viernes, 15 de julio de 2022

“El yo transformado”, 1989. Chana Ullman

   La psicóloga Chana Ullman aborda el asunto de la conversión religiosa desde el punto de vista de la predisposición individual a buscar la propia transformación del “yo”. Quizá no sea tan fácil “lavar el cerebro” de una persona pero sí parece que hay situaciones personales que incentivan el que una persona busque una identidad propia diferente a la de su vida convencional.

Dios se experimenta como una extensión del yo  (p. 146)

La conversión se comprende mejor en el contexto de la vida emocional del individuo. Sucede en un entorno de inquietud emocional y promete alivio mediante un nuevo vínculo.  (p. xvii)

  Aquí todo es personal. El psicólogo no da mucha importancia a lo que los creyentes suelen mencionar tanto acerca de las revelaciones, las creencias y el compromiso con una supuesta verdad objetiva: las personas buscamos lo que siempre buscamos y la conversión religiosa –o ideológica- es una forma más de conseguirlo.

¿Cuáles son los procesos de influencia social que pueden contar para un repentino descubrimiento, interiorización y mantenimiento de un nuevo conjunto de creencias que requieren de un compromiso total del yo? (p. 80)

La experiencia de conversión podría ser una experiencia privada, incluso solitaria; experiencia que no dependería del reconocimiento o aprobación de otros y que no aboliría en el converso una actitud crítica y de búsqueda. [Sin embargo] la transformación que sucede en la mayoría de las conversiones religiosas que he estudiado parece seguir un curso diferente. (p. 173)

  El estudio de casos reales de conversión lleva a descubrir causas y motivaciones bastante recurrentes.

El vehículo para la influencia del grupo es primariamente el estado emocional del converso, que puede ser intensificado si bien no necesariamente producido, en medio de un ferviente proceso de grupo (p. 103)

Aproximadamente la mitad de los conversos en mi muestra o bien experimentaron su conversión en presencia de un grupo de pares o fueron inicialmente introducidos a su nueva fe por celosos pares conversos. (…)Los procesos que incitan el cambio emocional pueden incluir presión directa y técnicas de persuasión conocidas por los términos frecuentemente mal utilizados de lavado de cerebro y control del pensamiento (p. 78)

  Los conversos, por supuesto, nunca reconocerán que lo que les lleva a descubrir la creencia más trascendente posible –la religiosa, que implica la totalidad del conocimiento y sensibilidad humanos en conexión con la naturaleza universal- es dependiente de cuestiones personales, de cosas en apariencia menores como el trato recibido por los padres en la infancia o los desengaños amorosos, pero el científico social se atiene a los hechos demostrables, que van todos en ese sentido.

Mi principal interés es la experiencia de la conversión como una situación de cambio significativo, repentino en el curso de las vidas individuales. La conversión religiosa es examinada en este libro desde el punto de vista de la psicología del yo. Mi objetivo es elucidar la experiencia de la conversión religiosa como un cambio en el yo y presentar sugerencias para el estudio del yo que deriva de los datos sobre la conversión religiosa (p. vii)

La mayor parte de las conversiones religiosas tanto dentro como fuera de las principales denominaciones religiosas suceden contra un fondo de agitación e inestabilidad emocional. (p. xvii)

Cuando emerge de un entorno turbulento, el proceso de conversión gira en torno a una búsqueda de paz y estabilidad.  (p. 20)

En lo que se refiere a que la conversión afecta a una transformación del yo, lo que parece ser transformado en el intercambio con el grupo no es una idea, una interpretación o un autoconcepto, sino una experiencia básica emocional del yo en relación con los otros (p. 106)

  Esta fijación en el “yo” tiene que ver con una concepción benigna del narcisismo. Así, por ejemplo, se recuerda el muy documentado caso de cómo Tolstói emprendió una búsqueda espiritual a raíz de sufrir lo que hoy se llamaría angustia existencial.

El narcisismo es un foco defensivo en el yo, una autoabsorción que sirve para impulsar la autoconsideración positiva. La actividad mental es narcisista hasta el punto de que funciona para mantener la cohesión, la estabilidad y la ilustración positiva y afectiva de la autorrepresentación. Cuando es moderada y bien integrada, supone una parte adaptativa de nuestra experiencia  (p. 142)

  Al ser extremadamente subjetivos sin dejar de ser conscientes de nuestro entorno material y social es cuando más posibilidades tenemos de alcanzar el perfeccionamiento social y moral. La búsqueda de la virtud sin duda es una forma de narcisismo.

  Es curioso que no exista ninguna creencia religiosa que dé la mayor relevancia a las vicisitudes emocionales del individuo. Todas las derivan hacia cuestiones trascendentes de tipo universalista, ideológico e incluso sobrenatural. Y así resulta que los mismos creyentes no son conscientes de la fragilidad de sus convicciones. 

Para algunos de los conversos religiosos en mi investigación, la extensión y el ámbito de la suspensión de la realidad que está implicada en la experiencia religiosa resultan chocantes. Sus experiencias de conversión están adornadas por misterios que reflejan creencias infantiles en el poder de los deseos. En el proceso, estos conversos perciben milagros en los cuales ocurrencias habituales están cargadas de una personalizada interpretación portentosa y son elevadas al estatus de un mensaje especial  (p. 153)

  Así, por ejemplo, un creyente, agitado por inquietudes espirituales, camina por la calle y pide una señal a Dios. Ve entonces un automóvil con una pegatina que dice “Jesús salva”  y piensa que ahí la tiene…

Al describir la conversión como una fijación generada para proporcionar alivio psicológico, ¿estamos excluyendo la posibilidad de una búsqueda espiritual?  (p. 169)

  Dependerá siempre de qué entendemos por espiritual o trascendente. La fragilidad emocional, la soledad, el sufrimiento y el desarraigo dentro de la sociedad no deberían ser consideradas cuestiones triviales. El que los individuos sufrientes, para aliviarse, requieran integrarse en complejas e irracionales construcciones ideológicas con implicaciones mágicas o metafísicas (por no hablar de las ideologías políticas, que casi siempre empujan a la violencia y al sectarismo), hace pensar que el error no está en el individuo ni tampoco en la estructura religiosa sino más bien en los contenidos de las creencias, que tanto han ido cambiando a lo largo de los siglos.

   Quizá el éxito del cristianismo está en que, de todas las religiones, es la que más atención ha prestado a la vulnerabilidad emocional de la persona (culpa, arrepentimiento, soledad, afección…).

  El poder de la religión es enorme, dada su capacidad para confortar al individuo sufriente y para transformar el comportamiento antisocial en prosocial: se trata de estructuras universales de amor humano.

El asunto amoroso descubierto en las conversiones religiosas a veces parece tener éxito donde las terapias psicológicas tradicionales fracasan: en tocar la experiencia subjetiva del yo y permitir un nuevo comienzo (p. xvi)

   Y eso que el autor no menciona las casi milagrosas conversiones religiosas que tienen lugar entre los delincuentes violentos antisociales –muchas de ellas, dentro de las prisiones- cuyo comportamiento se ve alterado –para mejor- al entrar en contacto no con entidades sobrenaturales sino con personas creyentes que están conectadas a redes sociales de tipo religioso –congregaciones-.

Es la experiencia de sentirse amado y la esperanza de un cuidado emocional futuro lo que más probablemente atrae al converso  (p. 98)

  Quizá una sociedad más madura encuentre la forma de proporcionar esta asistencia de forma más apropiada. 

Lectura de “The Transformed Self” en Springer+Business Media New York 1989; traducción de idea21

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