia (capítulo 1)

   En estos casos, está claro que se hace trampa, porque se desvirtúa el propósito de la acción que era hacer accesible un bien cultural.

   Igualmente, se utilizan tácticas comerciales con fines presuntamente filantrópicos.

Aquellos que llaman soborno [a que una mujer drogadicta se esterilice para no tener niños enfermos] sugieren que, tanto si el trato es o no coercitivo, éste es corrupto. Y la razón de que es corrupto es que ambas partes –el comprador y el vendedor- valoran el bien vendido (la capacidad de ser madre de la vendedora) de forma incorrecta (…) Ellos tratan su capacidad reproductiva como una herramienta para una ganancia monetaria más que un don que debe ejercerse de acuerdo con normas de responsabilidad y cuidado (capítulo 2)

  Lo que cambia es el hecho de que, abolida la esclavitud y perseguida oficialmente la prostitución, el abuso de los poderosos –incluidas las autoridades- adopta formas más sutiles.

Para decidir lo que el dinero debería –y no debería- ser capaz de comprar, hemos de decidir qué valores deberían gobernar los variados ámbitos de la vida social y cívica. Cómo llegar a una conclusión en esto es el asunto de este libro (Introducción)

Los economistas con frecuencia asumen que los mercados no tocan o contaminan los bienes que regulan. Pero esto no es cierto. Los mercados dejan su marca en las normas sociales. Con frecuencia, los incentivos del mercado erosionan o desplazan los incentivos que no son del mercado (Introducción)

   ¿Qué debe o no debe entrar en el mercado?

[Es preciso realizar una] nítida distinción entre dos clases de bienes: las cosas (como amigos y el Premio Nobel) que el dinero no puede comprar, y las cosas (como los riñones y los niños) que el dinero sí puede comprar pero que se rechaza que sea así (capítulo 3)

   Un ejemplo de buena intención en la mercantilización que parece inocuo: se pagan dos dólares a un colegial poco aplicado para que se lea un libro.

Pagar a los niños para que lean libros podría llevarlos a leer más, pero también enseñarles a considerar la lectura como un trabajo más que una fuente de satisfacción intrínseca  (Introducción)

  Mejores intenciones aún: pagar para dejar de fumar o cualquier otra conducta que lleve a la buena salud

La buena salud (…) se refiere a desarrollar la actitud correcta para nuestro bienestar físico y tratar a nuestros cuerpos con cuidado y respeto. Pagar a la gente para que se tomen sus medicinas hace poco para desarrollar tales actitudes y puede socavarlas. Esto es así porque los sobornos son manipuladores. (…) El soborno puede acabar formando hábitos (…) [mientras que] una preocupación adecuada a nuestro bienestar físico es parte del propio respeto (…) [Y además] más del 90% de los fumadores a los que se pagó por dejar el hábito volvieron a fumar seis meses después de que acabó el incentivo (capítulo 2)

   Otra cuestión son las multas como forma de disuasión. Un conocido estudio partía de la situación de multar a los padres que tardaban en recoger a sus hijos de la guardería; lo que sucedió fue que tardaron más aún en recogerlos cuando se dieron cuenta de que pagar la multa les permitía prolongar discrecionalmente la demora.

Trataron la multa como si fuese un impuesto (…) Mercantilizar un bien puede cambiar su significado (capítulo 2)

Las multas registran una desaprobación social, mientras que las tarifas son simplemente precios que no implican juicio moral (capítulo 2)

   Y parece ser que ya hay estudios que demuestran lo erróneo de querer pagar por aquello que, según nuestros convencionalismos, debería hacerse voluntariamente. Por ejemplo, se paga a los jóvenes encargados de realizar una colecta benéfica.

Los estudiantes a los que no se pagó [para llevar a cabo la colecta] recogieron un 55% más en donativos que a los que se les ofreció una comisión del 1 por ciento. Aquellos a los que se ofreció un 10% lo hicieron considerablemente mejor que los del 1% pero menos que aquellos a los que no se pagó nada (capítulo 3)

    Obsérvese: que se pague más o menos dinero sí influye en promover una actividad, pero los incentivos “morales” pueden llegar a ser más poderosos que cualquier dinero que se pague. Esto merece una mayor atención porque nos puede permitir explorar incentivos para el trabajo en común que sean eficientes y no se basen en el beneficio económico.

Hemos pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado (…) Una sociedad de mercado es una forma de vida en la cual los valores de mercado se filtran a todo aspecto emprendedor humano. Es un lugar donde las relaciones sociales están hechas sobre la imagen del mercado (Introducción)

¿Bajo qué condiciones las relaciones del mercado reflejan la libertad de elección, y bajo qué condiciones ejercen algún tipo de coerción? (capítulo 2)

   En el post-stalinismo, el régimen soviético trató de utilizar el relanzamiento de la economía para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Sin embargo, los dirigentes soviéticos se negaban a restaurar el mercado para fijar cuáles eran las necesidades –y deseos- de consumo y, por tanto, de producción. Realizaron incluso una tentativa de desarrollar algoritmos informáticos que reemplazasen al mercado. El sistema no funcionó. ¿Es el mercado, entonces, insustituible como mecanismo que coordine las necesidades económicas y las capacidades industriales?

   Hasta ahora, siempre hemos aceptado que una armoniosa interacción de la oferta y demanda nos proporcionaba un sistema sano de relaciones económicas. Pero también contamos con la evidencia de la problemática moral de esta mercantilización. Y, si observamos con atención, también contamos con la evidencia de que existen recursos productivos y recursos de incentivos que pueden desarrollarse fuera del mercado. Aún caben nuevas tentativas a ese respecto.

Lectura de “What the Money Can´t Buy”, Penguin Books, 2012; traducción de idea21

jueves, 5 de septiembre de 2019

“Diferencias de género en el comportamiento antisocial”, 2004. Moffitt, Caspi, Rutter y Silva

Este libro presenta nuevos hallazgos del Estudio de Dunedin, que ha seguido a mil varones y mujeres de edades de los 2 a los 21 años. A diferencia de previos estudios de diferencias de género, incorporamos información sobre cómo el comportamiento antisocial cambia con la edad durante las dos primeras décadas de vida, un momento en el que emergen, llegan a su cumbre y se consolidan el desorden antisocial y los delitos graves.(pag XV)

El estudio de Dunedin se basa en múltiples fuentes de datos, e incluye informes de padres, de maestros y autoinformes que son recogidos de forma longitudinal. Además, hacemos uso de datos de observadores, informes de policía y jueces, de conocidos y de parejas sentimentales de los individuos (p. 3)

    En este ensayo, realizado a partir de los informes del estudio Dunedin y coordinado por los psicólogos Terrie Moffit, Avshalom Caspi, Michael Rutter y Phil Silva, se parte de una evidencia incontestable: la enormidad de la diferencia entre hombres y mujeres en lo que a la comisión de delitos violentos se refiere. Se trata, sin duda, de la principal diferencia de conducta entre hombres y mujeres. La prueba indiscutible de que, psicológicamente, hombres y mujeres no son iguales.

  Ante todo, los datos de la justicia penal…

Generalmente los varones cuentan para entre los dos tercios y los cuatro quintos de todos los delitos [a cualquier edad].(p. 34)

Los individuos de sexo femenino en un curso vital antisocial son extremadamente raros. Aproximadamente un 1% de mujeres parecen estar en un curso vital de persistente comisión de delitos. [En cuanto a comisión de delitos violentos en general,] la proporción entre los sexos es de 10 varones por cada mujer (p. 226)

   Diez a uno. Se trata de una enormidad y aún podría ser mayor porque se señala también  que

Un hallazgo clave es que la delincuencia de las mujeres jóvenes se ve fuertemente exacerbada cuando se emparejan con un individuo antisocial, mientras que los hombres jóvenes no se ven afectados así, lo cual señala la importancia de las influencias sociales dentro de las relaciones íntimas en el caso de las mujeres con comportamiento antisocial (p. 242)

Los hombres antisociales son los motores en la transición de las mujeres de la delincuencia adolescente al crimen adulto (p. 193)

   Y todavía sería peor –esto no se menciona en este libro- si se separaran además los casos de mujeres cuyas características hormonales más “masculinas” están muy por encima de la media.

   Y todavía sería peor si se tuviera en cuenta la sensibilidad al entorno de las mujeres.

Las mujeres perpetradoras [de actos antisociales] tenían historiales significativamente peores de relaciones dentro de su familia de origen que los perpetradores masculinos (p. 91)

  El contraste es tan grande que a veces parece que hombres y mujeres Homo Sapiens son seres de especies diferentes.

  El estudio llega a la conclusión de que hay ciertas características de comportamiento innatas que son las que hacen que los varones cuenten con una mayor proclividad a la antisocialidad:

El comportamiento antisocial masculino puede comprenderse como que tiene orígenes en un desorden durante el neurodesarrollo que, de forma similar al autismo, la hiperactividad y la dislexia, muestra una fuerte preponderancia masculina. (…) Esta diferencia [entre los sexos] es un buen candidato a la investigación fenotípica de tipo molecular y genéticamente cuantitativo. Por otra parte (…) el grueso del comportamiento antisocial, especialmente para las mujeres, se comprende mejor como un fenómeno social que se origina en el contexto de las relaciones sociales, con aparición en la adolescencia y con alta prevalencia (p. XVI)

Los hallazgos fueron chocantes al mostrar que los varones es más probable que experimenten déficit neurocognitivos, como rasgos de poco control temperamental, poco control de los impulsos e hiperactividad (p. 7)

  Todo aclarado, por esa parte: los varones poseen algunas tendencias a un diferente neurodesarrollo relacionado con la conducta. El desorden antisocial sería uno de estos casos (como lo son el autismo, la dislexia…) y podría descomponerse en rasgos conductuales concretos, la mayoría relacionados con la dificultad para controlar los impulsos.

  El informe después profundiza en algunos casos en los cuales la diferencia entre varones y mujeres no es tan grande. Se señala tres:

Los datos confirman la ubicuidad de la diferencia de sexo, pero también revelan algunas interesantes excepciones a esta regla. En particular, varones y hembras son notoriamente similares con respecto al uso de drogas ilícitas y con respecto a su implicación en la violencia doméstica. (…) Es también notable que la diferencia de sexo es mínima con respecto a las formas comunes de comportamiento antisocial que tipifican la edad adolescente y que están relativamente no asociadas a tipos de patología (p. 4)

   En la adolescencia es, pues, cuando la diferencia de antisocialidad entre chicas y chicos disminuye. La rebeldía adolescente, digamos.

En marcado contraste [con la actividad antisocial adulta], en el sendero adolescente de antisocialidad [la diferencia] era solo de 1.5 varones por cada mujer (p. 237)

   En cuanto al consumo de drogas, quizá no se trata de antisocialidad directamente, sino de las consecuencias derivadas del consumo. Además, los varones “atrevidos” influencian mucho a las chicas en este tipo de cuestiones.

  Pero donde el informe Dunedin realmente resulta sorprendente es en lo referido a la violencia doméstica. Es uno de los informes psicológicos serios que más ha interesado a quienes niegan la existencia de la violencia de género

Varios estudios sugieren que las mujeres es tan probable que golpeen a su pareja íntima como que los hombres lo hagan (p. 53)

[Se trata de] una desviación del patrón general [de mayor violencia masculina que femenina]. Según los informes propios, tanto como los informes de las parejas, las mujeres informaban de tanta violencia física hacia sus parejas como lo hacían los hombres (o ligeramente más)(p. 57)

   Considerando los datos anteriores, esto no podría ser más sorprendente… ¿Qué es entonces la antisocialidad? ¿Cómo podemos hablar del mismo fenómeno si en un escenario de conflicto –violencia de género- hombres y mujeres estarían equiparados y en otro –homicidios- los varones superan a las mujeres nada menos que en diez a uno?

Concluimos que el fenómeno de desarrollo antisocial temprano que es típico de un 5% de los varones se asocia con rasgos neurocognitivos y probablemente implica fuertes influencias genéticas y otras de tipo biológico. En cambio, el desarrollo antisocial de las hembras tiende a fluctuar mucho más según las circunstancias, sugiriendo que la variedad de implicación antisocial que es más típica de las mujeres se ve particularmente influenciada por los factores sociales. De hecho, en contraste con la asunción de que la socialización genera diferencias de sexo, encontramos evidencia de que los efectos de la socialización pueden generar similitudes de sexo en el comportamiento antisocial. En particular, los hallazgos señalan a la conclusión de que, con respecto a las influencias de socialización, los pares varones juegan un papel prominente en modelar el comportamiento antisocial de las mujeres (p. 8)

   Quizá aquí se nos da la respuesta: el comportamiento antisocial femenino viene determinado por la demanda del entorno –influencias de la socialización-. Así, las bofetadas de las mujeres a los hombres no son, probablemente, más que un código social. Al fin y al cabo, a las muchachas se las enseña a abofetear y empujar –que puede contar como “golpear”- a los varones cuando estos realizan sus acostumbrados avances sexuales –que no cuentan como “golpear”, recuérdese-.

Las comparaciones de los sexos en comportamientos específicos encuentran que las mujeres es más probable que abofeteen, mientras que los hombres es más probable que agredan el cuerpo de sus parejas (p. 68)

   Si la señorita no abofetea o empuja al insolente –en otros tiempos las chicas solían ir provistas también de alfileres para punzar dolorosamente al varón impulsivo- entonces la convención social concluye que se está aceptando el avance (“cuando dice no, quiere decir sí”… una bofetada, en cambio, es inequívoca). Incluso dentro de las relaciones de pareja, este lenguaje femenino persiste ante los constantes acosos, humillaciones y amenazas que la mujer recibe del hombre dentro del contexto machista habitual.

  Esta posibilidad no es contemplada por los autores de este libro, limitándose a decir que las bofetadas femeninas no son “defensa” –pues las mismas mujeres son las que inician la “agresión”...- y que las mujeres que hacen violencia de pareja son también mujeres con cierta trayectoria antisocial con independencia de sus conflictos de pareja (pero recordemos la enorme diferencia entre hombres y mujeres en lo que a trayectoria vital antisocial se refiere).

   Estas “antisociales”, de todos formas, y aunque resulte que en un 50% serían iniciadoras de las “agresiones”, resultan poco letales

[Solo] un tercio de las heridas domésticas son infligidas por mujeres (p. 69)

  Lo que quiere decir que los dos tercios son infligidas por los hombres… y eso ya no es el cincuenta por ciento.

  Y

Aproximadamente [solo] un cuarto de los homicidas domésticos son mujeres (p. 66)

   Lo que nos deja ya en el 25%. Con todo, es cierto que sería un porcentaje superior al habitual del 10% que quedaría en lo que se refiere a los homicidios en general…

  Para colmo, los autores del libro amenazan a las damas por su uso de las bofetadas

La perpetración de las mujeres de la que se informa en investigaciones comunitarias puede parecer benigna, pero podría ser promovida a la lista de factores de riesgo para las heridas de mujeres porque un comportamiento abusivo de la mujer [¿bofetadas?] puede incrementar la probabilidad de que su pareja tome represalias y se escale la violencia hasta niveles de lesión (p. 68)

  Lo que supone un poco culpabilizar a la víctima…

   Pero en resumen, el “informe Dunedin” es concluyente: determinadas características neurocognitivas del varón lo predisponen a la antisocialidad: escaso control de impulsos, descontrol temperamental, hiperactividad.

Temperamento poco controlado, un rasgo de personalidad llamado “débil capacidad de limitación” e hiperactividad. Estos factores de riesgo del neurodesarrollo que explican la diferencia entre los sexos sirven también con una regla para los mismos factores que explican la mayor variación en el comportamiento antisocial en cada sexo (p. 237)

   Lamentablemente, no se investiga la probable relación entre estos rasgos antisociales con otros que suelen ser alabados en la sociedad convencional, como la “asertividad”, el “amor propio” o el “carácter fuerte” en general… Igualmente, el informe no profundiza en otra cuestión similar que al menos sí menciona

La gente joven imita a los pares antisociales en un esfuerzo de afrontar su disforia [contrario a euforia: sentimientos negativos] en el lapso previo a la madurez (p. 223)

   Es decir, cierta tendencia admirativa hacia la antisocialidad durante la pubertad. Probablemente más habitual entre los varones, pero en cualquier caso de origen cultural.

   Si la humanidad tuviese un fin a realizar en su trayectoria civilizatoria, seguramente lo más conveniente sería la selección del sexo de los bebés a fin de disminuir lo más posible el número de varones. De esa forma, nos libraríamos de la mayor parte de los inconvenientes congénitos de la antisocialidad, mientras que, por otra parte, no nos privaríamos de cualidad cognitiva, intelectual o de personalidad de tipo prosocial alguna, pues el varón no supera a la mujer en ninguna de ellas. Afortunadamente, no tenemos por qué someternos a tal dilema, porque no consta que la humanidad cuente con finalidad colectiva alguna. Podemos con tranquilidad seguir afrontando nuestros problemas particulares según siga el curso un tanto azaroso del desarrollo civilizatorio...

   Si acaso, sería controlar la antisocialidad la principal tarea y el conocer cómo se genera ésta supone el primer paso para ello. Varones agresivos y poco controlables, violencia de pareja, influencia del entorno… Cuando menos, los problemas pueden abordarse uno por uno.

    Por otra parte, el informe Dunedin podría también proporcionar información valiosa acerca de cómo se desarrollan las pautas antisociales en su origen; es decir, cómo pautas de conducta que se juzgan convencionalmente inocuas - ¿los deportes competitivos?, ¿el lenguaje agresivo típicamente masculino?, ¿las travesuras infantiles?-  acaban derivando, bajo determinadas condiciones, hasta la antisocialidad. Pero de ello no aparece nada en este libro, aparte, quizá, de la mención a la imitación de “los pares antisociales” por parte de los jóvenes.

Lectura de “Sex Differences in Antisocial Behaviour” en Cambridge University Press, 2004; traducción de idea21