sábado, 25 de marzo de 2023

“La evolución de la tecnología”, 1988. George Basalla

  La gran superioridad material del ser humano se basa en la tecnología. Aparte de ojos, brazos y piernas, los humanos también tenemos gafas, prismáticos, azadones, cuchillos, automóviles… La tecnología no es algo exclusivamente humano, porque los pájaros construyen nidos, las arañas redes, los conejos madrigueras y los castores diques; pero una vez Homo sapiens fue capaz de encender el fuego y se armó con hachas de piedra, y más tarde con arcos y flechas, su poder no podía más que incrementarse cada vez más. 

  Resulta sorprendente, de hecho, que no avanzara más rápido.

Variaciones por azar que sucedieron al construir herramientas de piedra pueden haber sugerido nuevas formas y funciones que fueron explotadas más tarde  (p. 104)

  Lo fueron mucho más tarde, porque todos los elementos materiales quedaban al alcance de los primeros hombres prehistóricos. Superdotados intelectuales siempre ha habido y construir casas, carromatos, carreteras y canalizaciones de riego tampoco requiere de tanta imaginación… sobre todo si tenemos en cuenta las inevitables variaciones por azar que a lo largo de los siglos podían haber sido aprovechadas cuando resultasen más productivas. Lo que el libro del historiador George Basalla intenta aclararnos es qué tipos de obstáculos creados por la propia psicología social humana ha enfrentado el avance tecnológico.

Este libro presenta una teoría de la evolución tecnológica basada en la más reciente investigación de la historia de la tecnología por medio de materiales relevantes extraídos de la historia económica y la antropología (p. vii)

  En realidad, el problema se encuentra en la misma resistencia al cambio de un ser humano que vivía asediado por la precariedad. Muchas de las variaciones, incluso las productivas, eran desechadas porque no era así como lo habíamos aprendido de nuestros padres. Si ellos lograron prosperar para engendrarnos, cuidarnos y transmitirnos sus conocimientos ¿qué necesidad hay de variar lo que ha demostrado tener éxito? Lo que se aprende porque es útil, ¿por qué va a dejar de serlo?

  Una posible salida es la indulgencia a la novedad: podemos cambiar lo menos importante.

La tecnología fue la producción de lo superfluo. El fuego, el hacha de piedra o la rueda no fueron artículos de absoluta necesidad. (p. 208)

El automóvil no fue diseñado en respuesta a una grave crisis internacional de los caballos o por falta de caballos (p. 6)

  Aunque, a este respecto, hay alguna afirmación en este libro que es dudosa.

Como el resto del reino animal, nosotros también podríamos haber vivido sin fuego ni herramientas. Por razones oscuras comenzamos a cultivar la tecnología y en el proceso creamos lo que ha llegado a ser conocido como vida humana, la buena vida o bienestar (p. 13)

  En lo que se refiere al uso del fuego, sin carne cocinada parece dudoso que físicamente el género hominino hubiera podido aumentar el tamaño de su cerebro, pero sí que es cierto que tecnología sencilla que nadie podría dudar que es muy útil –por ejemplo, barcas de pesca, arcos y flechas- ha llegado a perderse en algunas culturas de forma que nos resulta a primera vista inexplicable. El caso más conocido es el de la cultura tasmana.

   Tan sorprendente como la pérdida de tecnología sencilla y útil es también el origen de la tecnología más sofisticada. A lo que parece, las invenciones mecánicas más complejas que hoy son consideradas la base de nuestro sistema productivo tienen su origen en la mera curiosidad.

Entre 1400 y 1600, un número de elaborados libros ilustrados [sobre máquinas] fueron publicados en Alemania, Francia e Italia. Algunos de ellos eran descriptivos, representando con exactitud prácticas tecnológicas y artefactos reales en campos como la minería y la metalurgia. Pero otros, y muy influyentes, contenían cientos de imágenes de máquinas que eran extrapoladas de la tecnología existente (…) Se llamaba “teatro de máquinas” a estos libros, y presentaban la tecnología como un espectáculo para el entretenimiento e instrucción de los lectores (p. 67)

  (En lo referente a la notoriedad de las curiosidades tecnológicas a lo largo de la historia, hay precedentes de la Antigüedad que Basalla no menciona, como Herón de Alejandría y hallazgos tan notables como el mecanismo de Anticitera.)

  Estas curiosidades acabaron difundiéndose y poco a poco se fue reconociendo su valor objetivo.

Los tecnólogos como grupo, tanto si eran inventores como artesanos hábiles, ganaron mayor reconocimiento en el Renacimiento del que tenían en los tiempos antiguos y la Edad Media. Encontraron patrones que los apoyaron a ellos y a sus proyectos, escribieron y publicaron elaborados libros ilustrados de sus especialidades técnicas, recibiendo alabanzas de autores y pensadores influyentes por su contribución al bienestar humano  (p. 129)

   En el siglo XVII, algunos sabios filósofos, como Descartes, atisbaron la conexión entre el conocimiento científico y la mejora de la vida humana. Francis Bacon, en su utopía de "New Atlantis" (1627), ya señala la importancia social de los inventores. De este modo fue abriéndose paso la conexión entre la ciencia, la filantropía y el beneficio privado. 

  Quizá uno de los casos mejor estudiados de desarrollo tecnológico asociado al avance científico fue el de la máquina de vapor, invención de Thomas Newcomen que más tarde sería adaptada por Watt. Y parece que su origen fue la idea de un “científico puro” –Denis Papin- en absoluto interesado ni en el beneficio personal ni en la filantropía.

A diferencia de Papin, que era miembro de la Royal Society y un contribuyente a su publicación, Newcomen no tenía asociación formal con esta famosa organización científica; sin embargo, sí tenía conocidos que eran miembros o de alguna forma estaban conectados con la Sociedad  (p. 95)

  Parece, pues, casi seguro, que la invención de Papin, que solo buscaba desarrollar la curiosidad científica entonces naciente –la bomba tenía por objeto crear un vacío perfecto- acabó, de forma indirecta, sugiriendo al ingeniero Newcomen las bombas accionadas por el vapor.  En 1697 el boletín de la Royal Society informa del descubrimiento de Papin, y la máquina de Newcomen aparece en 1712. Esta coordinación entre la curiosidad científica y la mejora práctica del trabajo supuso una novedad revolucionaria. 

  Conviene aquí hacer una puntualización que Basalla no menciona en su libro: tanto en la "Royal Society" como entre los científicos -o "filósofos físicos"- de la época del siglo XVII predominaban los protestantes heréticos: cuáqueros o calvinistas hugonotes; de modo que parece existir una conexión cognitiva entre la espiritualidad crítica y las posteriores realizaciones materiales.

  Una vez creado el concepto de invención tecnológica derivada de la ciencia que podría tanto beneficiar al público como proporcionar ingresos al inventor y al fabricante, nos encontramos con una nueva realidad humana que hoy tenemos asumida pero que no existía, desde luego, en los tiempos de Aristóteles y Arquímedes.

Elevado al estatus del líder político o militar, el inventor del siglo XIX fue presentado como un héroe romántico que luchaba contra la inercia social y se enfrentaba a poderosas fuerzas naturales a fin de otorgar los dones de la tecnología a la humanidad.  (p. 59)

Por primera vez en la historia, los logros tecnológicos fueron incluidos en la determinación del estatus de una nación en el mundo. La tecnología se convirtió en un factor de los asuntos y rivalidades internacionales (p. 60)

  Así, la tecnología, que siempre ha existido, y a la que debemos –ya desde la prehistoria- la supremacía humana sobre todo el entorno material planetario, se convierte en el factor esencial del avance social. Al fin y al cabo, sin la enorme riqueza creada por la tecnología tampoco se habrían producido los más recientes cambios civilizatorios.

Los historiadores han rastreado los orígenes de la pasión occidental por la novedad a una serie de desarrollos que tuvieron lugar en el Renacimiento. La exploración geográfica descubrió literalmente nuevos mundos; la observación astronómica confirmó la existencia de nuevas estrellas en los cielos que hasta entonces se consideraba inmutable; el escolasticismo medieval fue reemplazado por nuevos sistemas filosóficos; y la ciencia moderna, o la “nueva filosofía” como fue llamada, presentaba una concepción revolucionaria del universo. En el siglo XVII la fascinación por la novedad era tan grande que las listas de los libreros estaban llenas de títulos que prometían una nueva alquimia, astronomía, botánica, química, geometría, medicina, farmacopea, retórica y tecnología. (…) Muy próxima a la búsqueda de la novedad es una de las ideas más grandes e influyentes del mundo occidental –la idea de progreso-. Según sus fundamentos, la historia humana no sigue ni un curso cíclico ni de declive, se mueve hacia delante y hacia arriba hasta un futuro mejor  (p. 131)

  ¿Puede ser esto? ¿La idea de “progreso”? Los antiguos creían que el mundo era cíclico o más bien decadente a partir de la pérdida de la edad dorada en el pasado mítico. Y al mismo tiempo pareció producirse otra importante novedad:

La creencia cristiana en la dignidad del trabajo manual, una creencia no común en la Antigüedad, era central en la vida monástica  (p. 148)

  De hecho durante la “estancada” Edad Media tuvieron lugar numerosas invenciones de gran valor práctico –aumento del rendimiento del trabajo- y muchas se produjeron en el entorno monástico. 

El impacto de la tecnología de la energía hidráulica en la sociedad y economía medieval fue tan profundo que algunos historiadores modernos afirman que fue uno de los principales rasgos de esa era (p. 147)

  Los romanos conocían la energía hidráulica, pero no solían hacer mucho uso de ella. 

Los molinos manuales y de animales eran menos caros de construir que los de energía fluvial y tenían una ventaja – en tiempos malos, los caballos, burros y esclavos pueden ser vendidos y se recobraba el dinero invertido-. El argumento de que un abundante suministro de fuerza laboral actuaba en contra de la difusión del poder hidráulico se refuerza por la evidencia de que en el siglo IV se recomendaban los molinos de fuerza hidráulica a las propiedades romanas como sustitutivo por escasez o encarecimiento de mano de obra. (p. 146)

  Aun más sorprendente, los romanos no herraban a los caballos, ni sabían utilizar su fuerza para tirar del arado. Por no hablar del sistema de rotación de cultivos que permitió doblar el rendimiento de las tierras.

  En algunos casos puede explicarse un aparente retroceso si consideramos las condiciones de la época. Las ruedas, al fin y al cabo, requieren de un suelo hábil para su uso.

El camello como animal de carga se vio favorecido sobre el transporte con ruedas por razones evidentes cuando se compara al camello con el típico vehículo tirado por bueyes. El camello puede transportar más peso, moverse más rápido y viajar más rápido con menos agua y comida que un buey. (p. 11)

  Pero estas desventajas de la rueda se dan en condiciones muy localizadas y pueden ser resueltas invirtiendo más en la mejora de la tracción –uso de caballos y mulos, no solo de bueyes- y, sobre todo, con el mantenimiento de las vías públicas.

  Tampoco la civilización china, tan eficiente en tantas otras cosas, sacó rendimiento a los descubrimientos tecnológicos.

Las tres invenciones que sir Francis Bacon identificaba como la fuente de los grandes cambios en la Europa del Renacimiento –la imprenta, la pólvora y la brújula- fueron productos de la civilización china, no de la europea (p. 169)

La respuesta [a porqué China no desarrollo la tecnología] es que la cultura occidental no era monolítica; los europeos eran eclécticos, abiertos a nuevas ideas e influencias (p. 176)

 La conclusión del autor es inevitable

Me he resistido a la tendencia de hacer el avance de la humanidad o la necesidad biológica el fin hacia el cual se dirige todo cambio tecnológico. En lugar de eso, explico la diversidad de los artefactos como la manifestación material de las varias formas en que los hombres y mujeres a lo largo de la historia han elegido definir y perseguir la existencia. Si bien algunas elecciones se hacen conscientemente para cumplir metas inmediatas, como el vehículo volador más pesado que el aire o incrementar la eficiencia del combustible para un motor automóvil, la suma total de estas elecciones no constituye el progreso humano (pp. 217-218)

  Las invenciones han prosperado por diversos motivos, que solo indirectamente han tenido que ver con el bien común

  Por una parte, el mercado: si tenemos más productos y más variados, podemos vender más.

El poder del mercado solo no puede bastar para la operación del proceso de selección que podría explicar la emergencia de la novedad. Juega un papel, pero en absoluto es el principal actor del drama (p. 144)

  Y, como en otros aspectos del progreso humano, debemos tener en cuenta la triste necesidad de afrontar las guerras:

Los usos bélicos del camión probaron su adaptabilidad y fiabilidad, y los contratos del gobierno financiaron la expansión de la producción de camiones (p. 160)

  (También la radiotelegrafía sin hilos fue promovida por la Marina militar británica)

  Casi no menos triste es la conveniencia del uso del progreso tecnológico para ahorrar mano de obra.

Si bien la [primera maquinaria textil] no resultó en el inmediato despido de las hilanderas en toda la industria, su existencia disminuyó su independencia, bajó sus salarios y limitó su propensión a ponerse en huelga  (p. 111)

  Hoy quizá hemos asimilado el avance tecnológico desde un punto de vista más social, en buena parte gracias a la abundancia de la muy diversificada tecnología y al control político que se ejerce sobre su desarrollo –control estatal, universidades e inversión pública-. Pero nos encontramos con nuevos desafíos –efectos medioambientales- y con la sospecha de que siguen existiendo resistencias ocultas al desarrollo tecnológico para el bien público –suelen atribuirse al interés de las corporaciones industriales-.

  Ya en el pasado la civilización ignoró evidencias palpables que tenía ante la vista. ¿Podría estarnos sucediendo algo parecido hoy, en otros ámbitos?

Lectura de “The Evolution of Technology” en Cambridge University Press 1988; traducción de idea21

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